¿Para
qué irse de vacaciones? ¿Para desconectar provisionalmente y
luego poder aguantar lo inaguantable? ¿Para recargar las pilas? ¿Va uno a
gastarse los ahorros para eso o la paga entera y medio sueldo del mes
que viene en un crucero por el Caribe u otro, más cultural, por el
Mediterráneo, o en un circuito a Kenya y Tanzania para hacer un safari
fotográfico y retratar con la cámara fotovideográfica imágenes, imágenes, imágenes: lo que no se va a
ver in situ sino en casa, como hacen los japoneses pertrechados de los mejores equipos fotográficos que en vano pretenden captar la luz? Desengañémonos, no existe el viaje: lo único que hay, y mucho,
es el turismo, que viene del francés “tour”, sí, como el “tour” de Francia,
y que significa “vuelta”: porque el turista es el que da vueltas, más
vueltas que un tonto, y más vueltas todavía hasta descubrir un buen día en el mejor de los casos que no va a ninguna parte dando tantas vueltas como da, que es como una peonza
que siempre está girando sobre sí misma en el mismo lugar.
"Turista tú eres el terrorista"
Como mucho, descubrirá acaso la verdad de que no existe el viaje, y,
mucho menos, la evasión: los problemas van con nosotros, en la mochila,
el equipaje de mano o en la maleta facturada: viajan con nosotros. Las
preocupaciones son como nuestra
sombra, por mucho que queramos librarnos de ella, siempre que nos
pongamos a
tostarnos al sol que más calienta, allí estará, a nuestros pies,
constante,
como siempre, fiel compañera, nuestra propia sombra… Ya lo dijo Horacio con una economía lingüística insuperable, y además en verso (un decasílabo alcaico): post equitem sedet atra cura: va en el jinete la negra murria; exactamente galopa a la grupa del caballero, bien aferrada a él, la sombría preocupación: su angustia.
No tenemos ninguna necesidad de ir a ver el Coliseo a Roma, ni la
Torre Eiffel a París, ni las pirámides de Egipto, ni montar en el tren ese que tiene tanto encanto
para subir al Machu Pichu… El Coliseo, la Torre Eiffel, las Pirámides o el Machu Pichu
están bien allí donde están, y a ellos no les hace ninguna falta que
nosotros vayamos a
verlos, y nosotros estamos bien aquí, donde estamos, y tampoco nos hace,
sinceramente, ninguna falta ir a ver esos monumentos: por mucho que
queramos huir de nosotros mismo, no vamos a conseguirlo. No vamos a
librarnos de esos incómodos compañeros de viaje que somos nosotros
mismos.
Quedémonos mejor en casa,
ahorrémonos el pastón que íbamos a gastarnos en una agencia de viajes, y
de
verdad: no nos matemos a trabajar para irnos de vacaciones. Que el
trabajo es lo que nos quita la salud y nos mata. Y las
vacaciones, ese invento del gobierno y de la prostitución sindical, no son más que un engaño para luego volver al trabajo, una vez renovada la fuente de energía.
Pero en este país en el mes de agosto no está en su sitio ni Dios: todo
el mundo se va de vacaciones al mar, a la costa, huyendo de sus
responsabilidades. Pero no es una huida irresponsable, qué más
quisiéramos, sino todo lo contrario: es una huida programada y
favorecida desde arriba por el Estado y/o el Capital -tanto monta- para someternos, como siempre, a los que andamos
por aquí abajo y a veces nos dejamos engañar con el espejismo de las vacaciones, al igual que con el espejismo del fin de semana, mero pretexto para que la semana, que no se acaba nunca de verdad porque no tiene fin -la expresión fin de semana, finde o week-end es un engaño-, vuelva a empezar otra vez.
Lo mismo sucede con la celebración del fin de año: un año acaba para dar paso a otro, que es el mismo siempre con distinto nombre y número: el mismo perro con otro collar. Lo bueno sería que se acabara el año que está en vigor -2016- para siempre, no para que empezara 2017 como sucederá inevitablemente a menos que hagamos algo para remediarlo. ¿Por qué? Porque el año vigente es siempre un "annus horribilis", como dijo la reina de Inglaterra para describir un
año particularmente desastroso para ella, pero todos lo son para todos, porque todos son en el fondo el mismo y único año, el 2016, el 1959 antes de Cristo y el 3412 después. Sería lo mejor que nos dedicáramos a vivir en
lugar de a viajar y a contar el tiempo que falta para las vacaciones y a someternos a sus dictados, la más
oprobiosa de las dictaduras.
Hay muchos turistas, pero ningún viajero, porque el viajero de verdad no
sabe a dónde va, mientras que el turista sabe muy bien a dónde va: al
mismo hotel, al mismo restorán, al mismo país, al mismo sitio siempre.
Gracias por explicar el sentido del verso de Horacio, que encontré en la traducción de La rebelión de los tártaros de Thomas de Quincey por el peruano Luis Loayza.
ResponderEliminarY a ti por la referencia. He leído muy poco a de Quincey (sólo las Confesiones de un inglés comedor de opio y creo que nada más)y no conozco a Loayza, pero agradezco la noticia. Un saludo.
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