jueves, 31 de mayo de 2018

Del sufijo -ismo /-ista

No habrá seguramente sufijos más abundantes y universales que -ismo e -ista no sólo por su rancio abolengo, sino también por lo productivos que siguen resultando todavía. Proceden del latín -ismus e -ista, y en última instancia del griego -ισμός e -ιστής. Pero en su origen no eran tales simples sufijos, sino la fusión de una raíz verbal acabada en -íζ-, como resultado del protogriego *-ιδy-  donde la yod se aplicaba a activar raíces nominales (por ejemplo ἐλπίδy-ω > ἐλπίζ-ω, esperar, sobre la raíz  ἐλπίδ- esperanza), con los sufijos propiamente dichos -μός de acción y -τής de agente, como por ejemplo βαπτίζω (sumerjo, bautizo), que origina βαπτισμός, bautismo, y βαπτιστής, bautista.

La formación del sufijo -ισμός a partir de verbos acabados en -ίζω es paralela a la creación de sustantivos acabados en -ασμός y -αστής a raíz de verbos acabados en -άζω. Este último sufijo, sin embargo, no ha tenido tanta difusión como el primero, del que hay centenares de ejemplos en la lengua griega, aunque hay algunos casos como el verbo ἐνθουσιάζω del que conservamos los sustantivos ἐνθουσιασμός, entusiasmo, y ἐνθουσιαστής, entusiasta. 



En origen, pues, el sufijo -ismo servía para re-crear sustantivos a partir de raíces verbales formadas sobre nombres, y denotaba proceso que expresa la acción o a veces resultado. Este procedimiento acabó extendiéndose a cualesquiera otras raíces verbales y nominales. Muy abundante en griego clásico, pasó al latín en helenismos a partir del siglo II de nuestra era, y a partir del siglo IV se hace cada vez más abundante y productivo, usándose ya para crear neologismos que no son préstamos griegos, hasta llegar a las lenguas modernas donde sigue estando vivo y productivo.

El sufijo -ίζω tenía en griego clásico un doble valor: por un lado factitivo y por otro ecoico u onomatopéyico. Cuando se unía a un gentilicio o a un nombre de persona, se indicaba adopción de costumbres, partido o lengua: ἐλληνίζω hablo griego, φιλιππίζειν ser del partido de Filipo. En el diccionario de Anatole Bailly aparece χριστιανίζω con el significado de hacer profesión de fe cristiana, y a raíz de ahí χριστιανισμός, cristianismo como la profesión de dicha creencia religiosa. La adaptación latina sería christianizo y christianismus, documentada ya en Tertuliano. Sobre este modelo se formarán nombres de religiones, herejías, sectas o sistemas filosóficos. A partir del Renacimiento y hasta nuestros días las formaciones en -ismo comienzan a ser numerosas en todas las lenguas europeas.

Los usos modernos más importantes de este sufijo son la formación de un nombre de acción sobre verbos acabados en el sufijo -izar, denominando el proceso o el cumplimiento de la acción o su resultado, como por ejemplo bautismo, organismo, sincronismo, pero también una característica personal como heroísmo, patriotismo, despotismo, sin olvidar la formación de un sistema, teoría o práctica de tipo religioso o filosófico, político o social, basándose a veces en el nombre propio del fundador como budismo, calvinismo, epicureísmo... Pueden formarse con términos descriptivos nombres de doctrinas o ideologías como agnosticismo, estoicismo, feminismo, capitalismo, machismo, hedonismo... Un uso documentado desde la antigüedad es la formación de términos que denotan una peculiaridad lingüística como anglicismo, latinismo, a los que puede añadirse arcaísmo, clasicismo, modernismo, vulgarismo, y tantas denominaciones de tendencias artísticas vanguardistas como surgieron en el siglo XX.

Interesa especialmente por su reciente actualidad la formación moderna de nombres que tienen el falso sentido de superioridad o supremacismo como racismo, sexismo, nacionalismo, especismo, patriotismo, etc. sin perder de vista el que engloba a todos los demás humanismo, por aquello de Protágoras de que el hombre es la medida o metro patrón de todas las cosas "de las que son en cuanto son, de las que no son en cuanto no son", lo que implica que vemos la realidad bajo nuestra óptica humana, reduciéndola a nuestra medida.



lunes, 28 de mayo de 2018

Nemo sponte sua malus est

Socraticum dictum οὐδείς ἑκὼν κακός -id est, nemo uolens malus fit- noua atque correpta circumlocutio est illorum uerborum quae non solum in dialogo Protagora (358d) οὐδ᾽ ἔστι τοῦτο, ὡς ἔοικεν, ἐν ἀνθρώπου φύσει, ἐπὶ ἃ οἴεται κακὰ εἶναι ἐθέλειν ἰέναι ἀντὶ τῶν ἀγαθῶν, sed etiam in Politica (589c) οὐ γὰρ ἑκὼν ἁμαρτάνει atque in Timaeo quoque (86d–e) κακὸς μὲν γὰρ ἑκὼν οὐδείς a diuo Platone scripta sunt. Quod e Graeca in Latinam linguam ab eruditis doctisque hominibus ut “Nemo sponte sua peccat” translatum est. Nota bene: Hoc uocabulum “peccat” non Christiano sed Latino latioreque sensu tibi intellegendum est. Quod nullum hominem sponte sua malum scienter inferre significat.

Homo igitur qui inter uarias optiones unam malam, quae ei noceat, eligit non propter intimam inprobitatem propriamque malitiam, sed propter omnium rerum inscientiam agit. Ob eam rem si sententiam suam erroneam esse intellegeret, eam pro alia certiore mutaret atque aliter ageret, propterea quod nemo improbus naturaliter fit. Quod non indicat omnes homines probos naturaliter fieri, sed neminem improbum nisi nescium esse, quia illi neque id quod faciunt neque quid faciant sciunt. 

 Neronis sollicitudines,  William Waterhouse (1878)

Qua de causa numquam homines propter improbitatem malitiamue agimus, sed peccata nostra a falsa opinione proficiscuntur, quoniam nemo, sicut Socrates aiebat, sponte est malus, nemo facit ea quae mala sibi esse putat. Hominum enim malitia magnae imperitiae signum est.

In eodem sensu notum quoque est illud, quod Aristoteles citat: οὐδεἰς ἐκών πονηρὸς, οὐδ' ἄκων μάκαρ, id est: nemo uolens malus, nec inuitus felix fit.

Malum enim ex ignorantiae obscuritate oritur, quod sol clarissima luce collustrare poterit. Stulti igitur nesciique homines magis quam improbi nobis timendi sunt.

Socratis autem uerba contraria religionis Christianae sunt, quoniam Christi doctrina dictitat malum in hominibus cum originale peccato intrasse, atque hominem improbum fieri et in peccati errore perseuerare, quia liber sit, posse.

jueves, 17 de mayo de 2018

Raqueros de Santander

Eran niños pobres que, sin falso pudor y con toda la naturalidad del mundo, se lanzaban al agua desnudos en la machina a recoger las monedas que les arrojaban los señoritos y que ellos sacaban del fondo de la bahía en la boca para ir luego a comprar alguna chuchería o al cine, si llegaba para tanto, a ver alguna película, viviendo un poco así de la picaresca del puerto. 

Raqueros de Santander, José Cobo Calderón (1999)

Ya el novelista costumbrista cántabro José María de Pereda retrataba a estos chavales en su novela “Sotileza”. Hay, además, una foto de 1890 en la que se ha inspirado el moderno grupo escultórico de José Cobo Calderón,  que ahora se puede ver en el paseo marítimo de Santander, obra que los inmortaliza.



Según el Diccionario de la Real, raquero significa, aplicado a un buque o embarcación pequeña, “que va pirateando o robando por las costas”; referido a persona es aquella que anda al raque, y, en sentido general, “ratero que hurta en puertos y costas”.

El raque se define como el acto de recoger los objetos perdidos en las costas por algún naufragio o echazón. En cuanto a la etimología, aunque es dudosa según Corominas, se propone el germánico *rakan “recoger con rastrillo”, conservado en inglés to rake “rastrillar”. Otros relacionan la palabra con el alemán das Wrack, "barco o buque naufragado", de donde el compuesto Wrackteil aplicado a los pecios (o pecíos) o restos del naufragio.  De raque deriva “raquear” con el significado de “hurtar” y “raquero” como “merodeador de playa”, palabras ambas atestiguadas en 1884.

¡Qué pena que ya no haya raqueros, o raquerucos, como se dice cariñosamente con este diminutivo tan querido en Cantabria, que se bañen con el traje de baño decente que la naturaleza les ha dado, que es la desnudez de los vivos cueros! ¡Qué pena que las aguas de la bahía estén cada vez más contaminadas y sucias! ¡Qué pena que los únicos nadadores que se lancen al agua en el paseo marítimo para envidia y gozo de los paseantes y transeúntes sean estas esculturas!


 
Raquero que en el muelle del puerto de Santander mira en la noche a la luna llena como si fuera una moneda de plata antes de zambullirse en el fondo del mar a rescatarla.

domingo, 13 de mayo de 2018

Epigramas de Calímaco (y II)

En el libro VII de la Antología Griega se hallan estos epigramas o inscripciones funerarias para algunas tumbas, destacando el número 80, que Calímaco dedica a la muerte del también poeta Heraclito de Halicarnaso, al que no hay que confundir con el filósofo presocrático. Calímaco dice que pese a la muerte de Heraclito, sus ruiseñores, es decir, los trinos o versos líricos del poeta perdurarán.

Alguien me dijo, Heraclito, tu suerte, y a mí me brotaron
lágrimas. Recordé     bien cuántas veces los dos
conversando hundimos el sol, pero ya eres, amigo,
     polvo de años atrás     en dondequiera que estés.
Mas viven líricos tus ruiseñores, en que Hades, que todo
borra, no ha de poner     manos encima jamás.

El número 317 está dedicado al célebre misántropo Timón, que aborrecía a la humanidad y la luz del día. Su tumba estaba situada en una escollera prácticamente inaccesible, lo que da idea de su carácter arisco y huraño y de lo mucho que amaba la soledad. El epitafio le pregunta si ahora que está en el reino de los muertos está más contento que cuando habitaba entre los vivos, pero él reconoce amargamente que ni siquiera muerto puede estar solo, por lo que su aspiración de soledad absoluta se ha visto truncada en la muerte. Por eso prefiere la luz del sol, es decir, la vida que las tinieblas soterrañas, porque en el reino de Hades, superpoblado como está, los muertos son mayoría absoluta. Usaban, en efecto, los griegos la expresión “pasar a la mayoría” “eis toùs pléonas eltheîn” como sinónimo de morir.


 Timón de Atenas renunciando a la sociedad.

¿Qué odias ahora, Timón, que has muerto, la luz o la sombra?
-¡Ni tan siquiera aquí     solo me vais a dejar!



El núm. 451 propone que se utilice el eufemimo “dormir un sueño sagrado” para los hombres buenos que han muerto y que no se diga nunca precisamente que han muerto, a fin de no matarlos más, es decir, para que perdure su memoria.

Duerme Saón el hijo aquí de Dicón su sagrado
sueño. No hay que decir     “muerto” del hombre de bien.

El epigrama 471 es uno de los más conocidos. Habla del suicidio de Cleómbroto de Ambracia, que tras la lectura del Fedón de Platón, se quitó la vida, tratando de imitar a Sócrates.



“¡Sol, -despidiéndose-, adiós! Cleómbroto, que era de Ambracia,
desde lo alto de un     muro al Averno saltó,
causa de muerte sin que haya ninguna, salvo el tratado
sobre el alma que él     tanto gustó de Platón.

El número 524 nos recuerda un poco al epitafio nihilista aquel del cementerio civil de la Almudena de Madrid: “Nada hay después de la muerte”. En efecto, el lector le pregunta al sepulcro si allí está enterrado Cáridas, y este le dice que sí. Acto seguido, le pregunta al propio difunto qué hay allá abajo y este responde que mucha tiniebla. El poema acaba con un rasgo humorístico: lo que le ha dicho es la verdad, pero si quiere oír otra cosa más dulce, puede decirle que por ejemplo,

-¿Cáridas yace aquí? -Si dices el hijo de Arimas
el de Cirene, sí    yace debajo de mí.
-Cáridas, ¿qué hay abajo? -Tinieblas. -¿Se vuelve a la vida?
-No, mentira. -Y ¿Plutón?     -Cuentos. -¡Adiós a la fe!.
-Tal mi respuesta veraz a vosotros, mas si otra que guste
quieres, a céntimo el buey     grande en el Hades está.

viernes, 11 de mayo de 2018

Epigramas de Calímaco (I)

Igual que un libro te lleva a descubrir otro, un poeta te lleva también irremediablemente a otro. Conocemos, por ejemplo, un poema largo de Calímaco gracias sobre todo a la traducción que hizo Catulo al latín, pues el original griego, salvo algunos fragmentos, se ha perdido. Se trata de La cabellera de Berenice.

Guiados por la selección de los epigramas de la Antología Griega que tradujo al francés Marguerite Yourcenar y por la traducción al español de los sesenta y tres que publicó el también poeta Luis Alberto de Cuenca, ofrecemos una pequeña antología de Calímaco.

Poeta alejandrino,  Calímaco nació en Cirene, en Libia. Vivió en el siglo III antes de nuestra era. Estudió en Atenas, después hizo carrera en Alejandría, donde llegó a ser bibliotecario del Museo, y poeta áulico y cortesano. Como dice De Cuenca en su introducción: “Desde las fabulosas bibliotecas asirias de Senaquerib y Asurbanipal (siglo VII a. J. C.) la historia de la cultura no había conocido nada igual. En este ambiente, pues, de culto a los valores intelectuales va a desarrollarse la personalidad humana y artística de Calímaco”.


 Museo y Biblioteca de Alejandría

En el epigrama núm. 43 del libro XII de  la Antología Griega manifiesta Calímaco su “odi profanum uolgus”, como dirá Horacio después. Hace el poeta aquí una declaración de principios y se revela como un vate exquisito que huye de lo mayoritario y los caminos trillados como de la mismísima peste. Su amor se dirige casi indefectiblemente a chicos jóvenes, siguiendo la musa efébica del viejo Anacreonte, de Teógnide y de tantos otros, que encontraba parangón en los amores del mismísimo Zeus hacia el bello Ganimedes.


Me harta el poema que es cíclico, y no me recreo
en el camino que aquí     lleva y allá a multitud.
Odio también al amante promiscuo, ni bebo de fuente
pública; asco me da     todo lo que es popular.
Lindo, sí, lindo tú eres, Lisanias; mas antes que dicho
lo haya, el eco ya     “anda con otro” silbó.


 Fauno de Barberini o Sátiro borracho

En el epigrama 102 del mismo libro, dedicado a un tal Epicides, Calímaco reconoce que persigue los amores que huyen de él y rechaza los que se le ofrecen y están a su alcance.

Un cazador, Epicides, acecha en los montes a toda
liebre y rastrea cualquier     huella de corzo que ve
aun soportando la nieve y la helada. Y si alguien le dice:
“¡Pieza abatida ahí!”    nunca la toma a su vez.
Y es de esta clase mi amor: perseguir acostumbra lo que huye;
y lo que está a su merced     deja volando escapar.


Horacio en su segunda sátira del libro primero, versos (105-108) se hace eco y recoge en hexámetros latinos este epigrama de Calímaco,  cuando escribe :

...leporem uenator ut alta
in niue sectetur, positum sic tanbere nolit,
cantat et adponit "meus est amor huic similis; nam
transuolat in medio posita et fugientia captat".

..."Cual cazador que a la liebre en la mucha
nieve persigue y rechaza tocar así a la dejada"
canta y añade "mi amor se asemeja a ese, pues pasa
sobrevolando lo que hay a su alcance y busca lo que huye".

miércoles, 9 de mayo de 2018

¡Qué buenos son, que nos llevan de excursión!

Ha pasado ya una buena ristra de años desde que siendo yo mozalbete entonaba con alborozo aquella canción, cuyo estribillo me viene ahora a las mientes, de «qué buenos son los padres escolapios, que buenos son que nos llevan de excursión», agradeciéndoles infinitamente la salida del centro (eso es lo que sugiere el prefijo ex- de la palabra ex-cursión con toda su fuerza centrífuga) a los profesores que nos sacaban por un tiempo prudencial de la jaula de las aulas, para que recargáramos las pilas y pudiésemos volver con energía renovada a la incursión (el prefijo in-, aquí de claro valor centrípeto, señala la vuelta a la normalidad y enclaustramiento; tras la excursión se impone la incursión en la  machadiana “monotonía / de lluvia tras los cristales”). 

Que conste que yo no estudié en los escolapios ni en los agustinos ni en los  salesianos ni en ningún otro colegio de pago tampoco, sino en un centro público, y no me pesa, sino todo lo contrario.  El caso es que todos cantábamos aquella cantilena de agradecimiento a nuestros profes “majos y enrollaos” equiparándolos con los padres escolapios, lo que no les gustaba demasiado, la verdad sea dicha. 


Ya por entonces los centros públicos comenzaban a competir con los privados en la organización de las llamadas “actividades extraescolares”, hasta el punto de que en la actualidad todos disponen prescriptivamente de un Departamento a ellas consagrado, y de un Jefe encargado de hacer su programación y el seguimiento de dichas actividades fundamentales para el normal funcionamiento de un centro escolar de primaria y secundaria que se precie, cuya obligatoriedad sin ellas resultaría intolerable, igual que un calendario sin festividades, un trabajo sin vacaciones o una semana sin finde. (Cuando hablamos aquí de "actividades extraescolares" no nos referimos a las clases de natación, ballet, artes marciales y encaje de bolillos con las que los padres complican las agendas de sus hijos fuera del horario escolar privándoles así de juego libre, sino a las que organizan los propios centros escolares, dentro de su horario lectivo,  para proyectarse en la sociedad escurriéndose de sí mismas a fin de volver corriendo al redil y hacer más soportable la reclusión obligatoria).

Hemos ido viendo desde entonces cómo también rivalizan unos y otros centros en la organización de diversos saraos como posados para orlas conmemorativas del inolvidable curso académico, organización de eventos deportivos y concursos de misses y misters -parece que estos últimos han pasado afortunadamente ya a la historia-, bailes de primavera y de graduación, ceremonias de comienzo y fin de curso, y cómo llegan a fletar  autobuses y chóferes para que se vayan turnando en los largos trayectos por las autopistas de Dios devorando quilómetros a toda pastilla, trenes, cruceros y hasta aviones para poner en circulación por tierra, mar y aire por el ancho mundo no pocas cohortes de estudiantes que vitorearán eufóricamente a la Madre Superiora (“¡Viva la Madre Superiora!”), por lo tolerante y comprensiva que es organizando la excursión, que ella preferirá denominar “salida didáctica y pedagógica”, quien, defensora como es de la realización de ese “viaje de estudios” (sic) y por su trascendencia espiritual como una de las señas de identidad irrenunciables de “su” convento, perdón, quería decir, de su colegio, y de “su” proyecto educativo, celebrada año tras año desde tiempos inmemoriales, acompañará a los novicios y novicias  como mayoral que vela por el rebaño pastoreándolo para que no se descarríe y pueda recibir la bendición del sumo pontífice en la Basílica de San Pedro en el Vaticano, donde se les dará suelta y día libre para que visiten, por su cuenta y riesgo, si así lo consideran, los museos. 

Otro de los cánticos de aquellos autobuses que me viene al hilo de esto a la memoria exhortaba al conductor a pisar el acelerador de un modo bastante irresponsable e imprudente. Creo que decía algo así: “Para ser conductor de primera, / acelera, acelera...” Ignoro si se siguen cantando canciones en los autobuses. Imagino que no, que a lo sumo se entretendrá a los alumnos con películas de acción o de risa para que no se aburran con el paisaje, o se pondrá algún tipo de música para todos que acabará disgustando a la mayoría, ahora que cada cual cultiva sus gustos  personales. A tal efecto, supongo, cada uno llevará sus auriculares puestos para escuchar “su” tachunda, y se distraerá publicando y leyendo chorradas con su móvil en sus redes sociales, por lo que ya no se entonarán aquellos cantos corales más propios de una taberna que de un autobús escolar. 

Si los alumnos estudian Historia del Arte, por caso, parece muy justificado y hasta oportuno que visiten la Capilla Sixtina in situ, aunque luego allí no puedan permanecer más de cinco minutos, tal es la avalancha de turistas que suele haber, ni puedan atender a las explicaciones de los profesores, en el caso de que estos les expliquen algo, dado que se exige un silencio religioso por ser un lugar de oración, por lo que resulta casi preceptivo acompañarse de una audioguía, pero esa actividad carece de todo valor pedagógico si no se acompaña de un trabajo previo y posterior en el aula, y si los alumnos no realizan durante su visita algún tipo de tarea complementaria, y se limitan a fotografiar sin ton ni son y al tuntún las cosas -incluidos ellos en los inevitables selfis de las "cosas que hay que ver"- que no tienen tiempo de ver con detenimiento y recreación para enseñarlas después aburriendo a familiares y amigos. 

 Capilla Sixtina repleta de turistas

Parece a fin de cuentas como si las Actividades Extraescolares, por lo tanto, se hubieran convertido en las auténticas actividades del Centro Escolar, las que más lo caracterizan y definen, siendo las intraescolares, por emplear este término para las clases magistrales y cada vez menos magistrales, poco más que un breve paréntesis entre una y otra extraescolar y una disculpa para realizar las que realmente promocionan al Centro, las que rompen con la reclusión claustrofóbica, sin las que esta sería insoportable. Los profesores que critiquen la excesiva realización de dichas actividades, por su parte, serán ellos mismos tachados de intransigentes cavernícolas y carcas chapados a la antigua por pretender tener a los alumnos "amarrados al duro banco" de las galeras turquescas que siguen siendo, pese a todos los pesares, las aulas. Como consecuencia de todo esto, la mayoría de los centros escolares han cambiado y se han convertido en centros de actividades extra-escolares: organizan excursiones, intercambios de "inmersión lingüística" (sic) y viajes que hacen la competencia a las agencias del gremio; hacen turismo para dar una vuelta -eso es el "tour"-  y volver tras el garbeo del giro de Copérnico a lo de siempre y a lo mismo.

sábado, 5 de mayo de 2018

In memoriam Jesús Lizano


Jesús Lizano (1931-2015)  merece ser recordado no como traductor,  de cuya labor hablamos aquí a propósito de una versión suya de Aristófanes,  sino como uno de nuestros mejores y paradójicamente más desconocidos poetas contemporáneos, de aspecto valleinclanesco y de la talla de un León Felipe, por lo menos, dada la magnitud e importancia de su obra creativa.



Invito a las nuevas generaciones y a los que no lo conozcan a gustar de su poesía, y sobre todo a aquellos que creen que no les gusta la lira de Apolo porque les parece que usa un lenguaje muy sublime y que no entienden. Decidme si no se entiende esto, por ejemplo:


Yo me lo creo todo, / como hombre bien nacido: / que aquél era mi padre / –quién sabe, / quién era su padre–, / que éste es mi amigo / –y quién era su amigo–, / que mi madre era mi madre, / que mi hijo es mi hijo / –quién sabe–. 


Me lo creo, me lo creo: / que cumplo con el deber / cuando sacrifico / mi tiempo, mi pensar, / mis sentidos / para que a todos nos domine / el orden establecido / –quién sabe / quién lo ha establecido–, / que mi madre me torturaba / por mi bien, que por mi bien / moriré, especie de malditos. / Que éste es una autoridad, / que aquél es un obispo / –qué es un obispo–. 


Me lo creo, me lo creo, / me trago / todo el bolo alimenticio. 


Aplaudo todas las leyes, / me creo todos los mitos, / que estoy lleno de mierda / y los demás están limpios. 


Me creo todas las órdenes, / todos los desatinos, / la historia entera me creo / –la historia / de los asesinos–. 


¡Ay, verdad, ay, quién te ve / y quién –ay– te ha visto! 


Me lo creo, me lo creo: / decidme lo que queráis / de los griegos, de los ingleses, / de los turcos, de los indios. / Cumplo con el primer deber / de todo bien nacido / en esta especie de monstruos: / engañarme a mí mismo.

No puedo resistirme a poneros este vídeo en el que el propio Lizano recita con indudable gracia uno de sus poemas más celebrados: Las personas curvas. Merece, mucho, la pena pararse un rato a escuchar voces como la suya y a distinguir, como diría Machado, las voces de los ecos.



No me resisto tampoco a poneros este otro, porque son tan efímeros los vídeos en este canal que el día menos pensado desaparece de la red de redes... Se trata de Mamíferos, otro de sus pequeños grandes poemas.


 

Pero si hubiera que escoger un poema significativo de él, me quedo con estos versos áureos:   "El capitán / no es el capitán. / El capitán / es el mar...".

jueves, 3 de mayo de 2018

Trastrocando los nombres de las cosas

El historiador bizantino Procopio de Cesárea -no entiendo muy bien por qué se empeñan en escribir y decir Cesarea,   a la pata la llana-, que vivió en el siglo VI de nuestra era, nos advierte de que hay mucha gente que no llama a las cosas por su nombre, al pan pan y al vino vino, como diríamos a lo castizo, sino que trastrueca el nombre de las cosas, y las denomina no con otra palabra cualquiera al albur sino, precisamente, con la que significa lo contrario. 

Procopio escribió en griego antiguo, y en su Historia de las Guerras de Justiniano, obra magna que se compone de ocho libros, puso la frase en un discurso en boca de uno de sus personajes  (libro VII, capítulo 8, parágrafos 16-17), un hombre indignado cuyo nombre propio poco importa ahora. El motivo de su indignación tampoco viene al caso ni anula la validez de la afirmación fuera de ese contexto, por lo que puede aplicarse de modo general. 

ἐγὼ μὲν οὖν τοῦτο οἶδα, ὡς τῶν ἀνθρώπων ὁ πολὺς ὅμιλος τὰ τῶν πραγμάτων ὀνόματα μεταβάλλουσιν ἐπὶ τοὐναντίον. 



La frase de Procopio la tradujo al latín en el siglo XVII Claude Maltret así: Equidem scio a plerisque inverti rerum nomina, et in contrarium omnino accipi.
Lo que en inglés suena así, tal como lo entendió H. B. Dewing: Now I, for my part, know this, that the great majority of mankind twist and turn the names of things until they reverse their meaning.
En le lengua de Molière puede decirse de este modo, según una traducción francesa cuyo autor desconozco: Je sais bien qu'il y a plusieurs personnes dans le monde qui changent les noms des choses, et qui leur en imposent de tout contraires à leur nature.
En la lengua de Dante, así lo tradujo Domenico Comparetti Ben lo so io che la massa degli uomini suol trarre i nomi delle cose a significato dei tutto opposto.
Y en castellano, entre nosotros, resuena así en la estupenda traducción de Francisco A. García Romero, publicada en la Biblioteca Clásica Gredos:  Lo cierto es que yo sé que los seres humanos en su mayoría cambian el nombre de las cosas para que signifiquen lo contrario.



Si buscamos algún antecedente lejano de esta idea, podemos encontrar uno en Tucídides,  Guerra del Pelopoenso, III, 82, 4, donde el historiador reflexiona sobre las consecuencias funestas de la guerra civil y dice: καὶ τὴν εἰωθυῖαν ἀξίωσιν τῶν ὀνομάντων ἐς τὰ ἔργα ἀντήλλαξαν τῇ δικαιώσει, que Adrados tradujo: Cambiaron incluso, para justificarse, el ordinario valor de las palabras.


Encontramos otro antecedente, esta vez latino, en las palabras que Tito Livio en el  libro VIII de Ab urbe condita, capítulo 4, pone en boca del pretor Anio, que dice:  facile erit explicatis consiliis accommodare rebus uerba. Será cosa fácil, una vez desarrollados nuestros planes,  adaptar las palabras a los hechos.

El maquiavélico Maquiavelo, como no podía ser menos, recoge estas palabras en sus comentarios a Tito Livio y comenta que son sin duda muy certeras y que deberían hacerles las delicias a todos los príncipes y repúblicas de este mundo.  ¿Qué quiere decir esto? Que hay que actuar, que el fin justifica los medios según el príncipe del maquiavelismo, y que ya se preocupará uno luego de  encajar las palabras  que justifiquen la actuación con los hechos. 

La idea ha resonado y sigue resonando en varias lenguas modernas, y la recogerá George Orwell con su neolengua en el siglo XX, formulando sus célebres “la guerra es paz”, “la libertad esclavitud”.


martes, 1 de mayo de 2018

París, mayo del 68

Mayo del 68 no es más que una fecha de las que hay que saberse para aprobar un examen de Historia, cuyo cincuentenario se apresuran a celebrar ahora algunos condenándolo a no ser más que historia, agua pasada que no mueve molino. Y París no es más que el topónimo de una megalópolis como cualquier otra. Algunos se pondrán nostálgicos y recordarán ahora lo jóvenes que eran entonces y lo viejos que son hoy: entonces tenían menos de veinte años y ahora rondan los setenta. 

 

Sin embargo, siempre que alguien dice NO vuelve a resurgir de algún modo el espíritu libertario de aquel mayo parisino, como vuelve siempre la primavera. No importa que haya pasado medio siglo desde entonces. No importa que muchos adultos que presumen de haber corrido en su juventud delante de los flics, los grises o como quiera llamarse a la policía, estén hoy al otro lado de la barricada, con el enemigo: con el general De Gaulle, con las fuerzas de orden público y con la Francia y la Europa biempensante, la que no piensa ni bien ni mal, en la que hay que incluir, ay, qué pena, a L'Humanité, el periódico y órgano oficial del Partido Comunista Francés, que criticó y denunció (les gustaba mucho conjugar ese verbo) a los falsos revolucionarios que era necesario desenmascarar. Claro que ha quedado muy claro a estas alturas quiénes eran y siguen siendo de verdad los faux révolutionnaires à démasquer, los que quieren que todo cambie para que todo siga igual con la única diferencia de que ahora ocupan ellos (y ellas: tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando) las poltronas del Poder que habían quedado vacantes.


Recuerdan estos eslóganes parisinos, que hicieron hablar a las paredes y muros en la capital del Sena, que los estudiantes salieron a la calle a decir que NO: no a la autoridad y a la jerarquía, al orden establecido, al sistema democrático vigente y dominante, a la miseria y falsedad de la vida cotidiana. Acaso sirvan para renovar la guerra contra la realidad que se llevó a cabo en París hace ya tanto tiempo que parece mentira que haya pasado una cosa así alguna vez en el mundo. Pero estas cosas pasan, y pueden seguir pasando, ahora mismo, en cualquier lugar del vasto universo, esta misma primavera, por ejemplo. Basta con que cualquiera diga que no... Estas cosas pasan, pasan cosas, lo que no acaba de pasar nunca, desengañémonos, es el tiempo, como nos quieren hacer creer los que se apresuran ahora a celebrar el cincuenta aniversario.


Algunos de estos eslóganes o gritos de guerra de aquel  mayo de 1968 parisino conservan aún su carga explosiva, es decir, destructiva, o, lo que es lo mismo, poética o creativa, porque la auténtica creación pasa por la destrucción de lo que no nos deja ser felices, libres y creativos. Así pues, algunos de ellos siguen siendo válidos para renovar la guerra contra la realidad denunciando su falsedad consustancial.



-Haced el amor y volved a empezar (y no hagáis otra cosa, como por ejemplo la guerra, que es la sublimación de la política).

-Declaro el estado de felicidad permanente (y no reconozco ningún otro Estado ni nación en el mundo).

-Inventad nuevas perversiones sexuales (a ver si descubrís alguna que no esté ya descubierta).

-Desabróchate el cerebro tanto como la bragueta (muy apropiado para los que sólo se desabrochan la bragueta, sea para orinar varias veces al día o para hacer el amor de cuando en cuando).

-Consumid más, viviréis menos (sí porque el consumidor no deja de autoconsumirse).

-Bajo los adoquines, la playa (sepultada bajo el asfalto y el alquitrán)



-Prohibido prohibir. La libertad comienza por una prohibición. Queda, por lo tanto, estrictamente prohibido prohibir (Ley de 13 de mayo de 1968).

-La libertad de los demás extiende la mía hasta el infinito (y no acaba, como dicen los liberales, neoliberales y neoconservadores, donde empieza la de los demás, sino que es allí donde se prolonga).

-Dios soy yo (y por lo tanto yo también soy el tirano, el policía, el Estado, por eso la rebelión se alza también contra la institución de uno mismo; y por eso hay que matar al policía que duerme en cada uno de nosotros).

-Amáos los unos a los otros (mensaje evangélico, que también podría traducirse por hacéos el amor y no la guerra, tampoco la guerra del amor, los unos a los otros, y cuando acabéis volvéis a empezar).



-Mejor que la imaginación al Poder, la imaginación contra el Poder, o mejor, el poder de la imaginación contra la imaginación del Poder.

-No sabemos lo que queremos, pero sí sabemos lo que no queremos.

-¡Zelda, te quiero ! ¡Abajo el trabajo! (En vez de Zelda, cada cual puede poner el nombre de su amor, claro, pero declarar el amor es convertirlo en un sacramento y, por lo tanto, dejar de sentirlo tras haberlo sentenciado a muerte).