miércoles, 20 de enero de 2016

"Que viva y le vaya bien"

El "uiuamus, mea Lesbia, atque amemus", el poema más eufórico de Catulo, y que constituye una invitación a vivir la vida y a hacer el amor, se convierte en este otro poema en estrofas sáficas, el carmen XI de la colección, en un adios definitivo, en el poema de la ruptura. 

Catulo encarga a sus amigos Furio y Aurelio, dispuestos como están a acompañarle a cualquier lugar del mundo como sus fieles sombras, que le digan adiós en nombre suyo a su amada Lesbia (pseudónimo en honor de la poetisa Safo de Lesbos con el que Catulo designaba a su amada Clodia): que viva ella (pero ya no "vivamos") y que le vaya bien con sus trescientos amantes a los que abraza a la vez sin querer de verdad a ninguno, porque el amor de Catulo, que creció como una flor silvestre e inesperada al borde de un camino, ha sido destrozado por el paso de un arado, que la ha tronchado y ajado. He aquí el original latino cantado con el acompañamiento de una lira. De ahí le viene el nombre al género literario de poesía lírica  precisamente.


He aquí el texto latino y una versión rítmica en castellano. La estrofa es la sáfica, compuesta de dos endecasílabos sáficos y un tercer verso formado por un endecasílabo sáfico y un adonio de cinco sílabas.

Poema XI de Catulo

Furi et Aureli comites Catulli,                                                  
siue in extremos penetrabit Indos,
litus ut longe resonante Eoa
tunditur unda,

siue in Hyrcanos Arabesue molles,
seu Sagas sagittiferosue Parthos,
siue quae septemgeminus colorat
aequora Nilus,

siue trans altas gradietur Alpes,
Caesaris uisens monimenta magni,
Gallicum Rhenum horribilesque ulti-
 mosque Britannos,

omnia haec, quaecumque feret uoluntas
caelitum, temptare simul parati,
pauca nuntiate meae puellae
non bona dicta.

cum suis uiuat ualeatque moechis,
quos simul complexa tenet trecentos,
nullum amans uere, sed identidem omnium
ilia rumpens;                                       
                                                                                                   Lesbia, John Reinhard Weguelin (1878)
nec meum respectet, ut ante, amorem,
qui illius culpa cecidit uelut prati
ultimi flos, praetereunte postquam
tactus aratro est.


Furio, Aurelio, cómplices de  Catulo,
tanto si él se adentra en la India extrema
donde el Índico que a lo lejos brama
bate la costa,

como en el mar Caspio o la fina Arabia,
o en los sagas o flechadores persas,
o en el delta que colorea el Nilo
septuplicado,

o a través si va de los altos Alpes
para ver las huellas del  magno César,
el Rin gálico y los horribles y ale-
jados britanos,

todo cuanto la voluntad del cielo
mande, prestos a soportarlo juntos,
estas anunciadle a mi amada nada
buenas palabras:

con sus novios viva y que bien le vaya,
los trescientos que ella a la vez abraza
sin querer a nadie, pero y a todos
desriñonando;

y no cuente ya con mi amor, como antes, 
que por culpa suya se ajó  cual flor al
borde de una campa rozada al paso
por el arado.
 

sábado, 16 de enero de 2016

¿Cosmopolitas?




Publicaba el escritor Rafael Argullol un artículo de opinión titulado “Provincianos y cosmopolitas” en el periódico El País el día 1 de enero de 2016, donde denunciaba lo muy provincianos que nos estamos volviendo y lo poco cosmopolitas que somos,  del que entresaco en cursiva los dos párrafos finales en los que arremete contra la hegemonía reduccionista de la lengua del Imperio, o sea el inglés, que es la lengua de Shakespeare, como decimos los cursis, que a todos se nos impone: 

Una de las grandes metáforas de este proceso en nuestra época es la rápida, universal y consentida mutilación de centenares de idiomas en favor de un idioma avasalladoramente hegemónico. Con toda probabilidad, hace solo tres décadas, nadie se hubiese aventurado a insinuar que para participar en un congreso en Lisboa sobre Camões —poeta nacional portugués— había que intervenir en inglés, o que en cualquiera de nuestras universidades se puede asistir al espectáculo de que un profesor explique a Baudelaire o a Goethe en medio inglés a un público estudiantil que entiende el inglés a medias. Y aún menos, desde luego, se hubiese podido imaginar que se llegaría a la situación de que un entero país —Corea del Sur— pretenda alcanzar a poseer el inglés, como nueva lengua propia, mediante el ingenioso método de llevar a las embarazadas a clases en aquel idioma, de modo que el feto pueda ya adaptarse a lo que prima en el cada vez más reducido universo lingüístico. Obviamente no tengo nada contra lo que los cursis llaman “lengua de Shakespeare” sino contra el reduccionismo que, al maltratar a todos los demás idiomas, también empobrece a la propia lengua inglesa: recientemente, un catedrático de Oxford me contaba que, mientras la mayoría de sus colegas apenas conocen otros idiomas que no sean el suyo, los escritores británicos contemporáneos utilizan una lengua drásticamente empobrecida.

Este sería un buen retrato del provinciano global: aquel que aspira a hablar un solo idioma, lo más utilitario posible, sin importarle la destrucción de los mundos que habitan en los otros idiomas; aquel que se mueve continuamente de aquí para allá, obseso coleccionista de imágenes, al tiempo que es incapaz de fijar la mirada, y no digamos el pensamiento, en paisaje alguno; aquel que está permanentemente informado con aludes de noticias y mensajes que sepultan su capacidad de comprensión. Es posible que un individuo de tal naturaleza se considere a sí mismo un cosmopolita. Pero vive en una pequeña aldea que ha confundido con el mundo.
A propósito de la palabra “cosmopolita” cabe decir aquí que es un helenismo que significa “ciudadano –polita, habitante de una polis- del mundo o cosmos, que es también el universo, y que lo acuñó Diógenes el filósofo fundador de la Secta del Perro –eso y no otra cosa es lo que significa “cínico” en principio, quizá mejor "quínico", como propone Pedro García Olivo-. Cuando le preguntaron que de dónde era, respondió: “cosmopolita”: soy ciudadano del mundo, en lugar de decir ciudadano de Sinope, que es donde había nacido y de donde había sido desterrado, según la leyenda. Por cierto, cuando alguien le reprochó que los de Sinope le habían condenado al destierro, contestó: “Y yo a ellos a quedarse”.

Esta palabra ha perdido casi toda la fuerza subversiva con la que nació, y que debería conservar: uno no es de donde nace, sino de donde pace, como dice el refrán castizo. Y eso quiere decir que uno no pertenece a ninguna nación en concreto, porque la única nación humana es el humus, o sea, la Tierra,  lo que derriba por tierra todos los nacionalismos existentes y emergentes. 
Dice Argullol en su artículo que precisamente el cosmopolita es hoy en día un personaje en extinción, ante el resurgimiento cada vez más pujante de los provincianismos.    Entresaco esta frase de otro párrafo: “El cosmopolita, al no soportar la excesiva claustrofobia de la identidad propia, busca en el espacio absorto de lo ajeno aquello que pueda enriquecer su origen y sus raíces.”

Lo paradójico del asunto es que parece que defender la diversidad lingüística es muy provinciano y muy poco cosmopolita, pero no es así, sino todo lo contrario: no se pueden equiparar nación y lengua, aunque los nacionalistas se apoyen en la existencia de una lengua propia para justificar su nación.  Las lenguas no son propiedad de nadie: hay naciones que tienen más de una lengua, y hay lenguas que no tienen ninguna nacionalidad.

(Las ilustraciones -sin créditos- están tomadas de un artículo sobre el anacionalismo del periódico Diagonal)



viernes, 1 de enero de 2016

¿Qué pasa aquí?

Pues nada, no pasa nada: que el año viejo, el mismo año de siempre, nos sugiere Arcás, se cambia, o lo que es lo mismo, se disfraza y retoca detrás del biombo para parecer un año "nuevo", como si no fuera el mismo perro viejo con distinto collar, un collar donde pone 2016, como podía haber puesto 713 ó 4583 o cualquier otra cifra aleatoria. Lo que pasa es que todo cambia para poder seguir igual (Giuseppe Tomasi di Lampedusa dixit).

Si comparamos el griego de los personajes de Arcás con el griego que hablarían Sócrates y Platón, es decir, con el griego clásico, notamos enseguida que es la misma lengua. Quizá la diferencia más notable, aparte de algunos cambios en la pronunciación, es que para decir año el griego clásico preferiría la palabra "étos", que se sigue utilizando en griego moderno, donde se habla por ejemplo del "sjolicó étos" o año escolar, pero en griego moderno se prefiere para felicitarse el año supuestamente nuevo la palabra de rancio abolengo "jrónos" (que conservamos en cronómetro y cronología sin ir muy lejos, y que tenía un significado más amplio de "tiempo" en general, lo que ayuda también un poco más a la hora de entender mejor el chiste).