Lo que más me ha llamado la
atención de la detención en Madrid de los dos titiriteros que han permanecido sin juicio
previo cuatro días en prisión por orden de un juez(!) es la unanimidad que ha
habido en juzgar que el espectáculo no era apto para el público infantil al que
en principio iba dirigido, porque contenía escenas de violencia. Que yo sepa –y
no es que yo sepa mucho, sino todo lo contrario- los títeres de la cachiporra
se llaman así porque al final el bueno da un cachiporrazo al malvado, que suele
ser la bruja. Y eso no se considera especialmente violento sino apto para todos
los públicos.
Sin embargo, cuando es la bruja,
como en el espectáculo de Títeres de abajo, la que
le da el cachiporrazo final a Don Cristóbal, porque “a todo cerdo le llega su
Sanmartín”, el espectáculo se convierte
en violento, apto sólo para mayores de dieciocho años –y no sin reparos-, chabacano
y de mal gusto, aparte de incurrir por si fuera poco en el
delito de apología o, como dicen ahora, “enaltecimiento del terrorismo”.
No hay quien lo entienda. No hay quien entienda cómo se aplican dos varas distintias de medir, y cómo se considera educativo o por lo menos no inapropiado un espectáculo sí y el otro no.
Según la tradición, el lobo es el malvado de los cuentos infantiles. Puede venir un poeta, como José Agustín Goytisolo, y desmitificarnos a este personaje, haciendo uso de su libertad de expresión, y decirnos lo contrario: “Érase una vez / un lobito bueno / al que matrataban/
todos los corderos./ Y había también/ un príncipe malo,/ una bruja hermosa /y
un pirata honrado. / Todas estas cosas había una vez. / Cuando yo soñaba/ un
mundo al revés”.Y la cosa tiene su gracia y nos da qué pensar sobre la relatividad de nuestros juicios morales y convenciones sociales.
Pero, según parece, hay cosas que no se pueden decir sin incurrir en un delito. Esto me recuerda a aquel aforismo
de Rafael Sánchez Ferlosio: (Última hora) Los hombres matan, la poli abate. Y
es que la violencia institucional no es violencia, está legítimamente
justificada, ni siquiera se la llama por su nombre, sino que se utiliza un
eufemismo: la policía nunca mata a un hombre, lo reduce, lo derriba, lo abate a tiros,
como dice Ferlosio, pero, aunque le quite la vida, no lo mata nunca. Los terroristas, sin embargo, matan, asesinan, nunca abaten a sus víctimas... Y si se muestran imágenes o se critica una actuación
policial, se incurre en el delito de: ¡enaltecimiento del terrorismo!¿Qué diríamos entonces de este Polichinela, sacado de Cuentos del mundo de los niños (1878), que viene nada más y nada menos que de la Commedia dell´Arte italiana y de una larga tradición cultural europea que remonta a la sátira latina y a la comedia atelana por lo menos, que les da el cachiporrazo final a dos policías? ¿Desacato a la autoridad? ¿Terrorismo?
¿No podríamos considerar que los
títeres tradicionales de la cachiporra fomentan la violencia machista contra
las mujeres, justificando los malos tratos que pueden recibir las tachadas
muchas veces de brujas? Sin embargo, a ningún padre que estuviera en sus cabales
se le ocurriría llamar a la policía para que detuviera a los titiriteros ni a
ningún juez, creo yo, enviarlos a prisión por fomentar lo que ahora se llama
con inapropiado anglicismo “violencia de género”. Sólo a alguien que no
estuviera en su sano juicio se le ocurriría prohibir un espectáculo así, tan
políticamente incorrecto, si bien, se mira, sin embargo. Y yo no soy, que conste, partidario de ninguna prohibición.
En estos tiempos que corren, tan
malos para la lírica, la épica y la poesía dramática en general tanto trágica
como cómica, y no digamos para la sátira –satura quidem tota nostra est, que
dijo Quintiliano, reivindicando la originalidad latina de este género
literario- lo que veas: unos padres han perdido los papeles llamando a la
policía, en lugar de marcharse y llevarse a sus hijos si no les gustaba el
espectáculo que estanban viendo, y un juez ha prevaricado privando a dos
artistas de su libertad de expresión. ¿Para qué vamos a hablar del lamentable
papel que han jugado casi todos los medios de comunicación que, como don
Quijote de la Mancha enloquecido y desvariando cuando acudió a la representación de "El retablo de
la libertad" del titiritero maese Pedro, han blandido sus espadas y no han
dejado títere de trapo con cabeza?
Así retrataba, por cierto, nuestro Cervantes magistralmente la escena: "Viendo
y oyendo, pues, tanta morisma y tanto estruendo don Quijote, parecióle ser bien
dar ayuda a los que huían, y levantándose en pie, en voz alta dijo: —No consentiré
yo que en mis días y en mi presencia se le haga superchería a tan famoso
caballero y a tan atrevido enamorado como don Gaiferos. ¡Deteneos, mal nacida
canalla, no le sigáis ni persigáis; si no, conmigo sois en la batalla! Y,
diciendo y haciendo, desenvainó la espada y de un brinco se puso junto al
retablo, y con acelerada y nunca vista furia comenzó a llover cuchilladas sobre
la titerera morisma, derribando a unos, descabezando a otros, estropeando a
este, destrozando a aquel, y, entre otros muchos, tiró un altibajo tal, que si
maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza con más
facilidad que si fuera hecha de masa de mazapán."
Don Quijote no dejando títere con cabeza
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