lunes, 15 de enero de 2018

Reivindicación de Alcidamante de Elea

Alcidamante de Elea (Asia Menor), fue discípulo de Gorgias, y, según Cicerón, “rhetor antiquus in primis nobilis”: un orador antiguo notable entre los primeros. Sabemos por el escolio a un pasaje de la Retórica de Aristóteles (libro I, 13, 1373b18) que escribió un discurso en defensa de los mesenios cuando se rebelaron contra la dominación espartana en los años 370-369 ante, recomendando a los espartanos que liberaran Mesenia, cuyos habitantes habían sido sus esclavos -ilotas- durante siglos.

No se trata, al parecer, de un verdadero discurso político pronunciado efectivamente en el ágora, sino de un tratado escolar, una “suasoria” o ejercicio retórico. El escoliasta anónimo de Aristóteles nos ha transmitido una frase del discurso de Alcidamante, que debemos agradecerle, ya que la obra entera no nos ha llegado por las razones que podemos deducir enseguida: ἐλευθέρους ἀφῆκε πάντας θεός, οὐδένα δοῦλον ἡ φύσις πεποίηκεν. “Libres dejó a todos la divinidad, a nadie hizo esclavo la naturaleza”. Viene a decirnos este breve pero valioso texto que la divinidad, un ser divino o, si se quiere, aunque sea anacrónico todavía, Dios, ha creado a todos los hombres libres, es por lo tanto una fuente de libertad, de modo que no hay esclavos por naturaleza: la condición servil no es natural, sino social. Este seguidor de Gorgias reivindicaba de este modo la libertad del ser humano, porque de hecho, como demuestra esa frase, no está justificada la existencia de la esclavitud ni la del dominio del hombre por el hombre como resultado de un conflicto.


La escena que representa el ánfora de arriba conservada -secuestrada, mejor diríamos- en el Museo Británico de Londres corresponde al trabajo servil de cuatro esclavos. Se trata de un jarrón de barro, alto y estrecho, de forma cilíndrica, con dos asas, cuello largo y base cónica, que refleja una escena de vareo y recogida de aceitunas. Hay cuatro figuras humanas negras: un joven desnudo encaramado al árbol lo golpea con una vara, debajo, agachado, otro joven desnudo e imberbe recoge en un cesto las aceitunas que van cayendo. A ambos lados del árbol dos hombres de pie con barba varean el olivo.

Aristóteles nos ha conservado también en el libro tercero de su tratado de Retórica (1406b) una metáfora inadecuada, según él, por su excesiva solemnidad y tono de tragedia, de nuestro Alcidamante: la filosofía, muralla contra la ley τὴν φιλοσοφίαν ἐπιτείχισμα τῷ νόμῳ, o según otra lectura, ἐπιτείχισμα τῶν νόμων muralla de las leyes. Más que ante una metáfora grandilocuente y solemne, como dice Aristóteles, parece que nos hallamos ante una definición política de lo que puede ser la filosofía, una definición que resulta ambigua porque tanto puede entenderse como que la filosofía es un baluarte contra el orden jurídico como una defensa amurallada de la legalidad vigente.


¿Qué hemos de pensar si relacionamos esta definición con el fragmento anterior sobre la esclavitud, que era legal en el mundo antiguo, y que a Alcidamante, que es un filósofo, discípulo de Gorgias, no le parece natural? Pues que la filosofía para él es un baluarte defensivo, una fortaleza amurallada, contra la legalidad vigente, por lo que podría ser considerado un defensor de la naturaleza (phýsis, según el término griego) frente a la ley, costumbre o convención humana (nómos), o, en otro sentido, promotor de unas leyes basadas en la naturaleza y la libertad.

El juicio literario de Aristóteles es bastante injusto con Alcidamante, pues también le parece una metáfora excesiva decir, como hace nuestro autor, que la Odisea de Homero era καλὸν ἀνθρωπίνου βίου κάτοπτρον un “bello espejo de la vida humana”, cuando es una de las mejores definiciones que se han hecho del poema homérico: todo un hermoso reflejo de la  humana condición.

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