martes, 13 de junio de 2017

De la caída de la máscara

Recuerdo que la primera vez que leí el poema “De rerum natura” de Lucrecio en la traducción de Valentí Fiol, me llamó la atencion una frase por su concisión y solemnidad de carácter lapidario, que subrayé con un lapicero. Son los versos 55-58 a comienzos del libro III: Por esto, en momentos de crisis y peligro es cuando hay que juzgar a un hombre, y la adversidad nos da a conocer su carácter; pues entonces son sinceras las voces que brotan del fondo de su pecho; se arranca la máscara y queda la realidad.

Cuando años después volví a releerlo en la más antigua traducción del abate Marchena en hendecasílabos blancos, volví a encontrarme con ese fragmento y de nuevo subrayé la frase, que presentaba una curiosa transformación:


Los peligros descubren a los hombres,  
les dan a conocer los infortunios,
 pues entonces por fin del hondo pecho
 son proferidas voces verdaderas:
 la máscara se quita y queda el hombre. 




Don Miguel de Unamuno, como no podía ser menos, se hace eco del verso lucreciano en un artículo que publicó en la revista “Nuevo Mundo” titulado “La res humana”, que él traduce conservando la palabra “persona” del original como “desaparece la persona, queda la cosa”, donde hace la siguiente reflexión a continuación: “No cabe expresión más enérgica, sobre todo si se tiene en cuenta todo el valor que en latín tiene la voz persona. La cual, empezando, como es ya tan sabido, por significar la máscara o careta con que el actor se cubría la cara para representar el personaje de la comedia o tragedia, pasó a ser designativa del personaje, y, por último, del papel que uno representa, aunque sea en el coro o la comparsa, en el teatro del mundo, es decir, en la Historia”. 
 
Lo que el abate Marchena había traducido por “el hombre”, Unamuno lo traducía literalmente como “cosa” y Valentí por “realidad”. Esta última traducción resulta anacrónica: la palabra “realidad” no existe en el latín de Lucrecio: es un nombre abstracto formado sobre el adjetivo “realis”, que tampoco existe todavía en Lucrecio, basado a su vez en el sustantivo “res rei” que, como se sabe, significa “cosa”, palabra clave en el título del poema: De rerum natura: “Sobre la naturaleza de las cosas”.
 
La curiosidad e interés por la frase me movió a buscar el texto original de Lucrecio. La edición oxoniense de Bailey de 1900, reimpresa múltiples veces, dice lo siguiente.


Quo magis in dubiis hominem spectare periclis 
conuenit aduersisque in rebus noscere qui sit:
nam uerae uoces tum demum pectore ab imo 
eliciuntur, <et> eripitur persona, manet res. 


 
Nos encontramos la expresión “manet res”, que literalmente significa que una vez arrebatada la máscara “permanece la cosa” que subyace por debajo. Sin embargo, el final de ese hexámetro lucreciano, como veo por el aparato crítico, no está nada claro, es un locus corruptus. Donde Bailey lee “manet res” hay manuscritos que presentan otras lecturas como “malare” y “manare”, algo propiamente incomprensible. Se trata de uno de esos lugares conflictivos para la crítica textual en la edición de un texto. 
 
Cuando volví a releer el poema de Lucrecio, esta vez en la soberbia traducción de Agustín García Calvo publicada en 1997, que está en verso y reproduce con los acentos de las palabras el ritmo dactílico del hexámetro y, además, nos regala la rima asonante en el último pie del verso, que aunque desconocida en la poesía latina, agradece el oído castellano, me encontré con el mismo fragmento y la misma frase con otra traducción distinta de las anteriores:


Así que en inciertos peligros mirar al hombre más vale, 
 y en casos adversos mejor quién es él podrá averiguarse:
 pues voces allí del hondo del pecho empiezan veraces 
 por fin a salir, y se arranca la máscara del semblante.




Las cuatro traducciónes del último verso coinciden en su primera parte en la caída de la máscara, que en latín se dice “persona”, que sólo conserva Unamuno con su sentido primigenio: eripitur persona: se arranca o se quita el antifaz pero difieren en su segunda parte: queda la realidad, queda el hombre, queda la cosa, ...del semblante.
 
¿Cuál es la mejor lectura y consiguientes traducción de Lucrecio? No se trata de decidir cuál es la que más nos gusta. El problema es que necesitamos fijar el texto previamente para poder dar una respuesta a esta pregunta. Creo que la mejor traducción es la de García Calvo, pero no porque me guste más a mí personalmente, sino porque en su edición, propone una lectura que resuelve, desde mi punto de vista, el problema textual. En efecto, García Calvo propone la siguiente lectura: ...eripitur persona ibi ab ore.
 
Donde los manuscritos presentan lecturas como manare, mala re, manet res, advierte García Calvo en el aparato crítico de su edición que un códice más antiguo presenta: iuiauore, que él interpreta ibiabore, lo que separado convenientemente se lee: ibi ab ore: allí de su rostro. 


 
Veo dos argumentos a favor de esta propuesta: el primero sería la reinterpretación del MANARE/MALARE como IVIAVORE. Escrita con mayúscula la M podría confundirse con IVI, y tratarse del adverbio IBI escrito con uve por la confusión en latín tardío entre estas dos letras, originando una falta de ortografía que sigue siendo frecuente en castellano actual, porque tanto la  be como la uve representan ya el mismo fonema oclusivo labial sonoro; el segundo argumento es que esta nueva lectura establece un paralelismo con el final del verso anterior: “pectore ab imo”: del hondo de su pecho frente a “ibi ab ore”: allí de su rostro, e incluso una especie de rima interna (pectore/ore), aunque esto es lo menos importante.
 
A la vez que salen palabras verdaderas de lo hondo del pecho del hombre en las situaciones adversas, cae la careta allí de su rostro. No hace falta suponer que lo que queda debajo de la máscara es la realidad, ese anacronismo: la realidad es que la máscara también forma parte de la realidad. Queda mejor como frase lapidaria y redonda, como máxima, la frase de Marchena, o la versión de Unamuno, o la lectura de Valentí: cae la máscara, queda la realidad o queda la cosa o queda el hombre como caso supremo de cosa; pero lo que dicen es algo en cierto modo superfluo, que no hacía falta decirlo. Es preferible esta otra lectura: cae la máscara allí de su rostro: lo que queda, detrás de la máscara, es el rostro. 
 
La más reciente traducción al castellano que he consultado del poema de Lucrecio es la de Francisco Socas, en prosa, publicada en Biblioteca Gredos (Madrid 2003), que sigue la conjetura de García Calvo: Por eso más bien en las pruebas difíciles hay que observar al individuo y en la contrariedad conocer quién es, pues entonces por fin de lo hondo de su pecho se sonsaca la voz de la verdad <y> allí se arranca la máscara de su rostro.


oOo

 





















Encuentro un epigrama de Marcial, III, 43, donde aparece un eco de esta expresión de arrancarse la máscara de la cara. Esta vez es la mismísima Prosérpina, la Perséfone griega, la que va a quitarle la máscara de la cabeza a Letino, que se teñía el pelo para parecer más joven y disimular sus canas: 
 
Mentiris iuuenem tinctis, Laetine, capillis,
tam subito coruus, qui modo cycnus eras.
Non omnes fallis; scit te Proserpina canum:
personam capiti detrahet illa tuo.


Así traduzco el epigrama:

 Pasas por mozo, Letino, tiñéndote los cabellos,
 tan cuervo de sopetón, cisne que ayer eras tú.
 No nos engañas a todos; te sabe Prosérpina cano:
ella la máscara va pronto a quitarle a tu faz.



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