jueves, 31 de marzo de 2016

Cabeza de mujer


Esta bella cabeza rota de mujer en mármol, de la primera mitad del siglo I de nuestra era, encontrada en las excavaciones de Dío (norte de Grecia), representa no a una mujer cualquiera de hace dos mil años sin nombre conocido,  sino, según parece, a Agripina la Mayor, la mujer de Germánico, cuñada por lo tanto del emperador Tiberio,  y madre de Calígula.


miércoles, 23 de marzo de 2016

El enigma de la belleza, según Tagliafierro

"Beauty" es el título del corto de animación, nunca mejor dicho, del realizador italiano Rino Stefano Tagliafierro, que ha dado vida virtual a una selección muy sugerente de cuadros de paisajes y figuras humanas dentro de las diversas temáticas religiosas y mitológicas de los maestros de la pintura universal tales como Tiziano, Caravaggio o Rembrandt. Sus lienzos cobran vida y nos ofrecen una sugestiva meditación sobre el enigma de la belleza.


 (Versión abreviada)

El enigma de la Belleza



"Tiempo voraz, embótale al león la garra
y haz que la propia tierra sus crías embeba,
al fiero tigre descolmilla y desquijarra
y sepulta en su sangre a la fénix longeva".
(W. Shakespeare, Soneto núm. 19, traduc. A. García Calvo)



Sobre la belleza se alzan desde siempre las nubes del destino y del tiempo que todo lo devora. La belleza es cantada,  representada y descrita desde la antigüedad como el instante fugaz de la felicidad y de la plenitud de la vida inagotable, desde el comienzo destinada a un epílogo trágico y salvífico.


En esta interpretación de Rino Stefano Tagliafierro la belleza es transportada a la fuerza expresiva de un gesto que brota del inmovilismo del cuadro, animando un sentimiento que se sustrae al quietismo propio de un museo. Como si en las imágenes que la historia del arte nos ha ofrecido estuviese congelado un movimiento que la actualidad puede revitalizar gracias al fuego de la inventiva digital.


Una serie bien seleccionada de imágenes de la tradición pictórica más bella (del renacimiento al simbolismo de finales del ochocientos, pasando por el manierismo, el paisajismo, el romanticismo y el neoclasicismo) son acercadas según una intención que localiza el sentimiento bajo el velo de las apariencias. Una inspiración que nos devuelve el sentido de una caducidad y de la brevedad existencial que el autor interpreta con la dignidad trágica de una mirada desencantada, capaz de captar el sentido profundo de una imagen.

La belleza en esta interpretación es la compañera silenciosa de la vida que inexorablemente procede de la sonrisa del niño, a través del éxtasis erótico, hacia la mueca de dolor que cierra un ciclo destinado a repetirse hasta el infinito.


Significativos, desde este punto de vista, son el amanecer de una mañana romántica en cuyo cielo vuelan unos grandes pájaros negros y el final del crepúsculo romántico con ruinas góticas que concluye la obra del tiempo que huye.



Giuliano Corti.


Versión íntegra

martes, 22 de marzo de 2016

El tetrafármaco y la tumba de Epicuro






Podría resumirse en sólo cuatro palabras casi toda la doctrina filosófica y la actitud ante la vida que supone el epicureísmo.  Epicuro, como se sabe, fue un filósofo griego que vivió a caballo entre  los siglos IV y III antes de nuestra era. Su filosofía es el materialismo atomista de Demócrito, y su ética es hedonista (de hedoné, placer en griego).  Suele definirse el hedonismo como la búsqueda del placer que evita las situaciones, cosas y personas, que nos deparan dolor y complican innecesariamente la vida. 


Su sistema filosófico se ha presentado a veces como un remedio contra los males de la vida. La receta nos la da un seguidor de su escuela, llamado Filodemo de Gádara en un papiro, el número 1005, que se reproduce arriba,  que fue encontrado en su villa de Herculano, junto a Pompeya, en esa Italia profunda, culta y helenizada que se llamó la Magna Grecia.


La fórmula de Filodemo se conoce como el tetrafármaco o cuádruple remedio. La vacuna cuadrivalente que nos prescribe contra la desdicha para lograr un poco de felicidad en nuestra vida cotidiana, la única que tenemos,  reza en griego así:  Άφοβον ο θεός, ανύποπτον ο θάνατος και ταγαθόν μεν εύκτητον, το δε δεινόν ευεκκαρτέρητον. Una traducción libre de este conjuro cuadrivalente podría ser la siguiente redondilla:


No te inspire Dios temor,
ni la muerte ponga freno.
Que está a tu alcance lo bueno
y  se pasa lo peor.

O esta cuarteta, que dice más o menos lo mismo con otra rima: 

No te infunda Dios tormento,
ni la muerte suspicacias.
Que son los bienes sin cuento,
y uno lleva sus desgracias.

Los adjetivos griegos áfobon y anýpopton comienzan los dos con alfa privativa (a-  ante consonante como en a-cracia y an- ante vocal, como en an-arquía), cuyo significado es "libre de, carente de": áfobon está formado sobre el sustantivo fóbos, que significa "miedo" y es el origen de todas nuestras "fobias";  anýpopton, por su parte, está construído sobre el verbo hypopteúo, que quiere decir "sospechar, suscitar suspicacia o mirar con aprensión y recelo"; es un verbo compuesto a su vez del prefijo hypo, equivalente del latino sub-, esto es, desde abajo,   y del verbo simple opteúo, que quiere decir "mirar, ver", y que se relaciona con "óptico", por ejemplo. 


Por otra parte, los adjetivos eúkteton y euekkartéreton tienen en común el que están fraguados ambos con el prefijo eu-, que significa "bien", como vemos en helenismos tales como euforia, eutanasia, eufemismo... En palabras compuestas este sufijo denota que algo es llevadero, fácil. Algo que sea eúkteton es algo fácil de adquirir, del verbo ktáomai, que precisamente significa procurar, conseguir, lograr. Decir de algo que es euekkartéreton supone decir que es fácil de soportar, del verbo  ekkarteréo, que quiere decir sufrir, sobrellevar. 


Según Epicuro los bienes están al alcance de nuestra mano, delante de nosotros, y los males no son tan malos que no podamos soportarlos, pues como dice el refrán "no hay mal que cien años dure", pero  también  "no hay mal que por bien (en realidad, para bien)  no venga", lo que viene a mostrarnos lo relativas que son nuestras categorías morales 




Los dos grandes miedos contra los que lucha el epicureísmo, porque son los que envenenan la vida haciéndola imposible, son la religión y la muerte. Epicuro no niega la existencia de Dios o de los dioses, afirma simplemente que, si existen,  no se ocupan de los hombres. 


En cuanto a la muerte, es célebre la sentencia que escribió en su carta a Meneceo, donde establece que nosotros y la muerte somos incompatibles: El más aterrador, por tanto, de los males, la muerte, nada es para nosotros, por cuanto mientras nosotros estamos, la muerte no está presente;  y cuando la muerte esté presente, entonces nosotros no estaremos. Por tanto, ni para los que están vivos es,  ni para los que han muerto, por cuanto para unos no está, y los otros ya no están ellos. (Traducción de Luis -Andrés Bredlow).


 

domingo, 20 de marzo de 2016

¡Ya es primavera!



Un hermoso jarrón griego negro con dos asas del período arcaico tardío ático (año 510 antes de nuestra era) conservado/secuestrado actualmente en el museo del Hermitage de San Petersburgo (Leningrado en época soviética), nos anuncia la irrupción en nuestras vidas de la primavera. 

Si observamos de cerca el dibujo,  vemos que aparecen tres figuras masculinas, tres generaciones distintas: a nuestra derecha, un niño en pie; un efebo sentado a la izquierda,  y un  adulto también sentado y con barba en el centro, que sostiene un bastón.  Sobre sus cabezas sobrevuela la figura de un pájaro que atrae su atención y que los tres señalan y admiran.  Pese a la antigüedad del diseño, la escena representada podría muy bien ser la viñeta de un moderno cómic.






Si nos fijamos un poco, podemos leer las siguientes leyendas. El adolescente, que está sentado a la izquierda, exclama: δο χελιδών (¡Mira, una golondrina!). El niño, que está de pie y desnudo afirma: ατηί (Sí, ésa, ahí). Y el adulto sentado en el centro concluye: ν τν Hρακλέα (¡Sí, por Hércules!, con un juramento religioso levemente blasfemo que hoy resulta obsoleto, y que quizá habría que traducir, para adaptarlo y actualizarlo, con un "rediez, rediós, recristo" o algo así,  no muy malsonante). Entre el hombre del centro y el niño puede leerse la conclusión: αρ δη: (Ya es primavera)


Las figuras del ánfora griega  nos recuerdan que la primavera, una vez más, fiel a su cita anual, ya está aquí, porque la golondrina, que es su mensajera,  ha vuelto para anunciarla en el eterno retorno nietzscheano: Perséfone renace y vuelve a los brazos de su madre, y la tierra florece. 

Cabe preguntarse, sin embargo, si tanto la una como la otra son las mismas  o no lo son. Volverán las oscuras golondrinas, decía nuestro poeta romántico por excelencia, pero aquéllas, aquéllas... no volverán en la vida, porque no nos bañamos nunca dos veces en el mismo río: ni la corriente del río, advirtió Heráclito, que fluye y se nos escapa, ni nosotros, que también  huimos de nosotros mismos,  somos ya los que éramos cuando bajamos por primera vez a bañarnos.  

Y es que la primavera/Perséfone siempre retorna, aunque no sea la misma. Ya se encargan los grandes almacenes y superficies comerciales  con sus ofertas y reclamos de modas y temporadas de recordárselo a sus clientes,  incapaces de alejarse de sus pantallas -cavernas mediáticas de Platón- y de salir a comprobarlo al campo por sus propios medios. En efecto, ya es primavera en El Corte Inglés. Y esto no es publicidad. Que conste.


jueves, 17 de marzo de 2016

El excéntrico barón de Taormina




Era un secreto a voces en toda la isla que el barón alemán que se había instalado en Taormina era, además de excéntrico, finocchio, lo que en italiano viene a ser sinónimo de "maricón": no parecían interesarle mucho las mujeres y  sí bastante los lugareños, sobre todo los jóvenes, a los que tomaba como modelos para inmortalizarlos en sus fotografías


Se llamaba Wilhelm von Gloeden, y había venido a Sicilia con su hermana Sofía, que cuidaba de él, buscando un clima soleado y sano para sus pulmones enfermos. Todo el mundo supo en seguida en Taormina que el aristócrata germano era un artista que se dedicaba a hacer fotografías atrevidas de muchachos desnudos, y que pagaba bastante bien. “El barón paga, y paga bien, muy bien”. Se decían unos a otros aquellos campesinos sicilianos que se veían convertidos, de la noche a la mañana, en modelos inesperados de fotografías eróticas, artísticas, insistía el barón, sorprendidos de que se pudiera ganar dinero tan fácilmente por un trabajo tan sencillo como posar desnudos para el ojo indiscreto de una cámara fotográfica.


Algunos de estos modelos, como Pancrazio Bucini, alias “el moro”, se comenta, llegaron a ser incluso sus amantes. Pero eso eran habladurías más o menos infundadas. Ninguno reconoce lo que hacía con el barón von Gloeden, porque de esas cosas que se hacen en la intimidad después de las sesiones de fotografía, exclusivas de cierta camaradería masculina, no se habla, no se debe hablar en público.


Así pues, el aristócrata germano no sólo se recuperó de su tuberculosis, beneficiándose del clima soleado de la isla mediterránea, enclave donde se entrecruzan tantas culturas, sino que además encontró gracias a su afición a la fotografía la luz, la libertad de sus instintos y el erotismo prohibido de la pederastia griega (téngase presente que la isla de Sicilia y el sur de Italia, incluida Nápoles, la Nueva Ciudad o Nea Polis, habían sido colonias griegas en la antigüedad, y habían formado la comunidad que se llamó la Magna Graecia), retratando al aire libre muchachos desnudos que evocan muchas veces a los efebos griegos y que nos transportan como por arte de magia al mundo de Teócrito de Siracusa.




El estallido de la I Guerra Mundial y la entrada en guerra de Italia contra Alemania hacen que el barón von Gloeden abandone Sicilia de repente, y a sus queridos modelos sicilianos, a muchos de los cuales no volverá a ver nunca más, arrebatados por la patria y la guerra,  como carne de cañón sacrificada en el altar de las grandes ideas, muriendo en el frente de combate lejos de su ojo y objetivo.

El aristócrata alemán volvió a Taormina al concluir la guerra, donde se reencontró, sin duda, con la Arcadia feliz, paraíso perdido que había dejado atrás y que ahora recuperaba.

Devoto admirador de la antigüedad clásica, presentó a menudo sus imágenes como recreaciones del mundo del divino Homero, justificando así la desnudez de sus modelos en poses sugestivamente eróticas. Estas gentes sencillas, almas sin doblez, aceptan de buena gana ser pagados por el rico y excéntrico barón que ha vuelto aquí a curarse de la tuberculosis, y que recibe tantas visitas de gentes importantes del extranjero, como un tal Oscar Wilde, y que se ha reencontrado, otra vez, con la Sicilia de Teócrito, con la Magna Grecia, con el paganismo homoerótico de la antigüedad clásica, consigo mismo y su propia juventud.

Decíamos más arriba que muchos modelos del barón murieron en la guerra. Pero tanto el barón como los que eran demasiado jóvenes para ser llamados a filas han muerto ya de una u otra forma, han pasado a la historia, son historia: sus imágenes son fotografías en blanco y negro de muertos que nos están invitando desde el otro lado del espejo a gozar de la vida, de esta vida nuestra, la única que hay. Y parece que nos dicen, en esa vieja y entrañable lengua muerta que es el latín: carpe diem.




Si no se ha conservado más que una cuarta parte del ingente trabajo fotográfico del barón von Gloeden, se debe a que con el ascenso del fascismo en Italia, sus fotografías fueron consideradas pornográficas y confiscadas y destruidas. A los censores del régimen fascista de Benito Mussolini, asesorados por clérigos vaticanos, no les pasó desapercibido el carácter "degenerado" de sus fotografías.

El 16 de febrero de 1931, apenas tres meses después de la muerte de su hermana Sofía, el barón Wilhelm Von Gloeden moría también en su querida Taormina.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Retrato de la joven dama Tornabuoni por Ghirlandaio






En el retrato de la joven dama Tornabuoni de Ghirlandaio, que se encuentra en la Thyssen madrileña,  figura esta frase latina: ARS VTINAM MORES ANIMVMQVE EFFINGERE POSSES! PVLCHRIOR IN TERRIS NVLLA TABELLA FORET. A continuación, en números romanos, figura el año de composición del lienzo: MCCCCLXXXVIII, es decir, 1488, pleno Renacimiento italiano.


El texto latino está tomado de un dístico de nuestro poeta Marcial (Libro X, 32, versos 5 y 6):

Ars utinam mores animumque effingere posset!
Pulchrior in terris nulla tabella foret.

¡Ah si pudiera el arte plasmar el carácter y el alma!
¡Cuadro no iba a haber sobre la tierra mejor!

Al copiar el epigrama,  Ghirlandaio, el pintor, no sé si intencionadamente o quizá sin querer, ha cambiado la terminación del verbo en –t por –s, con lo cual lo ha convertido de tercera en segunda persona, por lo que el hexámetro se ha convertido en una apelación exclamativa:

¡Arte, ojalá, pudieras plasmar el carácter y el alma!

El caso es que viendo el retrato de esta joven Tornabuoni no he podido por mi parte resistirme a la tentación de compartir con vosotros el corto que he visto del realizador argentino Carlos Lascano titulado “Lila”, que retrata a una chica soñadora que me recuerda mucho a la dama florentina de Ghirlandaio y a la inolvidable Amélie Poulain de la  película fracesa "Amélie". La belleza de la actriz Alma García, con su amable sonrisa mitad pícara y mitad inocente, hace que nos enamoremos enseguida de esta joven que no se resigna a aceptar la realidad tal y como es, y no quiere admitir en su fuero interno que la realidad es lo único que hay,   y consigue  transformar nuestra percepción de ella haciendo dibujos con sus lápices de colores en la libreta de apuntes que siempre lleva consigo. Emocionante alarde de colorido y  romanticismo sin palabras en el que el arte consigue reflejar el espíritu que niega la realidad porque no se resigna y el alma humana.

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viernes, 11 de marzo de 2016

Vuelta a casa

El museo parisino del Louvre es el más visitado del mundo. Recibe anualmente la invasión de varios millones de personas. En el año 2013 casi llegaron a diez. 



Tres son sus obras de arte más codiciadas, filmadas y fotografiadas, que no vistas, por la marabunta de los turistas que se amontonan ante ellas. Constituyen el top three, una trinidad que no debe perderse ningún peregrino en su visita al templo de las musas de las bellas artes:    la misteriosa sonrisa de la Gioconda o Mona Lisa que pintó Leonardo,  la prima donna del museo, custodiada constantemente por dos vigilantes de seguridad y blindada tras una vitrina que no oculta los reflejos de la luz; le siguen en visitas, a gran distancia, dos damas más, esta vez escultóricas y de origen griego, la Venus de Milo, encontrada en la isla de Milo (Melos en griego antiguo, una de las cícladas), en 1820,  y la recientemente restaurada Victoria de Samotracia,  descubierta en 1863 en la isla de su mismo nombre, al nordeste del mar Egeo.


La mayoría, cámara, móvil o tableta en ristre, se dedica a sacarles una foto o a hacerse una selfi con estas damas para enseñársela a los amigos: no ven las obras de arte, las filman o las fotografían, que no es lo mismo, para verlas después o para que otros vean que las han “visto”, que han estado allí en su peregrinaje artístico.  No se dan cuenta de que para ver una obra de arte la cámara es un estorbo: basta con posar la mirada directa de nuestros ojos sin ningún filtro para admirarla.


La restauración de la Victoria de Samotracia, la obra maestra de la escultura griega del período helenístico, que data del siglo II antes de nuestra era, ha hecho que aumenten más todavía las visitas al museo.   Tras la restauración, ha salido a la luz un curioso contraste entre la blancura resplandeciente del mármol de la isla de Paros de la diosa y el mármol algo más apagado de la isla de Rodas de la proa de la nave sobre la que se posa en su vuelo. La restauración ha subrayado las formas femeninas de Niqué (victoria en griego, mejor que Nike). El que haya perdido los brazos y la cabeza no le resta atractivo, ya que está provista sin embargo de unas alas que baten al viento con sus plumas hinchadas, como si acabara de posarse sobre el navío victorioso,  y los pliegues de su vestido ondean al  aire todavía.

Ambas obras de arte,  la Afrodita de Milo y la Niqué de Samotracia, exiliadas desde hace más de ciento cincuenta años, deberían volver a su país de origen, a Grecia,  de su ya largo destierro parisino.


Os dejo con el estupendo corto de Aris Caloyerópulos (Ares Kalogeropoulos, en transcripción no fonética),  cuya música también ha compuesto él, que reclama en la lengua del Imperio la devolución del saqueo de todas las obras de arte, incluidos los mármoles de Partenón y la cariátide del Museo Británico, sin olvidar a las dos damas secuestradas en París, la Venus de Milo y la Victoria de Samotracia, a Grecia, su país de origen.



 

sábado, 5 de marzo de 2016

Julio César, el conquistador conquistado




Gallias Caesar subegit, Nicomedes Caesarem.

Ecce Caesar nunc triumphat, qui subegit Gallias:

Nicomedes non triumphat, qui subegit Caesarem.


Según Suetonio, el historiador y biógrafo de los doce césares, éstos eran los versos que cantaban los soldados en son de burla en la ceremonia del triunfo a Julio César en Roma, cuyo nombre propio daría nombre a julio, el séptimo mes del año (antiguamente llamado Quintil), y cuyo cognombre César llegaría a ser sinónimo de emperador que se adjudicarían todos sus seguidores, y pasaría como tal a diversas lenguas (Kaiser, césar, zar, e incluso sha, en el caso de Persia). El atrevimiento que muestra la soldadesca no estaba mal visto durante dicha ceremonia, muy similar al de nuestras murgas carnavaleras.  Durante el desfile del triunfo se le permitía a la tropa ridiculizar al general victorioso mediante pullas como ésta o similares a fin de rebajarle, como suele decirse, los humos.


César sometió a las Galias, Nicomedes a César.

Ved que ahora triunfa César, que las Galias sometió.

Y no triunfa Nicomedes,  que a César se la metió.


 Hay un significado erótico indudable en el verbo “subegit” que propiamente significa “empujar hacia arriba” y “poner debajo porque uno se pone encima”, por eso creo que no es muy descabellada la doble traducción que propongo “sometió” / ”se la metió”, ya que admite una doble lectura. Los versos aluden, pues, a la victoria efectiva que se estaba celebrando de Julio César sobre las Galias, que pasaban a engrosar el imperio romano. La ironía de la tropa está en recordarle al divino general que él también, el invencible, había caído rendido ante el rey de Bitinia Nicomedes. En efecto, según el biógrafo nos transmite, César habría tenido en su juventud un íntimo trato con dicho monarca oriental, que habría dañado seriamente su reputación, dado que César había entrado revestido de púrpura en la cámara real y se habría acostado desnudo en un lecho de oro a merced del monarca de Bitinia, que lo habría poseído. 


 Suetonio dice que pasa por alto las acusaciones de Dolabela y de Curión, que no deja de mencionar sin embargo: según Dolabela César fue el “rival de la reina de Bitinia”, es decir, que ocupó el lugar femenino, y según Curión el “establo de Nicomedes” y la “furcia o putilla de Bitinia”. Gayo Memio lo acusa incluso, según el citado autor, de haber servido la mesa de Nicomedes en compañía de los eunucos del rey, y de haberle ofrecido la copa y el vino para que bebiera, recordando a Ganimedes, el copero celestial de Júpiter, como si de un catamito se tratara.

Lo que dañó seriamente la reputación de César no es haber tenido relaciones homosexuales, como diríamos hoy con un lenguaje que extrañaría al propio César, con el rey de Bitinia, pues eso hubiera sido un signo de virilidad y no un reproche si hubiera sido César el agente y Nicomedes el paciente, por así decirlo; lo que le reprochan los soldados es lo contrario: que César haya sido penetrado por el citado monarca. Las relaciones sexuales se ven, por lo tanto, como relaciones de dominio, en las que el macho dominante penetra a otro para ejercer sobre él su dominio. Lo malo del divino Julio no es que hubiera sido el marido de todas las mujeres, como también le decía la soldadesca, sino la mujer de todos los maridos.

El moralizante Salustio, contemporáneo de César y tan inmoral en su comportamiento como suelen ser por lo general los muy moralistas, lamenta que la sociedad romana haya incurrido abiertamente en la inmoralidad: “Los varones se entregaban como mujeres, las mujeres tenían su pundonor en venta”. Los dos síntomas de indecencia que enumera Salustio son en cuanto a las féminas la prostitución, y en cuanto a los varones las práctica sexuales pasivas, lo que él denomina con un eufemismo “muliebria pati”. Lo que está mal visto en un hombre hecho y derecho es su comportamiento sexual pasivo, porque eso supone sumisión a otro hombre que adopte un rol activo, y por lo tanto, una humillación cuando no una vejación.