Leo
con entusiasmo el libro “La verdadera vida” de Alain Badiou, publicado entre
nosotros por Malpaso ediciones en 2017 en la estupenda traducción del francés
de Adriana Santoveña, que nos hace olvidar que estamos ante un texto escrito
inicialmente en otra lengua. El autor francés, saludado por Slavoj Žižek como
“el heredero de Platón” y “el filósofo vivo más grande” toma el título de su
libro de Arthur Rimbaud, que dejó escrito La vraie vie est absente: La
verdadera vida está ausente.
Alain Badiou
reivindica desde las primeras páginas la figura de Sócrates, el padre de todos
los filósofos, y recuerda que fue condenado a muerte bajo la acusación de
corromper a la juventud por el régimen democrático de Atenas.
Y se
pregunta qué quiere decir corrupción en el espíritu de los jueces que condenaron
a Sócrates a muerte. Y afirma: No puede ser ‘corrupción’ en un sentido
ligado al dinero. No es un ‘caso’ en el sentido de lo que hablan hoy los
diarios: gente que se enriquece utilizando su posición en tal o cual
institución del Estado. Ciertamente no es eso lo que sus jueces le reprochan a
Sócrates. Recordemos que, por el contrario, uno de los reproches que Sócrates
hacía a sus rivales, a quienes llamaban sofistas, era precisamente cobrar.
Alain Badiou
Recordemos, por nuestra parte, que los que acusaron a
Sócrates nunca le reprocharon que hubiera sacado o exigido ninguna paga a los
jóvenes que “corrompía”, lo que el propio Sócrates dice sobre este particular
en su discurso de defensa: “Y de que así es verdad -añade- tengo un testigo,
creo yo fidedigno: la pobreza¨.
Tampoco se trata -prosigue Badiou- de corrupción moral, y mucho menos de esos asuntos
más o menos sexuales...
Sócrates tuvo trato con grandes damas y cortesanas de
su época, como Aspasia, Diotima o Teodora, también tuvo trato con efebos, lo
que era muy común en la Atenas de su época por parte de los varones adultos,
pero parece que se trata en su caso de un enamoramiento de la juventud misma,
como él mismo reconoce en el Cármides: “A mí, más o menos, los que están en la
flor de la edad se me antojan hermosos todos”.
Si la corrupción de que acusan a Sócrates no consiste
en dinero ni en placer sensual, se pregunta Badiou si no se deberá a la
ambición de poder, pero es todo lo contrario: Hay precisamente en Sócrates,
visto por Platón, de manera totalmente explícita, una denuncia de la índole
corruptora del poder. Es el poder el que corrompe, y no el filósofo. En Platón
hay una crítica violenta de la tiranía, del deseo de poder, a la que no hay
nada que agregar, que de alguna manera es definitiva. Hay incluso la convicción
opuesta: lo que el filósofo puede aportar a la política de ningún modo es la
voluntad de poder sino el desinterés.
Arthur Rimbaud
Llegado
a este punto, se pregunta socráticamente Alain Badiou qué es la verdadera vida,
para llegar a la conclusión, siguiendo la sugerencia del poeta Arthur Rimbaud de que la vie est la farce à mener par tous (la vida es la farsa que todos tenemos que representar), de que no es la vida real que vivimos, que puede
ser calificada sin ningún escándalo de falsa, sino la que deseamos, por lo que
no está completamente ausente, sino presente de alguna forma en nuestro deseo
de una vida de verdad.
La misión del filósofo sería, según Badiou mostrarle a
la juventud que no merece la pena la lucha feroz por el poder, por el dinero. Cito sus palabras: En el fondo, dice Sócrates, y
por el momento no hago más que seguirlo, hay que luchar para conquistar la
verdadera vida en contra de los prejuicios, de las ideas recibidas, de la
obediencia ciega, de las costumbres injustificadas, de la competencia
ilimitada. Fundamentalmente, corromper a la juventud significa una sola cosa:
tratar de hacer que la juventud no entre en los caminos trillados, que no sea
simplemente consagrada a una obediencia a las costumbres de la ciudad, que
pueda inventar algo, proponer otra orientación por lo que respecta a la
verdadera vida.
Badiou concluye que la función de la filosofía sigue
siendo corromper en el mejor sentido de la palabra a la juventud, corromperla
como hizo Sócrates, es decir, apartarla del futuro que se espera de ella, que
es que entre por el aro de la sociedad adulta como una fierecilla domada.
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