El mito de Apolo y Jacinto es un mito homoerótico muy
querido por algunos pintores renacentistas y posteriores de los siglos XVIII y
XIX que encontraban en la leyenda dorada griega un desahogo contra la intolerancia
de la moral católica asfixiante.
Cuando los artistas no podían tratar el tema de la homosexualidad masculina, porque no estaba dentro de la tradición judeo-cristiana si no era para condenarlo como en el caso de Sodoma y Gomorra, echaban mano de la mitología grecolatina, y ahí encontraban historias como esta:
Según cuenta Ovidio, Jacinto era un joven de notable
hermosura amado por el dios Apolo. Él y su enamorado jugaban a menudo a
lanzarse el disco el uno al otro, como el discóbolo que inmortalizó Mirón.
En una ocasión, Apolo, para impresionar a Jacinto y seducirlo con la maestría de sus habilidades, lo lanzó con tanta fuerza que Jacinto, al intentar atraparlo al vuelo en el aire, fue golpeado por él y cayó muerto de repente.
Dicen que había sido Céfiro, la suave brisa alada del
viento, quien enamorado del joven y rechazado por él, que prefirió a Apolo,
desvió, celoso, el certero lanzamiento del dios hiriendo de muerte y matando al
hermoso Jacinto.
Mientras agonizaba, Apolo no permitió que el dios de la muerte se llevara al muchacho consigo, sino que, de la sangre derramada del joven hizo que brotara la flor que lleva su nombre, el jacinto para inmortaliar su belleza.
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