¿Somos Roma? Se preguntaba en un ensayo
sugerente y provocador el escritor norteamericano Cullen Murphy,
publicado en los EE.UU. en 2007, que, por lo que a mí se me alcanza,
no ha tenido traducción, sin embargo, ni repercusión entre
nosotros. El libro se titula, en la lengua del Imperio, Are
we Rome? y lleva como subtítulo The fall of an Empire and the
fate of America: la caída de un Imperio y el destino de América.
Portada del libro de Cullen Murphy
Que no haya tenido mucho eco entre nosotros,
españoles y europeos, se debe, creo yo, a que es un libro escrito por un
americano y dirigido a sus compatriotas. Sin embargo, no deja de ser
muy interesante lo que plantea. Hay que advertir, antes de nada, que
cuando el autor habla de "América" no se refiere al
continente entero descubierto por Colón, sino sólo a Norteamérica,
y en concreto a los Estados Unidos de América por antonomasia.
El auge y la caída de la antigua Roma ha estado
siempre en la mente de los norteamericanos desde la fundación de la
República de los EE.UU. Hoy el interés por este tema se centra
menos en la República romana que en el Imperio que vino después.
Dependiendo del punto de vista de quien haga la comparación,
la historia de Roma sirve para una llamada triunfalista a la acción
del imperialismo o a una seria advertencia ante el peligro de colapso
inminente del Imperio norteamericano, que podría caer en picado como
cayó el romano.
Cullen Murphy revela una larga serie de similitudes
entre ambos Imperios, como por ejemplo, el poderío militar, lo
primero que salta a la vista, y equipara la pax Romana y
la pax Americana, que se traduce en ausencia de guerra siempre
que haya sumisión a los dictados de Washington. Durante todo el
pasado siglo XX, la posición oficial de Washington fue que Estados
Unidos no era una potencia imperialista, sino que a diferencia de
otras naciones expansionistas y colonialistas del pasado, dedicaba su
política exterior a fomentar la libertad y los derechos humanos. El
presidente Wilson justificó la entrada de Estados Unidos en la
Primera Guerra Mundial en nombre de la democracia y el
antimperialismo, la participación en la segunda gran conflagración
se hizo en nombre de la libertad y en contra de la voluntad imperial
de El Eje. Y durante la Guerra Fría, las invasiones a Guatemala,
Irán, Cuba o Vietnam fueron justificadas como "reacciones"
al imperialismo comunista, nunca como reflejo de sus propios impulsos de dominación, o, en el caso de Ronald Reagan, una
cruzada contra "el Imperio del Mal"
De alguna manera, los Estados Unidos han adoptado el
papel de árbitro o "policía mundial" llegando a actuar
agresiva y unilateralmente y a derrocar a los gobiernos de los
Estados que consideran ilegales o antidemocráticos. Y, dentro de
este paralelismo militar, no hay que olvidar que donde mejor se ve,
en el plano simbólico, la influencia global de los USA sobre todo el
planeta es en la creación y difusión de Internet, proyecto
desarrollado inicialmente para la industria de defensa militar
norteamericana.
Cullen Murphy analiza en su libro las causas del
declive del imperio romano, y establece como semejanza con el
imperialismo norteamericano actual, la tendencia a considerarse un
pueblo excepcional, un solipsismo favorecido por una fuerza superior,
semidivina, que da lugar a un mesianismo bastante preocupante para el
resto de las naciones.
Muro de Adriano, que separa Inglaterra de Escocia.
Murphy subraya, además, otras dos similitudes en
cómo los estadounidenses se ven a sí mismos y cómo ven a los
demás, una visión que supone una cultura estrecha de miras, casi
insular, de las capitales norteamericanas, lo que él llama el
síndrome "ónfalos" (que significa "ombligo" en
griego, y que nos recuerda a nosotros al término que acuñó Sánchez
Ferlosio "onfaloscopia" para referirse a la acción de
mirarse al propio ombligo y creerse el centro del mundo). Los
norteamericanos tienen muy poco interés, en general, por aprender
otra lengua que no sea la suya. Consideran que son los demás los que
tienen que aprender esa nueva lengua franca internacional que es el
inglés norteamericano, la lengua del Imperio. Lo mismo sucedía en
el Imperio Romano con la lengua franca que entonces era el latín,
aunque allí las clases altas, al menos, eran bilingües: era propio
de toda persona culta expresarse tanto en latín como en griego.
Relacionado con lo anterior, provistos de un
complejo de superioridad como el de la Roma imperial, los círculos
que toman las decisiones en Washington asumen una actitud muy romana,
en el sentido de subestimar siempre al "otro" que vive
allende sus fronteras; si en el Imperio Romano los que vivían
al otro lado del limes (su plural es limites),
delimitado a veces por ríos como el Rin o el Danubio, y otras veces
por largos muros de piedra como el de Adriano, eran denominados
"bárbaros" con una palabra griega de origen onomatopéyico
(los que no saben hablar, los que hablan en una jerigonza
incomprensible y que dicen bar-bar-bar), hoy en día los que
viven fuera de las fronteras estadounidenses son "inmigrantes
(ilegales)". Y así como la Historia nos habla de las invasiones
de los bárbaros en el Imperio Romano, algunos hablan hoy en
día de las invasiones de las hordas de inmigrantes ilegales que
intentan cruzar el Río Grande, por ejemplo, que separa México de
USA: "The U.S.-Mexico border is our Rhin and Danube
frontier". Hay unos diez mil agentes federales -lo que
equivaldría a dos legiones romanas- encargados de que los
inmigrantes ilegales no se pasen de la raya y no crucen la "línea",
y, aunque parezcan muchos, son pocos para impedir su paso, lo mismo sucedió con el limes del imperio
romano. El muro ya existe, no es sólo el delirio de una promesa electoral del actual presidente de los Estados Unidos, lo que sucede es que no está concluido, cerrado, acabado, como quisiera el presidente y muchos de los que con sus votos le han dado el poder.
Vista de la valla de Melilla desde
el lado marroquí.
Lo mismo sucede en Ceuta y Melilla, digo yo, con el
muro y las concertinas que quieren impedir, en vano, el cruce de los
inmigrantes ilegales subsaharianos que pretenden llegar a Europa, que
no deja de ser una provincia ahora del Imperio estadounidense, como Grecia lo fue de Roma.
Murphy analiza también el fenómeno creciente de la
privatización de los servicios públicos (el agua potable y el
tratamiento del agua, o los programas de salud y hospitales
públicos -y centros educativos públicos, añadiría yo-) con una
expresión que a los españoles nos suena mucho "externalization
of state functions". Notad, por cierto, en el plano lingüístico,
que en esta expresión inglesa que consta de cuatro palabras tres:
externalization, state y functions son de origen
latino (así como el término privatization que se pretende
definir), y solamente la preposición "of" no lo es, por lo
que la nueva lengua del Imperio, aunque no sea estrictamente una
lengua románica, romance o neolatina, no deja de ser una lengua con
más del 60 por ciento de su vocabulario de origen latino. Otro
paralelo más, apunto yo, entre los dos Imperios.
Los Estados Unidos se han embarcado en los últimos
años en una cadena de privatizaciones como nunca en su historia,
poniendo en manos particulares toda clase de actividades que se
consideraban públicas: recaudar impuestos, patrullar las calles,
defender las fronteras… La guerra de Iraq, afirma el autor,
es el principal conflicto armado más "privatizado" desde
el Renacimiento: muchas decenas de billones de dólares se fueron a
manos privadas de contratistas relacionados con la invasión y la
ocupación de Mesopotamia... Las consecuencias de este fenómeno
pueden ser desastrosas.
La expansión del antiguo imperio de los césares
requirió de un ejército cada vez mayor y mercenario -profesional,
dicen hoy en día- , y su equipamiento y manutención terminaron por
dejar exhaustas las arcas de Roma. Incluso, al final, el emperador
tuvo que echar mano de las legiones de mercenarios visigodos, con
efectos contraproducentes.
Hoy día, el Pentágono debe mantener un complejo de
700 bases militares en 60 países y tiene que "subcontratar"
agentes de compañías de seguridad privadas, es decir, mercenarios,
muchos de ellos extranjeros, para desarrollar tareas propias del
ejército.
Otros paralelismos: Así como para los primeros
escritores cristianos Roma era la Gran Ramera, para muchos
fundamentalistas islámicos América es el Gran Satán.
Israel quiere que el muro de Gaza -llamado del Apartheid- sea la frontera con Palestina.
Aunque Murphy no llega a decirlo expresamente,
el fenómeno de la globalización del American way of life del
que tanto se ha hablado y se habla no deja de ser equivalente al de la
romanización que llevó a cabo el Imperio Romano, imponiendo su
lengua, su cultura, su sistema económico, político, social a las
naciones sometidas o aliadas.
Murphy demuestra convincentemente que en lo que más
se parecen los modernos americanos (id est, norteamericanos, o mejor
todavía, estadounidenses) a los antiguos romanos es en la corrupción
creciente de sus gobiernos y en su arrogante ignorancia sobre todo lo
que sucede allende sus fronteras, dos cosas que habría que cambiar,
según el autor, si se quiere evitar el destino fatal de Roma.
Recuerda Murphy a sus compatriotas la famosa máxima del filósofo
español Jorge Santayana: "Quien ignora su pasado está
condenado a repetirlo".
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