jueves, 4 de febrero de 2016

Evaluando el sistema educativo

        Los profesores tienen la abnegada misión de encarnar a los tipos fundamentales de humanidad con los que el adolescente tendrá que habérselas más tarde a lo largo de su vida. Así tiene ocasión de estudiar, durante seis horas diarias, la brutalidad, la maldad y la injusticia. Para una enseñanza tal, ningún precio sería demasiado alto, pero es impartida, incluso gratuitamente, a expensas del Estado.

En la escuela, el inhumano se presenta ante el adolescente en inolvidables configuraciones. Goza de un poder casi ilimitado. Provisto de conocimientos pedagógicos y larga experiencia, forma al alumno a su imagen.

El alumno aprende todo lo que es necesario para abrirse camino en la vida. Las mismas enseñanzas que son necesarias para abrirse camino en la escuela. Se trata del fraude, la simulación de conocimientos, la habilidad para vengarse impunemente, para asimilar con rapidez los lugares comunes, la adulación, el servilismo, la disposición para delatar a los compañeros ante los superiores, etc.

Lo más importante es el conocimiento del hombre, y el alumno lo obtendrá por el conocimiento de los profesores. Tiene que descubrir las debilidades de los maestros y saber aprovecharse de ellas; de lo contrario, nunca podrá oponer resistencia al sinfín de bienes culturales, totalmente inútiles, que le quieren inculcar.

Nuestro mejor profesor era un hombre alto, asombrosamente feo, que en su juventud, según dicen, había aspirado a una cátedra, aunque fracasó en el intento. Esta decepción hizo que se desarrollaran todas las energías latentes en él. Le gustaba someternos de improviso a un examen y lanzaba grititos de placer cuando no sabíamos contestar... Nos daba clases de Química, pero lo mismo podría habernos enseñado a desenredar madejas. Necesitaba una materia de enseñanza, como los actores necesitan un argumento para su lucimiento. Su deber era hacer de nosotros hombres. No le salía mal. No aprendimos química con él, pero sí aprendimos a vengarnos...

El profesor de Francés tenía otra debilidad: veneraba a una diosa maligna que exigía terribles sacrificios: la justicia...

El Estado aseguraba de una manera muy simple la vitalidad de la enseñanza. Como cada profesor sólo tenía que enseñar, año tras año, una determinada cantidad de conocimientos, perdía el interés y nada le desviaba ya del fin principal: desplegar sus energías vitales ante los alumnos. Todas sus frustraciones, sus preocupaciones financieras, sus desdichas familiares, las arreglaba en clase haciendo participar a sus alumnos. Sin ningún interés por su asignatura, podía concentrarse en formar las almas de los muchachos y enseñarles todas las formas del fraude. Así los preparaba para entrar en un mundo en el que se enfrentarían precisamente a gentes como él: seres deformados, corrompidos, pillos...






Después de haber terminado hasta cierto punto mi educación, tenía motivos para creer que, dotado de algunos vicios medianos y añadiéndoles algunas ruindades no demasiado difíciles de aprender, llegaría a defenderme bastante bien en la vida...

Bertolt Brecht Diálogos de fugitivos



Según el texto precedente del alemán Bertolt Brecht (1898-1956), los alumnos aprenden de sus profesores brutalidad, maldad e injusticia. Las enseñanzas o valores que transmite el sistema educativo, que luego servirán para la vida, son, según el autor el fraude, la simulación de conocimientos, etc. El autor destaca el desinterés del profesorado en general por la enseñanza de su materia, por lo que la evaluación que hace del sistema pedagógico que ha padecido no es muy halagüeña. ¿Podríamos decir que la crítica que hace Bertolt Brecht sigue vigente hoy por aquello de que "hoy es siempre todavía"?





  

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