Alcibíades,
el niño bonito y mimado de Atenas, que en su juventud destacaba por su belleza
entre los efebos, al que desearon por igual hombres y mujeres, centro de
atención de todas las miradas, allá por donde pasaba levantaba toda una
polvareda de comentarios apasionados sobre su persona. El rico aristócrata
sobrino de Periclés y discípulo de Sócrates, que se interesó por él, aunque no
consiguió desviarlo de su ambición por el poder, sacaba a pasear por Atenas un
magnífico perro, cuya espléndida cola destacaba por su vistosidad, por el que
había pagado la astronómica suma de setenta minas, es decir siete mil dracmas
de entonces, una cantidad exorbitante, para que todos admiraran el porte
sublime del can, acorde con la dignidad de su dueño que hacía de él
ostentación. Asociadas ambas imágenes, la del perro y la de su dueño, los
atenienses ya no sabían si el animal se parecía al amo o el dueño al perro en
una rara y perfecta simbiosis.
Busto de Alcibíades, museos Capitolinos de Roma.
Cuando el perro ya no era novedad -noticia, diríamos
hoy-, acostumbrados como estaban los atenienses al espectáculo de verlo
paseando con su dueño por el ágora de Atenas, y se había agotado ya ese tema de
conversación, Alcibíades ordenó caprichosa- e inexplicablemente que le amputaran la cola para escándalo de sus compatriotas. Aquello
provocó entre amigos y conocidos un aluvión de críticas y comentarios
reprobatorios. Nadie entendía excepto él por qué había tomado una decisión tan arbitraria
que demostraba, además, crueldad, maltrato animal y mal gusto.
Sócrates buscando a Alcibíades en casa de Aspasia, Jean-Léon Gérôme (1861)
Todo el mundo lo criticaba, pero él, muy tranquilo y
risueño, comentó a sus más íntimos allegados que, mientras los atenienses
hablaban de la amputación del rabo, no reparaban en cosas peores concernientes
a su persona que, con esta estrategia de distracción a modo de cortina de humo,
lograba pasar desapercibida. Alcibíades no era un don Nadie en la Atenas de
Periclés del siglo V, sino, huelga decirlo, un mandatario. Mientras el vulgo
hablara del perro, se olvidarían de los asuntos públicos de mayor enjundia y
más turbios, asuntos sociales, políticos
y económicos de su gobierno.
Mosaico romano del museo de El Bardo (Túnez)
Los alcibíades de
turno, personajes famosos de la política y del star system, se manejan
muy bien en la palestra de los medios masivos, incluidas las redes sociales en esa
denominación, y controlan muy bien la estrategia de la distracción que inauguró
el Alcibíades histórico, haciendo que nuestra atención se desvíe de asuntos más
importantes y controvertidos, y se centre en otro foco de interés, como dicen
ahora, mera cuestión comercial de puesta en escena política.
Esta anécdota la refiere Plutarco en su biografía de Alcibíades, incluida en Vidas paralelas, donde dice que teniendo un perro admirable por su tamaño y su porte (ὄντος δὲ κυνὸς αὐτῷ θαυμαστοῦ τὸ μέγεθος καὶ τὸ εἶδος), que había comprado pagando por él a la sazón setenta minas (ὃν ἑβδομήκοντα μνῶν ἐωνημένος ἐτύγχανεν,), le cortó el rabo, que llamaba la atención por lo bellísimo que era (ἀπέκοψε τὴν οὐρὰν πάγκαλον οὖσαν.). Al reprenderle sus compañeros y decirle que todos se metían con él por lo hecho al perro y le vituperaban (ἐπιτιμώντων δὲ τῶν συνήθων καὶ λεγόντων ὅτι πάντες ἐπὶ τῷ κυνὶ δάκνονται καὶ λοιδοροῦσιν αὐτόν,), él, riéndose, “eso es en efecto- les dijo- lo que yo quiero (ἐπιγελάσας, "γίνεται τοίνυν," εἶπεν, "ὃ βούλομαι·); porque quiero que los atenienses hablen de eso, para que no digan de mí algo peor” (βούλομαι γὰρ Ἀθηναίους τοῦτο λαλεῖν, ἵνα μή τι χεῖρον περὶ ἐμοῦ λέγωσι).
"Cuidado con el perro"
Hagamos caso del
mosaico que había a la entrada de algunas casas señoriales romanas que
representaba a un perro y tenía la leyenda de CAVE CANEM “cuidado con el
perro”, y procuremos que los perros mediáticos de los hodiernos alcibíades no
nos distraigan y desvíen nuestra atención de lo que realmente nos importa.
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