Mis Lecturas
El escritor y
poeta, cuyo último libro publicado es Cuadernos
de El Escorial, ha elegido la figura de
Catulo por cuanto tiene de ejemplar para expresar su convicción en
que la literatura, la creación y la posible belleza que surja de
ellas no depende tanto de los temas elegidos como del talento de
quien los narra o canta.
RELEYENDO A
CATULO
José Agustín Goytisolo
Es un caso
paradigmático de escritor que convierte en belleza todo cuanto toca.
Lesbia, Ralph (El País, 27-04-96)
Existe cierto tipo de
lectores que esperan que un escritor emplee siempre en sus creaciones
frases y palabras delicadas, dignas y que no escandalicen sus oídos en vez de usar términos vulgares y groseros; y esperan, también,
que el tema de sus obras sea noble, austero y ejemplar.
Pero hay artistas de la
palabra que vulneran expresamente esa norma, pues no creen que
existan ni palabras, ni lenguaje, ni tema, que sean expresamente
literarios, poéticos, hermosos, y afirman que cualquier tema, dicho
con el lenguaje apropiado, puede ser objeto de belleza o de poesía,
desde la palabra catalogada como soez hasta la frase más malsonante,
siempre que estén tratadas, eso sí, con maestría, arte y
artificio, y en un contexto apropiado. Esto se refiere, claro está,
a los verdaderos escritores, a creadores de talla que, como Cervantes
o Quevedo, por poner dos altísimos ejemplos de nuestra literatura,
no han dudado en emplear palabras y dichos del pueblo llano. Pero un
creador mediocre que no conoce los límites ni el ámbito literario
nada conseguirá llenando sus obras de nombres y frases procaces,
así, sin más.
Catulo es un caso
paradigmático de escritor que sabe convertir en belleza todo cuanto
toca, aunque para ello deba usar un vocabulario y una fraseología
licenciosas, impúdicas y desvergonzadas. Catulo no se dedicó
exclusivamente a cantar los ambientes distinguidos y cultos de Roma,
que conocía muy bien, puesto que los frecuentaba, sino que se
propuso además poetizar temas que le sugerían lugares plebeyos,
expresiones barriobajeras que eran comunes en tabernas y tugurios que
él visitaba. Y así debe entenderse su poesía, una mezcIa de lo más
refinado con lo más canalla, pues Catulo sabía que en uno u otro
ambiente late siempre el corazón del hombre, con toda su riqueza y
vitalidad, y que él era artista no por sentir emociones, sino por
saber hacer emocionar a los demás mediante la perfección de su
obra, empleando cualquier clase de materiales, pues su oficio
ennoblecía.
En la reducida y
deslumbrante obra de Catulo se pueden hallar poemas aparentemente
vulgares y hasta groseros, pero sólo aparentemente, ya que el texto
es siempre bello. Catulo creía, y así lo escribió, que un artista
debía ser un hombre que llevase una vida social como los demás
hombres, en cuanto ciudadano; pero en cuanto creador, no le era
preciso aparentar "normalidad", sino que muy bien podía
reflejar en sus poemas la otra cara de la moneda, es decir, un mundo
real como el de las pasiones ocultas, también conocidas por los
aristócratas. Conoció a personas que se daban a la avaricia, a la
gula, al robo, a la iniquidad y a la mentira; pero también encontró
gente bondadosa, caritativa, generosa y amable. Sobre estos últimos
no se encuentran en sus poemas más que elogios y bellas expresiones.
Pero contra los
perversos, siempre individualizados, cae el látigo de su ironía, de
su invectiva. No juzgó ni emitió juicios de valor sobre una
sociedad, que era la suya, sino contra hombres y mujeres en concreto.
Edición bilingüe en versión rítmica castellana de Juan Manuel Rodríguez Tobal
No le interesó la vida
política, con sus intrigas y sus recovecos, con sus miserias y con
sus grandezas. Sólo cantó a las mujeres y hombres de su época, de
toda clase social, y muy pocas veces se metió con algún personaje
público, y siempre para denigrarlo, para ridiculizarlo. Odiaba la
adulación, el elogio interesado para recibir, a cambio, algún
favor.
De Catulo sólo se
conocen 116 poemas, pues el resto de su obra -que la hubo, se sabe
por referencias- se ha perdido. Pocos poemas son para conocer su
vida, su entorno, ya que casi todo lo que de él se sabe está sacado
de sus epigramas. Pero su temperamento y su personalidad se perciben
nítidamente en sus escritos: carácter apasionado, incansable en la
búsqueda de la felicidad, desmedido en sus amores y en sus odios,
tornadizo en sus aficiones y despectivo hacia los poderosos.
Composiciones
intimistas, amorosas y elegiacas, epitalamios, y casi toda su
producción en forma epigramática. Lesbia fue la única gran pasión
de su vida. Con tal nombre bautizó Catulo a Clodia, hermana de su
amigo Clodio PuIcro y casada con Metelo Céler. La amó mucho, pese a
las escandalosas infidelidades de ella, y la siguió cuando abandonó
Roma, acompañando a su bondadoso o resignado marido, ya que no
ignorante, pues las aventuras de su mujer eran de dominio público. A
ella escribió Catulo. "Jamás mujer alguna diría que la amaron
/ como tú, Lesbia mía, fuiste amada por mí".
La faceta procaz de
algunos epigramas de Catulo se escuda en la perfección de la forma,
ajustada siempre a la intención satírica. Uno de sus más hirientes
epigramas es una dura imprecación contra dos personajes de la
sociedad que él frecuentaba. Llamados Aurelio y Furio, que decían
públicamente que los versos de Catulo lo único que tenían eran su
desvergüenza. Y él se acoge a esa desvergüenza que le adjudican
para espetarles: "Os daré por detrás y por la boca". Y
repite su sentencia favorita: "Un poeta puede ser honesto en
vida, / pero en su obra eso no hace falta". Claro que no hace
falta, si el escritor es capaz de conseguir una obra bella. La
literatura no se hace con buenos sentimientos, sino con un buen
oficio.
(Publicado
en el diario El País, 27 de abril de 1996)
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