"Elegir Humanidades (Latín y Griego) cierra muchas puertas".
Así, literalmente, he oído decir más de una vez a más de un
profesional de la enseñanza y responsable incluso de la llamada orientación
educativa. Así lo he oído decir, y se ha dicho sin ningún sonrojo ni
rebozo públicamente en más de una evaluación final a la hora de dar el consejo orientador, que no
prescriptivo, a los alumnos que se graduaban en Educación Secundaria
Obligatoria.
Aseguraban estos consejos (des)orientadores que era mejor que tanto los alumnos indecisos como los que no lo estaban eligieran el Bachillerato de Ciencias porque el "otro" era algo así como un camino sin retorno que les cerraba muchas puertas, una especie de callejón sin salida. Si elegían Ciencias, podían pasarse luego a una carrera de Letras sin ningún problema, argumentaban (si a esto puede llamarse "argumentación"), mientras que si elegían Letras no podrían pasarse a una de Ciencias (?).
Hay que tener en cuenta que cualquier elección que hagamos en la vida cierra, en sentido estricto, al menos una puerta, porque optar por una posibilidad supone excluir por lo pronto otra, si no son varias más las que se descartan. Pero debemos verlo por el lado positivo del asunto, que también lo tiene y es más importante: hay que elegir, y cualquier elección que hagamos nos abre también otras posibilidades, otras puertas que hasta ahora han estado cerradas para nosotros. Lo que no está tan claro, por lo menos para mí, es si somos nosotros los que elegimos las cosas o si, más bien, son ellas, las cosas, las que nos eligen a nosotros, las personas, seduciéndonos y atrayéndonos hacia su órbita como piedras magnéticas.
Se supone que las puertas que cierra el Bachillerato de Humanidades -y no me gusta que se llame así, porque me suena, lo siento, a "vanidad de vanidades", bíblicamente, o a "manualidades", será por lo fácil de la rima consonántica, prefiero el nombre tradicional de Letras- son las de las salidas al mercado laboral. Pero eso es mucho suponer, porque eso significaría que las puertas del mercado del trabajo están abiertas de par en par a los numerosos ingenieros y no menos prolíficos economistas, científicos y tecnólogos que pululan por el vasto universo con un título debajo del brazo, lo que es, como digo, mucho suponer, habida cuenta del creciente índice de paro que afecta a todos los sectores y la proliferación del llamado trabajo precario, si es que no son precarios ya todos los trabajos y la propia idea de "trabajo" en sí.
Se supone que las puertas que nos cierra la elección de Humanidades son las de la Ciencia y las de la Tecnología, que adelantan que es una barbaridad, como dicen los nuevos crédulos o creyentes. Concedamos esto último, aunque habría mucho que discutir sobre el particular y sobre las llamadas ciencias humanas o sociales frente a las otras, las "naturales". Pero, en cualquier caso, insisto, hemos de pensar en las puertas que nos abre esta elección, que son las de la cultura y el humanismo, las de las letras, tan importantes o no menos importantes que las otras. A fin de cuentas, como dijo Terencio, homo sum. (soy un ser humano, una persona, hombre o mujer, da igual), humani nihil (nada de lo que sea humano) a me alienum puto (considero que me sea ajeno).
Lo que debería importarnos es, en primer lugar, que hayamos elegido según nuestro gusto y criterio, y según nuestros intereses. Si yo voy a estudiar, pongo por caso, Filología Inglesa o Traducción e Interpretación, porque me gusta el Inglés o porque me interesan y se me dan bien los idiomas en general, debería elegir el Bachillerato de Humanidades, y estudiar, entre otras materias, Latín y Griego, porque son importantes o básicas para la formación de cualquier filólogo, traductor o lingüista que se precie.
¿Qué sucede si, siguiendo el consejo "orientador" cacareado, me inclino en este caso por la opción del Bachillerato Científico y Tecnológico, porque, según dicen, no cierra tantas puertas como el de Humanidades y a fin de cuentas voy a seguir estudiando el mismo inglés haga Letras o Ciencias? Pues en principio nada grave. Tampoco vamos a exagerar ni a hacer aquí un drama (o una tragedia griega) de ello. De hecho nada impide, porque no es obligatorio, que después de cursar un Bachillerato de la modalidad científica-tecnológica-sanitaria uno se matricule en Filología Inglesa o en Traducción e Interpretación. Nada lo impide, realmente, y hay alumnos de hecho mal asesorados que lo hacen, pero eso no significa que sea aconsejable desde un punto de vista educativo, pedagógico y propedéutico porque, de hacerlo, vamos a tener seguramente muchas carencias en nuestra formación, que no tienen por qué ser insuperables, pero que sí son desde luego importantes y dignas de consideración.
Lo mismo sucede al revés. Nada nos impide, por caso, después de cursar un Bachillerato de Humanidades, matricularnos en una Ingeniería Técnica o en Medicina. No es cierto que sea obligatorio, sino aconsejable, cursar determinadas asignaturas en Bachillerato, en función de los estudios posteriores. Nadie ni nada nos lo prohíbe, pero algo nos dice, tal vez el sentido común, que suele ser, como dijo el otro, el menos común de todos los sentidos, que si tiramos por ahí tendremos que subsanar algunas lagunas en nuestra formación.
Claro está que también se puede elegir algo no en función de estudios posteriores, porque a veces no sabemos si vamos a seguir estudiando o no, o qué vamos a estudiar después, sino en función del interés que suscitan en nosotros las cosas que nos llaman, porque son ellas, como decía antes, las que nos llaman a nosotros, que eso y no otra cosa es la vocación: una llamada.
En ese sentido podemos decir a favor de los estudios de Letras (y no me refiero sólo al Latín y al Griego, claro está), parafraseando un párrafo de Cicerón de su discurso de defensa del poeta Arquias, donde hace una apología de la cultura y la literatura en general y de la poesía en particular, que estos estudios -y aquí debemos entender la palabra estudio en su sentido etimológico de "afición, afán, empeño", algo que se hace por amor no por obligación ni por interés laboral futuro- alimentan nuestra adolescencia y juventud (haec studia adulescentiam alunt), enriquecen nuestra madurez y vejez deleitándonos (senectutem oblectant), nos acompañan en las situaciones favorables de la vida y adornan nuestra prosperidad (secundas res ornant), nos ofrecen un refugio y un consuelo en la adversidad (aduersis perfugium ac solacium praebent), nos agradan y deleitan en casa (delectant domi), no nos estorban cuando viajamos fuera (non impediunt foris), duermen con nosotros (pernoctant nobiscum), viajan de hecho con nosotros porque van dentro de nosotros mismos (peregrinantur), incluso se vienen con nosotros al campo cuando huimos de la jungla de las ciudades (rusticantur): nos siguen como nuestra propia sombra tanto en los ocios como en los negocios del trabajo. Nos acompañarán, en definitiva, durante toda la vida sin abandonarnos nunca.
Sólo me queda finalmente felicitar, ahora que está a punto de concluir un curso académico más (y suma y sigue) a los seguramente pocos alumnos, (pero lo importante no es el número ni la cantidad), que, pese a los consejos desorientadores, opten, contra viento y marea, por esta elección del Bachillerato de Humanidades o de Letras, que cierra algunas puertas, como todas las elecciones que se hacen en la vida, porque como hemos dicho no hay ninguna elección que no lo haga, pero que también, a la vez, abre otras puertas, y muchas y muy gozosas, por cierto.
Siempre se dijo que las Letras, como se las llamaba antes cuando se las contraponía a las Armas, no servían absolutamente para nada. Y es verdad, pero ahí es donde radica precisamente todo su valor: si no sirven para nada práctico o no tan práctico como las Armas, que ya se sabe para lo que sirven y quién las carga, nosotros tampoco vamos a servir a ningún fin pragmático, es decir, no vamos a ser siervos, que eso significa etimológicamente servir: ser esclavo de un fin y de una utilidad práctica. Y qué mejor que no ser esclavos cuando de lo que se trataba era de ser un poco más libres por lo menos de lo que somos.
Aseguraban estos consejos (des)orientadores que era mejor que tanto los alumnos indecisos como los que no lo estaban eligieran el Bachillerato de Ciencias porque el "otro" era algo así como un camino sin retorno que les cerraba muchas puertas, una especie de callejón sin salida. Si elegían Ciencias, podían pasarse luego a una carrera de Letras sin ningún problema, argumentaban (si a esto puede llamarse "argumentación"), mientras que si elegían Letras no podrían pasarse a una de Ciencias (?).
Hay que tener en cuenta que cualquier elección que hagamos en la vida cierra, en sentido estricto, al menos una puerta, porque optar por una posibilidad supone excluir por lo pronto otra, si no son varias más las que se descartan. Pero debemos verlo por el lado positivo del asunto, que también lo tiene y es más importante: hay que elegir, y cualquier elección que hagamos nos abre también otras posibilidades, otras puertas que hasta ahora han estado cerradas para nosotros. Lo que no está tan claro, por lo menos para mí, es si somos nosotros los que elegimos las cosas o si, más bien, son ellas, las cosas, las que nos eligen a nosotros, las personas, seduciéndonos y atrayéndonos hacia su órbita como piedras magnéticas.
Se supone que las puertas que cierra el Bachillerato de Humanidades -y no me gusta que se llame así, porque me suena, lo siento, a "vanidad de vanidades", bíblicamente, o a "manualidades", será por lo fácil de la rima consonántica, prefiero el nombre tradicional de Letras- son las de las salidas al mercado laboral. Pero eso es mucho suponer, porque eso significaría que las puertas del mercado del trabajo están abiertas de par en par a los numerosos ingenieros y no menos prolíficos economistas, científicos y tecnólogos que pululan por el vasto universo con un título debajo del brazo, lo que es, como digo, mucho suponer, habida cuenta del creciente índice de paro que afecta a todos los sectores y la proliferación del llamado trabajo precario, si es que no son precarios ya todos los trabajos y la propia idea de "trabajo" en sí.
Se supone que las puertas que nos cierra la elección de Humanidades son las de la Ciencia y las de la Tecnología, que adelantan que es una barbaridad, como dicen los nuevos crédulos o creyentes. Concedamos esto último, aunque habría mucho que discutir sobre el particular y sobre las llamadas ciencias humanas o sociales frente a las otras, las "naturales". Pero, en cualquier caso, insisto, hemos de pensar en las puertas que nos abre esta elección, que son las de la cultura y el humanismo, las de las letras, tan importantes o no menos importantes que las otras. A fin de cuentas, como dijo Terencio, homo sum. (soy un ser humano, una persona, hombre o mujer, da igual), humani nihil (nada de lo que sea humano) a me alienum puto (considero que me sea ajeno).
Lo que debería importarnos es, en primer lugar, que hayamos elegido según nuestro gusto y criterio, y según nuestros intereses. Si yo voy a estudiar, pongo por caso, Filología Inglesa o Traducción e Interpretación, porque me gusta el Inglés o porque me interesan y se me dan bien los idiomas en general, debería elegir el Bachillerato de Humanidades, y estudiar, entre otras materias, Latín y Griego, porque son importantes o básicas para la formación de cualquier filólogo, traductor o lingüista que se precie.
¿Qué sucede si, siguiendo el consejo "orientador" cacareado, me inclino en este caso por la opción del Bachillerato Científico y Tecnológico, porque, según dicen, no cierra tantas puertas como el de Humanidades y a fin de cuentas voy a seguir estudiando el mismo inglés haga Letras o Ciencias? Pues en principio nada grave. Tampoco vamos a exagerar ni a hacer aquí un drama (o una tragedia griega) de ello. De hecho nada impide, porque no es obligatorio, que después de cursar un Bachillerato de la modalidad científica-tecnológica-sanitaria uno se matricule en Filología Inglesa o en Traducción e Interpretación. Nada lo impide, realmente, y hay alumnos de hecho mal asesorados que lo hacen, pero eso no significa que sea aconsejable desde un punto de vista educativo, pedagógico y propedéutico porque, de hacerlo, vamos a tener seguramente muchas carencias en nuestra formación, que no tienen por qué ser insuperables, pero que sí son desde luego importantes y dignas de consideración.
Lo mismo sucede al revés. Nada nos impide, por caso, después de cursar un Bachillerato de Humanidades, matricularnos en una Ingeniería Técnica o en Medicina. No es cierto que sea obligatorio, sino aconsejable, cursar determinadas asignaturas en Bachillerato, en función de los estudios posteriores. Nadie ni nada nos lo prohíbe, pero algo nos dice, tal vez el sentido común, que suele ser, como dijo el otro, el menos común de todos los sentidos, que si tiramos por ahí tendremos que subsanar algunas lagunas en nuestra formación.
Claro está que también se puede elegir algo no en función de estudios posteriores, porque a veces no sabemos si vamos a seguir estudiando o no, o qué vamos a estudiar después, sino en función del interés que suscitan en nosotros las cosas que nos llaman, porque son ellas, como decía antes, las que nos llaman a nosotros, que eso y no otra cosa es la vocación: una llamada.
En ese sentido podemos decir a favor de los estudios de Letras (y no me refiero sólo al Latín y al Griego, claro está), parafraseando un párrafo de Cicerón de su discurso de defensa del poeta Arquias, donde hace una apología de la cultura y la literatura en general y de la poesía en particular, que estos estudios -y aquí debemos entender la palabra estudio en su sentido etimológico de "afición, afán, empeño", algo que se hace por amor no por obligación ni por interés laboral futuro- alimentan nuestra adolescencia y juventud (haec studia adulescentiam alunt), enriquecen nuestra madurez y vejez deleitándonos (senectutem oblectant), nos acompañan en las situaciones favorables de la vida y adornan nuestra prosperidad (secundas res ornant), nos ofrecen un refugio y un consuelo en la adversidad (aduersis perfugium ac solacium praebent), nos agradan y deleitan en casa (delectant domi), no nos estorban cuando viajamos fuera (non impediunt foris), duermen con nosotros (pernoctant nobiscum), viajan de hecho con nosotros porque van dentro de nosotros mismos (peregrinantur), incluso se vienen con nosotros al campo cuando huimos de la jungla de las ciudades (rusticantur): nos siguen como nuestra propia sombra tanto en los ocios como en los negocios del trabajo. Nos acompañarán, en definitiva, durante toda la vida sin abandonarnos nunca.
Sólo me queda finalmente felicitar, ahora que está a punto de concluir un curso académico más (y suma y sigue) a los seguramente pocos alumnos, (pero lo importante no es el número ni la cantidad), que, pese a los consejos desorientadores, opten, contra viento y marea, por esta elección del Bachillerato de Humanidades o de Letras, que cierra algunas puertas, como todas las elecciones que se hacen en la vida, porque como hemos dicho no hay ninguna elección que no lo haga, pero que también, a la vez, abre otras puertas, y muchas y muy gozosas, por cierto.
Siempre se dijo que las Letras, como se las llamaba antes cuando se las contraponía a las Armas, no servían absolutamente para nada. Y es verdad, pero ahí es donde radica precisamente todo su valor: si no sirven para nada práctico o no tan práctico como las Armas, que ya se sabe para lo que sirven y quién las carga, nosotros tampoco vamos a servir a ningún fin pragmático, es decir, no vamos a ser siervos, que eso significa etimológicamente servir: ser esclavo de un fin y de una utilidad práctica. Y qué mejor que no ser esclavos cuando de lo que se trataba era de ser un poco más libres por lo menos de lo que somos.
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