martes, 22 de septiembre de 2015

Docendo discitur

Docendo discitur: Suele compendiarse así (“enseñando se aprende”) la frase de Séneca “homines dum docent discunt” (los hombres aprenden mientras enseñan”), que está entresacada del siguiente párrafo de la carta séptima a Lucilio, en la que aconseja a su amigo que se aparte de la multitud (turbam, en latín, que también significa “masa, agitación, perturbación, tumulto, turbamulta; de turbam derivan las palabras francesas “troupe” (tropa) y “troupeau” (rebaño); y con esta palabra está relacionado todo nuestro campo semántico de “turbar, perturbar, estorbar, enturbiar, disturbio, turbulencia y torbellino”). Dice así el párrafo: Recede in te ipse quantum potes; cum his uersare qui te meliorem facturi sunt, illos admitte quos tu potes facere meliores. Mutuo ista fiunt, et homines dum docent discunt.    Enciérrate tú mismo en ti cuanto puedas, relaciónate con aquellos que han de hacerte mejor, admite a aquellos a los que tú puedes hacer mejores. Estas cosas suceden recíprocamente, y los hombres aprenden mientras enseñan. Es verdad que enseñando se aprende porque -esto lo digo yo- se desaprende mucho de lo mal aprendido que teníamos.



Docencia. La docencia es una de las profesiones más nobles. Por eso se la llama magisterio, que en latín quiere decir “lo más importante” (magis es más), y es lo contrario de ministerio, “lo menos importante” (minus es menos). De ahí que lo propio de los que mandan sea, aunque no lo parezca, obedecer, la servidumbre. De hecho los que mandan, nuestros gobernantes elegidos democráticamente, son los más mandados; nuestros ministros, los más administrados, los que sólo pueden hacer lo que Dios manda (o sea el Estado y el Capital en estos tiempos laicos que corren donde la política se ha subordinado a la economía y al dinero y viceversa).



¿Qué es la docencia? No se reduce sólo a la transmisión de unos conocimientos, sino que conlleva también algo mucho más importante: hacer que despierte la inteligencia, para lo que es contraproducente, paradójicamente, la acumulación de conocimientos. Lo conocido, no nos deja asimilar lo desconocido, lo nuevo. Sobre este punto, llega incluso a decir la gente a veces,  siguiendo un refrán estúpido y necio como pocos,  que vale más lo malo conocido que lo bueno por conocer: es mentira; lo bueno, conocido o no, siempre valdrá más que lo malo. Y eso lo sabemos todos.



La mentira de las verdades.- Recordemos lo que decía el maestro Agustín García Calvo en el prólogo inolvidable de su espléndida traducción de los “Diálogos socráticos” de Platón (editorial Salvat, 1972) que aquellas conversaciones de viva voz de Sócrates, que no escribió nunca nada, y  que el joven Platón nos transmitía con bastante probable fidelidad “dejarán siempre insatisfechos y quejosos de su inutilidad y falta de fin y de soluciones a todos los que crean todavía que lo eficaz –Dios sabe para qué- es adquirir ideas y verdades, y no ver la mentira de las verdades que ya tenemos”.  



Aprender es desaprender lo aprendido. Aprender no es acumular conocimientos, sino desengaños, aprender es desprenderse de lo mal aprendido: aprender es desaprender, olvidar lo malo que nos han enseñado e inculcado. La verdadera sabiduría, esa a la que aspira la filosofía, consiste en considerar humildemente, al modo socrático, que no sabemos nada,  reconociendo los límites de nuestra vastísima ignorancia.  




Nuevo Servicio Militar Obligatorio. - Si el Ejército y la Policía tienen el monopolio de la violencia del Estado, no es menos cierto que la Escuela ejerce una violencia no menos real, no menos violenta, aunque de otra índole, haciendo que el niño se adapte a la sociedad adulta suministrándole la inyección letal de la preocupación por el Futuro. La obligatoriedad de la asistencia a clase desde los seis hasta los dieciséis años convierte al niño en un prisionero a tiempo parcial, sometido a unos horarios de clases y segmentos de ocio,  y a la educación o instrucción en un larguísimo Servicio Militar Obligatorio que dura diez años,  del que no se libra ni Dios, con perdón, ni la Santísima Virgen María ni el Espíritu Santo.



Un solo pedagogo hubo: La Escuela de hoy no es la de ayer. Afortunadamente dirán algunos. Desgraciadamente dirán otros. Pero lo cierto es que la Escuela de hoy es, mutatis mutandis, la misma que la de ayer. Es verdad que se han abandonado los procedimientos autoritarios de antaño, que se han visto sustituidos por otros más democráticos, mucho más sutiles pero no menos efectivos en el sentido de coactivos y perniciosos. El profesor actual es un colega, un Herodes progresista cuyo fin es la pedagogía, es decir, el asesinato de los inocentes: hacer que los niños (y las niñas, que dirían los feministas, como si ellas no estuvieran incluidas ya en ellos) entren por el aro, por donde no deberían entrar, como fierecillas domadas.




Sentido crítico: El propio sistema educativo con sus distintos planes de estudios y leyes orgánicas se encarga de anestesiar la capacidad crítica, que es lo bueno que el niño trae consigo, aniquilando su curiosidad, sus preguntas, respondiéndole a cuestiones que él no se ha formulado todavía, e invitándolo a entrar en una dinámica participativa que conlleva la sumisión al modelo examinatorio y evaluador: el niño no sólo debe examinarse como antaño, sino también autoevaluarse y hacer examen de conciencia, todo en aras del futuro ciudadano que se pretende hacer de él.  El alumno ahora se autocalifica o llega al acuerdo consensuado con el profesor en su evaluación.



Eso de la ESO: ESO es el acrónimo de Educación  Secundaria Obligatoria. ¿Por qué no lo dejamos en Enseñanza (en lugar de Educación) Secundaria Voluntaria (en lugar de Obligatoria)?



(In)competencias: Las competencias, en la jerga pedagógica hodierna, eran las supuestas demandas educativas que “la vida moderna” o “la sociedad” en general exigía a los futuros ciudadanos. Fueron elaboradas por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), organismo que agrupa a los 30 estados más poderosos del universo mundo. No hace falta decir que los parámetros de dichas competencias son funcionales, subordinados a la lógica de la dominación del Estado y el Capital y a la inserción de los niños y adolescentes en la sociedad y edad adulta. Estas propuestas están guiadas por un enfoque bastante mercantilista de la enseñanza, el aprendizaje y la educación: ¿Qué habilidades, por ejemplo, deben poseer los ciudadanos para encontrar y retener un trabajo aparte del inglés y las nuevas tecnologías? ¿Qué deben tener los ciudadanos para funcionar bien en la sociedad tal y como está establecida? ¿Qué pasa si uno no alcanza dichos objetivos?  No importa, se hacen ajustes curriculares para poder obtener el título que le permita a uno someterse a la lógica del mercado laboral. No se buscan personas críticas, sino todo lo contrario: gente que se amolde a la explotación, a la precariedad, y que no sueñe con transformar la realidad que le ha tocado vivir, sino que se adapte a ella sin mayor problema, votando en la feria de la democracia y contribuyendo económicamente con el diezmo de sus impuestos directos e indirectos al sostenimiento del Estado. 



Objetivo: es un término propio de la estrategia militar. ¿Cuál es el objetivo? El objetivo es derribar al enemigo, mi capitán. Los pedagogos se han apoderado de ese término para ocultar su auténtica finalidad: matar al niño a fuerza de educarlo, llevarlo al matadero que es la sociedad a la que pretenden adaptarlo, una sociedad enferma. No es saludable, como dijo Crisnamurti, adaptarse a una sociedad enferma.

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