Parece que alguien, cuando está en su lecho de muerte y es consciente de que está a punto de emprender el último viaje sin retorno en la barca de Caronte, está abocado a decir algo que trascienda. Así, por ejemplo, Suetonio nos cuenta en su biografía de Augusto (Vida de los doce Césares, II, 99, 1) que las últimas palabras del príncipe al dejar este mundo fueron: Acta est fabula, plaudite, ciues! "¡Se acabó la sesión, aplaudid, ciudadanos!". Esta frase se utilizaba en el teatro antiguo para indicar el
final de una obra teatral. Parece que el emperador era consciente de que la comedia que había sido su vida tocaba a su fin y pedía del público, como los actores de Plauto y Terencio, al final de la función, el aplauso condescendiente.
Otro césar romano, Vespasiano, una vez establecida ya la costumbre de la divinización de los emperadores muertos, parece que dijo, también según Suetonio, cuando se acercaba su hora: Vae, puto, deus fio. "Ay, me estoy convirtiendo en un dios, creo".
Esta deificación, que nos puede parecer curiosa y extraña a nuestro mundo, no lo es tanto si se piensa en cómo la Iglesia Católica hace algo parecido en sus procesos de beatificación y santificación o canonización. "Beatificar" según el diccionario de la RAE es ‘declarar que un difunto, cuyas virtudes han sido previamente certificadas, puede ser honrado con culto’, y "canonizar" y "santificar" significan ‘hacer santo a una persona ya beatificada’. Así, por ejemplo, el papa Juan Pablo II, fallecido en 2005, ha sido ya canonizado. Algo, pues, muy similar si no idéntico a la apoteosis de los emperadores romanos.
Algunos césares, como por ejemplo Tiberio, el sucesor de Augusto, estuvieron a punto de ser divinizados en vida, aunque se resistió a que le erigieran un santuario antes de su fallecimiento, recordándoles a los senadores proclives a ello (Tácito, Ann. 4.38.1): Ego me, patres conscripti, mortalem
esse... uolo." (Yo, senadores, quiero ser mortal). Era su manera de decirles que no quería morirse todavía.
La muerte de Tiberio, Jean Paul Laurens (1864)
Séneca nos ha transmitido en su sátira sobre la supuesta divinización del emperador Claudio que se conoce como "Apocolocíntosis" -conversión en calabaza- unas palabras menos solemnes pero no por ello menos significativas que las últimas de Augusto o de Vespasiano. Son estas: Vltima uox eius haec inter homines audita est, cum maiorem sonitum emisisset illa parte, qua facilius loquebatur: "Vae me, puto, concacaui me". Quod an fecerit, nescio: omnia certe concacauit.
Estas últimas palabras suyas se oyeron entre los hombres, al haber soltado un muy sonoro ruido por aquella parte por la que hablaba con más desenvoltura: "Ay de mí, creo que me he cagado". Si lo hizo, no lo sé: lo cagó sin duda todo.
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