Alcidamante
de Elea (Asia Menor), fue discípulo de Gorgias, y, según Cicerón,
“rhetor antiquus in primis nobilis”: un orador antiguo notable
entre los primeros. Sabemos por el escolio a un pasaje de la
Retórica
de Aristóteles (libro I, 13, 1373b18) que escribió un discurso en
defensa de los mesenios cuando se rebelaron contra la dominación
espartana en los años 370-369 ante, recomendando a
los espartanos que liberaran Mesenia, cuyos habitantes habían sido
sus esclavos -ilotas- durante siglos.
No
se trata, al parecer, de un verdadero discurso político pronunciado
efectivamente en el ágora, sino de un tratado escolar, una
“suasoria” o ejercicio retórico. El escoliasta anónimo de
Aristóteles nos ha transmitido una frase del discurso de Alcidamante,
que debemos agradecerle, ya que la obra entera no nos ha llegado
por las razones que podemos deducir enseguida: ἐλευθέρους
ἀφῆκε πάντας θεός, οὐδένα δοῦλον ἡ
φύσις πεποίηκεν.
“Libres dejó a todos
la divinidad, a nadie hizo esclavo la naturaleza”. Viene a decirnos
este breve pero valioso texto que la divinidad, un ser divino o, si
se quiere, aunque sea anacrónico todavía, Dios, ha creado a todos
los hombres libres, es por lo tanto una fuente de libertad, de modo
que no hay esclavos por naturaleza: la condición servil no es
natural, sino social. Este seguidor de Gorgias reivindicaba de este
modo la libertad del ser humano, porque de hecho, como demuestra esa
frase, no está justificada la existencia de la esclavitud ni la del
dominio del hombre por el hombre como resultado de un conflicto.
La escena que representa el ánfora de arriba conservada -secuestrada, mejor diríamos- en el Museo
Británico de Londres corresponde al trabajo servil de cuatro esclavos. Se trata de un jarrón de barro, alto
y estrecho, de forma cilíndrica, con dos asas, cuello largo y
base cónica, que refleja una escena de vareo y recogida de
aceitunas. Hay cuatro figuras humanas negras: un joven desnudo
encaramado al árbol lo golpea con una vara, debajo, agachado, otro
joven desnudo e imberbe recoge en un cesto las aceitunas que van
cayendo. A ambos lados del árbol dos hombres de pie
con barba varean el olivo.
Aristóteles
nos ha conservado también en el libro tercero de su tratado de
Retórica (1406b) una metáfora inadecuada, según él, por su
excesiva solemnidad y tono de tragedia, de nuestro Alcidamante: la
filosofía, muralla contra la ley τὴν
φιλοσοφίαν ἐπιτείχισμα τῷ νόμῳ, o
según otra lectura,
ἐπιτείχισμα τῶν νόμων muralla
de las leyes.
Más
que ante una metáfora grandilocuente y solemne, como dice
Aristóteles, parece que nos hallamos ante una definición política
de lo que puede ser la filosofía, una definición que resulta
ambigua porque tanto puede entenderse como que la filosofía es un
baluarte contra el orden jurídico como una defensa amurallada de la
legalidad vigente.
¿Qué
hemos de pensar si relacionamos esta definición con el fragmento
anterior sobre la esclavitud, que era legal en el mundo antiguo, y
que a Alcidamante, que es un filósofo, discípulo de Gorgias, no le parece
natural? Pues que la filosofía para él es un baluarte defensivo,
una fortaleza amurallada, contra la legalidad vigente, por lo que
podría ser considerado un defensor de la naturaleza (phýsis, según el término griego) frente
a la ley, costumbre o convención humana (nómos), o, en otro
sentido, promotor de unas leyes basadas en la naturaleza y la
libertad.
El
juicio literario de Aristóteles es bastante injusto con Alcidamante,
pues también le parece una metáfora excesiva decir, como hace
nuestro autor, que la Odisea de Homero era καλὸν
ἀνθρωπίνου βίου κάτοπτρον
un “bello espejo de la vida humana”, cuando es una de las mejores
definiciones que se han hecho del poema homérico: todo un hermoso
reflejo de la humana condición.
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