martes, 1 de mayo de 2018

París, mayo del 68

Mayo del 68 no es más que una fecha de las que hay que saberse para aprobar un examen de Historia, cuyo cincuentenario se apresuran a celebrar ahora algunos condenándolo a no ser más que historia, agua pasada que no mueve molino. Y París no es más que el topónimo de una megalópolis como cualquier otra. Algunos se pondrán nostálgicos y recordarán ahora lo jóvenes que eran entonces y lo viejos que son hoy: entonces tenían menos de veinte años y ahora rondan los setenta. 

 

Sin embargo, siempre que alguien dice NO vuelve a resurgir de algún modo el espíritu libertario de aquel mayo parisino, como vuelve siempre la primavera. No importa que haya pasado medio siglo desde entonces. No importa que muchos adultos que presumen de haber corrido en su juventud delante de los flics, los grises o como quiera llamarse a la policía, estén hoy al otro lado de la barricada, con el enemigo: con el general De Gaulle, con las fuerzas de orden público y con la Francia y la Europa biempensante, la que no piensa ni bien ni mal, en la que hay que incluir, ay, qué pena, a L'Humanité, el periódico y órgano oficial del Partido Comunista Francés, que criticó y denunció (les gustaba mucho conjugar ese verbo) a los falsos revolucionarios que era necesario desenmascarar. Claro que ha quedado muy claro a estas alturas quiénes eran y siguen siendo de verdad los faux révolutionnaires à démasquer, los que quieren que todo cambie para que todo siga igual con la única diferencia de que ahora ocupan ellos (y ellas: tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando) las poltronas del Poder que habían quedado vacantes.


Recuerdan estos eslóganes parisinos, que hicieron hablar a las paredes y muros en la capital del Sena, que los estudiantes salieron a la calle a decir que NO: no a la autoridad y a la jerarquía, al orden establecido, al sistema democrático vigente y dominante, a la miseria y falsedad de la vida cotidiana. Acaso sirvan para renovar la guerra contra la realidad que se llevó a cabo en París hace ya tanto tiempo que parece mentira que haya pasado una cosa así alguna vez en el mundo. Pero estas cosas pasan, y pueden seguir pasando, ahora mismo, en cualquier lugar del vasto universo, esta misma primavera, por ejemplo. Basta con que cualquiera diga que no... Estas cosas pasan, pasan cosas, lo que no acaba de pasar nunca, desengañémonos, es el tiempo, como nos quieren hacer creer los que se apresuran ahora a celebrar el cincuenta aniversario.


Algunos de estos eslóganes o gritos de guerra de aquel  mayo de 1968 parisino conservan aún su carga explosiva, es decir, destructiva, o, lo que es lo mismo, poética o creativa, porque la auténtica creación pasa por la destrucción de lo que no nos deja ser felices, libres y creativos. Así pues, algunos de ellos siguen siendo válidos para renovar la guerra contra la realidad denunciando su falsedad consustancial.



-Haced el amor y volved a empezar (y no hagáis otra cosa, como por ejemplo la guerra, que es la sublimación de la política).

-Declaro el estado de felicidad permanente (y no reconozco ningún otro Estado ni nación en el mundo).

-Inventad nuevas perversiones sexuales (a ver si descubrís alguna que no esté ya descubierta).

-Desabróchate el cerebro tanto como la bragueta (muy apropiado para los que sólo se desabrochan la bragueta, sea para orinar varias veces al día o para hacer el amor de cuando en cuando).

-Consumid más, viviréis menos (sí porque el consumidor no deja de autoconsumirse).

-Bajo los adoquines, la playa (sepultada bajo el asfalto y el alquitrán)



-Prohibido prohibir. La libertad comienza por una prohibición. Queda, por lo tanto, estrictamente prohibido prohibir (Ley de 13 de mayo de 1968).

-La libertad de los demás extiende la mía hasta el infinito (y no acaba, como dicen los liberales, neoliberales y neoconservadores, donde empieza la de los demás, sino que es allí donde se prolonga).

-Dios soy yo (y por lo tanto yo también soy el tirano, el policía, el Estado, por eso la rebelión se alza también contra la institución de uno mismo; y por eso hay que matar al policía que duerme en cada uno de nosotros).

-Amáos los unos a los otros (mensaje evangélico, que también podría traducirse por hacéos el amor y no la guerra, tampoco la guerra del amor, los unos a los otros, y cuando acabéis volvéis a empezar).



-Mejor que la imaginación al Poder, la imaginación contra el Poder, o mejor, el poder de la imaginación contra la imaginación del Poder.

-No sabemos lo que queremos, pero sí sabemos lo que no queremos.

-¡Zelda, te quiero ! ¡Abajo el trabajo! (En vez de Zelda, cada cual puede poner el nombre de su amor, claro, pero declarar el amor es convertirlo en un sacramento y, por lo tanto, dejar de sentirlo tras haberlo sentenciado a muerte).


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