A las respuestas tradicionales de fomentando la lectura desde la más temprana infancia y leyendo mucho desde entonces, desarrollando
la memoria visual, haciendo cuadernos de ortografía y muchos
dictados, copiando correctamente las palabras mal escritas varias veces
como nos hacían en la escuela el siglo pasado, aprendiendo
las reglas y normas (como por ejemplo: ene se escribe eme antes de pe y be), habría
que añadir la solución definitiva que ningún Académico de la RAE ni profesor de Lengua y Literatura Castellanas quiere
considerar, porque ¿a qué iban a dedicarse ellos, la real
institución y los muchos profesores tanto de la enseñanza pública
como de la privada y la concertada si desapareciera el problema?
La solución definitiva sería la mejor reforma educativa -y ya van
para siete en treinta y cinco años en España las reformas que no han servido para nada bueno-, la más interesante de
todas las habidas y por haber: la reforma ortográfica. No se atreven a emprenderla porque habría que jubilarlos a todos, como
habría que, siguiendo la propuesta que un día desde la Orotava hizo don
Joaquín Gutiérrez Calderón en un periódico de humilde
tirada, jubilar todas las haches mudas al principio de palabra, unificar las
bes y las uves y utilizar una sola de las dos letras para el mismo
fonema, quitarles la u a las ges para decir “guerra” y usar las
jotas tanto para “coge” como para “coja”, de lo que fue precursor Juan Ramón Jiménez. Habría que
despedirse de equis como la de “experto” y dejarlas en lo que
son, simples eses, y olvidarse de enes como la de “instituto”,
que sólo los muy pedantes se empeñan en pronunciar para que se note su afectada cultiparla, unificar las
ces, las kas y las cus y utilizar una sola de esas letras para
escribir cosas como “casa”, “kilo” o “queso”; y unificar
la zeta y la ce, quedándonos con una de las dos para escribir
“ceniza”, por ejemplo. Y a la lista de propuestas de Gutiérrez Calderón añadamos que habría que escribir con y griega tanto "calló" como "cayó", habida cuenta de la extensión del fenómeno fonético del yeísmo en español oficial contemporáneo que ha acabado confundiendo ambos fonemas.
Sólo entonces, con una escritura fiel al habla de
la gente -y hablando se entiende la gente y no hay faltas de
ortografía que valgan- se acabarían los errores ortográficos,
“esos clamorosos desajustes entre la razón limpia de los niños y
la norma más caprichosa que etimológica de los académicos” en
expresión de Gutiérrez Calderón.
Sobra de ortografía: auriculares in(h)alámbricos
Ya hablaremos más adelante de cómo, por otra parte, la escritura,
con faltas y sobras de ortografía o sin ellas, no es más que la tumba de la
lengua hablada, y de la narración y la poesía, y del razonamiento,
que acaba así enquistándose y convirtiéndose en filosofía, y en
historia de la filosofía, y en mera literatura, pero ese es otro
cantar.
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