lunes, 24 de abril de 2017

Homenaje a Rafael de León

Nos queda ya algo lejos la figura de don Rafael de León, sin embargo, su voz está muy cerca, habita entre nosotros todavía. Sirva este lugar como modesto reconocimiento a este poeta aristócrata y castizo, nacido en Sevilla, trovador popular como pocos, y testigo de casi un siglo de historia de España. Muchos seguramente no habrán oído hablar de él, y sin embargo es posible que les suenen, nunca mejor dicho, algunos de sus versos porque es más que probable que los hayan oído cantar alguna vez en alguna cantina o en boca de tonadilleras folclóricas. Y es que don Rafael de León era, ante todo, un bardo popular, como demuestra el hecho de que sus versos le hayan sobrevivido y alcanzado ese estado de gracia que es la inmortalidad. 

 Rafael de León (1908-1982)



Como dijo el poeta don Manuel Machado, el hermano del también poeta don Antonio Machado: “Hasta que el pueblo las canta, / las coplas coplas no son, / y cuando las canta el pueblo / ya nadie sabe el autor.” En el caso de Rafael de León, sus coplas son coplas porque las canta el pueblo y por eso ya nadie se acuerda del autor, nadie sabe que puede considerarse un miembro más de la generación literaria del 27, que fue amigo de Lorca, a cuya muerte dedicó un sentido Réquiem (“Lo mataron en Granada, / una tarde de verano”), y que al igual que Lorca fue maricón declarado en una España en que, además de pecado, era delito ser homosexual. En el año 1932, Rafael de León se traslada a Madrid bajo la influencia del músico sevillano Manuel Quiroga, y junto con el autor teatral Antonio Quintero, llegarían a formar el prolífico trío Quintero, León y Quiroga, con el que tienen registradas más de cinco mil canciones, lo que se dice muy pronto.



Pocos saben que, a diferencia de Lorca, que murió trágicamente, Rafael de León le sobrevivió y fue longevo, falleciendo en 1982 sin el homenaje que el pueblo debería haberle rendido. 



Se ha dicho que sus canciones, algunas de las cuales exploran el lado canalla de la vida (Tatuaje, Ojos verdes, Y sin embargo te quiero…), le servían de válvula de escape para dar rienda suelta a su homoerotismo. Si las canta una mujer, como hizo por ejemplo tantas veces Concha Piquer, son canciones heterosexuales de una mujer a su amado,  pero si las canta un hombre son una proclamación de amor homosexual, como refleja la graciosa rima “compañero / te quiero” en la siguiente copla, una de las más populares, cuyo estribillo refleja la lucha entre la moral y los sentimientos:



Eres mi vi(d)a y mi muerte,
te lo juro, compañero,
no debía de quererte,
no debía de quererte
y, sin embargo, te quiero.



La abrumadora sinceridad de su declaración de amor (Te quiero más que a mis ojos, / te quiero más que a mi vida, / más que al aire que respiro / y más que a la ma(d)re mía) recuerda a Catulo cuando reconoce, en el poema dedicado a Celio, que ha querido a Lesbia como no querrá a ninguna (amata nobis quantum amabitur nulla), la única, más que a sí mismo y que a todos los suyos (plus quam se atque suos amauit omnes). 

 


Por lo demás, algunas de las metáforas de sus versos son impagables y de gran altura poética, como estas de “ojos verdes”:


Ojos verdes, verdes como la albahaca,
verdes como el trigo verde
y el verde, verde limón.



En ellos hallamos unas comparaciones bellísimas que nada tienen que envidiar al lorquiano y surrealista “Verde que te quiero verde, / verde viento, verdes ramas.” Los ojos del amado (o de la amada, da igual, pero a menudo Rafael escribe canciones para mujeres como Concha Piquer y, por lo tanto, son canciones de amor hacia hombres, como se ha dicho) son verdes, verdes como el trigo verde. Se trata de una comparación genial, ajena al tópico de que el trigo es dorado. Cualquiera que haya visto los campos de trigo en primavera, antes de amarillear sus espigas en estío, sabrá qué bella evocación hay en los versos del poeta sevillano. Se pueden ver esos campos de trigo verde que parecen aguas del océano acariciadas por el viento ondulante, por una brisa que hace que muestren diversas tonalidades siempre distintas y sin embargo siempre verdes. Lo mismo sucede con la imagen del verde limón. El poeta huye del tópico del limón amarillo, prefiriéndolo verde, un verde inestable, traidor porque está a punto de madurar y dorarse, un verde con brillo de faca, como dice más adelante la copla,a punto de clavarse en nuestro corazón.

 La niña afgana, fotografía de Steve McCurry
 
En griego hay un epíteto glaukopis, que quiere decir “de ojos brillantes” que suele aplicarse a la diosa Atenea, y que está formado sobre el adjetivo glauco, que conservamos vía latín en castellano, y que define un color verde claro, a medio camino, diríamos, entre el verde pálido y el gris, sin excluir algunas tonalidades azuladas, pero lo más definitorio de él es su carácter resplandenciente, y que se aplica tanto a las aguas del mar, como al color de la aceituna.



Os dejo aquí este soneto de Rafael de León, que popularizó Rocío Jurado -con una ligera adaptación en la letra. Para ser cantado a un hombre, la canción se llamaba "Amigo", y figura en el primer LP de la tonadillera, a finales de los sesenta.


¿Por qué tienes ojeras esta tarde?
¿Dónde estabas, amor, de madrugada,
cuando busqué tu palidez cobarde
en la nieve sin sol de la almohada?

Tienes la línea de los labios fría,
fría por algún beso mal pagado;
beso que yo no sé quién te daría,
pero que estoy seguro que te han dado.

¿Qué terciopelo negro te amorena
el perfil de tus ojos de buen trigo?
¿Qué azul de vena o mapa te condena

al látigo de miel de mi castigo?
¿Y por qué me causaste este pena
si sabes, ¡ay, amor!, que soy tu amigo?


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