viernes, 27 de abril de 2018

Dos epitafios griegos

Tumba de niño: El epigrama de Luciano de Samósata, del siglo II de nuestra era, si es de él, que no es del todo seguro, incluido en la Antología Griega V 308, está dedicado a un niño de cinco años llamado Calímaco, que se despide del mundo diciendo que no lloremos por él: si vivió poco también sufrió poco. 


Niño de cinco años de edad, sin miedo en el alma,

 vino a buscarme, feroz,     muerte, a Calímaco, a mí. 

 Mas por mí no llores, pues poco yo de la vida

 supe,  y poco también     supe del mal de vivir.

Tumba de viejo: Se trata de un epigrama anónimo, incluido también en la Antología Griega VII 309, de fecha incierta, quizá del siglo III antes de nuestra era, según Marguerite Yourcenar,  que escribe que es muy del gusto de Calímaco y que lo convierte en el epitafio de un misántropo, es decir de alguien que odia a la humanidad y su organización social basada en la familia,  y así lo traduce al francés, despojándolo de sus coordenadas de nombre propio, lugar de nacimiento y edad para darle validez universal:  Je suis mort sans laisser de fils, et regrettant / Que mon père avant moi n'en eut pas fait autant. En alejandrinos castellanos vendría a ser algo así:  He muerto sin dejar hijos, y lamentando / que no hubiera mi padre hecho antes otro tanto. 


  Yazgo aquí, sesentón, Dionisio de Tarso, soltero. 
 ¡Ah si lo hubiera, ojalá,     sido mi padre también!

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