Si desde
el Gobierno, a través del Ministerio correspondiente, se fomentase una campaña
de instalación de una apepé consistente en un microchip intercutáneo o
más propiamente subcutáneo (del latín sub “bajo” y cutis “piel”), consistente en una pequeña cápsula de cristal
especial del tamaño de un minúsculo grano de arroz -no temas, el procedimiento es inocuo e indoloro, te
la meten sin que te enteres-, que contiene un transpondedor
(mejor sería traspondedor, pese a la Academia, que así adapta el anglicismo que es el nombre de un “aparato que emite
una señal en una frecuencia determinada cuando lo estimula otra señal externa
apropiada”) con un código único que permite tu identificación y seguimiento, no
con el objeto de controlarte y vigilar tus pasos como pudiera parecer a primera vista sino de poder conocer tu
ubicación exacta e inmediata en un posible caso de urgencia y necesidad,
velando en caso de extravío o secuestro por tu seguridad personal e integridad física,
que se vería así monitorizada y garantizada, tú ¿qué harías?
A)
Accedería gustoso/a al implante.
B)
Rechazaría la aplicación.
En
cualquier caso, que no cunda el pánico, no te preocupes. El Gobierno no va a
pedirte semejante cosa. No necesita pedírtela, dado que la inmensa mayoría de
vosotros, por no decir todos, ya se lo procuráis gustosamente sin ser conscientes de ello,
cuando usáis el último modelo de lo que en España llamamos móvil y en ámbitos
ultramarinos del español contemporáneo celular, y no os dais cuenta de que él
os usa a vosotros, sus supuestos usuarios, y no voy a decir que os manipula, que es palabra muy culta que a lo
mejor algunos no entienden, sino que os maneja, que es voz más llana y
castellana, a vosotros, cuando vosotros creéis que lo estáis manejando a él con vuestros
rápidos dedos, y pagáis encima por ello unas mensualidades, y no me digáis
que no, porque si no cotizáis vosotros por la servidumbre lo hacen vuestros
padres y/o tutores legales, de forma que el Gran Hermano -y no estoy hablando de un
programa de televisión, sino del Gobierno, y no precisamente del actual, que
es un títere, sino del de verdad que está detrás de ese y mueve los hilos-, el
Gobierno, digo, controla ya vuestra identidad, sabiendo en todo momento dónde
estáis y qué hacéis, procesando vuestras conversaciones, vuestras fotos,
vuestros vídeos, la ingenuidad de vuestra adolescencia constreñida en ciento cuarenta caracteres... todo lo que subís ingenuamente a la Red de pescar incautos.
Las redes sociales te buscan a ti, no eres tú el que vas a buscarlas a ellas, esclavizado a tu propio perfil, subordinado a la imagen que debes ofrecer a tus numerosos seguidores, o followers en la lengua del Imperio, que es la que te hacen estudiar para que aprendas, y la que hablas, para que te ofrezcan sus “likes” y para que puedas sentirte querido virtualmente por la máquina.
Las redes sociales te buscan a ti, no eres tú el que vas a buscarlas a ellas, esclavizado a tu propio perfil, subordinado a la imagen que debes ofrecer a tus numerosos seguidores, o followers en la lengua del Imperio, que es la que te hacen estudiar para que aprendas, y la que hablas, para que te ofrezcan sus “likes” y para que puedas sentirte querido virtualmente por la máquina.
Lo peor
es que a lo mejor tú crees que lo controlas, y es el aparato el que te controla
a ti porque no es ya un apéndice tuyo, un adminículo, digamos, o un juguete
inocente, sino que eres tú mismo, es tu propia alma esclavizada: dependes de él, lo
necesitas tanto como él te necesita a ti, por eso no puedes vivir sin él.
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