jueves, 30 de noviembre de 2017

De la soberanía popular (I)

La palabra “soberano” es herencia del latín superanus, que a su vez se compone de la partícula super (equivalente de la griega ὑπέρ,  hyper en transcripción), que significa “encima, arriba”, raíz que aparece en varios adjetivos latinos clásicos como superbus, superior, supremus, supernus y superus (superi por omisión de di son los dioses de arriba, del cielo o de lo alto, que se contraponen a los inferi o dioses infernales de abajo).

Sin embargo superanus, que se compone también de la misma raíz super, más el sufijo popular -anus, es un desarrollo del latín tardío y medieval, recogido como está en el Glossarium Mediae et Infimae Latinitatis de Du Cange y W. Meyer (1886) y atestiguado en varios documentos, por lo que no hace falta restituirlo con un asterisco como forma supuesta pero no documentada. Así, por ejemplo, leemos en el Chartularium de la abadía de San Víctor de Marsella de finales del siglo XI: Et dono ibi, in alio loco, juxta via superana, quae vadit ad Artiga, petia de terra. Y te doy allí, en otro lugar, junto al camino de arriba, que va a Artiga, una pieza de terreno.  Donde aparece la expresión via superana como “camino de arriba”, con el significado local, puramente topográfico de “situado en una posición elevada”.

De este adjetivo superanus –a -um deriva la palabra italiana soprano,  aplicada al registro femenino más alto o agudo de la voz humana, y soprana camisa sin mangas de algunos seminaristas que se ponía directamente sobre otra vestidura y no sobre la piel, como la simple camisa.  En italiano se conserva también como adjetivo en desuso en la expresión “porta soprana” de la ciudad de Génova, situada en la cumbre, de ahí lo de “puerta de arriba”, en la cresta del llano de Sant’Andrea, que se contraponía a la Porta Sottana o “de abajo”, más conocida hoy como Porta dei Vaca.

Porta Soprana o de Sant' Andrea en Génova.
 

Y este es el significado moderno de la palabra española “soberano”, que el Diccionario define como “Que ejerce o posee la autoridad suprema e independiente”, y "soberanía", como “Cualidad de soberano” en primer lugar y en segunda instancia como “Poder político supremo que corresponde a un Estado independiente”. Asimismo, se define el soberanismo como el movimiento político que propugna la soberanía de un territorio, es decir, la propiedad de un territorio y el poder político supremo que no depende de ningún otro, ejercido sobre dicho territorio y los que en él habitan.

Soberano, soberanía y soberanismo se han convertido, pues, en palabras cultas propias de la jerigonza del gremio de los demagogos o políticos profesionales que se dedican a engañar al pueblo, al que halagan considerándolo soberano, dándole a entender torticeramente que no hay nada ni nadie por encima de él, como si, imitando el título de Rojas Zorrilla de "Del rey abajo ninguno", dijéramos "Del pueblo abajo ninguno".

Si el pueblo es soberano quiere decir en román paladino, o sea, en el lenguaje claro y llano con el que uno habla con su vecino, que es el rey y monarca que está arriba y no abajo, que por encima de él no hay nada ni nadie porque no hay otro soberano más que él, ni siquiera los presuntos "representantes" de la soberanía popular, porque al pueblo no lo representa ni Dios que lo creó. Y eso, obviamente, es mentira porque si el pueblo está “arriba”, ¿de qué o de quién o qué esté “abajo”? Arriba se define en contraposición a abajo. Si no hay nada ni nadie abajo, tampoco puede haber nadie arriba, ni arriba siquiera propiamente dicho ni soberanía que valga.

"Usted es la mayoría": eslogan electoral francés.

El problema se multiplica cuando en vez de hablar del pueblo en singular, hablamos de pueblos en plural, porque entonces estos entran en competencia entre sí y comienzan a disputarse la soberanía o dominio de sus respectivos territorios. Y cuando hablamos de pueblos en plural cometemos otro lío mayúsculo, ya que o están configurados como Estados o aspiran a estarlo. Últimamente se habla en España de pueblo español y de pueblo catalán, como si este último no estuviera incluido, por definición política, en el primero, como si fueran dos pueblos distintos, lo que se explica por la pretensión soberanista de muchos catalanes de constituirse en Estado independiente. Pero la idea de Estado es la más engañosa de todas porque equipara pueblo y gobierno, y mete en el mismo saco al gobernado, que es el pueblo, y al gobernante emanado de él, que son sus supuestos representantes o comisarios. Y la idea de Estado democrático la más perniciosa  y la que más aumenta la ceremonia de la confusión, porque es la forma de gobierno más evolucionada históricamente y la que nos ha tocado padecer a nosotros, en pleno siglo XXI,  y denunciar, por si sirve de algo.

De alguna forma todos los pueblos existentes se consideran pueblos elegidos (por Dios, como el judío veterotestamentario, o por la Historia, que es la versión laica del dios monoteísta de Israel) y por lo tanto la existencia no de un pueblo, que podría ser el conjunto de la humanidad, sino de diversos pueblos obliga a que todos pretendan ser soberanos no sólo de sí mismos sino también de los demás, y ahí comienzan los problemas entre unos y otros.

 Asamblea ateniense

Si el pueblo es soberano como dicen los demagogos o políticos profesionales,  ¿qué necesidad tiene de delegar su soberanía en uno (monarquía), en unos pocos (oligarquía) o en una mayoría (democracia que en rigor debe llamarse oclocracia, ya que όχλος significa  mayoría pero no totalidad, que acaba desembocando en lo que Platón llamó teatrocracia o gobierno de los representantes)? Si el pueblo es soberano de verdad no hay ni arriba ni abajo, no necesita ningún órgano que lo administre ni gobierne. La soberanía popular es la negación de toda forma de gobierno, es decir, la soberanía popular auténtica, la verdadera democracia,  sería, propiamente hablando, la acracia.

martes, 28 de noviembre de 2017

Corporis partes: VIII .- Diente por diente.

Analizamos la biografía de la palabra latina DENS, cuya raíz DENT- como podemos ver en la forma del Acusativo DENT-EM,  evoluciona en romance a DENTE tras la caída de la M final, que aunque se escribía ya no debía de pronunciarse en latín vulgar, como nuestra hache a principio de palabra,  y así quedará en italiano y en portugués, mientras que en francés perderá la –e final, nasalizándose la vocal precedente,  pero en castellano la E breve latina portadora del acento de palabra diptongará en IE, y el resultado, por lo tanto, será DIENTE.


Conservamos la raíz en los adjetivos dental y dentario, que se refieren a lo que está relacionado con el diente; en dentón y dentudo, que son denominaciones coloquiales de quien tiene los dientes muy grandes o desproporcionados; en dentífrico, que es un compuesto de FRICO, el verbo frotar, como vemos en su derivado fricción, y que también significa limpiar, restregar, pulimentar, y evoluciona a fregar, de hecho, partiendo de su infinitivo de la siguiente forma: FRICARE > FRICAR > FRIGAR > FREGAR. Por lo tanto, el dentífrico sería la pasta que se utiliza para limpiar la dentadura.  La forma *dentríficoes un barbarismo que pone de relieve que se ha perdido la conciencia etimológica de esta palabra, pero que se explica fonéticamente como metátesis simple: un sonido cambia de lugar dentro de la estructura de la misma palabra, lo que afecta especialmente a los fonemas sonantes líquidos /L/ y /R/. A lo largo de la larga degeneración del latín en castellano vemos muchas veces este fenómeno: INTER resulta ENTRE y SEMPER, SIEMPRE. Esta metátesis también se observa en otras palabras como por ejemplo en CROQUETA, que es un préstamo francés de CROQUETTE , y que se oye muchas veces decir *COCRETA, con cambio de posición del fonema, *COCLETA, con intercambio de R por L, y hasta *CROCRETA, *CROCLETA y *CLOCLETA.  

Otro derivado es dentado que procede del latín DENTATUM, como en el sobrenombre del cónsul Manius Curius Dentatus, Manio Curio Dentado, así llamado porque al parecer había nacido provisto de dentadura, según noticia de Plinio el Viejo. Este cónsul de origen plebeyo de los primeros tiempos de la República romana venció definitivamente y expulsó al rey Pirro, cuyo nombre propio convertido en adjetivo pasará a la posteridad como sinónimo de una victoria muy ajustada, en la expresión “victoria pírrica”, que se obtiene según el diccionario de la RAE “con más daño del vencedor que del vencido”. Pirro perdió tantos soldados a pesar de obtener una victoria sobre los romanos que dicen que dijo: Otra victoria como esta y volveré solo al Epiro (Grecia).

Se oye a veces el refrán “A caballo regalado no le mires el dentado o “…no le mires el diente”, pues los expertos conocen la calidad de un caballo examinando su dentadura. El refrán da a entender que si se nos regala algo no debemos ser exigentes o excesivamente críticos con la calidad del regalo.

Una dentellada sería una herida producida por un mordisco. Mención aparte merece la palabra dentera que procede de DENTARIAM, y que alude a una sensación desagradable que se experimenta en los dientes en relación con el gusto, oído y tacto de sustancias irritantes. La dentición sería el proceso de echar la dentadura, endentecer, como se dice de los niños cuando empiezan a echar los dientes.



Bidente es palabra que no debe confundirse con vidente, participio de presente del verboVIDEO ver,  y que quiere decir que consta de dos dientes y que ha caído prácticamente en desuso. Se denominaban así a una azada de dos picos y a carneros y ovejas por tener doble hilera de dientes

El dentista es el médico especialista en la dentadura, pero esta palabra, demasiado transparente,  ha sido enseguida sustituida por el helenismo odontólogo, compuesto del término griego ODONTO- , que es hermano y sinónimo del latino DENT-, ya que se trata, de hecho, de la misma raíz indoeuropea con distinto vocalismo y prótesis vocálica.

Muy curiosa, por cierto, es la historia de los modernos odontólogos: de sacamuelas iniciales (oficio que solía desempeñar el barbero en el Barroco), pasaron a llamarse dentistas, cuando se dignifica y profesionaliza el oficio, por así decirlo, pero luego con la tremenda helenización de la medicina, se sustituye enseguida por odontólogo, en paralelo a la sustitución de oculista por oftalmólogo.  Parece que el intento de cambiar odontólogo, todavía muy transparente, por estomatólogo no ha tenido mucho éxito todavía, porque induce a error. En efecto la raíz griega estómato- significa “boca”, por lo que la estomatología sería la especialidad médica centrada en la boca del hombre, pero resulta inevitable la confusión con “estómago” por su parecido fonético, aunque estómago se diga en griego gást(e)ro-, como vemos en gastroenteritis, gasterópodo  o gastronomía, siendo la estomatología según la Academia la parte de la medicina que trata de las enfermedades de la boca del hombre, cosa que algunos sólo aceptan a regañadientes.

En relación con la raíz ODONTO-  conservamos helenismos como ortodoncia (orto significa correcto como vemos en ortografía, la escritura correcta),  endodoncia (endo quiere decir dentro, interior, como en endogamia, el matrimonio dentro del clan familiar), y  odontalgia (-algia significa dolor, como en neuralgia o nostalgia, que es el dolor producido por el deseo del regreso).


En el anuncio de una clínica dental griega, puede leerse la palabra inglesa “dentist”, que sigue la raíz latina dent- que estamos estudiando, y encima su nombre en griego: odontiatrei/o, palabra compuesta que puede dividirse en odont( o), la forma griega de la palabra diente,  y iatrei/o, que quiere decir medicina y que observamos todavía en palabras nuestras como pediatría, psiquiatría o geriatría.

Vamos a detenernos en el compuesto tridente, que significa “tres dientes”, y que designa a una lanza de tres puntas que caracteriza al dios del mar Posidón o Neptuno, dado que se utilizaba como arpón para la pesca. Nada más normal que la divinidad de las aguas y de los mares porte como atributo un tridente, que también es un cetro o símbolo de poder. Los poetas latinos se referían a él con epítetos como: tridentífero, tridentígero, que significan ambos "portador del tridente", o tridentipotente, poderoso gracias al tridente.

Cuando los tres dioses y hermanos se repartieron el poderío del mundo, Zeus se quedó con el cielo, Hades con la tierra y el mundo soterraño, y Posidón con el dominio del mar.   Este último, de hecho, en la disputa por la posesión del Ática  con la hija virgen de Zeus que había nacido de la cabeza del dios, la diosa Atenea,  clava su tridente en la acrópolis y hace surgir una fuente de agua salada del mar como símbolo de su poder y toma de posesión de aquel reino, mientras que la diosa, más sabia, planta un pacífico y fructífero olivo, el primero de la región,  y se lo regala a la ciudad. El resto de los dioses, según unos, o la propia ciudad, según otros, agradecida, juzgan cuál de los dos portentos les merece más aprobación,  y el veredicto de ese juicio designa vencedora a la diosa virgen, concediéndole el patronazgo de aquella comarca. Poco tiempo después se levantará en aquella misma atalaya un templo en mármol blanco resplandeciente dedicado a la diosa Virgen (que en griego se dice párthenos): el Partenón. La diosa, por su parte, cuyo nombre propio en singular era  Atena (o Atenea) le prestará su nombre, en plural, a la ciudad, Atenas, ciudad que, por otra parte, aunque se haya inclinado en este juicio por la agricultura, no rehusará sin embargo abrise al mar y al mundo desde su puerto del Pireo, convertido ya hoy en día en un barrio más de la gran ciudad.

Con el paso del tiempo encontraremos también este tridente en la representación de los demonios y diablos cristianos como atributo satánico. ¿Cómo llegó hasta ahí? Tal vez porque era el símbolo de un dios pagano, es decir, no cristiano, y nada más lógico que caracterizar al anticristo con un atributo de la vieja religión politeísta.  Es por lo tanto un símbolo de poder y de violencia, una suerte de cetro.

Era el tridente o fúscina también el arma del reciario romano (derivado de RETIARIUS y este de RETE, red, quien utilizaba la red para envolver y paralizar a su adversario en la arena), que luchaba contra el mirmidón, armado con la espada, GLADIUS, que da nombre al gladiador. El reciario portaba pues un equipamiento similar al de un pescador: el tridente, a modo de arpón, la red y una daga corta, sus únicas armas tanto para la defensa como para el ataque. El tridente se componía de dos piezas: una vara de madera que constituía el mango,  y el tridente propiamente dicho, tres puntas dentadas de metal. Las representaciones de tridentes en los mosaicos de gladiadores muestran sin embargo tres  puntas simples, sin diente a modo de arpón, de modo que el tridente podía clavarse en las carnes del rival pero no produciría el desgarro típico de un arponazo al retirarlo.



El tridente  es, pues, un instrumento de pesca arrojadizo, cuyo extremo metálico tiene varias espigas punzantes, casi siempre de hierro, rara vez de bronce, generalmente tres, de ahí su nombre tri-dente, engastada en un largo astil de madera que solía ser de olivo, debido a su resistencia y fortaleza. Era útil en la pesca nocturna y especialmente en las pesquerías de atunes, como cuenta Opiano que hacían los tracios en las aguas del Mar Negro. Las embarcaciones faenaban  durante la noche portando lámparas o antorchas encendidas, cuya luz atraía a los peces que se arremolinaban en torno al bote pesquero, que completaba su labor  con redes de cerco útiles para la captura del banco entero de peces, siendo blanco de fácil acierto para la destreza de los arponeros.

Podríamos citar todavía muchas más palabras que han caído en desuso porque las realidades que nombran han quedado obsoletas, y es que en la lengua, que se comporta como un organismo vivo, están entrando y saliendo constantemente palabras, de forma que es imposible hacer un diccionario que las recoja a todas de una vez para siempre. Tal es el caso del dentejón, por ejemplo, que era el yugo propio para uncir los bueyes a la carreta, o el dental, el  palo en que se encajaba la reja del arado, o el trente o la trente, que de ambas maneras se decía (deriva de tridentem) en el ámbito rural de Cantabria, donde designa a un bieldo tredentudo  o palaganchos con tres dientes  de hierro o más, entre muchas otras que ya no dicen nada a las nuevas generaciones, que desconocen las realidades que reflejan esas palabras.  

Un epigrama de Marcial (el setenta y seis del libro I)  nos presenta a una tal Elia, un pseudónimo como siempre hace por delicadeza este autor, una anciana que sólo tenía cuatro dientes (no se conocía todavía la dentadura postiza), y que tras un ataque de tos quedó desdentada.

  Si memini, fuerant tibi quattuor, Aelia, dentes:
      Expulit una duos tussis et una duos.
  Iam secura potes totis tussire diebus:
      Nil istic quod agat tertia tussis habet.

No me resisto a ofrecer la traducción de Argensola de este gracioso epigrama: Cuatro dientes te quedaron, / si bien me acuerdo; mas dos, / Elia, de una tos volaron, / los otros dos de otra tos. / Seguramente toser / puedes ya todos los días, / pues no tiene en tus encías / la tercera tos que hacer.

Como prueba de que seguimos hablando latín sin percatarnos de que esta lengua que hablamos es latín,  un latín degenerado o mal hablado pero completamente reconocible y transparente,  tenemos aquí la denominación de los dientes que componen la dentadura humana:



Incisivo lateral: De INCISIVUS, y este de INCISUS, que es el participio del verbo INCIDO, que significa “cortar”, o hacer una incisión; y de LATUS LATERIS “lado, costado”.
Incisivo central: de CENTRUM –I: que es el centro.
Canino: De CANINUS –A –UM  y este relacionado con CANIS –IS, de donde viene nuestro can, por lo que significa relativo al perro, mordaz, agresivo.
Premolar: Los dientes premolares y molares son los posteriores, en ese orden a los caninos. El prefijo PRE- procede de PRAE- y significa anterior, ya que son anteriores a las muelas.
Molar:  Del adjetivo MOLARIS –E, y este del sustantivo MOLA –AE, la muela de molino, y, por comparación con su forma, el diente molar, e incluso en castellano viejo un cerro escarpado de cima plana. No se pierda de vista el cambio vocálico que le afecta a la o breve y tónica latina, que diptonga en ue en su evolución a la lengua de Castilla, por lo que, MOLAM pasa a muela. Todo ello nos lleva al verbo MOLO, y de ahí a nuestro amolar, moler, moledura, molienda, moliente, molino y remolino. Mención especial en este punto merecen el verbo INMOLAR,  que usamos como sinónimo de sacrificar, dado que los romanos antes de hacer un sacrificio esparcían la “mola” o harina sagrada de trigo tostada y mezclada con sal espolvoreándola sobre el testuz de las víctimas, y la palabra EMOLUMENTO, que usamos con el sentido de remuneración adicional por el desempeño de un cargo o empleo,  y que era propiamente la ganancia del molinero.
Primero: Palabra patrimonial derivada de PRIMARIUS, de donde procede también el cultismo primario.
Segundo: De SECUNDUS –A –UM “siguiente”.
Tercero: Palabra patrimonial derivada de TERTIARIUS, de donde procede también el cultismo terciario.
Muela del juicio: De MOLA –AE y IUDICIUM –I “juicio”. Se denominaban así a las muelas que en la edad adulta nacían en las extremidades de las mandíbulas humanas, y se consideraba que conferían el “juicio” o sensatez a las personas.

A propósito de la dentadura y de la higiene bucal, citaremos, por último, el poema burlesco  XXXIX de Catulo, en versos coliambos o yambos cojitrancos (que cojean a contratiempo en el último pie),  donde ridiculiza a un tal Egnacio que sonríe en cualquier ocasión, incluso en las menos propensas a la risa, y lo hace para mostrar la blancura de sus dientes. Al final se cita una curiosa costumbre de higiene bucal que, según el poeta, practicaban los celtíberos.


Egnacio, porque tiene blancos los dientes,
sonríe a todas horas. Ante el banquillo
de un reo, cuando mueve a llanto el letrado,
él ríe. Cuando rota, frente a la pira,
la madre llora a su hijo único muerto, 
él ríe. Sea lo que sea, doquiera
y haga lo que haga, ríe. Tiene tal vicio,
me consta , no elegante ni de buen gusto.
Por tanto, buen Egnacio, debo advertirte.
Aunque romano o tiburtino o sabino
fueras o austero umbro o grueso toscano
o lanuvino bien moreno y dentado
o traspadano, por citar a los míos,
u otro que limpie bien cualquiera su boca,
me gustaría tú que siempre no rieras:
Nada hay más bobo que una boba sonrisa.
Eres celtíbero: en celtíbera tierra
con lo que cada cual meó al levantarse,
enjuaga dentadura y, roja, la encía;
así que cuanto más deslumbren tus dientes,
pregonarán que más orina tragaste.

sábado, 25 de noviembre de 2017

Latín, una lengua agraria

El latín, según la célebre tesis de Jules Marouzeau (Le latin langue de paysans), era una lengua de campesinos, agricultores y ganaderos. Es algo que salta  a la vista cuando examinamos palabras como  CULTURA, que en principio significaba cultivo, como en "agri-cultura",  o labranza del campo. Se refería sobre todo al cultivo de las viñas y de los sembrados de trigo, de donde salen los dos grandes dones de la tierra para griegos y romanos ante Christum natum  (y para los cristianos también después con el paso del tiempo): el vino y el pan, ambos además divinizados, tanto por los paganos (el vino sería el regalo de Baco o Dioniso; y el pan,  el fruto cereal de la madre Ceres o Deméter, que los emperadores romanos siempre procuraban que no le faltara al pueblo, por aquello de pan y circo), como por los cristianos (que consideran que el vino es la sangre,  y el pan,  el cuerpo de Cristo en la eucaristía).  De este significado de "cultivo" del campo se pasa al cultivo de uno mismo y de sus cualidades espirituales o inmateriales, como la sensibilidad, la inteligencia, el sentido crítico y demás, sin olvidar, mens sana in corpore sano,  el culturismo o cultivo físico del propio cuerpo de uno, eso que llaman ahora con más pedantería que acierto educación física, en detrimento del término más honesto que era gimnasia.

Otro vocablo que prueba este origen rural sería el verbo DELIRARE delirar, que en principio significaba salirse del surco que trazaba la reja del arado o caballón, que se llamaba lira precisamente en la lengua del Lacio. De ahí nuestro significado de desvariar, de tener perturbadas las capacidades mentales y hacer despropósitos o disparates,  como desviarse de la línea trazada cuando uno está labrando la tierra. 


TERRAE FETVS: Pratum(1) fert gramina cum floribus & herbis quae desecta fenum(2) fiunt. Aruum(3) fert fruges & holera(4). In siluis proueniunt fungi(5), fraga(6), myrtilli &c. Sub terra nascuntur metalla, lapides, mineralia.   (Ilustración del Orbis sensualium pictus, de J. A. Comenius)

Otro término que ilustra este carácter rústico de nuestra lengua madre es el adjetivo RIVALIS -E, que deriva del sustantivo RIVUS -I, nombre del arroyo: rival sería etimológicamente el vecino con el que uno se disputa el agua del riachuelo para el regadío. De ahí que rival en principio sólo fuera el ribereño, para pasar después a ser el adversario, contrincante o competidor en la guerra, en el amor o en la vida en general.
 
Esta característica rural de la lengua latina se ve en muchas otras palabras. Quizá una de las más significativas sea el verbo PUTARE,  que en principio quería decir "podar", como demuestra su evolución al castellano (PUTARE>PUTAR>PUDAR>PODAR), y el cultismo amputar,   y que pasó a significar pensar por  comparación o metáfora de la actividad de la poda con la del pensamiento: amputación  de las ideas que no nos sirven, que  desechamos como las ramas desgarbadas e infructuosas de algunos árboles frutales: pensar sería librarse de la rémora de las ideas preconcebidas o inculcadas, de los prejuicios. En relación con este signficado más intelectual de un verbo que en principio significaba "amputar" y "podar" tenemos en español derivados como diputado, reputación y computadora, por ejemplo, y de computar tenemos contar, tanto en el sentido de cuenta, contabilidad o cómputo propiamente dicho como en el de cuento literario.  

AGRICVLTVRA: Arator(1) iungit aratro(2) boues(3), & laeua stiuam(4) tenens, dextra rallum(5), quo glaebas(6) amouet, scindit terram, antea fimo(8) stercoratam,  uomere(7) et dentali facitque sulcos(9). Tum seminat semen(10) & inoccat occa(11). Messor(12) metit maturas fruges falce messoris(13), colligit manipulos(14) & colligat mergites(15). Tritor(16) triturat frumentum in area horrei(17) flagello (tribula)(18), iactat uentilabro(19), atque ita palea & stramine(20) separata, congerit in saccos(21). Feniseca(22) facit fenum in parto, gramen falce fenaria(26) desecans, corraditque rastro(24), componit aceruos(26) furca(25) & conuehit uehibus(27) in fenile(28).  

jueves, 23 de noviembre de 2017

Corporis partes: VII .- Cara a cara.

La palabra cara no procede del latín, sino probablemente del griego ka/ra, con igual pronunciación y con el significado de cabeza. Está atestiguada en nuestra lengua desde el siglo XII, y son muy numerosos sus compuestos como careta, que es el nombre de la máscara que se coloca delante de la cara, y también  careto. Curioso derivado es el careo, la acción y el resultado de carearse, o sea, poner a una o varias personas en presencia de otra u otras, cara a cara, con objeto de apurar la verdad de dichos o hechos, a fin de resolver, normalmente, algún asunto espinoso.

Al hecho de afrontar, esto es, de hacer frente a  una situación, lo llamamos encarar, y cuando uno ha perdido el respeto decimos que es un descarado, situación en la que debería caérsele la cara de vergüenza.

Hay muchas palabras compuestas que comienzan con cara-, como cariacontecido, adjetivo con el que calificamos a quien muestra en su semblante algún sentimiento de pena o temor; cariancho, carilargo y carirredondo, por su parte,  no necesitan mayor explicación.

En latín cara se decía FACIEM, de donde nos viene a nosotros el cultismo faz y la palabra patrimonial haz. La evolución, tras la pérdida de la M final,  FACIE, hizo que el grupo CI  pasara en castellano a Z,  FAZE, perdiéndose la E en final de palabra y obteniendo el cultismo FAZ. De ahí, por influjo vasco, la F- inicial latina pasó a H- aspirada, perdiéndose la aspiración a partir del siglo XVI, pero manteniéndose la letra en la escritura por el afán conservador que tiene ésta y que la RAEL le imprime a la lengua, llegando a la forma HAZ, como en la expresión el haz de la tierra, que alterna con la faz de la tierra, que aluden ambas a  la superficie terrestre. 

Se utiliza la palabra antifaz (compuesta de ante y de faz) para denominar a la máscara o careta que se pone delante para cubrir  la cara o, más en concreto, los ojos; máscara que, por cierto, se llamaba en latín PERSONA, palabra esta que ha alcanzado una dignidad exagerada en nuestro mundo moderno, desde su compuesto personalidad hasta el verbo personalizar, que tanto se utiliza como sinónimo de individualizar.

En Roma la PERSONA era la máscara del actor teatral, que servía para caracterizarlo como personaje trágico o cómico, repárese en la relación de ambas palabras,  y a la vez servía como caja de resonancia para la voz, como altavoz. Lo que nos sugiere la etimología de la palabra PERSONA es que la persona, y su correspondiente personalidad, no son más que una máscara, una careta, un antifaz que nos ponemos para disfrazar nuestra auténtica cara, da igual que sea dura o blanda; la máscara oculta a la vez que muestra nuestro rostro.

¿Cómo es esa auténtica cara que se supone que está oculta detrás de la máscara, detrás de la persona y que caracteriza al personaje? La pregunta queda, una vez formulada,  flotando en el aire, no esperando una respuesta, que tal vez no la tenga, sino haciendo que nos cuestionemos al menos nuestra propia personalidad.


En otro orden de cosas, cuando hablamos en botánica de las hojas de las plantas, distinguimos el haz y el envés, que son como la cara y la cruz de la moneda, o el anverso y el reverso. El haz es la cara superior de una hoja, que suele ser más brillante y lisa,y con nervadura menos patente que la cara inferior o envés.

Del diminutivo francés facette, procedente de FACIEM, tenemos en español faceta, con el que nos referimos a los aspectos que tiene una cosa,   y el término polifacético se aplica a lo que presenta muchas facetas o aspectos.

Del adjetivo latino FACIALIS “relativo a la cara”, hemos heredado nosotros facial, con el mismo significado. Y de la palabra compuesta latina SUPER-FICIEM, derivada de FACIEM, tenemos nosotros nuestra superficie, con que aludimos al aspecto externo de algo, es decir, a la cara, que suele ser el espejo del alma, según el refrán, de donde procede nuestro adjetivo superficial

Del italiano faccia, derivado de FACIEM, nos ha llegado a nosotros la facha, es decir la figura o el aspecto,  y la  fachada, cada una de las caras de un edificio, aunque generalmente nos referimos, si no especificamos, a la principal, no a la trasera o la orientada al norte o al este. La desfachatez de una persona sería lo mismo que el descaro.




Dejamos para el final uno de los derivados más curiosos de FACIEM, nuestra preposición hacia,  contracción de la expresión castellana vieja faze a con el significado “de cara a”. Ir hacia alguien sería etimológicamente, según esto,  ir de frente o de cara a alguien.

lunes, 20 de noviembre de 2017

La lengua de los dioses del Olimpo

¿Qué revela el éxito de venta al público del ensayo La lengua de los dioses de Andrea Marcolongo, más de 150.000 ejemplares vendidos en Italia, todo un best seller, traducido ahora a la lengua de Cervantes y a punto casi también de llegar a ser un superventas entre nosotros? Su éxito no radica en el descubrimiento del Mediterráneo, que ya está muy descubierto. Tampoco demuestra que un idioma que se creía extinto y diferente del griego contemporáneo, del que no difiere tanto por otra parte, interese mucho ahora de repente en estos tiempos donde sólo parece haber sitio para lo práctico y utilitario inmediato, es decir para la informática usuaria y el inglés comercial básico que sirve para redactar un curriculum vitae y poco más. Lo que muestra a mi modo de ver es la mala conciencia de políticos, autoridades académicas y pedagógicas y demás responsables del desaguisado que, tras haber arrinconado la dulce lengua de Homero con sucesivas leyes que la ningunean del sistema de enseñanza en favor de nuevas tecnologías, robóticas y psicagogías varias, haciendo que entre en competencia desleal con otras asignaturas más atractivas aparentemente y más modernas y mileniales como son la Psicología, la llamada Literatura Universal o, last but not least, la dichosa Economía, y exigiendo un número mínimo para que se imparta de por lo menos diez alumnos matriculados, creo que es, con el mismo tratamiento que se da a cualquier otra optativa, salvo a la sacrosanta Religión, olvidando que el griego estaba antes que muchas de estas materias que han irrumpido con ímpetu y brío amparándose en la autonomía de los centros para crearlas ex nihilo, quieren ahora resarcirse y lavar, como suele decirse, su mala conciencia reivindicando el helenismo como adorno cultural. Ya se sabe, un poco de culturilla barata no está nada mal como barniz de la ignorancia. 

Ilustración de Ulises Culebro, tomada de El Mundo (4 noviembre 2017). 

Se habla de la importancia que tienen hoy las lenguas “vivas”, contraponiéndolas a las “muertas”, y se cree que con el estudio del latín, como mucho, ya vale no ya para un estudiante de humanidades, que no lo necesita, sino para un futuro filólogo inglés, por ejemplo, que ya ni siquiera se llaman así, sino graduado en estudios ingleses (sic). ¿Para qué vamos a meternos en esa intrincada selva de aoristos temáticos y atemáticos, de voz media y modo optativo, además de indicativo, subjuntivo e imperativo, y de número dual, a más de singular y plural, y un alfabeto que, aunque sea el origen del nuestro y del cirílico, sobrevive de milagro? Un titular de El Mundo (4 de noviembre de 2017) sobre el libro de Marcolongo decía: "Griego antiguo: ¿Por qué un idioma muerto es más útil hoy que estudiar robótica?".   La contraposición “idioma vivo/idioma muerto” es falsa en el sentido de que las sedicentes lenguas vivas están hoy más que nunca muy muertas, sólo sirven para comunicar ideas personales, cerrar negocios y expresar opiniones y lugares comunes, los manidos tópicos, que no tienen el más mínimo interés general o común, y que las llamadas lenguas muertas como el latín y el griego, que no es un idioma muerto porque se sigue hablando en Grecia y en Chipre, aunque sea una lengua minoritaria en Europa y en el mundo, por no hablar también del sánscrito, siguen muy vivas y comunicativas.



Como dice Marcolongo, rebelándose contra la visión mercantilista y utilitarista de la enseñanza, la cultura está para formar, no para producir clientes o consumidores. Sin embargo, lo que le interesa al sistema o Establishment, por decirlo en la lengua del Imperio, es  estabular votantes y contribuyentes, para lo que la llamada cultura suele ser un ornamento cuando no un no pequeño obstáculo, y no porque la cultura se oponga a eso, sino porque nos distrae de lo que realmente importa, que es el dinero, haciendo que nos interesemos por otras cosas que no reportan beneficios económicos, y que son paradójicamente, por eso mismo, las que más valen. Dice la autora en la entrevista que concedió al periódico: «Estudiar griego prepara para la vida de tres formas. Primero, porque es difícil. Yo rechazo la tentación contemporánea de la facilidad. La vida no es fácil, para conseguir cualquier cosa hace falta esforzarse; segundo, porque requiere tiempo, lo que choca con nuestra obsesión por la velocidad, por querer preparar una tarta con un tutorial de dos minutos en YouTube; y tercero, porque nos ayuda a conocernos mejor». Y tiene razón. 


Incluso los cada vez menos alumnos que eligen Griego en sus estudios de Bachillerato, pero no  nos engañemos, nunca hemos sido muchos ni mayoría democrática, se ven obligados a justificar su decisión en su propio entorno donde sufren incomprensión de sus familiares y amigos al elegir una opción tan minoritaria, porque es mejor estudiar matemáticas o economía, que van a necesitarlas en un futuro (que por definición no existe), y no griego que no te hace pensar en el trampantojo del porvenir, sino más bien te hace olvidarte del incierto día de mañana y te distrae de lo que importa. Graecum est, non legitur, se decía en la Edad Media, cuando se ignoraba la lengua de Sócrates, y se alardeaba de ello diciendo que era griego y no se entendía ni podía leer, como si fuera chino, y cuando la doctrina de la iglesia Católica, Apostólica y Romana sentenciaba que el griego no era necesario para el sustento de la cristiana fe. Y es que hemos llegado a una situación en la que ya no hablamos griego, sino gringo y mal, y sólo interesan las salidas profesionales de la enseñanza, lo que es una aberración: ya sabemos cuál es el oficio más viejo del mundo, y si la prostitución aspira a su legalización y dignificación -es un trabajo como los demás, se dice a veces-, el resto de oficios y profesiones del mercado laboral no deja de ser venta de nuestra fuerza de trabajo al mejor postor, en términos marxistas, o, simplemente, prostitución. 

 "Y en paz creéis estar, pero la guerra gobierna toda la tierra" (Calino de Éfeso)

En muchos centros públicos, y no digamos ya privados, de docencia ha desaparecido la posibilidad de estudiar griego, amparándose en la autonomía pedagógica de la que gozan para fijar los planes de estudios (y no impartir esa materia es ahorrar en un profesorado que requiere además una considerable especialización) o bajo el pretexto de que no hay suficiente demanda para formar grupo, cuando en algunos casos ni siquiera se ofrece la posibilidad en la matrícula,  por lo que si no se oferta, como dicen los mercachifles, no puede elegirse ni haber demanda, situación que han agravado los fuertes recortes en la educación pública sufridos en este país. He oído utilizar el argumento de la “rentabilidad” y decir a una autoridad académica (¡manda uebos!),  que no era rentable ofrecer la posibilidad de estudiar griego en el Bachillerato Nocturno. También que era un “lujo asiático” (sic) mantener una asignatura con cuatro o cinco alumnos. No puedo dejar de recordar en este punto que cuando yo estudiaba COU, el equivalente grossissimo modo de 2º de Bachillerato actual, hace ya cuarenta años, que se dice muy pronto, éramos cuatro, ni uno más ni uno menos, los alumnos que leíamos la apología de Sócrates de Platón y la Elegía a las Musas de Solón en la lengua en la que fueron escritas en aquel instituto rural. 

 

Resulta sarcástico que se interesen ahora por la lengua de Homero y se compren el libro de Andrea Marcolongo para culturizarse un poco, no mucho, los responsables de su práctica extinción. Otra cosa será que se lo lean y les aproveche.  Igual que es un sarcasmo, por otra parte, que los fautores de la desaparición del Bachillerato Internacional de Humanidades y Ciencias Sociales en un instituto de rancio abolengo de cuyo nombre no quiero acordarme, que decidieron que no se constituyera grupo si no se matriculaban por lo menos nueve alumnos, propongan como plan de mejora y objetivo para el futuro, es decir para nunca, porque el futuro no existe, “recuperar el itinerario de Humanidades y CCSS” en el Bachillerato Internacional. ¿No recuerda un poco esto a aquellas sarcásticas declaraciones del veterano de la guerra del Vietnam que reconoció que destruyeron la aldea para salvarla:  We must destroy this village in order to save it!? 

viernes, 17 de noviembre de 2017

Corporis partes: VI. - Algo in mente.

Vamos ahora a parar mientes en la palabra mente, que procede de la latina MENTEM tras la caída de la –M final. Siguió su evolución  y resultó en su momento MIENTE, porque el diptongo IE es la solución de la  E breve y tónica en castellano, pero esta forma, que estuvo vigente hasta nuestro Siglo de Oro, cayó pronto en desuso, y hoy apenas se emplea como arcaísmo y en plural en expresiones como pasársenos algo por las mientes o parar mientes, que significa prestar atención.  Nos encontramos, pues, con que la forma que ha perdurado no es la evolucionada miente, que sería nuestro término patrimonial,  sino el cultismo restituido mente.

 

Si damos un rápido repaso a las lenguas romances hermanas, observamos que en gallego, portugués e italiano decimos mente, en catalán se dice ment, en francés se utiliza otra palabra de origen latino para la mente como por ejemplo esprit, pero se  usa -ment como terminación adverbial  y el adjetivo mental, que también existe en inglés por influencia francesa mental, mentality, y en rumano tenemos minte. En inglés, pero de origen indoeuropeo y no latino, relacionado con MENTEM tenemos mind.
 
De mente derivan el adjetivo mental y los sustantivos mentalidad, mentalismo, y mentalista pero también el verbo mentar y el sustantivo mención y su verbo mencionar.

Vamos a considerar dos compuestos que significan “privado de inteligencia y de cordura”. Ambos tienen un prefijo privativo: en un caso DE- y en el otro VE-. Se trata de demente, y su familia demencia y demencial,  que usamos muchas veces con el significado de locura, por ejemplo en la expresión demencia senil, y  vehemente, que propiamente significa impulsivo, impetuoso, y su familia vehemencia.

Mención aparte merece, por lo curioso que resulta,  el nombre parlante o significativo Mentor, nombre propio en su origen del consejero de Telémaco, el hijo de Odiseo/Ulises, derivado de la misma raíz indoeuropea que mente, que se ha convertido en nombre común, lo mismo que le sucedió a Mecenas. Un mentor es una persona que aconseja y protege a otra, un hombre con experiencia de la vida, además de un verdadero amigo, un maestro en suma que aconseja a un joven.  En la Odisea de Homero, es la propia diosa Atenea, que encarna la sabiduría, la que adopta varias veces la figura de Mentor, viejo amigo de la familia al que el héroe había confiado la custodia de sus intereses cuando partió para la guerra de Troya, para acompañar y guiar a Telémaco.


La diosa Atenea, transformada en Mentor, guiando a Telémaco, dibujo de John Flaxman.

La pervivencia de esta palabra puede rastrearse en la obra “Las aventuras de Telémaco” del escritor francés F. Fénelon, publicada en 1699 y muy popular durante el siglo XVIII, donde se dibuja el carácter de este personaje.
 
Otro de los compuestos más curiosos es mentecato que procede de la expresión latina MENTE CAPTUS que literalmente significaba “cogido de la mente”, es decir, que no tiene toda la razón. Y de este mentecato salen ya la mentecatería y la mentecatez.

Un compuesto interesante es comentar, que procede del verbo COM-MENTARI, y que con el prefijo COM- significa aplicar la inteligencia a algo.

Pero quizá el derivado más chocante sea el verbo mentir, que ya existía en latín MENTIRI, y que en principio significaba inventar, imaginar, derivando después a su significado más conocido de no decir la verdad y, por lo tanto, engañar. De ahí derivan todas las mentiras, los mentirosos y las mentirijillas.



De la misma raíz indoeruropea de la que viene mente, que era *mN, con archifonema nasal, unas veces resulta men- como en mente, y los derivados que hemos visto hasta ahora,  pero otras veces puede resultar mem- como en MEMORIAM, que es el origen de nuestra memoria tan injustamente desprestigiada por los modernos sistemas de enseñanza, de la que no podemos olvidarnos alegremente sin caer en el síndrome de Alzheimer y convertirnos en unos desmemoriados que han perdido el memorial de su memoria histórica, cayendo en el hondo pozo de la amnesia por falta de práctica mnemotécnica. Que ya lo decía Cicerón: memoria minuitur nisi eam exerceas: la memoria se atrofia si no la ejercitas.

Del verbo MEMORARE, que en latín significaba recordar, hemos heredado los compuestos conmemorar y rememorar, concurriendo este último con su término patrimonial remembrar. Quizá convenga detenerse un momento en la evolución de REMEMORARE, que con la pérdida de la –E final de los infinitivos quedó en castellano REMEMORAR. Este cultismo evolucionó tras la pérdida de la vocal interior pretónica O a REMEMRAR, surgiendo una B epentética para permitir su pronunciación: REMEMBRAR, fenómeno que podemos observar en otras palabras como HOMINEM>hombre (pasando por omre en castellano viejo)  o FEMINAM>hembra (pasando por fembra) .

En relación con la memoria se utiliza a veces en castellano el latinajo memento (mori), que en su forma simple como imperativo que es del verbo MEMINISSE significa sólo recuerda y la expresión completa recuerda que mueres, que eres mortal, ten in mente el hecho de la muerte, tu mortalidad, uno de los tópicos del arte barroco relacionado con el de la fugacidad de la vida y los del carpe diem y el tempus fugit. Se cuenta que este memento mori era la frase que se repetían los monjes trapenses cada vez que se encontraban. También se denomina así a la calavera, símbolo de la muerte, que nos advierte de nuestra condición mortal en el arte barroco. Igualmente dentro de las partes de la misa se habla del memento de los vivos y el de los difuntos. Del verbo REMINISCI, relacionado con MEMINISSE, tenemos en castellano reminiscencia, que suele ser un recuerdo un tanto vago e impreciso, pero remembranza al fin y al cabo.

Hemos de tener en cuenta entre los derivados de MENTEM el numerosísimo grupo difícil de inventariar, porque es un procedimiento gramaticalmente vivo, de adverbios de modo y manera que acaban en –mente. Quizá su origen haya que buscarlo en expresiones adjetivas que ya existían en latín clásico y que se utilizaban en caso ablativo para indicar circunstancias modales: sincera mente, por ejemplo en este verso de una comedia de Plauto (Bac. 509): ego animum mente sincera gero, donde Mnesíloco le dice a su padre que lleva bien su ánimo “con mente inalterada”. En estos casos, por cierto, el adjetivo (“sincera” en el ejemplo) concuerda en género femenino, número singular y caso ablativo con el sustantivo mente: con mente sincera, inalterada… No poco curioso resulta por otra parte el origen del adjetivo sincero, dicho sea de paso, que, como apunta Marouzeau, significa “sin cera” y alude a la miel pura que elaboran las abejas, sin adherencias de cera.

 La mente, como un paraguas, no sirve si no se abre (abierta mente).

Los adverbios en –mente, como sinceramente tienen dos acentos, el del adjetivo y el del sustantivo, porque aunque se escriban como una sola palabra siguen sintiéndose como dos. No sólo abundan en castellano, sino también en gallego, portugués, catalán, francés e italiano.

Siguiendo con la raíz indoeuropea *meN, hay que decir que presenta una variante con vocalismo O, que es *moN, de donde surge en latín el verbo MONEO aconsejar, que nosotros conservamos en monitor, con el sufijo –TOR de agente masculino: aquel que nos aconseja, y en los compuestos premonición, con el significado de advertencia previa que le da el prefijo PRAE-, y admonición, que viene a ser un sinónimo de aviso, sin olvidar amonestar y amonestación, que efectivamente son advertencias o avisos con una recriminación añadida. De esta misma raíz procede monumento con el significado de recuerdo, generalmente de algún muerto, testimonio, memorial…

Merece la pena detenerse un poco en un curioso derivado del verbo MONEO que es moneda, procedente de MONETAM, uno de los sobrenombres de la diosa Juno: Iuno Moneta, algo así como Juno la consejera. Junto al templo que se levantaba en Roma de Iuno Moneta se acuñaba la moneda, que es la evolución de MONETAM tras la caída de la –M final y la sonorización castellana de la -T- intervocálica, que se convierte en -D-, conservándose en castellano en adjetivos cultos como monetario, que evoluciona a su vez por la vía popular al término patrimonial monedero, donde se guardan las monedas.

En relación con esta misma raíz tenemos MONSTRUM en latín clásico, que dio en castellano la forma ya en desuso, mostro, y en latín vulgar MONSTRUUM que evoluciona a monstruo, que viene a ser un prodigio que señala la voluntad de los dioses, por la creencia de que estas monstruosidades eran advertencias o amonestaciones divinas, de donde deriva el significado de algo extraordinario y sobrenatural, y relacionado con esto el verbo MONSTRARE, indicar la voluntad divina en primer lugar, y en fin simplemente mostrar, demostrar, muestra, muestrario. 

Aunque a primera vista parezca que no guardan mucha relación, las musas, hijas de Júpiter/Zeus y de Memoria/Mnemosine, divinidades que presidían las artes temporales, con la música y su murgas en primer lugar como la más significativa, pero también las bellas artes o espaciales, cuyas obras se atesoran en los museos que llevan su nombre, las musas también derivan de la raíz *moN, mas el sufijo –twa-.

La raíz indoeuropea, que hemos visto bajo sus formas *meN y *moN puede presentar en griego sobre todo la forma que se denomina grado cero *mN, dando origen a algunos helenismos relacionados con la memoria que conservamos en castellano: como amnesia, con prefijo privativo a-, de donde también deriva amnistía, con el significado de perdón, y mnemotécnico y mnemotecnia, el procedimiento que nos ayuda a recordar algo mediante alguna asociación mental. 

La muy manida frase “Mens sana in corpore sano”, sacada de un hexámetro de Juvenal, se ha entendido casi siempre mal, en el sentido de que hay que cultivar la inteligencia a la vez que el cuerpo. El contexto del dicho de Juvenal es “Orandum est ut sit mens sana in corpore sano” (Iuv. 10, 356), que propiamente significa: “hay que pedir a los dioses que haya (que nos den) una mente sana en un cuerpo sano”. Dice el poeta que el hombre verdaderamente sabio no pide al cielo más que salud, en el sentido amplio de la palabra: mental y corporal. Sin embargo suele citarse esta expresión para indicar que la salud del cuerpo es condición indispensable para la salud del alma, y que hay que esforzarse por lo tanto en cultivar la mente tanto como el cuerpo.

martes, 14 de noviembre de 2017

¿Homenaje o ultraje a la bandera?

Recojo aquí y me hago eco de la propuesta de homenaje a la bandera que hizo el escritor Rafael Sánchez Ferlosio a propósito de la creación ex nihilo de la Comunidad Autónoma de Madrid en 1983, cuyo himno compuso Agustín García Calvo, con música del maestro Pablo Sorozábal Serrano,  por encargo de su primer presidente Joaquín Leguina por el módico precio de una peseta, y cuya bandera definió Santiago Amón Hortelano con diseño de José María Cruz Novillo, según leo en la inevitable Güiquipedia: un fondo rojo carmesí según unos, pero según otros que no se ponen de acuerdo en esto, rojo vivo o encendido con siete estrellas blancas de cinco puntas cada una situadas en el centro en dos filas, cuatro arriba y tres debajo.



Con el objeto de dar mayor vivacidad y color festivo al fervor ceremonial que siempre debe rodear el merecido culto a la bandera de esta comunidad, la comisión de protocolo de la Autonomía de Madrid se complace en anunciar al público que, entre las prácticas rituales oficialmente reconocidas y prescritas para mejor honrar y celebrar dicha bandera, queda incluida la de su propia combustión, no teniéndola en adelante por agravio, sino por acendrada expresión del más devoto acatamiento, y con la sola reserva de que la limitación de las disponibilidades presupuestarias asignadas por la comunidad al capítulo de banderas pudiese eventualmente recomendar alguna siempre momentánea restricción en el legítimo ejercicio de esta específica forma de culto a la bandera consistente en el homenaje incineratorio.

No estaría mal que este “homenaje incineratorio” que propone Ferlosio, y que en el caso de la Comunidad de Madrid podría acompañarse con la ejecución cantada del himno correspondiente,   se hiciera extensivo a las banderas de las restantes comunidades y a la de toda la nación y a la europea, de la que hablamos aquí,  y a las de todos los Estados y nacionalidades del orbe de las tierras, sin que su combustión se considerara un agravio o un ultraje, sino, por el contrario, el más acendrado, nunca mejor dicho, homenaje que pudiera hacérseles. 



Yo estaba en el medio: / giraban las otras en corro / y yo era el centro. / Ya el corro se rompe, / ya se hacen estado los pueblos, / y aquí de vacío girando / sola me quedo. / Cada cual quiere ser cada una: / no voy a ser menos: / ¡Madrid, uno, libre, redondo, / autónomo, entero! / Mire el sujeto / las vueltas que da el mundo / para estarse quieto.


Yo tengo mi cuerpo: / un triángulo roto en el mapa / por ley o decreto, / entre Ávila y Guadalajara, / Segovia y Toledo: / provincia de toda provincia, / flor del desierto. / Somosierra me guarda del Norte y / Guadarrama con Gredos; / Jarama y Henares al Tajo / se llevan el resto. / Y a costa de esto, / yo soy el Ente Autónomo Último, / el puro y sincero. / ¡Viva mi dueño, / que, sólo por ser algo / soy madrileño!


Y en medio del medio, / capital de la esencia y potencia, / garajes, museos, / estadios, semáforos, bancos, / y vivan los muertos: / ¡Madrid, Metropol, ideal / del Dios del Progreso! / Lo que pasa por ahí, todo pasa / en mí, y por eso / funcionarios en mí y proletarios / y números, almas y masas / caen por su peso; / y yo soy todos y nadie, / político ensueño. / Y ése es mi anhelo, / que por algo se dice: "De Madrid, al cielo".

 Ceremonia de incineración de bandera mexicana.

En México existe un protocolo para la ejecución de la ceremonia de incineración de la bandera nacional, previsto sólo en caso de que esta haya sufrido algún deterioro, lo que conlleva que el paño descolorido o estropeado, una vez reducido a cenizas tras rociarlo, supongo, con alcohol o gasolina para una rápida y segura combustión, sea sustituido por otro nuevo, previa autorización de las autoridades correspondientes, lo que, como puede verse, guarda cierta relación de semejanza con el mito del renacimiento del ave Fénix.

Según lo que estipula La Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales de aquel país: “Las cenizas de esta bandera deberán ser resguardadas o enterradas como un simbolismo de regreso a las entrañas de la Patria. La Bandera Nacional es un objeto sagrado, que incinerado y transformado en polvo vuelve a sus orígenes.” Se identifica así la Patria con la propia tierra, es decir se hace que el adjetivo suplante al sustantivo, pues, como se sabe “patria” es la forma femenina del adjetivo patrio, que significa concerniente al padre, que determinaba al sustantivo “tierra” en la expresión “tierra patria”, y se oculta el sustantivo “tierra” a la vez que se procede a la sustantivación del adjetivo al que, para mayor gloria de Dios, se le impone la mayúscula honorífica, por lo que se dice que las cenizas de ese “objeto sagrado” que es el pendón nacional, al ser enterradas, simbolizan el “regreso a las entrañas de la Patria”, lo que no deja de recordarnos por otra parte lo que le dijo Jehová a Adán en la Biblia: con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado, ya que polvo eres y al polvo volverás (pulvis es et in pulverem reverteris), (Génesis, 3, 19), sobre todo cuando se le imprime carácter sacrosanto a dicho emblema que “transformado en polvo vuelve a sus orígenes”.


Así continúa la susodicha ley: “El emblema nacional al ondear libre nos recuerda lo más hermoso de nuestra patria, superior, excelsa, que nos unifica y obliga por igual y a la cual todos nos debemos. Al unísono decimos adiós a las cenizas que regresan a la tierra, quien con amor las toma en su regazo. Así piensa el pueblo de México de sus símbolos patrios”.


Es cierto que la imagen de una bandera es bella cuando ondea libremente al viento, pero es hermosa porque flamea y porque cuando lo hace sugiere precisamente su propia combustión, la suya propia y la de todas las demás banderas, reales y falsas como son; reales en cuanto que símbolos de las patrias existentes, pero falsas en cuanto que todas y cada una de ellas pretenden ser la única y verdadera, arrogándose la supremacía y exclusividad de encarnar a la Patria, cuando lo que hay no son más que “patrias chicas”, por así decirlo, que simbolizan la división aleatoria y arbitraria de la humanidad, basada en criterios geográficos e históricos como el lugar en que hemos nacido y la lengua que hemos aprendido a hablar, sujetos a cambios como están ya que ninguna patria es idéntica a sí misma siempre. No hay pues ultrajes a la patria ni a la bandera; el ultraje es que haya patrias y banderas, da igual que grandes o chicas,  municipales, autonómicas, nacionales o europeas.

A la pregunta de qué es la Patria, podrían responderle bien aquellos versos: -Una idea, nada más, / como cualquiera otra, falsa, impuesta. / Nuestra patria es el amor, / perdido paraíso sin fronteras. / Otra patria no es verdad / ni digna de que nadie la defienda: / patria no hay que valga más,  / ni noble patriotismo a fin de cuentas. 

Flamear según la RAE de la Lengua deriva del latín “flamma” que origina nuestra palabra patrimonial “llama”, y los cultismos "flamante" y "flamear". Se define en primer lugar en su acepción culinaria como “rociar un alimento con alcohol y prenderle fuego”, también “despedir llamas” y, finalmente, y dicho de una bandera, “ondear movida por el viento, sin llegar a desplegarse enteramente”, porque sus ondulaciones, acompasadas del crepitar del paño batido por el viento, sugieren las llamaradas del fuego fulgurante. No hay espectáculo más bello que una bandera al viento, porque simboliza la disolución de sus colores y su propia indefinición y deflagración, la ecpirosis o purificación por el fuego que arrastra al cosmos al cabo del Gran Año destruyéndolo para su renacimiento o palingenesia, que, a su vez, será destruido de nuevo según los estoicos,  que se consideraban seguidores de Heraclito,  al final del nuevo ciclo. 


¿Llegará alguna vez el día feliz en que asistamos a la ceremonia, simbólica o real, de arriado y, acto seguido, incineración solemne de todas las banderas,  deterioradas y desgastadas por el uso y el abuso que de ellas se ha hecho a lo largo de la historia universal, y no sean sustituidas por otras nuevas ni repuestas, o, lo que sería lo mismo, el día en que estandartes, lábaros y pendones no sean más que lo que son, paños o trapos o retazos de tela que, izados en el mástil, ondean al viento sin  representar nada ni a nadie, carentes de cualquier significación y simbolismo, como las cometas multicolores de jirones de tela o cintas de papel que, sujetas por un cordel muy largo, se arrojan al aire para que el viento las vuele y sirvan de diversión a niños y muchachos?