El diálogo de Luciano de Samósata titulado Anacarsis versa sobre lo que hoy llamamos Educación Física y que toda la vida hasta hace muy poco se llamó Gimnasia por la desnudez de los cuerpos que conllevaba la práctica del ejercicio físico en la antigua Grecia (gymnós significa, en efecto, desnudo en griego).
En el diálogo de Luciano se critica el valor formativo, pedagógico o propedéutico, como se quiera decir, de esta disciplina tan arraigada en nuestro sistema de enseñanza, hasta el punto de que se llama "Educación".
Frente a la postura oficial y gubernativa que mantiene Solón, a favor de la Educación Física porque prepara a los jóvenes tanto para situaciones de guerra como de paz, entendida siempre como una tregua y en todo caso preparación para la guerra (si uis pacem, para bellum, o sea, entrénate), se alza la crítica de Luciano a través del personaje que encarna Anacarsis.
Luciano introduce este personaje venido de los límites del mundo griego, Anacarsis, para poder hacer una crítica desde fuera de esa práctica deportiva de los griegos. A Anacarsis, que se autodefine como “un nómada y vagabundo, que ha pasado su vida viajando, visitando cada vez un territorio distinto, que no ha tenido casa en ninguna ciudad, ni había visto ninguna” hasta entonces, pues se trata de un escita, es decir, de un bárbaro o extranjero que, arribado a Atenas, se extraña de las costumbres griegas, le parece una cosa de locos no sólo que haya deportistas, diríamos con lenguaje de hoy, a los que compadece por el sufrimiento que infligen a sus cuerpos, sino, principalmente, que haya espectadores “que vienen de todas partes a ver las competiciones y que, dejando a un lado sus obligaciones, tienen tiempo libre para este tipo de espectáculos.” Hace referencia a los diversos juegos que se celebraban en la antigua Grecia como los Olímpicos de Olimpia, los Ístmicos de Corinto, los Píticos de Delfos o los Panateneos de Ateneas.
Su interlocutor, que no es otro que el sabio Solón, hace una defensa a ultranza de la gimnasia fundamentada en la supervivencia y mantenimiento de la comunidad. Argumenta que hay que procurar que los ciudadanos, que son el alma de la polis, lleguen a ser buenos de espíritu y fuertes de cuerpo para vivir en democracia y armonía, ayudándose mutuamente en tiempo de paz, “y salvar la ciudad y mantenerla libre y próspera en tiempo de guerra”. Afirma también “No nos parece suficiente respetar la disposición natural de cuerpo y espíritu de cada uno, sino que se hace necesario, para ellos, la educación y el aprendizaje para que puedan mejorar mucho más sus condiciones naturales positivas y, poco a poco, ir cambiando hasta lograr también una mejoría de sus facetas negativas.”
La educación griega consistía en cultivar el espíritu con la música, la aritmética y la lectura y escritura, para pasar a continuación al estudio de las máximas y de las historias en verso que proporcionaban Hesíodo y Homero, formadores del espíritu nacional helénico, pero también en la cultura física, es decir en entrenar a los jóvenes para que el día de mañana sean “buenos guardianes de la ciudad, capaces de derrotar a los enemgios si les atacan, infundiéndoles terror.”
No se pierda de vista que tanto Solón como el semimítico Anacarsis son personajes anteriores cronológicamente a Luciano, que vivió en la era cristiana bajo el yugo del Imperio Romano y que conoció la institucionalización del deporte como instrumento de control social (R. Sánchez Ferlosio) en los circos y anfiteatros imperiales romanos, que cristalizó en el “panem et circenses”, y que cuando hablan de gimnasia, como dicen ellos, se refieren tanto al entrenamiento particular que se practica en el gimnasio (gymnázein significaba adiestrar mediante ejercicios corporales) como al espectáculo competitivo que se practicaba en los estadios con multitud de espectadores y en la Hélade en el marco de los distintos juegos públicos, lo que en griego se decía agonízomai, que significaba luchar, competir, de donde el término agón, que literalmente quiere decir competición.
Lo que a Anacarsis, que es un bárbaro, le parece una barbaridad, valga la redundancia, es que compatriotas que son amigos y vecinos que no tienen ningún motivo de enfrentamiento ni rivalidad se peleen rebozados en grasa, en arena, en barro, como si les fuera la vida en ello, llegando a hacerse a veces daño, y luego sigan tan amigos, como si no hubiera pasado nada entre ellos, y que eso pueda tener alguna justificación como, por ejemplo, entrenamiento para cuando suceda “de verdad” en el futuro y tengan que enfrentarse a un enemigo verdadero.
El Anacarsis de Luciano nos recuerda, siguiendo a Ferlosio, al Marqués de Bradomín de Valle-Inclán, que en la Sonata de estío afirmaba que la raza sajona era la más despreciable de la tierra por haber inventado el boxeo: “Yo , contemplando sus pugilatos grotescos y pueriles sobre la cubierta de la fragata, he sentido un nuevo matiz de la vergüenza: la vergüenza zoológica.”
No se pierda de vista que tanto Solón como el semimítico Anacarsis son personajes anteriores cronológicamente a Luciano, que vivió en la era cristiana bajo el yugo del Imperio Romano y que conoció la institucionalización del deporte como instrumento de control social (R. Sánchez Ferlosio) en los circos y anfiteatros imperiales romanos, que cristalizó en el “panem et circenses”, y que cuando hablan de gimnasia, como dicen ellos, se refieren tanto al entrenamiento particular que se practica en el gimnasio (gymnázein significaba adiestrar mediante ejercicios corporales) como al espectáculo competitivo que se practicaba en los estadios con multitud de espectadores y en la Hélade en el marco de los distintos juegos públicos, lo que en griego se decía agonízomai, que significaba luchar, competir, de donde el término agón, que literalmente quiere decir competición.
Lo que a Anacarsis, que es un bárbaro, le parece una barbaridad, valga la redundancia, es que compatriotas que son amigos y vecinos que no tienen ningún motivo de enfrentamiento ni rivalidad se peleen rebozados en grasa, en arena, en barro, como si les fuera la vida en ello, llegando a hacerse a veces daño, y luego sigan tan amigos, como si no hubiera pasado nada entre ellos, y que eso pueda tener alguna justificación como, por ejemplo, entrenamiento para cuando suceda “de verdad” en el futuro y tengan que enfrentarse a un enemigo verdadero.
El Anacarsis de Luciano nos recuerda, siguiendo a Ferlosio, al Marqués de Bradomín de Valle-Inclán, que en la Sonata de estío afirmaba que la raza sajona era la más despreciable de la tierra por haber inventado el boxeo: “Yo , contemplando sus pugilatos grotescos y pueriles sobre la cubierta de la fragata, he sentido un nuevo matiz de la vergüenza: la vergüenza zoológica.”
El término deporte no existía como tal. Es una creación latina sacada del verbo DEPORTARE, que significa "divertirse, distraerse". Los griegos lo más parecido que tienen al moderno "deportista" es "athletés", relacionado con el verbo "athléo", que significa "luchar, competir en certamen, sufrir trabajos y fatigas", y con "áthlon" , que además de contienda y lucha significaba el premio del combate o la recompensa.
Pero en la antigüedad también surgieron otras voces críticas contra el atletismo o ejercitación física del cuerpo, aparte de Luciano de Samósata: Eurípides, Jenófanes y Tirteo, por ejemplo. Ateneo en el Banquete de los sabios, cita un fragmento de la perdida tragedia Autólico de Eurípides, donde se critica incluso que la práctica del deporte sea buena para la defensa militar: "De los innumerables males que hay en Grecia / ninguno hay peor que el clan de los atletas". De nada le sirve a su ciudad el deportista que obtiene un galardón por luchar, correr o lanzar el disco. No se puede combatir al enemigo con un disco. A quien hay que coronar es al virtuoso.
En el mismo diálogo Ateneo dice que Eurípides pudo haberse inspirado en estos dísticos elegíacos de Jenófanes de Colofón, que en una de sus Elegías así se manifiesta también contra el Deporte y los juegos olímpicos: Si alguien por rapidez de sus pies se lleva la palma / ya en el pentatlón, donde el santuario de Zeus, / cerca del río de Pisa en Olimpia, o bien en la lucha / sea en el pugilato que es bien doloroso o si no / en el terrible combate que se denomina pancracio, / y a ojos de su ciudad si él más honroso se ve, / y si consigue el asiento en la fila primera en los juegos / y de los fondos que son públicos la manutención / de la ciudad y regalo que guarde como tesoro. / Si con caballos también eso consigue lograr, / no es menos digno que yo. Pues mejor que la fuerza de hombres / o de caballos es nuestro afán de saber. / Mas eso en vano muy mucho se cree, y no es de recibo / el preferir el vigor a la bondad del saber. / Pues si un buen pugilista no hubiese dentro del pueblo / ni en el pentatlón ni habilidad al luchar / ni en la velocidad de los pies, lo que es lo primero / de cuanta fuerza viril cabe en la competición, / no por eso estará la ciudad mejor gobernada, / y muy pequeño placer da a la ciudad con lo cual / si en las riberas del Pisa un atleta logró la victoria; /eso a enriquecer públicas arcas no va.
Tirteo también al comienzo de su duodécima elegía dice que no le importa el atleta que corra veloz con los pies ligeros o el púgil que luche, que tenga unas cualidades físicas extraordinarias, si le falta, afirma más adelante, el valor y el ardor del guerrero.
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