Mayo
del 68 no es más que una fecha de las que hay que saberse para aprobar un examen de Historia, cuyo cincuentenario
se apresuran a celebrar ahora algunos condenándolo a no ser más que historia, agua pasada que no mueve
molino. Y París no es más que el topónimo de una megalópolis
como cualquier otra. Algunos se pondrán nostálgicos y recordarán
ahora lo jóvenes que eran entonces y lo viejos que son hoy: entonces
tenían menos de veinte años y ahora rondan los setenta.
Sin
embargo, siempre que alguien dice NO vuelve a resurgir de algún modo
el espíritu libertario de aquel mayo parisino, como vuelve siempre
la primavera. No importa que haya pasado medio siglo desde entonces.
No importa que muchos adultos que presumen de haber corrido en su
juventud delante de los flics, los grises o como quiera
llamarse a la policía, estén hoy al otro lado de la barricada, con
el enemigo: con el general De Gaulle, con las fuerzas de orden
público y con la Francia y la Europa biempensante, la que no piensa ni bien ni
mal, en la que hay que incluir, ay, qué pena, a L'Humanité,
el periódico y órgano oficial del Partido Comunista Francés, que
criticó y denunció (les gustaba mucho conjugar ese verbo) a los
falsos revolucionarios que era necesario desenmascarar. Claro que ha
quedado muy claro a estas alturas quiénes eran y siguen siendo de
verdad los faux révolutionnaires à démasquer, los que
quieren que todo cambie para que todo siga igual con la única
diferencia de que ahora ocupan ellos (y ellas: tanto monta, monta
tanto Isabel como Fernando) las poltronas del Poder que habían
quedado vacantes.
Recuerdan
estos eslóganes parisinos, que hicieron hablar a las paredes y muros
en la capital del Sena, que los estudiantes salieron a la calle a
decir que NO: no a la autoridad y a la jerarquía, al orden
establecido, al sistema democrático vigente y dominante, a la miseria y falsedad de la vida cotidiana. Acaso sirvan para renovar la guerra
contra la realidad que se llevó a cabo en
París hace ya tanto tiempo que parece mentira que haya pasado una
cosa así alguna vez en el mundo. Pero estas cosas pasan, y pueden
seguir pasando, ahora mismo, en cualquier lugar del
vasto universo, esta misma primavera, por ejemplo. Basta con que cualquiera diga que no... Estas cosas pasan, pasan cosas, lo que
no acaba de pasar nunca, desengañémonos, es el tiempo, como nos quieren hacer creer los que se apresuran ahora a celebrar el cincuenta aniversario.
Algunos
de estos eslóganes o gritos de guerra de aquel mayo de 1968
parisino conservan aún su carga explosiva, es decir, destructiva, o,
lo que es lo mismo, poética o creativa, porque la auténtica
creación pasa por la destrucción de lo que no nos deja ser felices,
libres y creativos. Así pues, algunos de ellos siguen siendo válidos
para renovar la guerra contra la realidad denunciando su falsedad consustancial.
-Haced
el amor y volved a empezar (y no hagáis otra cosa, como por ejemplo la
guerra, que es la sublimación de la política).
-Declaro
el estado de felicidad permanente (y no reconozco ningún otro Estado
ni nación en el mundo).
-Inventad
nuevas perversiones sexuales (a ver si descubrís alguna que no esté
ya descubierta).
-Desabróchate
el cerebro tanto como la bragueta (muy apropiado para los que sólo
se desabrochan la bragueta, sea para orinar varias veces al día o para hacer el amor de cuando en cuando).
-Consumid
más, viviréis menos (sí porque el consumidor no deja de
autoconsumirse).
-Bajo
los adoquines, la playa (sepultada bajo el asfalto y el alquitrán)
-Prohibido
prohibir. La libertad comienza por una prohibición. Queda, por lo tanto, estrictamente prohibido prohibir (Ley de 13 de mayo de 1968).
-La
libertad de los demás extiende la mía hasta el infinito (y no
acaba, como dicen los liberales, neoliberales y neoconservadores,
donde empieza la de los demás, sino que es allí donde se prolonga).
-Dios
soy yo (y por lo tanto yo también soy el tirano, el policía, el
Estado, por eso la rebelión se alza también contra la institución
de uno mismo; y por eso hay que matar al policía que duerme en cada uno de nosotros).
-Amáos
los unos a los otros (mensaje evangélico, que también podría
traducirse por hacéos el amor y no la guerra, tampoco la guerra del
amor, los unos a los otros, y cuando acabéis volvéis a empezar).
-Mejor
que la imaginación al Poder, la imaginación contra el Poder, o
mejor, el poder de la imaginación contra la imaginación del Poder.
-No
sabemos lo que queremos, pero sí sabemos lo que no queremos.
-¡Zelda,
te quiero ! ¡Abajo el trabajo! (En vez de Zelda, cada cual puede
poner el nombre de su amor, claro, pero declarar el amor es
convertirlo en un sacramento y, por lo tanto, dejar de sentirlo tras
haberlo sentenciado a muerte).
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