Dice un eslogan o grito de guerra -del inglés slogan, y este del celta sluagh "guerra" y gheun "grito"- de una escuela de idiomas griegas, de la que no vamos a hacer publicidad aquí-: "Ninguna lengua es extranjera". Lo dice, claro, para animar a los jóvenes griegos a aprender idiomas fomentando la alianza de civilizaciones y el intercambio intercultural y poder recibir así al turismo amablemente, esos extranjeros adinerados -no esos otros pobres refugiados políticos y económicos, la misma cosa, que cruzan ilegalmente de Turquía a las islas griegas y de ahí al resto de Europa-, que visitan el país heleno para dejar en él sus divisas, fascinados por su historia y su cultura, su luz, sus costumbres y gastronomía, la hospitalaria bonhomía de sus gentes y sus islas llenas de pequeños pueblecitos azules y blancos y playas paradisíacas.
La foto que lo acompaña es una pareja besándose en la boca con los ojos cerrados: ella, vestida probablemente con un quimono, tiene rasgos orientales -china o japonesa tal vez- y él, griego, a juzgar por su típico atuendo. El simbolismo de la imagen es evidente: el prototipo heleno masculino que por su conocimiento del idioma seduce a la extranjera asiática, que representa un enorme capital turístico tanto cuantitativamente -los chinos son muchos millones- como cualitativamente -los japoneses suelen tener un enorme potencial económico-, lo que abre unas perspectivas muy halagüeñas al país a través de este sector para la resolución de su cacareada crisis económica y situación crítica, que es la misma que la nuestra...
La foto que lo acompaña es una pareja besándose en la boca con los ojos cerrados: ella, vestida probablemente con un quimono, tiene rasgos orientales -china o japonesa tal vez- y él, griego, a juzgar por su típico atuendo. El simbolismo de la imagen es evidente: el prototipo heleno masculino que por su conocimiento del idioma seduce a la extranjera asiática, que representa un enorme capital turístico tanto cuantitativamente -los chinos son muchos millones- como cualitativamente -los japoneses suelen tener un enorme potencial económico-, lo que abre unas perspectivas muy halagüeñas al país a través de este sector para la resolución de su cacareada crisis económica y situación crítica, que es la misma que la nuestra...
"Ninguna lengua es extranjera"
El chico recuerda a uno de esos évzones o soldados griegos que montan guardia en Atenas frente al Parlamento y la tumba del soldado desconocido –esa víctima anónima de todas las guerras que llena las fosas comunes de todos los cementerios de todos los lugares del mundo a lo largo de la historia. El uniforme de estos évzones es muy peculiar: lo más característico no se ve en la foto: el calzado, que tanto llama la atención por su pompón negro en la punta, y por el sonido metálico que emite la chapa metálica de su suela al andar, que va marcando su paso; y la fustanela, que es la falda plisada masculina típica de los Balcanes, recuerdo de los cleftés -de ahí cleptomanía-, o bandoleros que desafiaron el poder del Imperio Otomano en la lucha por la independencia griega, con sus cuatrocientos pliegues, ni uno más ni uno menos, que recuerdan los cuatro siglos de dominación turca y consiguiente sumisión griega al imperio, que duró cuatro siglos. Por algo decía Nicos Dimu en La desgracia de ser griego que el refrán de Cuello griego no soporta yugo, que tanto les gusta repetir orgullosamente a los descendientes de Homero, es un cuento muy bonito pero muy falso porque pocos pueblos habrá cuyo cuello haya soportado a lo largo de su historia tantos yugos como el griego...
Lo que sí muestra el chico de la
fotografía, como buen évzon, es
el gorro de color rojo con su larga coleta negra en uno de los lados, y el chaleco de terciopelo bordado y recamado con hilos de seda.
¿Qué decir del eslogan de la escuela de idiomas? Pues que es verdad que ninguna lengua es extranjera, porque todas son humanas y, como diría Terencio, nada humano nos es ajeno, pero que, paradójicamente y desde el mismo punto de vista, todas también lo son, porque todas nos parecen extrañas excepto la nuestra, pero la nuestra es una lengua extranjera para los oídos de los vecinos.
El problema no son las lenguas, sino el hecho de que haya fronteras y perros cancerberos que las custodian a capa y espada; el problema son las fronteras que justifican la denominación de origen de "extranjero" -se dice xénos en griego clásico y moderno- y la conisiguiente xenofobia. Frente a esa denominación de origen de extranjero o foráneo se han levantado siempre algunas voces, como la de Rafael Amor en esta vieja canción No me llames extranjero.
Évzones
La palabra griega évzones remonta a Homero. Literalmente significa “de bello cinturón o ceñidor”. Por ejemplo en la Ilíada (I, 429), donde Aquiles
invoca a su madre Tetis para que interceda por él ante Zeus por la afrenta
que ha sufrido por parte de Agamenón, que le ha robado a Criseide, la muchacha
a la que aplica el epíteto "bien ceñida", “euzónoio
gunaikós”. De ahí que hablando de hombres, posteriormente,
signifique que los évzones llevan la túnica, o en su caso la fustanela, bien ajustada a la cintura, por lo que están
dispuestos para la marcha, el combate o el trabajo, esto es, bien pertrechados y ataviados. La palabra está compuesta del prefijo eu que significa "bien", "bueno" (eu-tanasia, eu-femismo, eu-fonía, ev-angelio...) y del sustantivo zone que quiere decir "cinturón, ceñidor" y es el origen de nuestra palabra zona. La palabra griega deriva del verbo zónnymi "ceñir". ¿Qué relación tiene nuestra zona con un cinturón o una faja? Llamamos así a una extensión de terreno que tiene forma de banda o de franja, y, más en general, a una superficie encuadrada, y de ahí ceñida, en ciertos límites políticos o administrativos. ¿Qué decir del eslogan de la escuela de idiomas? Pues que es verdad que ninguna lengua es extranjera, porque todas son humanas y, como diría Terencio, nada humano nos es ajeno, pero que, paradójicamente y desde el mismo punto de vista, todas también lo son, porque todas nos parecen extrañas excepto la nuestra, pero la nuestra es una lengua extranjera para los oídos de los vecinos.
Una lengua extranjera es una segunda vida
El problema no son las lenguas, sino el hecho de que haya fronteras y perros cancerberos que las custodian a capa y espada; el problema son las fronteras que justifican la denominación de origen de "extranjero" -se dice xénos en griego clásico y moderno- y la conisiguiente xenofobia. Frente a esa denominación de origen de extranjero o foráneo se han levantado siempre algunas voces, como la de Rafael Amor en esta vieja canción No me llames extranjero.
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