sábado, 18 de marzo de 2017

Are we Rome?

¿Somos Roma? Se preguntaba en un ensayo sugerente y provocador el escritor norteamericano Cullen Murphy, publicado en los EE.UU. en 2007, que, por lo que a mí se me alcanza, no ha tenido traducción, sin embargo,  ni repercusión entre nosotros. El libro se titula, en la lengua del Imperio, Are we Rome? y lleva como subtítulo The fall of an Empire and the fate of America: la caída de un Imperio y el destino de América.
   
Portada del libro de Cullen Murphy

Que no haya tenido mucho eco entre nosotros, españoles y europeos, se debe, creo yo, a que es un libro escrito por un americano y dirigido a sus compatriotas. Sin embargo, no deja de ser muy interesante lo que plantea. Hay que advertir, antes de nada, que cuando el autor habla de "América" no se refiere al continente entero descubierto por Colón, sino sólo a Norteamérica, y en concreto a los Estados Unidos de América por antonomasia.

El auge y la caída de la antigua Roma ha estado siempre en la mente de los norteamericanos desde la fundación de la República de los EE.UU. Hoy el interés por este tema se centra menos en la República romana que en el Imperio que vino después. Dependiendo del punto de vista de quien haga la comparación,  la historia de Roma sirve para una llamada triunfalista a la acción del imperialismo o a una seria advertencia ante el peligro de colapso inminente del Imperio norteamericano, que podría caer en picado como cayó el romano.

Cullen Murphy revela una larga serie de similitudes entre ambos Imperios, como por ejemplo, el poderío militar, lo primero que salta a la vista, y  equipara la pax Romana y la pax Americana, que se traduce en ausencia de guerra siempre que haya sumisión a los dictados de Washington. Durante todo el pasado siglo XX, la posición oficial de Washington fue que Estados Unidos no era una potencia imperialista, sino que a diferencia de otras naciones expansionistas y colonialistas del pasado, dedicaba su política exterior a fomentar la libertad y los derechos humanos. El presidente Wilson justificó la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial en nombre de la democracia y el antimperialismo, la participación en la segunda gran conflagración se hizo en nombre de la libertad y en contra de la voluntad imperial de El Eje. Y durante la Guerra Fría, las invasiones a Guatemala, Irán, Cuba o Vietnam fueron justificadas como "reacciones" al imperialismo comunista, nunca como reflejo de sus propios impulsos de dominación, o, en el caso de Ronald Reagan, una cruzada contra "el Imperio del Mal"

De alguna manera, los Estados Unidos han adoptado el papel de árbitro o "policía mundial" llegando a actuar agresiva y unilateralmente y a derrocar a los gobiernos de los Estados que consideran ilegales o antidemocráticos. Y, dentro de este paralelismo militar, no hay que olvidar que donde mejor se ve, en el plano simbólico, la influencia global de los USA sobre todo el planeta es en la creación y difusión de Internet, proyecto desarrollado inicialmente para la industria de defensa militar norteamericana.

Cullen Murphy analiza en su libro las causas del declive del imperio romano, y establece como semejanza con el imperialismo norteamericano actual, la tendencia a considerarse un pueblo excepcional, un solipsismo favorecido por una fuerza superior, semidivina, que da lugar a un mesianismo bastante preocupante para el resto de las naciones.

Muro de Adriano, que separa  Inglaterra de Escocia.

Murphy subraya, además, otras dos similitudes en cómo los estadounidenses se ven a sí mismos y cómo ven a los demás, una visión que supone una cultura estrecha de miras, casi insular, de las capitales norteamericanas, lo que él llama el síndrome "ónfalos" (que significa "ombligo" en griego, y que nos recuerda a nosotros al término que acuñó Sánchez Ferlosio "onfaloscopia" para referirse a la acción de mirarse al propio ombligo y creerse el centro del mundo).  Los norteamericanos tienen muy poco interés, en general, por aprender otra lengua que no sea la suya. Consideran que son los demás los que tienen que aprender esa nueva lengua franca internacional que es el inglés norteamericano, la lengua del Imperio. Lo mismo sucedía en el Imperio Romano con la lengua franca que entonces era el latín, aunque allí las clases altas, al menos, eran bilingües: era propio de toda persona culta expresarse tanto en latín como en griego. 

Relacionado con lo anterior, provistos de un complejo de superioridad como el de la Roma imperial, los círculos que toman las decisiones en Washington asumen una actitud muy romana, en el sentido de subestimar siempre al "otro" que vive allende sus fronteras;  si en el Imperio Romano los que vivían al otro lado del limes (su plural es limites), delimitado a veces por ríos como el Rin o  el Danubio, y otras veces por largos muros de piedra como el de Adriano,  eran denominados "bárbaros" con una palabra griega de origen onomatopéyico (los que no saben hablar, los que hablan en una jerigonza incomprensible y que dicen bar-bar-bar), hoy en día los que viven fuera de las fronteras estadounidenses son "inmigrantes (ilegales)". Y así como la Historia nos habla de las invasiones de los bárbaros  en el Imperio Romano, algunos hablan hoy en día de las invasiones de las hordas de inmigrantes ilegales que intentan cruzar el Río Grande, por ejemplo, que separa México de USA:  "The U.S.-Mexico border is our Rhin and Danube frontier".  Hay unos diez mil agentes federales -lo que equivaldría a dos legiones romanas- encargados de que los inmigrantes ilegales no se pasen de la raya y no crucen la "línea", y, aunque parezcan muchos, son pocos para impedir su paso, lo mismo sucedió con el limes del imperio romano. El muro ya existe,  no es sólo el delirio de una promesa electoral del actual presidente de los Estados Unidos, lo que sucede es que no está concluido, cerrado, acabado, como quisiera el presidente y muchos de los que con sus votos le han dado el poder.

 Vista de la valla de Melilla desde el lado marroquí.

Lo mismo sucede en Ceuta y Melilla, digo yo, con el muro y las concertinas que quieren impedir, en vano, el cruce de los inmigrantes ilegales subsaharianos que pretenden llegar a Europa, que no deja de ser una provincia ahora del Imperio estadounidense, como Grecia lo fue de Roma.

Murphy analiza también el fenómeno creciente de la privatización de los servicios públicos (el agua potable y el tratamiento del agua, o  los programas de salud y hospitales públicos -y centros educativos públicos, añadiría yo-) con una expresión que a los españoles nos suena mucho "externalization of state functions". Notad, por cierto, en el plano lingüístico, que en esta expresión inglesa que consta de cuatro palabras tres: externalization, state y functions son de origen latino (así como el término privatization que se pretende definir), y solamente la preposición "of" no lo es, por lo que la nueva lengua del Imperio, aunque no sea estrictamente una lengua románica, romance o neolatina, no deja de ser una lengua con más del  60 por ciento de su vocabulario de origen latino. Otro paralelo más, apunto yo, entre los dos Imperios.

Los Estados Unidos se han embarcado en los últimos años en una cadena de privatizaciones como nunca en su historia, poniendo en manos particulares toda clase de actividades que se consideraban públicas: recaudar impuestos, patrullar las calles, defender las fronteras…  La guerra de Iraq, afirma el autor, es el principal conflicto armado más "privatizado" desde el Renacimiento: muchas decenas de billones de dólares se fueron a manos privadas de contratistas relacionados con la invasión y la ocupación de Mesopotamia... Las consecuencias de este fenómeno pueden ser desastrosas.

La expansión del antiguo imperio de los césares requirió de un ejército cada vez mayor y mercenario -profesional, dicen hoy en día- , y su equipamiento y manutención terminaron por dejar exhaustas las arcas de Roma. Incluso, al final, el emperador tuvo que echar mano de las legiones de mercenarios visigodos, con efectos contraproducentes.
 
Hoy día, el Pentágono debe mantener un complejo de 700 bases militares en 60 países y tiene que "subcontratar" agentes de compañías de seguridad privadas, es decir, mercenarios, muchos de ellos extranjeros, para desarrollar tareas propias del ejército.

Otros paralelismos: Así como para los primeros escritores cristianos Roma era la Gran Ramera, para muchos fundamentalistas islámicos América es el Gran Satán.

 Israel quiere que el muro de Gaza -llamado del Apartheid- sea la frontera con Palestina.

Aunque Murphy no llega a decirlo expresamente,  el fenómeno de la globalización del American way of life del que tanto se ha hablado y se habla no deja de ser equivalente al de la romanización que llevó a cabo el Imperio Romano, imponiendo su lengua, su cultura, su sistema económico, político, social a las naciones sometidas o aliadas.

Murphy demuestra convincentemente que en lo que más se parecen los modernos americanos (id est, norteamericanos, o mejor todavía, estadounidenses) a los antiguos romanos es en la corrupción creciente de sus gobiernos y en su arrogante ignorancia sobre todo lo que sucede allende sus fronteras, dos cosas que habría que cambiar, según el autor, si se quiere evitar el destino fatal de Roma. Recuerda Murphy a sus compatriotas la famosa máxima del filósofo español Jorge Santayana: "Quien ignora su pasado está condenado a repetirlo".

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