miércoles, 7 de febrero de 2018

El asno y la lira


Asinus iacentem uidit in prato lyram. 
Accessit et temptauit chordas ungula;
sonuere tactae. -“Bella res; sed, mehercules,
male cessit”, inquit, “artis quia sum nescius. 
Si repperisset aliquis hanc prudentior, 
diuinis aures oblecta(ui)sset cantibus.” 
Sic saepe ingenia calamitate intercidunt.

La fábula latina de Fedro dice así: Un borrico vio una lira que estaba tirada en un prado. Se acercó y tocó sus cuerdas con la pezuña; al tañerlas, resonaron. "Bonita cosa; pero, rediós, me ha salido mal -dijo-, porque soy ignorante del arte. Si se la hubiera encontrado alguien más entendido que yo, habría deleitado nuestros oídos con sus divinas notas." Así a menudo los talentos se malogran por desgracia.

Así recreó nuestro Tomás de Iriarte (1750-1792) la vieja fábula de Fedro en la que se inspiró, haciendo una versión en la que sustituye el instrumento de cuerda que es la lira por el de viento que es la flauta, para crear su famoso burro flautista que tocó la flauta por casualidad:

Esta fabulilla, / salga bien o mal,/ me ha ocurrido ahora / por casualidad.
Cerca de unos prados / que hay en mi lugar / pasaba un borrico / por casualidad. 
Una flauta en ellos / halló, que un zagal / se dejó olvidada / por casualidad. 
Acercóse a olerla / el dicho anima / y dio un resoplido / por casualidad. 
En la flauta el aire / se hubo de colar, / y sonó la flauta / por casualidad. 
-“¡Oh! -dijo el borrico. / ¡Qué bien sé tocar! / ¡Y dirán que es mala / la música asnal!” 
Sin reglas del arte / borriquitos hay / que una vez aciertan / por casualidad.

Haciendo literatura comparada, podemos llegar hasta la siguiente rima de nuestro poeta Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) que, aunque lírica, puede guardar alguna relación con la vieja fábula de Iriarte y a través de él con la más vieja de Fedro en cuanto al contenido. Ha cambiado el instrumento musical: de la lira de Fedro hemos pasado a la flauta de Iriarte. Bécquer prefiere un instrumento de cuerda, el arpa.

Del salón en el ángulo oscuro, 
de su dueña tal vez olvidada, 
silenciosa y cubierta de polvo, 
veíase el arpa. 

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, 
como el pájaro duerme en las ramas, 
esperando la mano de nieve
 que sabe arrancarlas! 

¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio
 así duerme en el fondo del alma,
 y una voz como Lázaro espera 
que le diga: “Levántate y anda”!

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