Nos recuerda Unamuno en el prólogo de La tía Tula (un prólogo,
dice él, que se pueden saltar los que van a leer la novela, pero que
a nosotros nos interesa ahora a otro propósito) que las
palabras paternal y
paternidad derivan de
pater, padre, y maternal y maternidad, de mater,
madre, y no es lo mismo, ni mucho menos, lo paternal que lo maternal,
ni la paternidad que la maternidad, como es bien sabido. Añado yo por mi parte que tampoco
es lo mismo el patrimonio (lo propio del padre: la propiedad y el dominio) que el matrimonio (lo propio de la madre, la crianza de los hijos).
El
caso es que le extrañaba a Don Miguel que junto a fraternal y
fraternidad, de frater, hermano, no tengamos *sororal
y *sororidad, de soror, hermana. Comenta Unamuno que
la palabra inexistente *sororidad no
equivaldría exactamente a fraternidad. Tanto
las palabras latinas frater
como soror
se
han visto sustituidas en castellano por germanus
y germana, que
en principio era un adjetivo, relacionado con el sustantivo germen,
que
significaba “del mismo origen”, de forma que cuando se decía en
latín frater
germanus
o soror germana
quería decir “hermano o hermana de padre y madre, del mismo origen germinal”. El sustantivo acabó omitiéndose y el adjetivo
ocupando su puesto, como ha pasado tantas otras veces (pensad por
ejemplo en frases como: se
fumó un (cigarro) puro;
amaba mucho la (tierra) patria; todas
las mañanas bebe un (vino) blanco, etc).
De
los adjetivos sustantivados germanus
y germana
procede nuestro léxico familiar hermano y hermana, quedando
relegados frater y soror al ámbito monástico religioso, pues de
ahí, en efecto, proceden fraile
(apocopado en fray)
y sor.
Y de ahí hermandad, palabra que no distingue ya de sexos. Pero no
es lo mismo la hermandad que la fraternidad, tampoco. Y esta última no es lo mismo
que la *sororidad,
que decía don Miguel. Si hermandad y fraternidad no distinguen de sexos, *sororidad introduce el componente femenino, lo que hace a su vez que fraternidad, que en principio era ajena a la distinción sexual, neutra, se polarice a su vez como masculina.
Le
extrañaba en efecto a Unamuno que no dispusiéramos de la palabra,
por lo que él se apresuró a inventarla, dado que teníamos un
ejemplo ilustre de *sororidad
en el personaje del que pasamos a ocuparnos, Antígona, esa “santa
del paganismo helénico, la hija de Edipo, que sufrió martirio por
amor a su hermano Polinices, y por confesar su fe de
que las leyes eternas de la conciencia, las que rigen en el eterno
mundo de los muertos, en el mundo de la inmortalidad, no son las que
forjan los déspotas y tiranos de la tierra, como era Creonte”.
Destaca en este párrafo el uso que hace Unamuno de vocabulario
cristiano para aplicárselo a Antígona: “santa”, “martirio”
y “fe”. No debería extrañarnos tanto cuando una de las
proclamaciones más célebres de Antígona, que según ella justifica
su actuación contraria al real decreto dictado por el tirano, es el verso 523: Yo no he nacido a fin de odiar, sino de amar, lo que
constituye una proclamación cristiana de amor universal avant
la lettre. La réplica que le da
Creonte es muy significativa: Al ir abajo, ama a esos,
si hay que amar; / mas, vivo yo, no va a mandarme una mujer.
Creonte también acusa de
virilidad a Antígona, y proclama que él no va a dejarse gobernar
por una mujer.
Antígona frente al cadáver de Polinices, Nikifóros Lytras (1865)
En
la tragedia de Sófocles Creonte acusa a su sobrina Antígona de
haber faltado a la ley, es decir, a su mandato regio, rindiendo
servicio fúnebre a su hermano, el fratricida, y ella le habla del
poder igualador de la muerte. Creonte no comprende cómo se ha
atrevido a rendir honras fúnebres al hermano que ha asolado Tebas lo
mismo que al que la ha defendido (Eteocles). Ambos son hermanos
carnales de Antígona, sólo que a ojos de Creonte uno es un héroe y
el otro un villano despreciable que no merece ni siquiera las mínimas
honras fúnebres. Antígona le dice que en el otro mundo hay igualdad
ante la ley, y que lo que en este hace a unos héroes y a otros
villanos quizá no sea válido allá abajo.
Antígona
aparece, según don Miguel, ante los ciudadanos de Tebas y de su tío
Creonte como una heroína anarquista. Quizá descubrió la ley eterna porque
ella era hermana carnal de su propio padre Edipo, con el que había
ejercido oficio de *sororidad también. El acto *sororio
de Antígona, dando tierra al cadáver insepulto de su hermano, era
un acto anarquista, como bien comprende Creonte, por lo que no tiene
empacho en proclamar: ¡Más grande no hay que la anarquía mal ninguno! (Antígona, verso 672)
Para
don Miguel de Unamuno Antígona “representa acaso la domesticidad
religiosa, la religión doméstica, la del hogar, frente a la
civilidad política y tiránica, a la tiranía civil, y acaso también
la domesticación frente a la civilización”. Se oponen aquí lo
doméstico, es decir el ámbito de la familia y del parentesco, que sería propiamente lo femenino, a lo
civil, a lo político y estatal, que es lo masculino. Y se pregunta Unamuno: “Aunque ¿es
posible civilizarse sin haberse domesticado antes? ¿Caben civilidad
y civilización donde no tienen como cimientos domesticidad y
domesticación? Hablamos de patrias y sobre ellas de fraternidad
universal, pero no es una sutileza lingüística el sostener que no
pueden prosperar sino sobre matrias
y sororidad”.
Antígona echa tierra sobre el cadáver de su hermano Polinices, Jules-Eugène Lenepveu (1835-98)
Vuelve
aquí Unamuno a (re)inventar un neologismo: *matria, a imagen
y semejanza de patria. Si la patria es la tierra del padre
configurada como unidad política, la *matria sería no la
tierra de la madre en un supuesto matriarcado, sino la madre tierra
sobre la que el padre ejerce su soberanía en esta nuestra sociedad
patriarcal, la única que hay, convirtiéndola en su patrimonio, en
una patria, en un Estado: la matria sería la materia sobre la que se establece la patria, el dominio masculino.
Prosigue la reflexión unamuniana con una comparación entre la
sociedad humana y el mundo de las abejas: “Y habrá barbarie de
guerras devastadoras, y otros estragos, mientras sean los zánganos,
que revolotean en torno de la reina para fecundar y devorar la miel
que no hicieron, los que rijan las colmenas”.
Y concluye afirmando que también hay "abejos" y "zánganas", es decir, que la adscripción de lo femenino (maternidad, sororidad, matria, matrimonio...) a las mujeres y de lo masculino (paternidad, fraternidad, patria, patrimonio...) a los varones no es una característica sexual biológica, digamos, sino que todos, varones y mujeres, tenemos algo de Marte y algo de Venus: lo marcial se funda sobre la represión de lo venéreo.
Y concluye afirmando que también hay "abejos" y "zánganas", es decir, que la adscripción de lo femenino (maternidad, sororidad, matria, matrimonio...) a las mujeres y de lo masculino (paternidad, fraternidad, patria, patrimonio...) a los varones no es una característica sexual biológica, digamos, sino que todos, varones y mujeres, tenemos algo de Marte y algo de Venus: lo marcial se funda sobre la represión de lo venéreo.
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