Si algo revela
el expediente etimológico de la palabra “fan”,
abreviación anglosajona de “fanatic”, procedente de “fanaticus”
–inspirado, lleno de entusiasmo, exaltado, frenético-, es su parentesco
genealógico con el término latino “fanum”, que es otro nombre del “templum”, o
sea del santuario o recinto consagrado a la divinidad, lo que está claro
hasta para el profano,
es decir, para aquél que está delante y, por lo tanto, fuera y no en el corazón
del templo. Se establece así una íntima relación entre el fanatismo, por
consiguiente, con el fenómeno religioso, de forma que la expresión “fanatismo
religioso” resulta un pleonasmo.
La raíz a la
que remonta la palabra en primer término no es fan-, como podría parecer a
simple vista, sino *fas-, la misma que encontramos en los términos
latinos “fas” y “nefas”, y, por lo tanto, en nuestro fasto
(autorizado por los dioses; se decía del día en que era lícito en la antigua
Roma tratar los negocios públicos y administrar justicia.) y nefasto
(prohibido, y, por contraposición a fasto, día triste, funesto, desgraciado o
detestable); el radical sería en concreto *fas-nom, como revela la comparación
con otras lenguas itálicas, tal el osco fíísnú y el umbro fesnafe,
que leo en Meillet.
"Fanum”
sería el resultado de la pérdida de la /s/ ante el sufijo -no- que provoca su
desaparición y el alargamiento compensatorio de la /a/ en latín: “faanum”. Esta
raíz *fas-, en grado cero, estaba en alternancia vocálica indoeuropea con
*fes-, por lo que nuestra palabra “fanum” está emparentada con “fes-tus” y
“fes-tiuos”, de donde proceden nuestras fiestas y festividades,
así como con el viejo latín “fes-iae”, palabra que en virtud del rotacismo se
convirtió en “fer-iae”, un antiguo término religioso que ha dado origen a
nuestras ferias.
Remontándonos
más atrás, la /f-/ inicial latina procede de /dh-/ indoeuropea, por lo que
deberíamos reconstruir la raíz así: *dhes- con e larga o, mejor quizá,
*dheHs- con laringal. La evolución de /dh-/ indoeuropea es la normal: /f-/
en latín, y osco-umbro (o itálico si se prefiere), y /th-/ en griego, como se
ve en los compuestos thés-phatos
“inspirado por los dioses”, thés-pis “de voz
divina”, thés-kelos
“semejante a dioses”, de donde “maravilloso”, por lo que el significado general
sería algo así como “relacionado con los dioses”.
Pero lo más
curioso de todo es que esa raíz en grado cero *dhes- más el sufijo
adjetival /o/, anterior a la historia de los dialectos griegos, es decir
*dhes-o-, con el significado de "divino", sería el origen del
griego *thesós, es decir, de theós “divino
o propio de dioses”, de donde vienen, por ejemplo, nuestra teología
y nuestros politeísmos, monoteísmos y ateísmos.
Lo que
implicaría que estaríamos no ante una raíz nueva, sino ante la vieja raíz
corriente y moliente *dheH- “poner o hacer ser tal o cual cosa”. De esta
raíz, por cierto, también deriva con vocalismo /o/ y sufijo /-t-/, es decir
bajo la forma *dho-t-: sacer-do(t)-s, esto es, el sacerdote o encargado
de celebrar los ritos sagrados. Y, como curiosidad, el verbo latino
"credo", que sería un compuesto de la raíz *kerd- "corazón"
más la raíz que nos ocupa *dheH "poner", significaría "poner en
el corazón, poner confianza", y de ahí nuestro creer, nuestras creencias,
nuestros credenciales y, no nos olvidemos de la economía,
nuestros créditos.
Con lo cual,
emparentaríamos directamente todo el campo semántico latino de lo fasto y lo
nefasto, lo festivo y las ferias, lo profano, las creencias, los sacerdotes y
el fanatismo con los dioses mismos, y se argumentaría etimológicamente el
aserto inicial de que el fanatismo religioso era una redundancia etimológica: quod erat
demonstrandum.
También existe el "fanatismo" religioso bueno: San Juan de la Cruz, San Filipo Neri, Santa Teresa de Jesús, la Madre Teresa de Calcuta, Martin Luther King, San Francisco de Asís, tantos misioneros y monjas...
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