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viernes, 31 de agosto de 2018

Soltando cabos sueltos (I)

Contra la conmemoración (a toro pasado) de mayo del 68
Mayo es el mes de las flores. Con flores a María, con flores a porfía se cantaba antaño. Y ha sido el mes de las conmemoraciones, por ejemplo, esta del cincuentenario del glorioso mayo francés de 1968, gracias al que la imaginación, lejos de usar su potencial creativo para levantarse contra el poder establecido y decirle que NÓ, se instaló ella misma en el Poder, consolidando así la dominación. Se gritaba entonces: La imaginación al Poder. El grito debería haber sido muy otro: La imaginación contra el Poder. Otro gallo nos cantara.


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Es por tu bien.
Cuando alguien que se encuentra en una situación privilegiada hace daño a otro causándole algún perjuicio suele justificarlo diciéndole: “Es por tu propio bien.” Se arroga así el derecho de definir lo que es el bien y el mal, y de decidir según su criterio lo que es mejor para el otro. Alguien nos hace mal y para justificar su proceder y anestesiarnos nos asegura que el mal que nos inflige, que ni siquiera se llama mal, sino “las molestias”, es “por nuestro bien”, o lo que es lo mismo, porque se confunden la causa y la finalidad “para nuestro bien”, equiparándose así el bien y el mal. Disculpen, nos dicen a veces, las molestias, estamos trabajando por y para su futuro.

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Dejad que los niños sean niños.
Esta breve animación española, que ganó el Goya al mejor cortometraje de animación en 2016, nos toca el corazón con su mensaje sencillo que bucea en nuestras propias experiencias infantiles. Se titula "Alike" y fue dirigida por Daniel Martínez Lara y Rafa Cano Méndez. Muy a menudo nos hemos dejado llevar por un impulso de conformismo que perjudica no sólo nuestra propia percepción sino también la de los demás. Nos recuerda lo que los adultos podemos aprender observando a los niños y su ejemplo de autenticidad y de amor por las pequeñas cosas de la vida y lo que es más importante para nuestra felicidad, algo que nos haga salir del conformismo excesivo que nos ha sido impuesto y que nos ahoga cada día de nuestra vida.


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De una profesora que dimitió
Recién licenciada en Bellas Artes y sin trabajo ni actividad remunerada, se enfrenta a su primer contrato y día de clase en un instituto de ESO y Bachillerato como profesora de Dibujo... Lo primero que le dice el Jefe de Estudios es que hay una puerta que se cierra a una hora determinada y que los alumnos de ESO no pueden salir sin autorización expresa hasta que no concluya la jornada escolar, “porque son menores de edad”, le explica y se queda tan ancho como si eso justificara su reclusión obligatoria, y lo segundo es que además de sus clases de Dibujo tendrá que hacer guardias de aula, sustituyendo a otros profesores en su ausencia y velando por mantener el orden y el clima de estudio que debe reinar en la clase, y guardias de patio de recreo... La lleva al aula donde se encuentra amontonados a unos chavales y chavalas de catorce a quince años, obligatoriamente escolarizados contra su voluntad, que reciben a la profesora a grito pelado, tirando cosas y sin mostrar ningún respeto ni interés por ella ni por el dibujo artístico.


La profesora, ni corta ni perezosa, se da media vuelta y se dirige con el Jefe de Estudios al despacho del Director a anunciarle que si lo que querían era un guardia jurado para un centro penitenciario que hubieran empezado por ahí, pero que ella no tenía, desde luego, ninguna vocación de carcelera, por lo que dimitía.Y dimitió renunciando a empleo y sueldo.

sábado, 25 de agosto de 2018

Una falsa etimología: educación.

Una falsa etimología

Los pedagogos suelen arrimar el ascua a su sardina y amoldan la etimología del término “educación” al campo semántico propio de su especialidad, previamente definido. Suelen decir que se remonta al latín “educere” que significa educir, es decir, sacar algo, hacer que salga del interior, como por ejemplo en la frase educere uagina ferrum (desenvainar el sable o desenfundar la espada). Pero resulta que la acción de educere es en latín eductio, y en castellano la acción de educir es la educción, a imagen y semejanza de inducción, deducción y demás compuestos. 

Hay en latín otro verbo muy parecido que es educare. Y la acción de educare es, propiamente, la educatio, de donde deriva nuestra educación. Ambos verbos, educere y educare,  están precedidos del mismo prefijo centrífugo e(x)- que indica el movimiento “de dentro hacia afuera”; ambos proceden de una misma raíz indoeuropea, que significa grosso modo “conducir, llevar”, pero resulta que no son sinónimos sino en cierto modo antónimos. 

Un romano como Varrón nos explica la diferencia: educit obstetrix, educat nutrix. La obstetra o comadrona se ocupa del parto; la nodriza, de la alimentación y la crianza (del élevage en francés). 

La educación, pues, está más relacionada con la gastronomía que con la tocología. Prueba de ello son los términos alumno y alma mater, los dos emparentados precisamente con el verbo alere,  que significa “alimentar”: alumnus es el alimentado, el nutrido, el criado, y alma mater, la madre nutricia o nodriza, como se denominó en principio a la Iglesia y a la Virgen María y posteriormente a la Universidad de Bolonia, la más vieja de Europa, fundada en 1088, que adoptó el lema: “Alma mater studiorum”. La metáfora es evidente la Universidad sería la madre que amamanta a su hijo. 

En castellano la palabra educación es un neologismo documentado en el siglo XVII, aunque debió de comenzar a usarse a finales del XVI, según Corominas,  como sinónimo de crianza, instrucción y adoctrinamiento. Los primeros educadores fueron los obispos en el seno de la Iglesia, que se veía a sí misma como la Madre Iglesia, de la que los fieles, concebidos como alumnos, no deberían destetarse porque fuera de la Alma Mater no había ninguna salvación (extra ecclesiam nulla salus). Es ahora el Estado el que ha adquirido la función de madre nutricia, y ha considerado a toda la humanidad educanda, esto es,  “que debe ser educada”, es decir, amamantada con el bolo alimenticio y la sopa boba del adoctrinamiento y adiestramiento canino. La educación se reservó para que la impartiesen los funcionarios del Estado, y la educción, para la mayéutica de Sócrates, el hijo de la partera, perito en partos.



domingo, 10 de junio de 2018

Juicio a la educación

Bryan Caplan, profesor de Economía de la Universidad norteamericana George Mason del condado de Fairfax en el Estado de Virginia, declara contra el sistema educativo que “sólo sirve para tirar el tiempo y el dinero”. Hace bien este profesor de economía equiparando “tiempo” y “dinero” porque, como suele decirse en su lengua, que es la del Imperio, “time is money”, y si perdemos una de estas magnitudes no perdemos una sola, sino ambas juntas, porque son lo mismo. En nuestra lengua, que es la de Cervantes, también se dice que el tiempo es oro.


Este profesor ha escrito un libro, que no he leído ni pienso leer, por cierto, titulado Juicio a la educación, literalmente “contra la educación” (The Case Against Education). No he pasado de la introducción donde escribe lo siguiente, dirigiéndose al lector: “Piensa en todas las asignaturas que has cursado. ¿En cuántas has aprendido algo útil? Las clases que no te van a servir de nada después de graduarte empiezan ya en la guardería”.

Este profesor trata de incendiar el sistema educativo con sus proclamas aparentemente revolucionarias. De la quema sólo se salvan muy poquitas cosas, aquellas útiles e instrumentales, que son según él en la escuela primaria aprender a leer y escribir y a hacer cuentas; en la secundaria algo de matemáticas y carpintería(!), y en la Universidad alguna que otra carrera, muy pocas a la sazón, como Ingeniería e Informática. El resto es totalmente prescindible y superfluo. Es decir, para Caplan sólo interesa aquello que va a insertarte en el llamado mundo del trabajo o, mejor y más propiamente dicho, mercado laboral. 

El argumento básico de este economista al que algunos se han apresurado a considerar filósofo, e incluso “nuevo filósofo”, dando a entender que es alguien que dice cosas sabias como los filósofos pero más novedosas que las que han dicho estos a lo largo y ancho de la historia, es que “la educación es un derroche de tiempo y dinero porque gran parte de sus beneficios no provienen de aprender habilidades útiles para el trabajo”. 

Caplan se define en las entrevistas que le hacen como “libertarian”, que algunos se apresuran a traducir al español como “libertario”, es decir, defensor a ultranza de la libertad del ser humano, cuando en realidad debería traducir ese adjetivo por “liberal” o “neo-liberal”, que no es lo mismo. Es verdad que Caplan critica la dependencia del Estado como los anarquistas decimonónicos y del siglo XX, pero no cuestiona la dependencia del predominio absoluto del Capital. En este punto, en la crítica del Estado, se encuentra con los anarquistas, pero no en la defensa a ultranza que hace del modo de producción capitalista, que ni siquiera se le ocurre cuestionar. Por eso su crítica no es como pretende una enmienda a la totalidad, sino un ataque a la política social de los gobiernos, a los que recrimina que malgasten el dinero de los votantes y contribuyentes en algo como la educación cuya utilidad práctica es nula.

Bryan Caplan es un firme defensor de la Formación Profesional porque prepara a los estudiantes para el trabajo enseñándoles “habilidades laborales específicas” para el desempeño de una profesión, y crítico de la Formación Universitaria de índole humanística, por la misma razón, porque no prepara para la inserción en el mercado laboral. En este sentido, se adelanta a lo que muchos gobiernos y ministerios de educación europeos y principales partidos políticos tanto de izquierdas como de derechas, da igual, siempre están cacareando, porque lo que quieren es trabajadores especializados y sumisos: hay que fomentar la Formación Profesional. 


Sugiere este profesor, que trabaja en una universidad pública, por cierto, que se deje de financiar con fondos públicos la enseñanza. Todo el dinero debería provenir de las matrículas de los alumnos y deberían desaparecer las becas, dejándolo todo en manos de la iniciativa privada.

La opinión de Caplan no es exclusiva de él, ni siquiera de una minoría, sino que está en línea con la de muchos gestores -no vamos a decir pensadores ni muchos menos filósofos, le queda demasiado grande el traje de esa palabra- que abogan por reducir la financiación pública del sistema de enseñanza o educativo, si se prefiere este último término. Se trata de economizar gastos, de rentabilidad, de evitar que se invierta (sic por el terminajo económico) en algo que es poco eficiente porque no interesa. ¿A quién no le interesa? Al Capital, obviamente, cuyo interés, por otra parte, según la conocida fórmula, es incrementarse con el paso del tiempo.

miércoles, 9 de mayo de 2018

¡Qué buenos son, que nos llevan de excursión!

Ha pasado ya una buena ristra de años desde que siendo yo mozalbete entonaba con alborozo aquella canción, cuyo estribillo me viene ahora a las mientes, de «qué buenos son los padres escolapios, que buenos son que nos llevan de excursión», agradeciéndoles infinitamente la salida del centro (eso es lo que sugiere el prefijo ex- de la palabra ex-cursión con toda su fuerza centrífuga) a los profesores que nos sacaban por un tiempo prudencial de la jaula de las aulas, para que recargáramos las pilas y pudiésemos volver con energía renovada a la incursión (el prefijo in-, aquí de claro valor centrípeto, señala la vuelta a la normalidad y enclaustramiento; tras la excursión se impone la incursión en la  machadiana “monotonía / de lluvia tras los cristales”). 

Que conste que yo no estudié en los escolapios ni en los agustinos ni en los  salesianos ni en ningún otro colegio de pago tampoco, sino en un centro público, y no me pesa, sino todo lo contrario.  El caso es que todos cantábamos aquella cantilena de agradecimiento a nuestros profes “majos y enrollaos” equiparándolos con los padres escolapios, lo que no les gustaba demasiado, la verdad sea dicha. 


Ya por entonces los centros públicos comenzaban a competir con los privados en la organización de las llamadas “actividades extraescolares”, hasta el punto de que en la actualidad todos disponen prescriptivamente de un Departamento a ellas consagrado, y de un Jefe encargado de hacer su programación y el seguimiento de dichas actividades fundamentales para el normal funcionamiento de un centro escolar de primaria y secundaria que se precie, cuya obligatoriedad sin ellas resultaría intolerable, igual que un calendario sin festividades, un trabajo sin vacaciones o una semana sin finde. (Cuando hablamos aquí de "actividades extraescolares" no nos referimos a las clases de natación, ballet, artes marciales y encaje de bolillos con las que los padres complican las agendas de sus hijos fuera del horario escolar privándoles así de juego libre, sino a las que organizan los propios centros escolares, dentro de su horario lectivo,  para proyectarse en la sociedad escurriéndose de sí mismas a fin de volver corriendo al redil y hacer más soportable la reclusión obligatoria).

Hemos ido viendo desde entonces cómo también rivalizan unos y otros centros en la organización de diversos saraos como posados para orlas conmemorativas del inolvidable curso académico, organización de eventos deportivos y concursos de misses y misters -parece que estos últimos han pasado afortunadamente ya a la historia-, bailes de primavera y de graduación, ceremonias de comienzo y fin de curso, y cómo llegan a fletar  autobuses y chóferes para que se vayan turnando en los largos trayectos por las autopistas de Dios devorando quilómetros a toda pastilla, trenes, cruceros y hasta aviones para poner en circulación por tierra, mar y aire por el ancho mundo no pocas cohortes de estudiantes que vitorearán eufóricamente a la Madre Superiora (“¡Viva la Madre Superiora!”), por lo tolerante y comprensiva que es organizando la excursión, que ella preferirá denominar “salida didáctica y pedagógica”, quien, defensora como es de la realización de ese “viaje de estudios” (sic) y por su trascendencia espiritual como una de las señas de identidad irrenunciables de “su” convento, perdón, quería decir, de su colegio, y de “su” proyecto educativo, celebrada año tras año desde tiempos inmemoriales, acompañará a los novicios y novicias  como mayoral que vela por el rebaño pastoreándolo para que no se descarríe y pueda recibir la bendición del sumo pontífice en la Basílica de San Pedro en el Vaticano, donde se les dará suelta y día libre para que visiten, por su cuenta y riesgo, si así lo consideran, los museos. 

Otro de los cánticos de aquellos autobuses que me viene al hilo de esto a la memoria exhortaba al conductor a pisar el acelerador de un modo bastante irresponsable e imprudente. Creo que decía algo así: “Para ser conductor de primera, / acelera, acelera...” Ignoro si se siguen cantando canciones en los autobuses. Imagino que no, que a lo sumo se entretendrá a los alumnos con películas de acción o de risa para que no se aburran con el paisaje, o se pondrá algún tipo de música para todos que acabará disgustando a la mayoría, ahora que cada cual cultiva sus gustos  personales. A tal efecto, supongo, cada uno llevará sus auriculares puestos para escuchar “su” tachunda, y se distraerá publicando y leyendo chorradas con su móvil en sus redes sociales, por lo que ya no se entonarán aquellos cantos corales más propios de una taberna que de un autobús escolar. 

Si los alumnos estudian Historia del Arte, por caso, parece muy justificado y hasta oportuno que visiten la Capilla Sixtina in situ, aunque luego allí no puedan permanecer más de cinco minutos, tal es la avalancha de turistas que suele haber, ni puedan atender a las explicaciones de los profesores, en el caso de que estos les expliquen algo, dado que se exige un silencio religioso por ser un lugar de oración, por lo que resulta casi preceptivo acompañarse de una audioguía, pero esa actividad carece de todo valor pedagógico si no se acompaña de un trabajo previo y posterior en el aula, y si los alumnos no realizan durante su visita algún tipo de tarea complementaria, y se limitan a fotografiar sin ton ni son y al tuntún las cosas -incluidos ellos en los inevitables selfis de las "cosas que hay que ver"- que no tienen tiempo de ver con detenimiento y recreación para enseñarlas después aburriendo a familiares y amigos. 

 Capilla Sixtina repleta de turistas

Parece a fin de cuentas como si las Actividades Extraescolares, por lo tanto, se hubieran convertido en las auténticas actividades del Centro Escolar, las que más lo caracterizan y definen, siendo las intraescolares, por emplear este término para las clases magistrales y cada vez menos magistrales, poco más que un breve paréntesis entre una y otra extraescolar y una disculpa para realizar las que realmente promocionan al Centro, las que rompen con la reclusión claustrofóbica, sin las que esta sería insoportable. Los profesores que critiquen la excesiva realización de dichas actividades, por su parte, serán ellos mismos tachados de intransigentes cavernícolas y carcas chapados a la antigua por pretender tener a los alumnos "amarrados al duro banco" de las galeras turquescas que siguen siendo, pese a todos los pesares, las aulas. Como consecuencia de todo esto, la mayoría de los centros escolares han cambiado y se han convertido en centros de actividades extra-escolares: organizan excursiones, intercambios de "inmersión lingüística" (sic) y viajes que hacen la competencia a las agencias del gremio; hacen turismo para dar una vuelta -eso es el "tour"-  y volver tras el garbeo del giro de Copérnico a lo de siempre y a lo mismo.

jueves, 5 de abril de 2018

Valores educativos, según Quino

Estos son algunos de los auténticos valores (bursátiles) que forman parte del currículo oculto de preparación de la ciudadanía para la vida moderna y que transmite e inculca nuestro sistema educativo  (con la televisión e interné a la cabeza), según uno de los más geniales humoristas, el entrañable Quino:


(pedes: los pies / ad: para / iter faciendum: hacer el camino)

  (cerebrum: el cerebro, la inteligencia)

(contactus: contacto / humanus: humano)

 (cultura: cultura*)

 (proximus: el prójimo / quem: al que / diligere debes: debes amar)

  (idealismus: los ideales / mores: la moral / honestas: la honestidad)

(Deus: Dios)

(interest: es importante (o es interés, en el sentido económico) / pueri: para el niño (o del niño)
 /  eum: que él / discere: aprenda / quomodo: cómo / omnia: todas las cosas / sint: son )


jueves, 21 de diciembre de 2017

Hijos e hijas de papá y de mamá


En su afán por proteger a sus hijos de un mundo que consideran hostil y atiborrado de peligros indefinidos, muchos progenitores, cegados por un concepto mal entendido de paternidad, es decir, por un exceso de rol, como dicen los psicagogos, y movidos  por el amor que sin duda sienten por sus tiernas criaturas y por el miedo de que les suceda algo malo, logran lo contrario que pretendían, y dejan a sus vástagos indefensos e incapaces de sufrir la más mínima contrariedad que les sobrevenga sin derrumbarse, como polluelos que no acaban de romper nunca el cascarón protector del huevo y salir de él a enfrentarse con el mundo y con la vida.

Conocí a una profesora que hacía siempre los deberes con sus hijos desde muy pequeños, y que, bien entrados ellos ya en la adolescencia, seguía tomándoles la lección y estudiando con ellos y terminando muchas veces sus tareas, a la vez que organizaba sus tiempos y técnicas de estudio; por lo que ella, como madre,  y no ya como profesora, estaba en contra de los deberes escolares y mostraba una férrea oposición mayor aun, si cabe, que la de sus hijos. Muchas veces decía que los profesores, y entonces hablaba como madre exclusivamente y no como enseñante,  no eran conscientes del ingente trabajo que suponían los deberes escolares para los alumnos y no eran conscientes de que las vacaciones y los fines de semana eran para descansar y recargar las pilas a fin de poder reincorporarse al trabajo con nuevos bríos y energía. 

No es raro que desde las hodiernas Jefaturas de Estudios de los Institutos de Educación (y no Enseñanza, que es palabra más noble) Secundaria se recuerde a los profesores que no deben mandar tareas a los alumnos para los períodos vacacionales, no vayan a provocarles algún traumatismo craneal o psicológico: el ocio es el ocio, o sea la otra cara del negocio.  

Cuando el primogénito de la profesora de marras logró licenciarse -hoy, después del plan Bolonia, diríamos graduarse- en la Uni, no sin algún esfuerzo, pues era un vago redomado, nos comentó a sus allegados y conocidos que ella también había acabado, por fin, la carrera de derecho y se había laureado y conseguido una segunda licenciatura.

Los hijos e hijas -cedamos a lo políticamente correcto como hacen los políticos y las políticas- de papá y de mamá, cuando ya son un poco  mayorcitos, son incapaces de orientarse en la calle,  tienen una rabieta al menor contratiempo si no consiguen lo que quieren y se sienten frustrados ante el menor cambio en lo previsto, no saben atarse los cordones de los zapatos, y ante cualquier problema sólo saben recurrir a papá y a mamá mediante el móvil, ese moderno cordón umbilical inalámbrico que les une al claustro materno y que asegura su dependencia del pesebre del portal de Belén. 

 Adoración de los Magos, Durero (1504)

En inglés ‘to spoil’, que deriva del latín spoliare (desnudar),  significa ‘mimar’, y también ‘estropear’, de modo que los anglosajones saben muy bien que los niños mimados están echados a perder, estropeados, espoliados o expoliados, que de ambas formas se puede decir en castellano, es decir despojados de su independencia, privados de autonomía y libertad a fuerza de tanto cariño. Los “spoilers” son, obviamente, sus padres, que les han contado cómo iba a  acabar la película de sus vidas, desentrañándoles el nudo del argumento y el final,  antes de vivirla.

Las familias modernas, reducidas a su mínima expresión –monoparental o formadas por una pareja heterosexual u homosexual, da igual- siguen siendo la encarnación de la Sagrada Familia, con el menor número de hijos, uno o, a lo sumo dos, la parejita,  por aquello de que uno no es ninguno y dos son uno, muy alejadas del concepto de familia numerosa fomentada con premios y alicientes a la natalidad en tiempos pasados, tienen como eje gravitatorio a sus hijos, que se constituyen en el centro sobre el que giran y gravitan sus vidas.

Algunos padres están tan ocupados que el poco tiempo libre que dedican a sus tiernas criaturas quieren dedicarlo a «hacerles felices» a toda costa, y, reaccionando contra la educación autoritaria de su propia niñez,  no saben decirles a nada que ‘no’, esa palabra mágica que es la primera que aprendemos todos y que olvidamos enseguida, como fruto de nuestra mala educación,  cuando lo que deberían hacer es enseñarles a los niños y niñas a decir que no a todas las imposiciones y no, como hacen, a todo que sí.

Muchos padres, la inmensa mayoría,  confían la educación de sus hijos a la escuela, es decir, al Estado, que se encarga de su formación manu militari desde los seis hasta los dieciséis años; en la práctica desde los tres años hasta los dieciocho, en que alcanzan la mayoría de edad legal que les permite votar y sacar, cómo no, el permiso de conducir. El hecho de que sean mayores de edad legalmente no significa que sean autónomos, independientes, adultos en el sentido en que lo son sus progenitores, sino, precisamente, todo lo contrario, ya que una de las características de nuestra sociedad es, pese a su misopedia u odio a la infancia,  su infantilismo galopante, su eterna minoría de edad. 

 Adoración de los tres reyes magos, anónimo (1423)

Estos niños, tan protegidos, mimados y estropeados por sus padres que resultan completamente desprotegidos cuando no están bajo la tutela paterna, estos adolescentes tan consentidos, van a tener seguramente muchas dificultades a la hora de resolver los conflictos por nimios e insignificantes que sean los que se les presenten en la vida, porque están acostumbrados a que lo hagan sus padres en vez de ellos, incapaces de afrontar  los inevitables contratiempos de la existencia, con lo que, sin querer tal vez, sus papás y sus mamás los han hecho menos autónomos, más dependientes y manipulables, menos responsables de sus actos y consecuencias, e incapaces de tomar decisiones propias. Antes los niños gozaban de una temprana autonomía que les dejaba cierta libertad de movimientos que ahora no tienen; hoy se desenvuelven en un ámbito de vigilancia y supervisión constante de padres y adultos. 

Niños mimados y estropeados por unos padres que les han concedido el privilegio envenenado de todos sus caprichos; niños echados a perder por el sistema educativo que ha hecho de ellos no más que unos perfectos futuros consumidores, votantes y contribuyentes sin sentido crítico, incapaces de enfrentarse a la realidad y de intentar cambiarla, futuros esclavos sumisos, eternos menores de edad.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Dos críticas al Sistema Educativo

Eric Maskin, premio Nobel de economía del año 2007 afirmaba en una entrevista concedida a XL Semanal, núm. 1571, semana del 3 al 9 de diciembre, lo siguiente: “El sistema educativo tiene que reorientarse. Ahora está reorientado a preparar para el mercado laboral. Pero, si desaparece el mercado laboral, habrá que pensar otras cosas...” “¿Cómo qué?” Le pregunta el entrevistador Carlos M. Sánchez; a lo que el profesor de la Universidad de Harvard responde: “La educación deberá enseñarnos a desvincular nuestros trabajos de nuestras identidades. Hoy por hoy, la mayor parte de la gente se ve a sí misma según lo que hace para ganarse la vida. Usted es periodista; yo, economista... Nos va a costar acostumbrarnos.

¿Educación?

Nuccio Ordine, por su parte, del que ya hablamos aquí a propósito de su libro La utilidad de lo inútil, que acaba de publicar entre nosotros Clásicos para la vida (Editorial Acantilado), una antología de 50 textos comentados desde Homero hasta Antoine de Saint-Exupéry, se mostraba muy crítico con el sistema educativo en una entrevista concedida al diario El Mundo (15 diciembre de 2017): “Uno debería ir a la escuela a cultivar su espíritu, no a aprender un oficio y a prepararse para encontrar un trabajo. Pero las escuelas y las universidades han creado un sistema que corrompe a los jóvenes, en el que les hacen creer que se debe estudiar no por el gusto de aprender sino para encontrar un trabajo”.


Así comenta lo que le decían los estudiantes italianos en sus conferencias por centenares de liceos para presentar su libro: «Profesor, yo amo el latín y el griego, me gusta la literatura, pero mis padres me dicen que eso no tiene salida profesional -aquí le dirían que eso “cierra puertas”- y que es mejor que estudie una ingeniería, informática, medicina, porque así encontraré más fácilmente trabajo». Pues bien, lo que yo les respondo siempre es: «Chavales, no os inscribáis en la universidad pensando en el trabajo, elegid aquello que os apasiona». Porque si uno elige una disciplina porque le apasiona será tan bueno en ella que encontrará trabajo. Y al revés: si uno estudia una carrera que no le apasiona pensando sólo en su salida profesional, puede que el día de mañana gane mucho dinero pero no será feliz. Si a mí alguien me ofreciera ir a trabajar a una empresa a cambio de 100.000 euros al mes, no iría. No cambiaría jamás de trabajo, porque para mí lo que hago es un placer, una pasión, mi vocación, y eso es impagable.”

Y eso es lo que deberían decir los Departamentos de Orientación de los IES si fueran un poco más honestos. No hay que estudiar pensando en las salidas profesionales ni en las puertas que se abren  y se cierran -¿quién le pone puertas al campo?-, ni en la rentabilidad económica de los estudios sino en aquello que les entusiasma. No hay que estudiar para aprobar exámenes, sino para aprender, y no hay que leer por obligación sino por placer.


En la siguiente afirmación de la entrevista, sin embargo, no estoy muy de acuerdo con Nuccio Ordine: "Al poder no le gusta que sus ciudadanos sean autónomos y cultos. Por eso no invierte en educación". El poder no deja de invertir en educación y en cultura, es una de las cosas en las que de hecho más invierte y que más dinero mueven. El problema reside en lo que el Poder entiende por educación: mantener a los alumnos estabulados o acuartelados, si se prefiere la metáfora militar, hasta los 16 años obligatoriamente, y se habla ya de hacerlo hasta la mayoría de edad, cuando lo que se imparte en las aulas no tiene ningún interés para los alumnos, porque no les apasiona, enfocado como está a entretenerlos y a insertarlos en el denominado mercado laboral, por lo que en las clases de lengua, informática  o  inglés se reducen a veces a redactar un curriculun vitae y poco más...

Los gobiernos suelen decir que no hay dinero. Y es mentira. Claro que hay dinero. Y no es que lo haya, dinero es lo que sobra, lo hay espuertas, tanto que no alcanzamos a imaginar cuantos ceros tienen las cifras de miles de millones que se gastan. Lo que pasa es que no hace ninguna falta. Dinero y mercado laboral es lo que sobra en esta sociedad que todo lo consume y a todos nos consume.

lunes, 11 de septiembre de 2017

¿Para qué sirve la escuela?

Vamos a proceder a desmenuzar y despedazar, como Jack el Destripador, por partes un texto breve del comienzo de El Satiricón de Petronio que trata de la función de la escuela en la formación de los estudiantes, un tema de rabiosa y pedagógica actualidad, y a ir viendo cómo podemos leerlo, entenderlo y comentarlo, para lo que vamos a manejar tres traducciones: (1) la de Manuel C. Díaz y Díaz, (2) la de Lisardo Rubio y (3) la de Francisco de P. Samaranch. Comenzamos leyendo el texto en su versión original latina: 
Et ideō ego adulescentulōs existimō in scholīs stultissimōs fierī, 

(1): “Y de aquí que piense yo que los jóvenes en nuestras escuelas se vuelven necios del todo”
(2): “Y así, según mi opinión, la juventud, en las escuelas, se vuelve tonta de remate”
(3): “Por eso creo que todos nuestros jóvenes estudiantes se vuelven tontísimos en la escuela”


Las tres traducciones confrontadas coinciden en que los jóvenes (adulescentulos) se entontecen en las escuelas (in scholis). Aunque el texto alude a las escuelas de oratoria y retórica, la afirmación se puede hacer extensible a nuestros modernos colegios e instituciones académicas, por aquello de que “hoy es siempre todavía”.

Petronio utiliza un superlativo (stultissimos), que podemos traducir por nuestro superlativo tontísimos o por la forma muy tontos, pero también podemos recurrir a sinónimos como bobalicones, bobos, ceporros, estúpidos, idiotas, ignorantes, imbéciles, incultos, memos, mentecatos, tarugos, zopencos, zoquetes, zotes, o echar mano de expresiones coloquiales que agudicen la tontería como “tontos de capirote”, “bobos de baba” o “necios con ínfulas de sabiondos”, u otras que se nos ocurran para intensificar la idea de que las escuelas consiguen lo contrario de lo que pretenden.

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quia nihil ex hīs, quae in ūsū habēmus, aut audiunt aut uīdent, 

(1):porque ni ven ni oyen hablar de ninguno de nuestros problemas cotidianos.
(2): por no ver ni oír en las aulas nada de lo que es realmente la vida.
(3): porque de todo lo que ven y oyen en ella nada les ofrece una imagen real de la vida.


Petronio nos explica la causa del entontecimiento de los estudiantes en escuelas e institutos (quia nihil aut audiunt aut uident): porque ni ven ni oyen hablar de… Y aquí, en la segunda parte de la frase, es donde cada traductor nos da su versión propia: nuestros problemas cotidianos, lo que es realmente la vida, una imagen real de la vida. ¿Qué dice exactamente el texto? : ex his, quae in usu habemus: de lo que tenemos en la realidad. Me permito traducir “usu”, que es una palabra tan amplia en latín que significa cosas tan dispares como práctica, experiencia, uso, costumbre, hábito, utilidad… por “realidad”, aunque sé que es un anacronismo porque esta palabra no existía todavía en latín cuando Petronio escribió el texto, y por lo tanto no se había inventado todavía la realidad como tal. El adjetivo “realis”, en efecto, es una creación del latín tardío que significa relativo a la “res”, es decir, a la cosa, y de ahí surgió también en el bajo latín el sustantivo “realitas realitatis”, nuestra realidad, y, a partir de ahí, nace ya el realismo, que es la ideología dominante que pretende que hay que atenerse a la realidad, a que la realidad es todo lo que hay y a que no hay nada más que la realidad. Pero no hay cosa más absurda que este adjetivo, sobre todo si se lo aplicamos a una cosa porque es autoreferente: decimos que una cosa es “real”, es decir que una cosa es una cosa que se refiere a la cosa que es (referida a sí misma).

La crítica que se hace al sistema educativo romano (que es válida para el nuestro también) es que en lugar de enseñar y despertar la inteligencia, atonta porque no prepara para la vida, sino que, como decía Séneca, lo hace para la propia escuela (non uitae sed scholae discimus: no aprendemos para la vida sino para la escuela). Nada de lo que los estudiantes aprenden en el colegio tiene que ver con la realidad, con la sociedad, con la vida, con la práctica, porque lo que se hace allí es meterles ideas en la cabeza, responder a las preguntas antes de que se formulen, acabar con su curiosidad y su sentido crítico, procurar que no se despierte su inteligencia, para lo que se les adormece con cuentos, como en aquellos inolvidables versos de León Felipe: Yo no sé muchas cosas, es verdad. / Digo tan sólo lo que he visto. / Y he visto:  / que la cuna del hombre la mecen con cuentos, / que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,  / que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, / que los huesos del hombre los entierran con cuentos, / y que el miedo del hombre... / ha inventado todos los cuentos. / Yo no sé muchas cosas, es verdad, / pero me han dormido con todos los cuentos...  / y sé todos los cuentos.
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sed pīrātās cum catēnīs in lītore stantēs, sed tyrannōs ēdicta scrībentēs quibus imperent fīliīs ut patrum suōrum capita praecīdant, sed responsa in pestilentiam data, ut uirginēs trēs aut plūrēs immolentur, sed mellitōs uerbōrum globulōs, et omnia dicta factaque quasi papāuere et sēsamō sparsa.

(1): sino de piratas que acechan en la costa con cadenas, de tiranos que promulgan edictos por los que ordenan a los hijos decapitar a sus propios padres, de oráculos que para cortar una epidemia exigen la inmolación de tres o más doncellas, pompas en fin de dulzona palabrería, y todo, palabras y hechos, como adobado con adormidera y ajonjolí.
(2)Tan sólo se les habla de piratas con cadenas apostados en la costa, de tiranos redactando edictos con órdenes para que los hijos decapiten a sus propios padres, de oráculos aconsejando con motivo de una epidemia que se inmolen tres vírgenes o unas cuantas más; las palabras y frases se recubren de mieles y todo -dichos o hechos- queda como bajo un rocío de adormidera y sésamo. 
(3) No son más que piratas con cadenas, emboscados en las orillas, tiranos que preparan edictos que condenan a los hijos a decapitar a sus propios padres; respuestas de oráculos que, en una epidemia, mandan inmolar tres vírgenes o aún más; melosas y blandas pompas de palabras; en fin, los dichos y los hechos están todos como espolvoreados de adormidera y sésamo.

Los ejemplos que cita Petronio de los temas que se tratan en las escuelas son de lo más variopinto y colorido: piratas, tiranos, oráculos que exigen sacrificios humanos, todo ello vana palabrería que no tiene nada que ver con la realidad de la vida, sino que más bien son historias estupefacientes, cuentos cuyo objeto es infundir el miedo.

La crítica que se hace aquí, como señala Lisardo Rubio, es que en el Imperio “en lugar de debatir los grandes problemas del Estado, maestros y discípulos trataban en sus ejercicios de declamación temas imaginarios e insustanciales, en que lo único que importaba era destacar de algún modo y arrancar aplausos aun a costa del buen gusto”. 

Los niños se vuelven tontísimos en la escuela porque allí no aprenden nada. Eso sí: se les llena la cabeza con informaciones rocambolescas, sensacionalistas y disparatadas, a lo que contribuyen los medios de incomunicación con la Red Informática Universal y sus micropantallas a la cabeza de todos ellos,  a fin de que cunda el pánico: terroristas, diríamos hoy, que acechan en la costa a la que han llegado clandestinamente con pateras dispuestos a poner una bomba en cualquier parte en el momento menos pensado encarnando la amenaza del legendario hombre del saco, sacaúntos o sacamantecas que viene a secuestrarnos sin rescate y privarnos de libertad, como si nosotros fuéramos libres; perversos pederastas; traficantes de órganos o tratantes de blancas sin escrúpulos que van a vendernos y a prostituirnos al mejor postor; dictadores enloquecidos y sanguinarios que promulgan leyes que obligan a cometer crímenes monstruosos de lesa humanidad contra la democracia y holocaustos contra los derechos humanos; oráculos que exigen inmolaciones y que vienen a decirnos que el sacrificio de hoy será la prosperidad de mañana… Nada que tenga que ver, en definitiva, con lo que realmente importa y con lo que pasa en la escuela, donde se les hace creer a los infantes a pies juntillas en los cuentos y las mentiras –ideas, creencias, credos- que les inculcan y, en la mayor de todas las patrañas, que eso es la Realidad, que la Realidad es verdad y que es todo y lo único que hay.

jueves, 27 de julio de 2017

¿Cómo solucionar el problema de las faltas de ortografía?

A las respuestas tradicionales de fomentando la lectura desde la más temprana infancia y leyendo mucho desde entonces, desarrollando la memoria visual, haciendo cuadernos de ortografía y muchos dictados, copiando correctamente las palabras mal escritas varias veces como nos hacían en la escuela el siglo pasado, aprendiendo las reglas y normas (como por ejemplo: ene se escribe eme antes de pe y be), habría que añadir la solución definitiva que ningún Académico de la RAE ni profesor de Lengua y Literatura Castellanas quiere considerar, porque ¿a qué iban a dedicarse ellos, la real institución y los muchos profesores tanto de la enseñanza pública como de la privada y la concertada si desapareciera el problema?


La solución definitiva sería la mejor reforma educativa -y ya van para siete en treinta y cinco años en España las reformas que  no han servido para nada bueno-, la más interesante de todas las habidas y por haber: la reforma ortográfica.  No se atreven a emprenderla porque habría que jubilarlos a todos, como habría que, siguiendo la propuesta que un día desde la Orotava hizo don Joaquín Gutiérrez Calderón en un periódico de humilde tirada, jubilar todas las haches mudas al principio de palabra, unificar las bes y las uves y utilizar una sola de las dos letras para el mismo fonema, quitarles la u a las ges para decir “guerra” y usar las jotas tanto para “coge” como para “coja”, de lo que fue precursor Juan Ramón Jiménez. Habría que despedirse de equis como la de “experto” y dejarlas en lo que son, simples eses, y olvidarse de enes como la de “instituto”, que sólo los muy pedantes se empeñan en pronunciar para que se note su afectada cultiparla, unificar las ces, las kas y las cus y utilizar una sola de esas letras para escribir cosas como “casa”, “kilo” o “queso”; y unificar la zeta y la ce, quedándonos con una de las dos para escribir “ceniza”, por ejemplo. Y a la lista de propuestas de Gutiérrez Calderón añadamos que habría que escribir con y griega tanto "calló" como "cayó", habida cuenta de la extensión del fenómeno fonético del yeísmo en español oficial contemporáneo que ha acabado confundiendo ambos fonemas.

Sólo entonces, con una escritura fiel al habla de la gente -y hablando se entiende la gente y no hay faltas de ortografía que valgan- se acabarían los errores ortográficos, “esos clamorosos desajustes entre la razón limpia de los niños y la norma más caprichosa que etimológica de los académicos” en expresión de Gutiérrez Calderón.

 Sobra de ortografía: auriculares in(h)alámbricos

Ya hablaremos más adelante de cómo, por otra parte, la escritura, con faltas y sobras de ortografía o sin ellas, no es más que la tumba de la lengua hablada, y de la narración y la poesía, y del razonamiento, que acaba así enquistándose y convirtiéndose en filosofía, y en historia de la filosofía, y en mera literatura, pero ese es otro cantar.

miércoles, 22 de junio de 2016

Cursum perficio

Cada vez que llega a su fin un cuso académico,  no está de más hacer alguna consideración siquiera etimológica sobre lo que es un curso escolar, aprovechando el silencio obligado y realmente educativo que se decreta en las aulas y por los pasillos durante el verano. La palabra "curso" es sinónima de "carrera" y de "recorrido", de ahí el transcurso o correr del tiempo, y el curso de un río o el discurso más prosaico de un político, que se reduce a leer lo que está escrito y a no decir nada que no se haya dicho ya. 

Los romanos llamaban a la carrera política la carrera de los honores. El "cursus honorum" era, en efecto, la sucesión de cargos públicos (cuestor, edil, pretor...)  por los que pasaba un político romano hasta llegar al consulado y a la jubilación en el senado. Muchos eran los que empezaban esa carrera pero sólo unos pocos los elegidos democráticamente que llegaban a la meta. Estos cargos públicos eran honoríficos, es decir, reportaban honor exclusivamente, lo que no es poco, pero nunca dinero, porque la honorabilidad no se retribuía económicamente, reñida como está con el vil metal.

Hemos llegado a un nuevo fin de curso, una vez más,  con la inmensa alegría y la no pequeña tristeza que eso supone, sentimientos contradictorios que se dan a la par. El curso escolar es una metáfora de una carrera competitiva con una salida y una meta de llegada, con un principio y un final, que se repite todos los años. ¡Lástima que sea siempre así! ¡Qué pena que todos los años tenga que empezar un nuevo curso escolar más viejo que el catarro, una nueva carrera siempre igual!  ¿No sería más deseable, pregunto yo, que no hubiera ninguna carrera ni ninguna competición, ningún camino previamente establecido que recorrer, ya que, como dijo el poeta, "caminante, no hay camino, / se hace camino al andar", que no hubiera ningún principio ni final, ya que el aprendizaje -o desaprendizaje, mejor dicho: siempre nos desprendemos de alguna idea o prejuicio mal inculcados y aprendidos- es un proceso que dura toda la vida? No olvidemos que la escuela (la scholé de los griegos o el ludus de los romanos) era el ocio, es decir la actividad que no se sometía al negocio del trabajo ni al de las vacaciones complementarias, que sólo sirven para justificación del trabajo. No olvidemos tampoco que el curso verdadero de nuestra vida, el verdadero curriculum uitae no tiene principio ni fin, por lo que no hay ni puede haber apertura ni fin de curso que valga.

Aquí os pongo, sin embargo, para celebrar con la alegría y la tristeza que merece este fin de curso al que estamos asistiendo, real como es pero falso esencialmente,  porque la vida sigue,  el "cursum perficio" de Enya, cuya letra en latín dice así:

Cursum perficio.
Verbum sapienti...
  Quo plus habent, eo plus cupiunt.
Post nubila, Phoebus.
Aeternum



Finalizo mi viaje
(ó concluyo el curso, ó acabo la carrera).
A buen entendedor,  pocas palabras.
Cuanto más tienen, tanto más quieren.
  Después de las nubes, el Sol.
Eternamente.

La letra, como podéis comprobar, no tiene mucha coherencia  interna, aunque resulta sugerente: es una repetición de máximas como "uerbum sapienti (sat est)", que quiere decir, una palabra (es suficiente) para el sabio, o sea, a buen entendedor pocas palabras bastan.  "Post nubila Phoebus": Después de las nubes, Apolo (o sea, Febo, es decir, el Sol), para indicar que después de la tormenta llega siempre la calma. Otro de los proverbios que repite Enya es "Quo plus habent, eo plus cupiunt" cuanto más tienen, tanto más desean. Y el lema que da título a la canción "cursum perficio": acabo el curso, concluyo mi carrera, mi viaje termina aquí. 

Era por cierto esta inscripción latina “Cursum perficio” la que se leía a la entrada de la pequeña casa que la actriz Marilyn Monroe tenía en Los Ángeles, su única propiedad, donde terminó el viaje de su vida en agosto del año 1962.


Buscando el origen de esa expresión, encuentro que “cursum perficio” es el lema del clan escocés de los Hunter, "cazador", un apellido muy común en Escocia y muy extendido también por el universo mundo. El escudo representa a un galgo sentado correctamente sobre sus cuartos traseros, con una antigua corona a modo de collar en el cuello. El lema latino podría estar basado en una frase de san Pablo con la que el apóstol resume su vida, concretamente en una carta a Timoteo, que reza literalmente: "Bonum certamen certaui, cursum consummaui, fidem seruaui", lo que quiere decir:  He librado un buen combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Lógicamente no es una cita literal, dado que el apóstol dice "he consumado mi carrera", y utiliza un pretérito perfecto, y nuestro lema usa el presente, pero el significado de ambos verbos latinos viene a ser muy parecido. La influencia y difusión de la Vulgata fue sin duda muy grande en toda Europa durante la Edad Media, lo que podría explicar el origen cristiano -concretamente paulino- del lema de los Hunter.

Leyendo posteriormente a Séneca encuentro esta cita de Virgilio (Eneida, IV, 653) que veo ahora que también puede relacionarse  con el lema que nos ocupa: Vixi et, quem dederat cursum Fortuna, peregi. (He vivido y carrera acabé que Fortuna me diera), las últimas palabras de Dido poco antes de quitarse la vida, donde aparece la fórmula cursum peregi: he completado mi carrera.