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sábado, 25 de agosto de 2018

Una falsa etimología: educación.

Una falsa etimología

Los pedagogos suelen arrimar el ascua a su sardina y amoldan la etimología del término “educación” al campo semántico propio de su especialidad, previamente definido. Suelen decir que se remonta al latín “educere” que significa educir, es decir, sacar algo, hacer que salga del interior, como por ejemplo en la frase educere uagina ferrum (desenvainar el sable o desenfundar la espada). Pero resulta que la acción de educere es en latín eductio, y en castellano la acción de educir es la educción, a imagen y semejanza de inducción, deducción y demás compuestos. 

Hay en latín otro verbo muy parecido que es educare. Y la acción de educare es, propiamente, la educatio, de donde deriva nuestra educación. Ambos verbos, educere y educare,  están precedidos del mismo prefijo centrífugo e(x)- que indica el movimiento “de dentro hacia afuera”; ambos proceden de una misma raíz indoeuropea, que significa grosso modo “conducir, llevar”, pero resulta que no son sinónimos sino en cierto modo antónimos. 

Un romano como Varrón nos explica la diferencia: educit obstetrix, educat nutrix. La obstetra o comadrona se ocupa del parto; la nodriza, de la alimentación y la crianza (del élevage en francés). 

La educación, pues, está más relacionada con la gastronomía que con la tocología. Prueba de ello son los términos alumno y alma mater, los dos emparentados precisamente con el verbo alere,  que significa “alimentar”: alumnus es el alimentado, el nutrido, el criado, y alma mater, la madre nutricia o nodriza, como se denominó en principio a la Iglesia y a la Virgen María y posteriormente a la Universidad de Bolonia, la más vieja de Europa, fundada en 1088, que adoptó el lema: “Alma mater studiorum”. La metáfora es evidente la Universidad sería la madre que amamanta a su hijo. 

En castellano la palabra educación es un neologismo documentado en el siglo XVII, aunque debió de comenzar a usarse a finales del XVI, según Corominas,  como sinónimo de crianza, instrucción y adoctrinamiento. Los primeros educadores fueron los obispos en el seno de la Iglesia, que se veía a sí misma como la Madre Iglesia, de la que los fieles, concebidos como alumnos, no deberían destetarse porque fuera de la Alma Mater no había ninguna salvación (extra ecclesiam nulla salus). Es ahora el Estado el que ha adquirido la función de madre nutricia, y ha considerado a toda la humanidad educanda, esto es,  “que debe ser educada”, es decir, amamantada con el bolo alimenticio y la sopa boba del adoctrinamiento y adiestramiento canino. La educación se reservó para que la impartiesen los funcionarios del Estado, y la educción, para la mayéutica de Sócrates, el hijo de la partera, perito en partos.



martes, 24 de julio de 2018

De imbecillitate regis o De la imbecilidad del rey

Atentos al latinajo imbecillitas regis: pese a su aparente novedad es más viejo que Matusalén: lo ha sacado a relucir recientemente en las redes Hugo Martínez Abarca, diputado de Podemos, en el artículo publicado en Cuarto Poder: Felipe VI y la imbecillitas regis

Aunque se asocia el nombre propio del actual rey de España, Felipe VI con la palabra latina imbecillitas, no se alude a la supuesta imbecilidad o cualidad de imbécil del soberano ni a ningún dicho o hecho propios de un tal, ni siquiera se refiere en la terminología médica a que el monarca sufra un retraso mental moderado, sino al significado etimológico latino, poco corriente ya en castellano, de flaqueza, debilidad, fragilidad.

Corona de la monarquía española


Y para que quede claro, el autor del artículo afirma que la prueba de la debilidad de la monarquía española vigente reside en el empeño que ponen en defenderla a capa y espada las principales fuerzas parlamentarias, que así se retratan como monárquicas a ultranza, (PSOE, PP y Ciudadanos),  así como algunos otros prohombres de la política con una fe fanática a prueba de bombas en la institución, impidiendo cualquier investigación sobre las graves acusaciones de corrupción que pesan sobre el rey jubilado, padre del actual monarca.

La etimología de imbécil es muy discutida. Corominas afirma que el vocablo está documentado en castellano desde 1524, y que hasta el siglo XVIII conservó su acentuación oxítona sobre la última sílaba: imbecíl y su significado latino de “débil en grado sumo”, pero que fue a partir de ese siglo cuando se convirtió en paroxítona (imbécil) y pasó a adquirir el significado actual de lelo, lerdo, tonto, poco inteligente.

 Coronación de Carlomagno, Friedrich Kaulbach (1861)


Generalmente se admiten dos teorías para explicar este significado de “debilidad”. Las dos relacionan la palabra con “baculum”, báculo, bastón. La primera dice que la debilidad se debe a la necesidad de apoyarse en un bastón para caminar, por lo que el prefijo “IN”, escrito con eme ante be, tendría el valor de “en”, es decir, que un im-becillus o im-becillis sería aquel que necesita la ayuda de un bastón para sostenerse en pie o moverse habida cuenta de su avanzada y debilitada edad.

Pero hay quien piensa que, al revés, estamos ante el prefijo negativo “IN” y que por lo tanto el adjetivo significaría que no tiene bastón, con una doble connotación que encarecería ennobleciéndolo el valor simbólico de la palabra: no tiene la experiencia de los ancianos venerables que se apoyan en su bastón, ni tiene tampoco el poder que confiere el regio báculo de mando, el monárquico cetro, lo que explicaría en ambos casos su debilidad. 

 


Sea como fuere, el concepto de imbecilidad regia,  que utilizaron los historiadores para hablar del menoscabo del poder real en la Edad Media, tras el desmembramiento del imperio carolingio sobre todo, en los siglos X y XI, a raíz  del movimiento Pax Dei o Paz de Dios fomentado por la Iglesia, que surgió en Aquitania, en el sur de Francia, y prohibió a los caballeros -bellatores, guerreros- hacer la guerra a la cristiandad, reemplazó a la paz hasta entonces defendida por la autoridad del Rey, Pax Regis, sensiblemente debilitada dicha autoridad, sea como fuere,  decía, el concepto  sigue siendo válido hoy. 

Se estableció entonces la Tregua de Dios, que prohibía guerrear expresamente en algunos días sagrados de la semana -jueves, viernes, sábado y domingo-, y durante las  festividades religiosas importantes, so pena de excomunión, negándoseles a los trasgresores cristiana sepultura y poniéndoseles en entredicho, con lo que la Iglesia dejaba de celebrar sus ritos hasta que la falta se viese reparada. 

La declaración de la paz de Dios entre la cristiandad llevaría, andando el tiempo, no a una paz efectiva, sino a la promoción de guerra al infiel y al establecimiento de las Cruzadas, o guerras santas, y por lo tanto a la santificación de la guerra,  y, corriendo más el tiempo hasta nuestros días, al fomento de la guerra contra el enemigo, que ya ni siquiera se llama guerra ("llaman paz a la guerra y verdad a la mentira", que cantó el poeta),  sino defensa de la democracia, la propia paz (sic) y los derechos humanos así como preventive war y fight against terrorism, en la lengua de Shakespeare que es, ay, la del Imperio, para que no se entienda muy bien lo que quiere decir, pero esa es otra historia que ahora no viene mucho al caso...

 Cristo pantocrátor u omnipotente de San Clemente de Tahull


No obstante, este viejo concepto de la imbecilidad regia o imbecillitas regis puede resultarnos útil todavía para generalizarlo como la impotencia no ya de nuestra monarquía y de nuestro rey en particular, sino de todos los poderes y poderosos de este mundo y del otro, si lo hubiere, porque todos ellos, sean reyes, reinas o jefes de Estado, o presidentes de la República, ministros, ministras o subsecretarios o empresarios o lo que sean, es decir, todos los potentados,  que se creen que mandan y ostentan algún poder en la sociedad, son en realidad los más mandados, los más obedientes y sumisos,  más incluso que nosotros, que somos sus súbditos, los humildes contribuyentes y votantes, por lo que no pueden hacer por lo tanto nada que no esté previsto y de alguna manera mandado hacer o hecho ya de antemano, lo que pone en tela de juicio su poder,  y en el caso de Dios su omnipotencia.


jueves, 12 de julio de 2018

CVM LAVDE

Si nos planteamos la cuestión de si  los títulos académicos que ofrece el sistema educativo son  un indicio de inteligencia o, por el contrario, no lo son, podemos resolver, habida cuenta de que todos conocemos alguna persona inteligente sin ninguna titulación académica, y algún diplomado, graduado o posgraduado con muy escasa o nula inteligencia, que no hay una relación directa y lógica entre lo uno y el título acreditativo de lo otro. 

Tomemos, por ejemplo, en consideración el título de doctor,  que la RAE define como “persona que ha recibido el más alto grado académico universitario”. Lo mismo que la Santa Madre Iglesia tiene doctores que sabrán responder, según rezaba el catecismo del padre Astete, la Universidad también tiene doctores, expertos en sus respectivas tesis doctorales que no sirven para nada más que para otorgarles el título de doctor a los doctorandos, y, en el mejor de los casos, otorgárselo “cum laude”, es decir, con elogio. 

 

En el sistema educativo español, la mención cum laude es la máxima puntuación, aplicable solo a los doctorandos que alcanzan la calificación de sobresaliente y la unanimidad del tribunal evaluador. En caso de que no haya unanimidad,  la calificación suele quedar en simple sobresaliente (sine laude), de ahí no suele bajar,  pero es raro que no obtgenga el cum laude porque a los miembros del tribunal los escoge el director de la tesis, que se juega su prestigio académico de alguna manera si la tesis no es evaluada muy positivamente con todos los laureles honoríficos. En otros sistemas educativos se distinguen varios grados en el elogio: cum laude, con alabanza; magna cum laude, con gran alabanza;  y summa cum laude o maxima cum laude, con la mayor alabanza.


¿De dónde viene esa expresión de cum laude? Pues de la lengua de Virgilio y de Cicerón:  cum es el origen de nuestra preposición “con” y laude es la forma de ablativo, que se caracteriza por la desinencia –e,  del nominativo laus, que ha perdido la –d final de la raíz laud- al añadírsele la característica –s, y quiere decir “elogio, loa, alabanza, halago”.




El verbo latino laudare “alabar” es el origen del cultismo laudar. De esta raíz latina conservamos en castellano
laudar: fallar o dictar sentencia laudo un árbitro o juez.
laudable: digno de alabanza.
laudatorio: que alaba o contiene alabanza.
laude o lauda: piedra con inscripción sepulcral por las alabanzas que solía contener del difunto –por el prejuicio tan presente en nuestra cultura de que “de mortuis nil nisi bene“: de los muertos no hay que decir nada más que lo que está bien, porque son intocables,  no vaya a ser que sus espíritus se enfaden con  nosotros y nos hagan la supervivencia imposible.  

En este sentido eran célebres en Roma las funebres laudationes o elogios fúnebres de los muertos, que perviven de alguna manera en las notas necrológicas de nuestros periódicos cuando fallece algún personaje importante del mundo de la cultura o de la política.

laudes:  en la liturgia de las horas de la iglesia cátolica, son las oraciones de la segunda hora, que se dicen después de maitines. 
laudo:  decisión o fallo que dicta el árbitro o juez.

Pero el verbo latino laudare origina también la palabra patrimonial o vulgarismo loar y sus derivados.
loar:  elogiar
loa: alabanza, elogio, lisonja.  
loable:  digno de loa.
loor:  elogio.  



Las loas y los loores, elogios y alabanzas, por lo tanto, de todos los doctores CVM LAVDE que tiene la Santa Madre Iglesia que es la Universidad  no sólo son muy sospechosos, sino claros indicios de la poca o nula fiabilidad de la inteligencia de las cosas de quienes los emiten y reciben.

lunes, 2 de julio de 2018

Plus es más (De pluses, pliegues y pluralidades).

PLUS ES MÁS

La raíz indoeuropea *PL- con vocalismo reducido expresa, por lo que parece, la idea de “multiplicidad y abundancia“. La encontramos en el adjetivo PL-ENUS, que origina nuestro doblete pleno/lleno , en PL-US que conservamos en plural, en PL-EBS , que origina plebe y plebeyo, y en el verbo PLEO que con varios prefijos conservamos en completo, repleto, implemento, complemento, suplemento y en cumplir y suplir. La misma raíz *PL con vocalismo /o/, crea en griego el adjetivo polu/j, que quiere decir “mucho” y que da origen al prefijo poli- que usamos con ese mismo valor: polivalente, polideportivo, politeísta, polinomio... 

PLEX- PLEJ-

Si le añadimos a la susodicha raíz *PL- el alargamiento -EK, adquiere entonces el valor de “ensamblamiento”. Así se ve en el verbo griego πλέκω que significa trenzar. Esta raíz se conserva en latín con un añadido consonántico dental -T- en el verbo PLECTO, que quiere decir tejer, entrelazar, cuyo participio es PLEXUS y está formado verosímilmente por analogía con su tema de perfecto PLEXI, donde X representa los fonemas CS, una vez que ha desaparecido la T asimilada a la S del tema de perfecto (PLEXI<PLECSI<PLECTSI). Este participio PLEXUS origina nuestro cultismo castellano plexo “red formada por filamentos nerviosos o vasculares entrelazados” utilizado en anatomía: plexo hepático, plexo sacro, plexo solar.

También tenemos en latín un compuesto COMPLECTOR “abrazar, abarcar”, cuyo participio COMPLEXUS nos proporciona otra raíz, que conservamos en castellano en la palabra complexión “conjunto de las características físicas de un individuo, que determina su aspecto, fuerza y vitalidad”, y en castellano actual complejo, complejidad, acomplejar desde que una norma ortográfica de la Academia de 1815 sustituyó la grafía x por j.


Otro compuesto latino de esta raíz con el prefijo PER-, que le da un acusado valor intensivo, es PERPLEXUS, que significa “entrelazado, confundido, sinuoso, tortuoso”, de donde procede nuestro perplejo.

APEPÉS (APLICACIONES)


Esta misma raíz, *PL-EK- modifica su timbre vocálico y se convierte en latín en /plik/, como en el verbo PLIC-ARE que quería decir doblar, y que origina plegar (y plica y pliego y pliegue) y llegar. Si recurrimos a varios prefijos y se los anteponemos a este verbo, obtenemos una rica familia de compuestos, como:


AP-PLIC-ARE, que es el origen de nuestro cultismo aplicar (y aplique y aplicado) y del término patrimonial allegar y sus numerosos allegados, así como de las APEPÉS: APP no es un acrónimo ni una abreviatura castellana sino inglesa de application, aplicación en la lengua de Cervantes: nuestra abreviatura podría ser AP o APL, pero no APP. Sin embargo, se ha impuesto el anglicismo "apepé" por ser hoy el inglés la lingua franca del Imperio: la consonante geminada /p/, fruto como era de la asimilación regresiva latina de la /d/ a la /p) siguiente (ad-plicatio > ap-plicatio), que en castellano se simplificó por ley de economía fonética, resulta que se nos restituye y reaparece ahora de nuevo por la servidumbre informática anglosajona de la moda.


COM-PLIC-ARE, que da complicar, y la complicidad del cómplice a veces no poco complicada

*DE-EX-PLIC-ARE, origina desplegar y despliegue.

EX-PLIC-ARE: se conserva explícitamente en explicar sin mucha explicación

IM-PLIC-ARE, por su parte, es implicar, implícitamente, pero también emplear y empleo, que es término más común, así como es común el desempleo.

RE-PLIC-ARE: origina el cultismo replicar y, como réplica, el término patrimonial replegar y repliegue. 

SUP-PLIC-ARE, por su parte, se conserva en suplicar, que propiamente significa doblarse prosternándose, de donde nuestra súplica, pero también nuestro suplicio



MULTI-PLIC-ANDO, que es gerundio.



Pero todo esto, con no ser poco, es todavía muy simple, simplicísimo, algo simplón, así que podemos complicarlo un poco, sólo un poco más, utilizando los diez primeros números para multiplicar, que quiere decir hacer muchos (multi) pliegues, ya que multiplicar es lo mismo que sumar varias veces el mismo número, y obtener así múltiples múltiplos. Del uno al diez están todos excepto el uno, porque uno por uno es uno, y el nueve. 


No aparece el uno porque un número multiplicado por 1, como elemento neutro de la multiplicación que es, da como producto el mismo número, es decir no se multiplica: el producto es igual al multiplicando o, propiamente hablando, no hay producto porque no hay multiplicación: uno por uno es uno. Algo que se da una vez no se da ninguna vez, según el aforismo alemán: einmal ist keinmal: ua vez no es ninguna vez. La unidad no puede plegarse sin romperse. Se queda directamente como está. Si a la raíz indoeuropea de uno, que es *SEM-, le añadimos *PLEK-S, obtenemos SIMPLEX, que por apofonía se convierte en SIMPLICIS en el genitivo y demás formas de su declinación. Significaría caracterizado por ser una unidad singular, indivisible, siendo absurdo multiplicar por uno, lo que sí podemos hacer (FACERE>FICARE) es SIM-PLI-FIC-ARE, simplificar, que los pliegues se reduzcan. 

No se sabe muy bien por qué no está el nueve en la relación, y no podemos nonuplicar, quizá por la complejidad de su tabla multiplicatoria

DU-PLIC-ARE origina duplicar y reduplicar, y el término patrimonial doblegar, conservándose el latinismo dúplex con vario significado que alude en todo caso a la idea de doble, donde la raíz original *PL (presente en el adjetivo ya desusado duplo) se ha sonorizado y convertido en *BL.
TRI-PLIC-ARE, triplicar.
QUADRU-PLIC-ARE, cuadruplicar y cuadriplicar, válidas ambas según la Academia; la segunda, formada sobre la analogía de triplicar.
Y los siguientes serían QUINTU-PLIC-ARE, quintuplicar, SEXTU-PLIC-ARE, sextuplicar, SEPTU-PLIC-ARE, septuplicar, OCTU-PLIC-ARE, octuplicar, DECU-PLIC-ARE, decuplicar, y finalmente del diez saltamos al cien, CENTU-PLIC-ARE, centuplicar

miércoles, 20 de junio de 2018

Hastío de la vida (taedium uitae)

La expresión latina “taedium uitae” (aborrecimiento de la vida), esbozada en Séneca, aparece como tal por primera vez en autores como Tácito, Plinio el Viejo y Aulo Gelio, y de ahí se extiende a la literatura cristiana, donde designa el disgusto por la vida terrenal, y se acompaña muchas veces como lógica consecuencia del “desiderium mortis” (deseo de la muerte)

 Muerte de Marat (David) / Epigrama 472 B Antología Griega VII  (Leónidas de Tarento) 

¿Cómo no recordar aquí el “Vivo sin vivir en mí / y tan alta vida espero / que muero porque no muero” de Teresa de Ávila? 

Llega después hasta la literatura moderna, donde son numerosísimos los testimonios de este hastío de vivir que se hace endémico en el siglo XIX y XX: Gabrielle D' Annunzio, Oscar Wilde, Herman Hesse, Jean Paul Sartre, Giacomo Leopardi, que lo denominó en italiano “noia di vivere”, o Fernando Pessoa, que lo clavó en este aforismo: El tedio no es la enfermedad del hastío de no tener nada que hacer, sino la enfermedad más grave de sentir que no vale la pena hacer nada.



La palabra “taedium”es el origen de nuestro tedioso tedio. Significaba cansancio, fatiga, aversión, repugnancia, asco, aburrimiento... La encontramos en “fastidium”, que es un compuesto de *fastitidium donde se ha evitado por haplología la repetición cacofónica de la sílaba -ti-,  compuesto de "fastus" (orgullo, altivez, altanería, desdén) y "taedium" (molestia, disgusto...). La palabra "fastidium" evoluciona al castellano dando origen a un doblete: el cultismo fastidio y la palabra patrimonial hastío, en la que ha desaparecido la f- inicial dejando el recuerdo ortográfico e innecesario de una hache, y ha desaparecido también la -d- intervocálica como lo sigue haciendo en nuestros participios: *hablao, y, en el sur, *venío.

Se ha relacionado a veces la depresión, la melancolía y el “taedium uitae” con órganos de nuestro cuerpo buscando una explicación fisiológica de tales males. Prueba de ello es la palabra spleen, que tiene su origen en el griego σπλῆν σπληνός ὁ —splḗn, que era el nombre de la glándula del bazo. En inglés asimismo quiere decir bazo, escrito spleen. El diccionario de la Real Academia Española acepta la grafía "esplín", adaptada de la pronunciación inglesa, y define el término como “melancolía, tedio de la vida”. En francés, spleen representa el estado de melancolía sin causa definida o de angustia vital de una persona, que acertó a poetizar Baudelaire. 

Contra esta melancolía atrabiliaria -ambas palabras, griega la primera y latina la segunda significan como calcos semánticos que son la misma cosa: bilis negra-, encontramos en cambio el antídoto de una sentencia medieval donde se dice que es la cosa más tonta (lo más necio o estúpido que hay) el desiderium mortis que podría llevarnos a acelerar el viaje al Orco, es decir, a los infiernos por hastío de la vida. Así reza en latín: Taedio uitae properare ad Orci iter stultissimum est.

jueves, 31 de mayo de 2018

Del sufijo -ismo /-ista

No habrá seguramente sufijos más abundantes y universales que -ismo e -ista no sólo por su rancio abolengo, sino también por lo productivos que siguen resultando todavía. Proceden del latín -ismus e -ista, y en última instancia del griego -ισμός e -ιστής. Pero en su origen no eran tales simples sufijos, sino la fusión de una raíz verbal acabada en -íζ-, como resultado del protogriego *-ιδy-  donde la yod se aplicaba a activar raíces nominales (por ejemplo ἐλπίδy-ω > ἐλπίζ-ω, esperar, sobre la raíz  ἐλπίδ- esperanza), con los sufijos propiamente dichos -μός de acción y -τής de agente, como por ejemplo βαπτίζω (sumerjo, bautizo), que origina βαπτισμός, bautismo, y βαπτιστής, bautista.

La formación del sufijo -ισμός a partir de verbos acabados en -ίζω es paralela a la creación de sustantivos acabados en -ασμός y -αστής a raíz de verbos acabados en -άζω. Este último sufijo, sin embargo, no ha tenido tanta difusión como el primero, del que hay centenares de ejemplos en la lengua griega, aunque hay algunos casos como el verbo ἐνθουσιάζω del que conservamos los sustantivos ἐνθουσιασμός, entusiasmo, y ἐνθουσιαστής, entusiasta. 



En origen, pues, el sufijo -ismo servía para re-crear sustantivos a partir de raíces verbales formadas sobre nombres, y denotaba proceso que expresa la acción o a veces resultado. Este procedimiento acabó extendiéndose a cualesquiera otras raíces verbales y nominales. Muy abundante en griego clásico, pasó al latín en helenismos a partir del siglo II de nuestra era, y a partir del siglo IV se hace cada vez más abundante y productivo, usándose ya para crear neologismos que no son préstamos griegos, hasta llegar a las lenguas modernas donde sigue estando vivo y productivo.

El sufijo -ίζω tenía en griego clásico un doble valor: por un lado factitivo y por otro ecoico u onomatopéyico. Cuando se unía a un gentilicio o a un nombre de persona, se indicaba adopción de costumbres, partido o lengua: ἐλληνίζω hablo griego, φιλιππίζειν ser del partido de Filipo. En el diccionario de Anatole Bailly aparece χριστιανίζω con el significado de hacer profesión de fe cristiana, y a raíz de ahí χριστιανισμός, cristianismo como la profesión de dicha creencia religiosa. La adaptación latina sería christianizo y christianismus, documentada ya en Tertuliano. Sobre este modelo se formarán nombres de religiones, herejías, sectas o sistemas filosóficos. A partir del Renacimiento y hasta nuestros días las formaciones en -ismo comienzan a ser numerosas en todas las lenguas europeas.

Los usos modernos más importantes de este sufijo son la formación de un nombre de acción sobre verbos acabados en el sufijo -izar, denominando el proceso o el cumplimiento de la acción o su resultado, como por ejemplo bautismo, organismo, sincronismo, pero también una característica personal como heroísmo, patriotismo, despotismo, sin olvidar la formación de un sistema, teoría o práctica de tipo religioso o filosófico, político o social, basándose a veces en el nombre propio del fundador como budismo, calvinismo, epicureísmo... Pueden formarse con términos descriptivos nombres de doctrinas o ideologías como agnosticismo, estoicismo, feminismo, capitalismo, machismo, hedonismo... Un uso documentado desde la antigüedad es la formación de términos que denotan una peculiaridad lingüística como anglicismo, latinismo, a los que puede añadirse arcaísmo, clasicismo, modernismo, vulgarismo, y tantas denominaciones de tendencias artísticas vanguardistas como surgieron en el siglo XX.

Interesa especialmente por su reciente actualidad la formación moderna de nombres que tienen el falso sentido de superioridad o supremacismo como racismo, sexismo, nacionalismo, especismo, patriotismo, etc. sin perder de vista el que engloba a todos los demás humanismo, por aquello de Protágoras de que el hombre es la medida o metro patrón de todas las cosas "de las que son en cuanto son, de las que no son en cuanto no son", lo que implica que vemos la realidad bajo nuestra óptica humana, reduciéndola a nuestra medida.



martes, 13 de marzo de 2018

SVA CVIQVE PERSONA

A poco sensible que sea uno, le puede pasar a cualquiera en Florencia lo que le sucedió a Stendhal, el novelista francés, cuando visitó la capital de la Toscana, que, entusiasmado ante la belleza de las iglesias y los palacios,  sufrió un arrechucho y se desmayó. No pudo asimilar una experiencia estética tan intensa, fenómeno que ha dado en llamarse el  “síndrome de Stendhal”.

Y es que no es poco el patrimonio cultural que atesora la ciudad del divino Dante y del no menos grande Boccaccio, la ciudad del infinito Miguel Ángel, y del genio de Botticelli, la ciudad del Renacimiento, del rojizo Arno y del Duomo y la cúpula de Bruneleschi, la ciudad del mecenazgo de los Medici y de los artistas, la ciudad que seguramente atesora más obras de arte por metro cuadrado de todo el mundo.



En la Galería de los Uffizi de Florencia puede contemplarse este retrato de mujer anónima atribuido a Ghirlandaio, y que puede pasarnos completamente desapercibido entre tantas obras maestras de la pintura universal si no fuera acaso por un detalle que llama la atención y que va a darnos mucho de lo que hablar. El retrato data de 1510 aproximadamente,  y se había supuesto hasta hace poco que era de Rafael.   Es un rostro de mujer triste, enigmático, de una gran delicadeza. Hay quienes dicen que se trata de una monja y quienes simplemente ven a una dama un tanto melancólica con velo que sostiene un libro entreabierto. 

                                                                                     
                                                                                                                              


Lo más curioso es que el retrato tiene una cubierta diseñada para deslizarse sobre la imagen de la enigmática dama y ocultar su rostro. Esta cubierta es otro óleo.  Se trata de una pequeña tabla (73 x 50,5 cm), con un hermoso motivo de grutescos en camafeo –en la parte superior un flamero en medio de dos amables delfines, una pequeña cabeza de zorra, y en la parte inferior dos dragones o serpientes con cabeza de león que apoyan una pata en dos pequeñas máscaras situadas en los ángulos inferiores –y en el centro una leyenda debajo de la cual se halla una máscara con una ligera carnación, labios apretados y las cuencas de los ojos vacías. 

La diminuta cabeza de zorra que asoma debajo del flamero en forma de copa donde arde una llama puede hacer referencia a una famosa y brevísima fábula de Fedro y de Esopo: la zorra y la máscara trágica: una zorra  encontró por casualidad una máscara de un actor de tragedia y exclamó: “¡Qué bonita  es, pero qué lástima que no tenga seso!”. La astuta raposa no se dejó engañar por las apariencias, aunque reconoció su belleza. Y es que ya lo dice el refrán: no hay que fiarse de las apariencias, pero lo cierto es que la realidad está tejida  de ellas.  Quizá no haya que fiarse mucho de la realidad tampoco.

Sobre la máscara una inscripción en letras mayúsculas reza lapidariamente en latín, lengua lapidaria por excelencia:  SVA CVIQVE PERSONA:  a cada cual (le corresponde) su máscara, es decir, cada uno tiene su propia máscara. La frase es de Séneca, concretamente de su tratado Sobre los beneficios, de un pasaje del libro II, capítulo 17, que reproduzco más abajo en paráfrasis y versión original.

Era costumbre cubrir los retratos con una carpeta para protegerlos, o con una tabla pintada y con una leyenda, como esta que nos ocupa, cuya función era parecida a la de los reversos de algunos retratos de los siglos XV y XVI, en los que detrás del retrato de un hombre o una mujer jóvenes, por ejemplo, se podía encontrar la leyenda: MEMENTO MORI (recuerda que eres mortal), un fúnebre recordatorio como contraste de la belleza insolente de la juventud. Pero la tabla que nos ocupa, con una máscara teatral y carnavalesca como motivo central, es una cubierta delantera que hace que antes que veamos el retrato nos enfrentemos a ella.
 
Cada cual tiene su propia máscara. Nótese que la palabra "persona" es en latín un falso amigo: no significa persona, que se diría "homo", sino máscara de teatro. La palabra persona ha tenido tanta resonancia entre nosotros que hoy todo está personalizado y tiene que ser personal, dado nuestro individualismo.  Se discute mucho su etimología. Se ha pensado que está relacionada con "personare", es decir, con "resonar", dado que la máscara teatral tenía la doble función de caracterizar al personaje como trágico o cómico, hombre o mujer, joven o viejo, y al mismo tiempo de actuar como caja de resonancia para la voz. Pero esta ingeniosa etimología es una etimología falsa de origen popular, porque la palabra parece que no es latina, sino de procedencia etrusca: phersu, y esta a su vez derivaría del griego "prósopon", nombre de la cara y de la máscara que la caracteriza, nombre de la faz y del antifaz. Del "prósopon" griego procede nuestra prosopopeya o personificación.




El caso es que de ahí, de una palabra que significaba "máscara" en principio vienen nuestras personas, nuestros personajes, y  hasta nuestra propia personalidad. No olvidemos que la cara es el espejo del alma, según el refrán popular. Y que la cara es la manifestación primordial de la persona,  pero "persona", según la sugerencia etimológica, es la máscara teatral cómica o trágica,  o, ni lo uno ni lo otro en estado puro, sino dramática mezcolanza generalmente, porque la vida es la farsa que todos llevamos a cabo, como dijo Rimbaud, el poeta adolescente. De alguna manera, todos somos unos hipócritas en el sentido etimológico de la palabra: La palabra “hipócrita”, en efecto,  significa en griego “actor”: está compuesta del prefijo hipo- , que significa “por debajo”, y del sustantivo tan de moda “crisis”, que quiere decir “juicio, acción de juzgar, discusión, explicación”. De manera que el que juzga, discute o critica “por debajo” es el actor, el que representa un papel en el teatro, el que se esconde detrás de la máscara: todos nosotros. De ahí el significado moderno de hipócrita e hipocresía.

Si toda persona tiene su propia máscara, ninguno de nosotros muestra su alma al desnudo. Toda identidad es, por lo tanto, una falsa identidad, real pero falsa. No hay que fiarse de las apariencias. No hay que fiarse de la realidad. Nadie duda que la realidad sea real, como su nombre indica, pero quizá sea mucho suponer que por ser real sea verdadera y no falsa.

Sua cuique persona. Un filósofo cínico (1) le pidió una vez al rey Antígono la limosna de un talento (2).  Éste respondió “es mucho más dinero de lo que alguien como tú debería pedirme”.  Tras esta negativa,  el mendigo volvió a intentarlo pidiéndole esta vez sólo un denario (3).  Antígono le respondió:   “es menos de lo que alguien como yo, todo un rey, convendría que te diera”.  Una agudeza tan sofisticada y sutil de este tipo es muy poco honesta.  Pues el monarca encontró el modo de no darle ni lo uno ni lo otro que le pedía;  para no darle un mísero denario se escudó en su condición de rey, para no darle un excesivo talento en la de filósofo cínico del mendigo, cuando podría haberle dado un denario como se le da a un mendigo cualquiera, o  en su calidad de rey magnánimo y generoso un talento. Aunque es algo más que lo que un cínico puede recibir, nada es tan poco que la generosidad de un rey no pueda atribuirlo honestamente.    Si me preguntas mi opinión, lo apruebo: es algo intolerable pedir limosna, y despreciar el dinero. Si has proclamado tu odio al dinero:  lo has profesado; tú te has puesto esta máscara y desempeñas ese papel; tienes que llevarla consecuentemente. Es algo que está fuera de lugar procurarse dinero so pretexto de pobreza. Así pues cada cual debe considerar su propia máscara no menos importante que la de aquel al que piensa socorrer. 

(1) Los cínicos eran los seguidores de Diógenes, llamado el Perro. Cínico significa "perruno, canino" en griego. Los cínicos eran los anarquistas y nihilistas de la antigüedad. Despreciaban todas las convenciones sociales, que rechazaban, incluído el dinero. 
(2) Un talento: Equivalía a 21000 gramos de plata. Dado que el denario equivalía a 4 gramos, se podía decir que un talento equivalía a más de cinco mil denarios. Una cantidad excesiva a todas luces.  El cambio de significado de esta palabra griega se debe a la parábola evangélica de los talentos, que da a entender que el hijo que tiene "talento" no es aquel que derrocha el dinero alegremente, sino el que lo capitaliza y rentabiliza como buen capitalista y lo invierte para generar más riqueza.
(3) Un denario:   Equivalía a 4 gramos de plata. Del nombre de esta moneda procede nuestro "dinero" y los "dinares" del mundo árabe.

He aquí el texto original del insigne filósofo cordobés: Ab Antigono cynicus petiit talentum. Respondit "plus esse, quam quod cynicus petere deberet". Repulsus petit denarium. Respondit "minus esse, quam quod regem deceret dare". Turpissima est eiusmodi cauillatio. Inuenit quomodo neutrum daret; in denario regem, in talento cynicum respexit: quum posset et denarium tanquam cynico dare, et talentum tanquam rex. Ut sit aliquid maius, quam quod cynicus accipiat, nihil tam exiguum est, quod non honeste regis humanitas tribuat. Si me interrogas, probo: est enim intolerabilis res, poscere nummos, et contemnere. Indixisti pecuniae odium; hoc professus es; hanc personam induisti: agenda est. Iniquissimum est, te pecuniam sub gloria egestatis acquirere. Adspicienda ergo non minus sua cuique persona est, quam eius, de quo iuuando quis cogitat. (Séneca, De beneficiis, II, 17).

lunes, 29 de enero de 2018

Smart, un anglicismo que vende

-Teléfonos inteligentes: La expresión "teléfono inteligente" es traducción de smartphone en la lengua del Imperio, que, a diferencia de la nuestra, no tiene moción de género en el sustantivo ni de número en el adjetivo, y se caracteriza, además, por su gran economía silábica. En efecto, mientras que “teléfonos inteligentes” son nueve sílabas, smartphones, pese a sus once letras, sólo son dos.  Según la inevitable Güiquipedia, el esmarfon, vamos a decirlo con el anglicismo castellanizado por economía lingüística, es un “tipo de teléfono móvil construido sobre una plataforma informática móvil, con mayor capacidad de almacenar datos y realizar actividades, semejante a la de una minicomputadora, y con una mayor conectividad que un teléfono móvil convencional.” A la hora de explicar por qué se llama inteligente a este engendro, dice la inevitable que “el término inteligente, que se utiliza con fines comerciales, (negrita mía) hace referencia a la capacidad de usarse como un computador de bolsillo”. Muy clarividente lo de que el término inteligente se usa con fines comerciales. La publicidad nos engaña haciéndonos creer que puede volvernos inteligentes a sus usuarios  utilizar un artilugio de estos, cuando lo que suele hacer es precisamente lo contrario: entontecernos.


-Ciudades inteligentes: La expresión «ciudad inteligente» es calco del inglés «smart city». En cuanto a lo que se entiende por “inteligente”, puntualiza la inevitable que no hay una definición precisa: “Es un concepto emergente, y por tanto sus acepciones en español y en otros idiomas, e incluso en el propio idioma inglés, están sujetas a constante revisión.” Muy bueno lo de concepto “emergente” y lo de acepciones “sujetas a constante revisión”. No se trata, por lo tanto, de un concepto bien establecido y definido, sino que cada cual usa según su criterio y conveniencia personales. Para unos está relacionado con la utilización de las nuevas tecnologías de la comunicación, para otros con la sostenibilidad y la mejora de la calidad de vida en las ciudades... y cada cual lo emplea un poco a su antojo y barre para casa según sus intereses.


Tarea interminable la de interrogarse more Socratico qué son las cosas, porque siempre que nos preguntamos qué es una cosa estamos cuestionándola, poniéndola en tela de juicio, como cuestionamos el hecho en sí de que haya ciudades inteligentes o de que sea inteligente vivir en urbanizaciones,  hacinados en viviendas (más bien muriendas) de bloques de pisos.

En realidad, no son traducciones exactas ni “ciudades inteligentes” ni “teléfonos inteligentes” dado que el adjetivo “smart” en inglés no sólo significa inteligente (en el sentido de clever), sino también elegante, fino (en el sentido de elegant) y además rápido, ligero (en el sentido de quick), entre otros, incluido afilado y agudo (en el sentido de sharp), que parece que es su significado más antiguo. La smartness de hecho se define en primera instancia como elegancia, sofisticación y buena presencia, y también como inteligencia y agudeza.

En cuanto a la etimología de smart (que puede ser adjetivo, como cuando en los casos vistos se aplica a ciudades y teléfonos; sustantivo, aunque ya en desuso,   con el significado de “dolor agudo, sufrimiento” y moción de número smarts, como su pariente alemán Schmerz;  y verbo “herir, doler, sufrir”), procede,  según Pokorny (página 737) de la raíz indoeuropea *mer-5 con alargamiento dental *(s)mer-d, como demuestra la comparación con el verbo alemán schmerzen, con el significado de lastimar, hacer daño, latín mordeo, que quiere decir morder (con pérdida de la s- inicial), y el griego σμερδνός, σμερδαλέος `horrible, terrible', y las formas antiguas germánicas smerzan (hacer daño), smerzo (dolor),  smerten,  smarten, y la anglosajona smeortan (hacer daño).


Pero la etimología nos depara una sorpresa escatológica: Pokorny relaciona esta raíz con *smerd- y el significado, probablemente ya indoeuropeo,  de “apestar, heder, oler mar”, como revela la comparación con una lengua báltica como el letón donde smir̂dêt significa “apestar” y smirdošs “maloliente” o el lituano smìrda ("apestar"), y el ucraniano smórid ("hedor"), lo que nos lleva al resultado latino de “merda” y  sus desarrollos romances: merda, merde, mierda.  No es imposible ni muy descabellado suponer que una raíz que en principio significaba “cortar, hacer daño, morder” acabe aplicándose a un olor fuerte e intenso como el de los excrementos animales, y acabe así sugiriéndonos que los sustantivos a los que se aplica el agudo adjetivo, como los ejemplos vistos de teléfonos y televisiones, son fecales o  literal- y como dice la gente vulgarmente, una mierda pinchada en un palo. 


Lo curioso es que la palabra smart, pese a su etimología estercolera,  vende, genera fácilmente al decir de los políticos y economistas “presencia mediática” lo que supone buenos dividendos económicos, que es lo que interesa,  por lo que es un buen reclamo publicitario para los tontos que somos, para los que somos tontos,  que algunos alcaldesos y alcaldesas, edilesos y edilesas utilizan sin ningún empacho para transmitir que su ciudad, gracias a su pésima gestión, está en primera línea de las nuevas TIC,s. o simplemente "on line", como cuando antaño se decía con rancio galicismo "à la mode". Hasta tal punto vende este adjetivo que se ha llegado a aplicar, como hemos visto, a una cosa tan necia en principio y tan estupefaciente como es la caja tonta,  y a otros artefactos tan letales como las bombas y misiles presuntamente  "inteligentes".

jueves, 18 de enero de 2018

¿Hace falta gobierno?



Gubernator rector nauis est, qui clauum tenens, quietus in puppi sedet. Claui nomen gubernaculum uel gubernaclum uel gubernum est, quo ipsa nauis regitur. Haec uox “gubernator” a Graeco κυβερνήτης deriuatur. κυβερνητικὴ τέχνη, id est, cybernetica ars, apud Graecos, regendae nauis ars erat. 
 


CIBERNÉTICA procede del griego κυβερνητικὴ τέχνη: el arte del piloto, que en griego se llama κυβερνήτης (timonel), de gobernar o manejar el timón de la nave.
GUBERNAC(U)LUM -I: gobernalle, timón. GUBERNACULA REIPUBLICAE: El gobierno del Estado, el timón de la nave del Estado.
GUBERNATIO -ONIS: dirección de una nave, gobierno, gobernabilidad, gobernación.
GUBERNATOR -ORIS: el que tiene el timón o gobernalle, timonel, piloto.
GUBERNO -AS -ARE -AVI -ATUM: (griego κυβερνάω) dirigir una nave, sostener el timón, conducir, gobernar.
GUBERNUM -I: gobernalle

Castellano: gobernante, gobernanta, gobernabilidad, desgobierno, gobierno, desgobernación y gobernanza.
 

-¿No es lo mismo "gobierno" (castellano) que "govern" (catalán)? ¿No se trata a fin de cuentas de lo mismo, el mismo perro, con otro nombre, distinto collar?

-¿Hace falta gobierno? ¿Para qué? En Argentina se popularizó hace unos años el grito auténticamente popular: ¡Qué se vayan todos! ¡Y que no quede ni uno! Con ese grito, auténtica uox populi,  se trataba de destituir el gobierno. Gobernar no es más que quitarle al pueblo su capacidad política; gobernar democráticamente es hacerlo con su aquiescencia. El pueblo puede destituir al gobierno. Lo malo es que suele hacerlo instituyendo o constituyendo otro que lo recambia. El cambio se convierte en un recambio. Y así se destituye un gobierno, pero no el Gobierno.

 -En España se oyó otro grito popular allá en la primavera, corría el mes de mayo, del año 2011 en la Puerta del Sol de Madrid que resonó luego en muchas otras plazas, hasta en la Plaza Porticada, por ejemplo, sin ir más lejos,  de Santander: ¡No nos representan! ¿Cómo respondió la clase política? Diciéndole al pueblo que cambiara de representantes, es decir, de gobierno: nuevas elecciones. Pero así no se soluciona el problema de la representación. Como advirtió el Roto en su viñeta: Quizás cambiemos de dirigentes para no cambiar de dirección: uariamus ne mutemus: variamos para no cambiar, cambiamos para seguir igual,  porque el resultado de la elección es en el fondo, aunque no en la forma, completamente indiferente. Salga quien salga, da igual: lo bueno sería que no saliera nadie porque la metáfora de la nave del Estado, con timonel o sin timonel, sólo puede llegar al puerto del naufragio en medio del proceloso océano. Su destino irremediable es irse a pique.

-Contra la democracia: (Tomado directamente de À nos amis, del Comité Invisible): “La identidad del gobernante y del gobernado es el punto límite en el que el rebaño se convierte en pastor colectivo y el pastor se disuelve en su rebaño, donde la libertad coincide con la obediencia, el pueblo con el soberano. La reabsorción del gobernante y del gobernado el uno en el otro es el gobierno en estado puro, sin ninguna forma ni límite ya.”

-Antipolítica.1. Voto de castigo: Votar a estos para que no salgan aquellos. ¿No puede haber un voto que sea únicamente de censura, un votar en negro, sin tener que castigarnos con una propuesta alternativa de sustitución o recambio de una pieza por otra para que continúe funcionando la misma y oxidada maquinaria?

-Antipolítica 2. Los que mandan, los mandatarios todos de este mundo, temen que se descubra el gran secreto de que ellos en realidad no pintan nada en la gobernanza de las cosas y personas porque son los más mandados, los que más tienen que obedecer los dictámenes de Arriba.

martes, 2 de enero de 2018

Corporis partes: XIV.- ¡Ojo por ojo!

Vamos a echarle una ojeada a la historia de la palabra ojo. Nuestra palabra ojo procede de la latina OCULUM, que evolucionó de la siguiente forma: en primer lugar se produjo la caída de la M final con la conversión de la U precedente en O, de manera que tenemos enseguida ÓCULO. Muy pocas palabras han conservado esta U final latina,  y las que lo han hecho ha sido por influjo de la lengua escrita o culta, más conservadora, por cierto, que la hablada: espíritu, ímpetu y tribu, por ejemplo. 

De esta raíz culta derivan, por ejemplo, el adjetivo ocular; el nombre del médico especialista en el ojo, que en principio se llamó  oculista, aunque se haya impuesto finalmente el término griego menos transparente oftalmólogo, en paralelo con lo que sucedió con el dentista, que prefiere denominarse odontólogo o aun estomatólogo.

De la raíz ÓCULO deriva también el verbo inocular, con el significado habitual de “infundir” algo y, en concreto, de introducir en un organismo una sustancia que contiene el germen de  alguna enfermedad. ¿Cómo se explican este uso de inocular? ¿Qué relación puede guardar con el ojo, que es el órgano de la vista? Al parecer los romanos llamaban OCULUS también a la yema o brote de la viña, por su parecido con la forma del ojo, y de ahí que el verbo inoculare significara ya en latín injertar, porque la forma del injerto recuerda a la del ojo.

Del diminutivo de OCULUM, que era OCELLUM (ojito u ojuelo) en latín, procede nuestro culto ocelo, que es el nombre que damos a cada ojo simple de los que forman un ojo compuesto de los artrópodos, y a las manchas redondas y bicolores que tienen en las alas algunas mariposas, o algunas aves en sus plumas, así como el lagarto ocelado, que tiene en su dorso unos puntos que parecen ojos. 

Las plumas oceladas de color azul del pavo real, los famosos ojos del pavo real, nos recuerdan la historia de Ío, la bella ninfa a la que le echó el ojo Júpiter y de la que se enamoró, convirtiéndola en novilla para protegerla de la cólera de su celosa esposa Juno. Pero ésta la reclamó para sí y le puso como guardián a Argo, una criatura que tenía cien ojos, que no dejaban de vigilar a Ío día y noche. Mientras un par de ojos dormían, los otros noventa y ocho no perdían de vista a la espléndida novilla, atada como estaba al tronco de un olivo. Pero Júpiter la deseaba tanto que envió a Mercurio para rescatarla, quien tocó la lira que acababa de inventar y adormeció con el poder de la música a Argo, el gigante panóptico que todo lo veía, cuyos  cien ojos se fueron cerrando uno tras otro, cayendo en un profundo sueño soporífero. Mercurio decapitó a Argo con su cimitarra y liberó a la novilla.   Pero Juno envió un tábano para atormentar a Ío. El insecto la enloqueció hasta el punto de que Ío se lanzó al mar, que tomó su nombre Ionio (Jónico), cruzó a Asia por el estrecho que se llamó en recuerdo suyo Bósforo (“Paso de la Vaca” en griego), y llegó a Egipto, donde fue venerada bajo la denominación de Isis. La diosa Juno, por su parte,  sentía tanto cariño por Argo que cogió cada uno de sus cien ojos y los fue depositando cuidadosamente en la cola de su ave favorita, el pavo real. Ahora, cien ojos nos miran y nos ven cada vez que un pavo real despliega como un abanico resplandeciente para pavonearse su cola multicolor y ocelada  delante de nosotros.


Contra lo que pudiera parecer a primera vista, el nombre del ocelote, ese  felino americano, no procede del latín OCELLUS, sino de una palabra azteca  que es océlotl y que significa “tigre” en náhuatl, aunque algunas de las manchas de su piel, las que no son rayadas, se asemejan a veces a ocelos.

Otros dos derivados de la raíz culta son monóculo, un híbrido grecolatino (mono- en griego significa único; y óculo, es, como hemos visto, ojo en latín), que designa a una lente correctiva que ajusta la visión de un solo ojo, con forma de luneta circular y aumento; y binóculo, formado con el prefijo latino bino-, que significa ambos, que da nombre a un anteojo con lunetas para ambos ojos, o binocular.

Si seguimos la evolución de la raíz latina ÓCULO, observaremos el fenómeno de la desaparición de la vocal interior átona, que se llama síncopa, en este caso U, lo que hace que se convierta en OCLO; este grupo consonántico CL de nueva creación romance se resuelve en castellano dando origen a una J: OJO, mientras que en gallego tenemos ollo (olho en portugués) y en catalán ull. No siempre sucedió así, pues tenemos palabras como MIRÁCULUM o SAÉCULUM que evolucionaron a milagro y siglo sonorizándose la consonante C en G, pero son la excepción que confirma la regla, y se explican por el influjo conservador de la lengua escrita, perteneciendo estas palabras al registro culto de textos neotestamentarios y considerados sagrados.

Y en relación el ojo tenemos ya las ojeras que son las manchas que salen alrededor de la base del párpado inferior del ojo, el adjetivo ojeroso, con el que calificamos a la persona que tiene ojeras, el verbo ojear que consiste en echar una mirada,  que, como acción que es de ese verbo, se denomina ojeada.

Pero atención: cuando alguien nos mira mal, es decir con malas intenciones y voluntad, decimos que nos tiene ojeriza, odio o rencor, y de ahí deriva probablemente el mal de ojo, que es la acción del verbo aojar; el aojo o aojamiento, que de ambas maneras puede decirse en nuestra lengua,  es producir un influjo maléfico que, según se cree sin mucho fundamento, como sucede con todas las creencias, una persona puede  ejercer sobre otra mirándola con malos ojos. Sin embargo, el enojo que nos produce algo, es decir, el fastidio y pánico, es la acción del verbo inodiare, inspirar asco o terror y tiene más que ver con el odio que con el ojo.

Mirar a alguien de reojo o con el rabillo del ojo quiere decir en principio mirar disimuladamente, sin volver la cabeza pero también tiene una connotación de hostilidad o enfado, cuando no de superioridad, sobre todo mirar por encima del hombro.

Sí que debemos de mencionar el ojal, como se denomina a muchos agujeros y en especial los que sirven para abrochar un botón, y el ojete, que suele ser una abertura pequeña y redonda por la que se mete un cordón y que familiarmente se usa para referirse al orificio del ano u ojo del culo. En México se utiliza ojete como sinónimo de persona tonta, idiota o extremadamente estúpida, algo parecido a lo que sucede en inglés con arsehole o asshole en su versión norteamericana, con un claro valor despectivo: ese tipo es un ojete.

Curiosa es la palabra antojo, que significa que algo (más propiamente la idea de algo que la cosa) se nos pone ANTE OCULUM delante de los ojos y por lo tanto lo deseamos y aun lo codiciamos, porque se nos antoja, aunque a veces sea un deseo pasajero y caprichoso, así somos de antojadizos. Un compuesto de esta palabra es trampantojo, para referirnos a la trampa o ilusión con que se nos engaña haciéndonos ver lo que no vemos.

Tenemos también el anteojo, que no hay que confundir con el antojo, que es el nombre que se da a un instrumento óptico que nos acerca las imágenes de los objetos que están lejos.

También es curioso el término abrojo que procede de la contracción de la expresión latina APERI OCULUM ¡abre el ojo!, como si fuera una advertencia a alguien que va a pasar por un terreno o a segarlo  lleno de zarzas y bardas, es decir, de maleza perjudicial para los sembrados y caracterizada por sus púas, o sea, de abrojos, que en sentido figurado significan penalidades y sufrimientos. 

Muchos compuestos comienzan por oji- (ojinegro, ojialegre, ojituerto, ojigarzo…) y aluden a alguna característica del ojo: color, expresividad, etcétera. El último de ellos, ojigarzo, quiere decir que tiene los ojos de color garzo, es decir, azulados, como el de la siguiemte imagen:


En cuanto al simbolismo del ojo en la mitología, tenemos en Grecia a los cíclopes, gigantes de un solo ojo heterotópico, porque no está situado en su sitio, sino en la frente, que moraban en las entrañas de la tierra y ayudaban a Hefesto en la fragua del Etna, y no despreciaban la carne humana como alimento. El cíclope más conocido fue Polifemo, hijo de Posidón, o de Neptuno si se prefiere su advocación romana,  que personifica como ninguno las fuerzas primigenias de la naturaleza. Cerca de él habitaba la ninfa Galatea, de la que se enamoró perdidamente el gigante, pero ella prefirió al pastor Acis, que murió aplastado por una roca que le arrojara Polifemo. Nuestro gran poeta barroco y culterano don Luis de Góngora cantó sus desgraciados amores, haciendo uso de la metáfora y del hipérbaton con indudable maestría:

Un monte era de miembros eminente
Éste que –de Neptuno hijo fiero-
De un ojo ilustra el orbe de su frente,
Émulo casi del mayor lucero…
Más tarde, Odiseo/Ulises burlaría a Polifemo, cegando su único ojo tras clavarle una estaca en él mientras dormía.

En la mitología cántabra tenemos un equivalente suyo, que sería el Ojáncano u Ojáncanu, cuyo nombre propio alude a la unicidad de su enorme ojo. Representa este ojáncano  la maldad y la brutalidad de la barbarie. De carácter salvaje, fiero y vengativo, esta criatura de cabellos rojizos habitaba en las grutas de los parajes más recónditos la Montaña, cuyas entradas suelen estar cerradas con maleza y grandes rocas.

El único ojo u ojazo de estos seres monstruosos, los cíclopes como Polifemo en la mitología griega o el ojáncanu en la de Cantabria (ya se sabe que en el país de los ciegos, el tuerto es el rey), simboliza de alguna manera la irracionalidad de la visión monocular. Es como si ese ojo les proporcionara sólo una visión parcial, animal, pero les faltara la visión binocular humana, intelectual o reflexiva y complementaria, la que  se obtiene mediante la participación de los dos ojos y funde en una percepción única las sensaciones recogidas por ambas retinas. La monstruosidad de estos seres no se debe a que sean tuertos, es decir a que tengan visión sólo por un ojo, sino a que ese ojo ciclópeo, esto es ojo en forma de rueda,  está situado en mitad de la frente, fuera del lugar destinado por la naturaleza.

La visión que completa nuestra percepción humana y que de alguna manera la trasciende es en Asia el llamado tercer ojo, un ojo simbólico, clarividente y omnividente que se abre en la frente, para lo que es preciso muchas veces cerrar los otros ojos.

Pero ojo al Cristo,  que es de plata, como suele decirse: el ojo único es también un símbolo muy importante en la iconografía de la fe cristiana: es el ojo de Dios omnividente que todo lo ve, metido en un triángulo equilátero, que representa el número tres y es el emblema de la Sagrada Trinidad: un Dios que es uno y a la vez trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Este Ojo de la Providencia puede tener su origen en el antiguo Egipto, y, en concreto, en la imagen del Ojo de Horus o udjat.

En los versos de Góngora ya se equiparaba el ojo de Polifemo al mayor lucero, es decir, al astro rey de nuestro sistema solar. Y en la tradición politeísta grecorromana existía un dios –uno y masculino- llamado a ser el unus deus monoteísta de las religiones judía, cristiana y musulmana que han triunfado en nuestro mundo: era Zeus,  o Júpiter en su versión romana, a quien el poeta Hesíodo en Trabajos y Días, verso 267, uno de los poemas más antiguos de la literatura griega, invoca como “ojo de Zeus que todo lo ha visto y todo ideado”.

Así tenemos por ejemplo el Great Seal o Gran Sello  de los EEUU de América, impreso desde hace más de dos siglos en los billetes de un dólar, en el que los americanos estampan su fe en Dios: in God we trust,  que sugiere que la moderna epifanía o revelación de Dios es precisamente el Dinero.



 DIOS LO VE TODO
Sólo aquí Dios, al que nadie ha visto, ve todas las cosas;
Nada en la realidad   puede ocultársele a Él.

 Nuestro don Antonio Machado dejó escrito en sus Proverbios y cantares esta reflexión sobre el ojo: El ojo que ves no es / ojo porque tú lo veas:/ es ojo porque te ve. Es una invitación a mirar las cosas con otros ojos, es decir, no con las ideas previas que tenemos de ellas, sino olvidándonos de los nombres con los que las designamos. Como escribió Paul Valéry en alguna parte: ver es olvidar el nombre de las cosas que uno ve: no sólo nosotros tenemos ojos, también las cosas tienen ojos con los que ahora mismo nos están mirando.