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viernes, 8 de diciembre de 2017

La señal de la cruz

Leo en Laudator temporis acti que Catherine Nixey en su libro The Darkening Age: The Christian Destruction of the Classical World (Macmillan, Londres, 2017) informa de que el Museo Arqueológico Nacional de Atenas conserva este busto en mármol blanco de Afrodita, que, como puede verse en fotografía adjunta, fue desfigurado por algún sin duda fanático cristiano que grabó la señal de la cruz en su frente y en el mentón de la barbilla, horadó sus ojos y, no contento con eso, le arrancó la nariz a la diosa. Quizá pretendió así bautizar a Afrodita, cristianizarla, viendo en ella, probablemente, la encarnación del pecado de la carne, una belleza pagana demasiado hermosa como para dejar indiferente a nadie y no inspirar algún deseo pecaminoso o la duda, al menos, en la nueva fe, por lo que procedió a cegarla y a dejarle en su bello rostro el estigma del signo de la cruz.

lunes, 17 de octubre de 2016

¿Zeus y Ganimedes?

    Me escribe y consulta una antigua alumna de la que conservo un inestimable recuerdo si la obra escultórica en mármol blanco “Le vainqueur” (El vencedor) del escultor francés Adolphe Thabard (1831-1905) que yo desconocía totalmente, podría ser una versión erótica e inédita del tema tradicional del rapto de Ganimedes, como había leído ella en alguna página de la Red. 

    Recuerdo yo que habíamos traducido en clase los siete versos que le dedica Ovidio en sus Metamorfosis (X, 155-161) a este Ganimedes, al que los romanos llamaron Catamito, y que será luego más conocido como el aguador de la constelación de Acuario, el pastorcillo frigio de Troya que enamoró a Júpiter, que se transformó en águila real y lo raptó, arrebatándolo y llevándolo en su vuelo hasta el Olimpo. 

Quiso entonces el rey de los dioses a Ganimedes
frigio en amor, y se halló que Júpiter ser deseaba
algo que no era. En ave ninguna se digna mudarse
otra, si el águila no es que pudiese el rayo llevarle. 
Y sin demora, batido el aire con alas de hechizo, 
rapta al troyano, que hoy todavía escancia bebidas 
y echa a Júpiter néctar en contra del gusto de Juno. 

    Y recuerdo también que habíamos visto en clase cuántos tratamientos había tenido en la historia de las artes, tanto de la pintura desde Rubens, hasta Corregio, o Rembrandt entre otros, como en la escultura, pero ninguno desde luego como éste, que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Limoges (Francia) y data de 1888. 

El vencedor, Adolphe Thabard (1888)
    ¿Nos hallamos ante un combate amoroso en el que Ganimedes, el vencido, lucha con el águila y la derrota, y se convierte, de ahí el misterioso título, en el vencedor? Sí y no. Sí que se trata de un combate, pero no parece que sea muy amoroso. Cierto es que el muchacho muestra una postura que hace resaltar de un modo erótico unas nalgas que raramente se muestran así a la contemplación del espectador, lo que puede explicarse como tributo a la musa garçonnière, de la que tanto gusta el escultor en otras varias de sus obras. Recibo esta otra foto, en color y con más iluminación, donde puede apreciarse mejor el águila derribada.

 

    Y esta otra imagen que muestra una vista parcial del conjunto, donde se aprecia el detalle del pico aplastado y el cuello estrangulado del águila:


    Lo primero que se me ocurre es que no es lógico imaginar a Ganimedes venciendo a Zeus, el rey de los dioses y padre de los hombres. Sería un contrasentido. En la historia que narra Ovidio, al menos, el vencedor es Zeus: el águila logra abducir al muchacho sin ningún problema. Es verdad que un artista podría darle la vuelta al mito y presentarnos la historia del revés, desmitificándola como una victoria del muchacho sobre el dios pederasta, pero tendría que ser un tratamiento más moderno o posmoderno, más propio en todo caso del siglo XX o XXI que de finales del XIX como es el grupo que nos ocupa. 

    Rebuscando en los bancos de imágenes de la Red, encuentro otras dos obras escultóricas anteriores a esta con un motivo semejante: un niño desnudo que lucha contra un águila y la derrota. Todas son de las misma época, finales del siglo XIX, y todas pertenecen a escultores franceses. La que me pone sobre la pista de la que estamos tratando es el título bastante explícito de una de sus antecesoras: “La primera victoria de Aníbal” (1885) de Antoine Bourdelle, que no deja lugar a dudas sobre quién es ese niño desnudo que, sonriente, vence al águila, a la que atrapa en su vuelo.

La primera victoria de Aníbal,  de Antoine Bourdelle (1885)


    Y también encuentro este bronce, unos años más antiguo, Aníbal derribando al águila (circa 1870) de Charles Adrien Prosper d'Épinay, que representa al joven Aníbal estrangulando al águila, cuya temática se acerca más a la de Thabard. 
Aníbal derribando al águila de Charles Adrien Prosper d'Épinay (circa 1870)

    Los tres artistas representan una misma escena: un joven Aníbal se enfrenta a un águila poderosa, y consigue derribarla y estrangularla. El primero que aborda este tema es d'Epinay (circa 1870), el segundo sería Bourdelle (1885) y en tercer lugar estaría Thabard (1888). 

    ¿En qué se inspiraron y basaron? No encuentro, por mi parte, en la biografía de Nepote sobre Aníbal ni en Tito Livio ni en el griego Polibio ninguna alusión a este hecho singular. Lo único que comentan las fuentes de la infancia de Aníbal es que su padre lo obligó a jurar odio eterno hacia los romanos. Leo, sin embargo, a propósito de Prosper d'Epinay que después de la lectura de la novela histórica Salambó que Gustave Flaubert había publicado en 1862 en París con notable éxito, se entusiasmó con la anécdota literaria ficticia de que el joven Aníbal, cuando era poco más que un muchacho todavía, consiguió derribar y estrangular a un águila que lo atacó en la cima de un monte, lo que le inspiró su obra escultórica. 

    Hace mucho que leí Salambó de Flaubert, novela cuya lectura recomiendo encarecidamente a los amantes del género. Hojeando la novela ahora, encuentro que, efectivamente, se narra allí la siguiente anécdota: "De continuo (Aníbal) inventa trampas para los animales feroces. La otra luna, ¿lo creerás?, sorprendió un águila; esta lo arrastraba y la sangre del ave de rapiña y la sangre del niño se esparcían por el aire en anchas gotas como rosas voladoras. El animal, furioso, lo envolvía con sus alas batientes; él la estrechaba contra su pecho, y a medida que agonizaba el águila redoblaba su risa, sonora y soberbia como los choques de las espadas”. 

    ¿Qué representa esta águila? No es ya a Zeus viejo verde y pederasta enamorado del lindo pastorcillo frigio Ganimedes, al que abducirá y convertirá en el copero del Olimpo según unos y en su amante, además, según otros, sino a la propia Roma, cuyo emblema y estandarte militar de sus legiones, como se sabe, era un águila precisamente, la reina de las aves del firmamento. Recuérdese el monumental enfado del emperador Augusto cuando se enteró de que los germanos le habían arrebatado sus águilas, o sea sus legiones, a Quintilio Varo. El novelista francés utiliza el simbolismo del águila como una alegoría del poder militar de Roma. El niño o joven efebo no es Ganimedes, sino el futuro general cartaginés que hará temblar a los romanos y que llegará hasta las puertas de Roma, y que a punto estuvo de vengar el sucidio de la reina Didó, abandonada por el despiadado Eneas, y de destruir el incipiente imperio romano si no se hubiera demorado en las delicias de Capua.

jueves, 31 de marzo de 2016

Cabeza de mujer


Esta bella cabeza rota de mujer en mármol, de la primera mitad del siglo I de nuestra era, encontrada en las excavaciones de Dío (norte de Grecia), representa no a una mujer cualquiera de hace dos mil años sin nombre conocido,  sino, según parece, a Agripina la Mayor, la mujer de Germánico, cuñada por lo tanto del emperador Tiberio,  y madre de Calígula.


viernes, 11 de marzo de 2016

Vuelta a casa

El museo parisino del Louvre es el más visitado del mundo. Recibe anualmente la invasión de varios millones de personas. En el año 2013 casi llegaron a diez. 



Tres son sus obras de arte más codiciadas, filmadas y fotografiadas, que no vistas, por la marabunta de los turistas que se amontonan ante ellas. Constituyen el top three, una trinidad que no debe perderse ningún peregrino en su visita al templo de las musas de las bellas artes:    la misteriosa sonrisa de la Gioconda o Mona Lisa que pintó Leonardo,  la prima donna del museo, custodiada constantemente por dos vigilantes de seguridad y blindada tras una vitrina que no oculta los reflejos de la luz; le siguen en visitas, a gran distancia, dos damas más, esta vez escultóricas y de origen griego, la Venus de Milo, encontrada en la isla de Milo (Melos en griego antiguo, una de las cícladas), en 1820,  y la recientemente restaurada Victoria de Samotracia,  descubierta en 1863 en la isla de su mismo nombre, al nordeste del mar Egeo.


La mayoría, cámara, móvil o tableta en ristre, se dedica a sacarles una foto o a hacerse una selfi con estas damas para enseñársela a los amigos: no ven las obras de arte, las filman o las fotografían, que no es lo mismo, para verlas después o para que otros vean que las han “visto”, que han estado allí en su peregrinaje artístico.  No se dan cuenta de que para ver una obra de arte la cámara es un estorbo: basta con posar la mirada directa de nuestros ojos sin ningún filtro para admirarla.


La restauración de la Victoria de Samotracia, la obra maestra de la escultura griega del período helenístico, que data del siglo II antes de nuestra era, ha hecho que aumenten más todavía las visitas al museo.   Tras la restauración, ha salido a la luz un curioso contraste entre la blancura resplandeciente del mármol de la isla de Paros de la diosa y el mármol algo más apagado de la isla de Rodas de la proa de la nave sobre la que se posa en su vuelo. La restauración ha subrayado las formas femeninas de Niqué (victoria en griego, mejor que Nike). El que haya perdido los brazos y la cabeza no le resta atractivo, ya que está provista sin embargo de unas alas que baten al viento con sus plumas hinchadas, como si acabara de posarse sobre el navío victorioso,  y los pliegues de su vestido ondean al  aire todavía.

Ambas obras de arte,  la Afrodita de Milo y la Niqué de Samotracia, exiliadas desde hace más de ciento cincuenta años, deberían volver a su país de origen, a Grecia,  de su ya largo destierro parisino.


Os dejo con el estupendo corto de Aris Caloyerópulos (Ares Kalogeropoulos, en transcripción no fonética),  cuya música también ha compuesto él, que reclama en la lengua del Imperio la devolución del saqueo de todas las obras de arte, incluidos los mármoles de Partenón y la cariátide del Museo Británico, sin olvidar a las dos damas secuestradas en París, la Venus de Milo y la Victoria de Samotracia, a Grecia, su país de origen.