Sucedió en Atenas
durante la tiranía de Hipias y su hermano Hiparco, que ejercieron un
poder totalitario y dictatorial de forma conjunta, aunque el primero, Hipias, era
el que llevaba las riendas del gobierno.
Harmodio y Aristogitón, los protagonistas de nuestra historia, eran amantes. Hay que decir que,
próximos a la pubertad, los muchachos atenienses eran
cortejados por hombres hechos y derechos, no sólo para vivir una simple aventura amorosa, sino para establecer una relación intelectual y afectiva entre ambos, que no excluía el sexo. En esta
relación, el adulto, generalmente casado y con hijos, iniciaba al
efebo y le transmitía su experiencia de la vida,
recibiendo a cambio el regalo de la juventud del amado. A la nobleza de las intenciones del adulto
correspondía la nobleza de la sumisión voluntaria del efebo, que se
dejaba querer. Estaba mal visto, en efecto, en la sociedad ateniense el joven que se negaba a los requerimientos amorosos de un adulto de su propio sexo. Era considerado un ser asocial y arisco. Tal era la relación de Harmodio, un efebo en la flor de la edad, el erómeno, y Aristogitón, el erasta y, más propiamente, pederasta.
Pero al tirano Hiparco se le antojó el lindo Harmodio, a quien acosaba sexualmente intentando
lograr sus favores, utilizando para seducirlo sus riquezas y poder.
Sin embargo, Harmodio, que sólo tenía ojos para Aristogitón, fiel
a su amado, no accedía a los requerimientos de personaje
tan principal y poderoso.
Hiparco no llevaba nada
bien el rechazo. Montó en cólera contra la
parejita feliz y se mofó de ambos amantes en público llamándolos algo así como
“mariconcetes y mujercitas delicadas”. Aristogitón, dolido por
la pública afrenta y conocedor de los requiebros del rico y poderoso
Hiparco, organizó una conspiración contra ambos déspotas,
aprovechando el odio popular que despertaba la tiranía, es decir, el
poder que ambos encarnaban.
Dicha conspiración se saldó con la muerte de Hiparco, el hermano del tirano. Pero en la
trifulca, encontró también la muerte el efebo Harmodio.
Aristogitón, por su parte, fue hecho prisionero, encerrado y torturado hasta que
revelase el nombre de los otros conspiradores, cosa que dicen que no hizo, tal
era su integridad moral. En lugar de eso, insultó a Hipias, el déspota, y le
escupió a la cara, por ser el responsable de la muerte de su amado.
Hipias quebró sus miembros en un ataque de furia y lo apuñaló
hasta la muerte. Esto sucedía en el año 514 antes de la era cristiana.
Hipias aún se mantuvo
en el poder unos años más, y su gobierno no fue menos cruel de lo que
había sido hasta entonces. Pero los atenienses no olvidaron nunca a Aristogitón,
que le había escupido a la cara al tirano, y a su amado Harmodio, y
los convirtieron en héroes libertarios.
Derrocado finalmente el tirano, los ciudadanos rindieron honores a los dos tiranicidas, como fueron denominados. Fueron considerados héroes que habían liberado a Atenas del tirano Hiparco durante las fiestas de la diosa Atenea.
Derrocado finalmente el tirano, los ciudadanos rindieron honores a los dos tiranicidas, como fueron denominados. Fueron considerados héroes que habían liberado a Atenas del tirano Hiparco durante las fiestas de la diosa Atenea.
Dicen que cuando Bruto asesinó a César en Roma en las idus de marzo del 44 antes de nuestra era profirió la frase: sic semper tyrannis, así siempre a los tiranos. La frase, sin embargo, parece que es una invención posterior para añadirle dramatismo al hecho y que Bruto nunca pronunció, pero se hizo proverbial, y así, por ejemplo, en el escudo del estado de Virginia figura como lema.
Se da a entender así que los tiranos no merecen mejor suerte que la muerte, pero no una muerte como los demás mortales, sino el asesinato. Debemos preguntarnos, sin embargo, si la muerte del tirano supone la muerte de la tiranía o del dominio del hombre sobre el hombre.
Se da a entender así que los tiranos no merecen mejor suerte que la muerte, pero no una muerte como los demás mortales, sino el asesinato. Debemos preguntarnos, sin embargo, si la muerte del tirano supone la muerte de la tiranía o del dominio del hombre sobre el hombre.
Fue erigida una estatua de ambos tiranicidas -estatua que Jerjes cuando entró victorioso en Atenas destruyó pero que fue reconstruida- como símbolo
del régimen político recién instaurado, la democracia griega, una
democracia directa, que no tiene nada que ver con la pantomima de las
democracias indirectas y representativas modernas y actuales, donde
se delega la soberanía con el voto resultante del sufragio universal
en los supuestos representantes de la voluntad popular, ignorando que
la voluntad del pueblo es que nadie sea más que nadie, que nadie esté por encima ni por debajo tampoco de nadie, en definitiva: que no gobierne nadie.
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