martes, 11 de abril de 2017

SIC SEMPER TYRANNIS

Sucedió en Atenas durante la tiranía de Hipias y su hermano Hiparco, que ejercieron un poder totalitario y dictatorial de forma conjunta, aunque el primero, Hipias, era el que llevaba las riendas del gobierno. 

Harmodio y Aristogitón, los protagonistas de nuestra historia, eran amantes. Hay que decir que, próximos a la pubertad, los muchachos atenienses eran cortejados por hombres hechos y derechos, no sólo para vivir una simple aventura amorosa, sino para establecer una relación intelectual y afectiva entre ambos, que no excluía el sexo. En esta relación, el adulto, generalmente casado y con hijos, iniciaba al efebo y le transmitía su experiencia de la vida, recibiendo a cambio el regalo de la juventud del amado. A la nobleza de las intenciones del adulto correspondía la nobleza de la sumisión voluntaria del efebo, que se dejaba querer. Estaba mal visto, en efecto, en la sociedad ateniense el joven que se negaba a los requerimientos amorosos de un adulto de su propio sexo. Era considerado un ser asocial y arisco. Tal era la relación de Harmodio, un efebo en la flor de la edad, el erómeno, y Aristogitón, el erasta y, más propiamente, pederasta.
 Aristogitón y Harmodio

Pero al tirano Hiparco se le antojó el lindo Harmodio, a quien acosaba sexualmente intentando lograr sus favores, utilizando para seducirlo sus riquezas y poder. Sin embargo, Harmodio, que sólo tenía ojos para Aristogitón, fiel a su amado, no accedía a los requerimientos de personaje tan principal y poderoso. 


Hiparco no llevaba nada bien el rechazo. Montó en cólera contra la parejita feliz y se mofó de ambos amantes en público llamándolos algo así como “mariconcetes y mujercitas delicadas”. Aristogitón, dolido por la pública afrenta y conocedor de los requiebros del rico y poderoso Hiparco, organizó una conspiración contra ambos déspotas, aprovechando el odio popular que despertaba la tiranía, es decir, el poder que ambos encarnaban. 

Dicha conspiración se saldó con la muerte de Hiparco, el hermano del tirano. Pero en la trifulca, encontró también la muerte el efebo Harmodio. Aristogitón, por su parte, fue hecho prisionero, encerrado y torturado hasta que revelase el nombre de los otros conspiradores, cosa que dicen que no hizo, tal era su integridad moral. En lugar de eso, insultó a Hipias, el déspota, y le escupió a la cara, por ser el responsable de la muerte de su amado. Hipias quebró sus miembros en un ataque de furia y lo apuñaló hasta la muerte. Esto sucedía en el año 514 antes de la era cristiana.


Hipias aún se mantuvo en el poder unos años más, y su gobierno no fue menos cruel de lo que había sido hasta entonces. Pero los atenienses no olvidaron nunca a Aristogitón, que le había escupido a la cara al tirano, y a su amado Harmodio, y los convirtieron en héroes libertarios. 

Derrocado finalmente el tirano, los ciudadanos rindieron honores a los dos tiranicidas, como fueron denominados. Fueron considerados héroes que habían liberado a Atenas del tirano Hiparco durante las fiestas de la diosa Atenea.

Dicen que cuando Bruto asesinó a César en Roma en las idus de marzo del 44 antes de nuestra era profirió la frase: sic semper tyrannis, así siempre a los tiranos. La frase, sin embargo, parece que es una invención posterior para añadirle dramatismo al hecho y que Bruto nunca pronunció, pero se hizo proverbial, y así, por ejemplo, en el escudo del estado de Virginia figura como lema. 

Se da a entender así que los tiranos no merecen mejor suerte que la muerte, pero no una muerte como los demás mortales, sino el asesinato. Debemos preguntarnos, sin embargo, si la muerte del tirano supone la muerte de la tiranía o del dominio del hombre sobre el hombre.

Fue erigida una estatua de ambos tiranicidas -estatua que Jerjes cuando entró victorioso en Atenas destruyó pero que fue reconstruida- como símbolo del régimen político recién instaurado, la democracia griega, una democracia directa, que no tiene nada que ver con la pantomima de las democracias indirectas y representativas modernas y actuales, donde se delega la soberanía con el voto resultante del sufragio universal en los supuestos representantes de la voluntad popular, ignorando que la voluntad del pueblo es que nadie sea más que nadie, que nadie esté por encima ni por debajo tampoco de nadie, en definitiva: que no gobierne nadie.

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