Los profesores tienen la abnegada misión
de encarnar a los tipos fundamentales de humanidad con los que el adolescente
tendrá que habérselas más tarde a lo largo de su vida. Así tiene ocasión de
estudiar, durante seis horas diarias, la brutalidad, la maldad y
la injusticia. Para una enseñanza tal, ningún precio sería demasiado
alto, pero es impartida, incluso gratuitamente, a expensas del Estado.
En la escuela, el inhumano se presenta
ante el adolescente en inolvidables configuraciones. Goza de un poder casi
ilimitado. Provisto de conocimientos pedagógicos y larga experiencia, forma al
alumno a su imagen.
El alumno aprende todo lo que es
necesario para abrirse camino en la vida. Las mismas enseñanzas que son
necesarias para abrirse camino en la escuela. Se trata del fraude, la
simulación de conocimientos, la habilidad para vengarse impunemente, para
asimilar con rapidez los lugares comunes, la adulación, el servilismo, la
disposición para delatar a los compañeros ante los superiores, etc.
Lo más importante es el conocimiento del
hombre, y el alumno lo obtendrá por el conocimiento de los profesores. Tiene
que descubrir las debilidades de los maestros y saber aprovecharse de ellas; de
lo contrario, nunca podrá oponer resistencia al sinfín de bienes culturales,
totalmente inútiles, que le quieren inculcar.
Nuestro mejor profesor era un hombre
alto, asombrosamente feo, que en su juventud, según dicen, había aspirado a una
cátedra, aunque fracasó en el intento. Esta decepción hizo que se desarrollaran
todas las energías latentes en él. Le gustaba someternos de improviso a un
examen y lanzaba grititos de placer cuando no sabíamos contestar... Nos daba
clases de Química, pero lo mismo podría habernos enseñado a desenredar madejas.
Necesitaba una materia de enseñanza, como los actores necesitan un argumento
para su lucimiento. Su deber era hacer de nosotros hombres. No le salía mal. No
aprendimos química con él, pero sí aprendimos a vengarnos...
El profesor de Francés tenía otra
debilidad: veneraba a una diosa maligna que exigía terribles sacrificios: la
justicia...
El Estado aseguraba de una manera muy
simple la vitalidad de la enseñanza. Como cada profesor sólo tenía que enseñar,
año tras año, una determinada cantidad de conocimientos, perdía el interés y
nada le desviaba ya del fin principal: desplegar sus energías vitales ante los
alumnos. Todas sus frustraciones, sus preocupaciones financieras, sus desdichas
familiares, las arreglaba en clase haciendo participar a sus alumnos. Sin
ningún interés por su asignatura, podía concentrarse en formar las almas de los
muchachos y enseñarles todas las formas del fraude. Así los preparaba para
entrar en un mundo en el que se enfrentarían precisamente a gentes como él:
seres deformados, corrompidos, pillos...
Después de haber terminado hasta cierto
punto mi educación, tenía motivos para creer que, dotado de algunos vicios
medianos y añadiéndoles algunas ruindades no demasiado difíciles de aprender,
llegaría a defenderme bastante bien en la vida...
Bertolt Brecht Diálogos de fugitivos
Según el texto precedente del alemán Bertolt Brecht (1898-1956), los
alumnos aprenden de sus profesores brutalidad, maldad e injusticia. Las enseñanzas o valores que
transmite el sistema educativo, que luego servirán para la vida, son, según el
autor el fraude, la simulación de conocimientos, etc. El autor destaca el desinterés del
profesorado en general por la enseñanza de su materia, por lo que la evaluación que hace del sistema pedagógico que ha padecido no es muy halagüeña. ¿Podríamos decir que la crítica que hace Bertolt Brecht sigue vigente hoy por aquello de que "hoy es siempre todavía"?
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