Pedro García Olivo recrea una anécdota de Diógenes
el Perro, transcrita por su homónimo Diógenes Laercio en
Vidas de los filósofos más ilustres:
Con un poco de pan de cebada y agua
se puede ser tan feliz como Júpiter.
Diógenes de Sinope, alias El perro.
De espaldas al Poder y al Mercado
Diógenes tomaba el sol en el ágora, rascándose la
barriga -señal de bienestar. A su alrededor, se repetía el trajín
de todos los días, jaleo de gentes “instaladas” que compran o
venden, que salen de sus casas o van a sus casas, que hablan de
negocios o de política, que distribuyen su tiempo entre las
innúmeras tareas marcadas para la jornada -pues, ya por aquel
entonces, “el tiempo era oro”. Diógenes los ve pasar, como
abejas atareadas, como hormigas en desfile; y se rasca la barriga,
mientras disfruta del sol. Es un mendigo; y come de lo que le dan,
poco o mucho, a cambio de nada, a cambio de ser él mismo, de sus
palabras afiladas y de sus escenificaciones ofensivas. Mientras los
demás trafican y mienten, él se rasca la barriga.
Quiere la leyenda que aparezca entonces Alejandro
Magno. Yo le llamo Alejandro-el Estado... Y Alejandro reconoce a
Diógenes, el filósofo desvergonzado, con la tripa al sol. Se acerca
y le declara su admiración: “Diógenes, yo te admiro. Ya sé que
somos enemigos; ya sé que eres un veneno o una plaga para el
Imperio; ya sé que, si todos fueran como tú, mi poder no se
sostendría ni un día; ya sé que me desprecias; ya sé que te
burlas de mí. Pero te admiro... Te admiro por tu honestidad y tu
integridad; te admiro por tu coherencia. Te admiro porque haces lo
que ya nadie hace: pensar la vida y vivir el pensamiento. Te
admiro porque eres el único, en todo el Estado, que no está en
venta. Y porque te puedes declarar sencillamente “libre” en un
mundo de ciudadanos/esclavos y esclavos/no-ciudadanos. Por eso,
porque te admiro, deseo concederte el don que tú quieras. Pide
cualquier cosa y te será otorgada. Pide lo que quieras y lo haré
tuyo. Pídeme a mí, el Estado, cualquier clase de Bienestar,
todos los bienestares que te apetezcan, y te los concederé. Si
quieres el Bienestar del Estado, seré para ti un Estado del
Bienestar. Pide cualquier cosa y tu palabra será ley”.
Decía Mishima que “la altura de un hombre se mide
por la de sus enemigos”, y Alejandro debía considerarse “muy
alto” al elegir a Diógenes como adversario. Pero Diógenes no
estaba dispuesto a reconocerle “tanta altura”...
- ¿De verdad me darás lo que te pida? -pregunta el
quínico insolente, peligroso, con lengua de serpiente y astucia de
zorro? ¿Se cumplirá sin más mi deseo?
Alejandro se ruboriza. Procura, sin conseguirlo,
disimular el temor que le embarga. Padece casi un acceso de pánico
-con un quínico nunca se sabe, con Diógenes jamás está dicha la
última palabra... Pero, cautivo de su propia iniciativa, rodeado de
curiosos, no tiene más remedio que seguir adelante, aún con terror,
con dudas...
-Pídeme lo que quieres y te será concedido,
excepto si lo que pides atenta contra mi propia auto-conservación,
por supuesto.
Diógenes, que ha percibido la angustia en las
palabras de Alejandro, “su temor y su temblor”, como diría
Kierkegaard, sonríe tal una hiena y prosigue con su escenificación.
- Te lo pregunto por última vez: ¿Me concederás
lo que te pida, sea lo que fuere, si eso que deseo no atenta contra
tu propia auto-conservación?
- Así es, Diógenes. En prueba de mi reconocimiento
de tu dignidad, reconocimiento de tu talla humana, aún siendo el
enemigo más temible que cabe concebir sobre la faz del Imperio, te
concederé lo que desees.
Y Diógenes deja de rascarse la tripa, se incorpora
un poco, las manos sobre las piedras del suelo y los ojos entornados
por la claridad cegadora de la mañana:
- Esto es lo que quiero, “Alex”. Que te
apartes un poco porque me tapas el sol.
Y Alejandro-el Estado se retira, humillado, con
todos sus bienestares a cuestas, en medio de las sonrisas sarcásticas
de la muchedumbre y bajo el gesto triunfal de Diógenes, que se tumba
de nuevo, con la panza al sol.
Esta anécdota, incluida también en el libro La
Secta del Perro, de C. García Gual, se ha interpretado muchas
veces en clave exclusivamente política: el quínico da la espalda a
la autoridad, al poder, desiste en lo posible de padecerlo y siempre
de ejercerlo.
Por eso, “se va al margen”. Diógenes no quiere nada, absolutamente nada, del Estado, de la Administración, de las Instituciones. Le basta con mantener alejada a la Autoridad, con que no se cruce en su camino... Pero la anécdota admite también una interpretación económica, lectura que me interesa subrayar aquí: como casi nadie hoy día, Diógenes da la espalda asimismo al Mercado. Da la espalda al dinero, al valor de cambio, a la propiedad, al salario,... Por eso no le pide a Alejandro una fortuna, una posición, una casa, unas tierras, unos esclavos, un negocio... Le basta con su “tinaja” para dormir por las noches y con lo que la gente le dé por sus diatribas y sus provocaciones, que se suscitan de forma espontánea, sin público establecido, sin “circo” o “teatro”, en cualquier lugar y a cualquier hora, ante muchos o ante pocos.
Estado y Mercado (mercado libre se entiende) son antagónicos. El Estado es poder. El Mercado es libertad. Oponerse al Estado es un gesto de valentía. Oponerse al Mercado, a que la gente trueque libre y pacíficamente sus bienes, es un acto de tiranía. De ahí que todos los regímenes totalitarios –de izquierdas o derechas– hayan prohibido el mercado libre.
ResponderEliminarDiógenes se alimentaba de lo que la gente le daba. ¡A cambio de nada, que eso es mercadear, y Dios no lo quiera! Bonito ejemplo de "nobleza". No me extraña que la palabra cínico signifique hoy en día "desvergüenza descarada"
Que el mercado, por muy libre que se entienda, sea libertad es mucho pre-suponer. Una cosa es la libertad de mercado y otra la libertad sin más. Si hay libertad de mercado ¿quién nos libra del mercado y nos libera del dinero?
Eliminar