El despertar de Adonis, J.P. Waterhouse (1849-1917)
Los antiguos griegos celebraban, antes de la irrupción
del cristianismo, la muerte prematura y resurrección de Adonis, una divinidad
de origen sirio, cuyo culto, a través de la isla de Chipre, se introdujo en Grecia en el
siglo VII y floreció en Atenas en los siglos V y IV a. de C. El nombre propio
de este dios deriva de una palabra hebrea que significa “Señor”, lo que revela su origen semítico.
¿Quién era este Adonis, que se convertirá en prototipo de
la juventud y belleza masculina, rivalizando con el mismísimo Apolo? Según la leyenda dorada, era el hijo del rey de Chipre, Cíniras, o Tías
según otras versiones, y de su hija Esmirna, también llamada Mirra, que
castigada por la cólera de la diosa Afrodita concibió un amor incestuoso hacia su
padre que acabó consumando. Esmirna, que llevaba en su vientre el fruto prohibido de su unión carnal,
perseguida por remordimientos de conciencia y sentimientos de culpa, invocó
la protección de los dioses, que,
compadecidos, hicieron que sus lágrimas se mezclaran con la resina de un árbol
que crece en Arabia, y la transformaron en la planta que destila
el bálsamo de la aromática mirra, uno de los tres dones que los Reyes Magos según la tradición cristiana le ofrecieron al Niño Jesús.
Un jabalí corneará el árbol –metamorfosis de la madre- y provocará el parto de su vientre, del que nacerá Adonis, hijo y nieto a
la vez del rey de Chipre, príncipe que nunca llegará a reinar. Se diría a juzgar por su rostro que es una
mujer tan bella o más que su propia madre, una mujer si no fuera por el
sexo inequívocamente masculino que florece en sus ingles.
La diosa del amor
pronto admiró la belleza de la criatura recién nacida y se enamoró
perdidamente, entregándole el niño a Perséfone, la reina del inframundo, para que lo criara y creciera
allí, en el otro mundo. Cuando Adonis alcanzó la mayoría de edad, Perséfone,
enamorada de él, se negó a devolvérselo a Afrodita, y Zeus, como árbitro, zanjó la disputa entre
las dos diosas, dictaminando que Adonis pasara cuatro meses con Perséfone,
cuatro con Afrodita y cuatro solo o con quien quisiera… Él eligió a Afrodita, no podía
ser otra, para sus meses de libre disposición. La estancia de Adonis con Perséfone,
en el otro mundo, simboliza la siembra de la semilla, su soterramiento, y la temporada con Afrodita su germinación, el
renacimiento, dentro del ciclo del eterno retorno de la extinción
de la naturaleza durante el invierno, y su
resurrección con la llegada de la primavera.
¿Quién iba a decirle a la diosa de los muchos amores que
ella misma acabaría enamorándose locamente del lindo mancebo, del hideputa de
aquella rival suya a la que había infundido una pasión incestuosa? La diosa que inspira a otros el amor, cayó
también enamorada, sucumbiendo víctima del amor que los otros, muy pocos a la
sazón, pero algunos, a ella le inspiran. Ante Adonis desceñirá el ceñidor que libera sus senos
divinos y desata su codiciada cintura.
El hijo de Esmirna amaba el riesgo y la aventura. Por eso se entregaba como un devoto a la caza mayor. Si ponía
en peligro su vida, sentía bullir la sangre en sus venas y latir su corazón
palpitante. Hará
caso omiso de todas las súplicas de la diosa que le invitan a la prudencia, diosa que
todas las noches comparte su lecho y se le entrega en cuerpo y alma desnuda. Durante
una cacería, sin embargo, un jabalí, el mismo animal que había provocado su
nacimiento de una dentellada, herirá gravemente a Adonis, causando su muerte. Resultará, pues,
Adonis, el cazador cazado. Morirá Adonis como nació, violentamente, víctima del ataque
del colmillo retorcido de un jabalí sañudo. El mismo animal que le dio la vida
le dará la muerte. Adonis, pues, perecerá en la flor de la juventud. Los seres amados por los dioses
mueren como cantó Menando en griego, y repetirá Plauto en latín y lord Byron en
inglés, en la flor de la juventud, trágicamente, por siempre jóvenes, antes de
que el tiempo asignado al hilo de la trama de sus vidas por las Parcas
concluya: los dioses aman al que muere joven.
El poeta Bion de Esmirna cuenta que Afrodita derramó
tantas lágrimas como su bienamado Adonis gotas de sangre, y que de cada lágrima
nació una rosa blanca, símbolo de la diosa, y una anémona de cada gota de sangre, metamorfosis de Adonis. La tierra se
embebió de su sangre, pero brotarán todas las primaveras mil flores de color
carmesí, tiñéndose de rojo las rosas blancas, trocándose en anémonas bermejas y
efímeras que mece y arranca el viento con su soplo que aúlla.
Le llorarán las mujeres todos los años, en una fiesta patética, las Adonias, lamentando como plañideras la tragedia del
mozo, golpeándose con las manos en el pecho, mesándose los cabellos y
rasgándose las túnicas. Le
llorarán las Gracias y las Ninfas montaraces. La propia diosa del amor entonará por él su endecha, de la
que nos quedará, después de tantísimo tiempo, sólo el eco de un verso
quejumbroso que recitan todas las Musas.
"¡Ay de mi Adonis!" Será un verso breve como
efímera, aunque intensa, fue la vida del joven. Será un verso de sólo cinco
sílabas, colofón de la copla sáfica, que así se llama en honor de Safo de
Lesbos, una estrofa de inspiración clásica compuesta por tres hendecasílabos y un pentasílabo fugaz como la ráfaga de viento que
viene y que va, tenue como la brisa y su suave susurro; será como el céfiro,
como cantó el poeta don Esteban Manuel de Villegas, que cultivó dicha estrofa
entre nosotros, evocando el dulce soplo de la verde selva, verde de vida y de
savia, que es el aliento vital de la madre Venus gemebunda por la pérdida
irreparable del amado. Una bocanada de aire fresco: céfiro blando, suave
dulzura.
En honor de Adonis cada año, en la Grecia continental se celebraban las
fiestas adonias, unas fiestas de carácter privado, extraconyugales, al margen de los cultos
oficiales y ceremonias públicas, no sufragadas ni subvencionadas con fondos estatales, y en
las que los participantes, hombres y fundamentalmente mujeres, se reclutaban
sobre todo entre los amantes, entre las rameras y sus clientes, según escribe
Marcel Detienne en su libro “Los jardines de Adonis”. Las fiestas son organizadas por cortesanas que invitan a los hombres, dando origen a
francachelas y alegres borracheras. Al
parecer se celebraban en la época más calurosa del año, a mediados de julio. El
primer día de las adonias era un día de luto por la muerte del dios.
Uno de los aspectos más conocidos de las adonias es el
hacer crecer cereales y hortalizas en unos pocos días, sembrados en pequeñas
macetas al aire libre. Se trataría de unos productos que brotan de la tierra en
dos o tres días y perecen en seguida, debido al propio calor que ha favorecido
su rápido crecimiento y los sofoca. “Jardines de Adonis” es una expresión que alude a todo
lo que es superficial, ligero e inmaduro, todo lo que carece de raíces y tiene
poco que ver con la agricultura productiva, todo lo que perece bajo el sol
canicular. El segundo día de las adonias, era un día de alegría y celebración
de la resurrección del dios, durante el cual se comía y bebía en abundancia.
Ahora que los cristianos celebran la Pascua, coincidiendo con el comienzo de la primavera, conviene recordar que los antiguos paganos también celebraban unas fiestas en las que se daban la mano la muerte y la resurrección.
Ahora que los cristianos celebran la Pascua, coincidiendo con el comienzo de la primavera, conviene recordar que los antiguos paganos también celebraban unas fiestas en las que se daban la mano la muerte y la resurrección.
Venus y Adonis, Tiziano (1554)
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