En el libro VII de la Antología Griega se hallan estos epigramas o inscripciones
funerarias para algunas tumbas, destacando el número 80, que Calímaco dedica a la muerte
del también poeta Heraclito de Halicarnaso, al que no hay que confundir con el
filósofo presocrático. Calímaco dice que pese a la muerte de
Heraclito, sus ruiseñores, es decir, los trinos o versos líricos del
poeta perdurarán.
Alguien
me dijo, Heraclito, tu suerte, y a mí me brotaron
lágrimas.
Recordé bien cuántas veces los dos
conversando
hundimos el sol, pero ya eres, amigo,
polvo
de años atrás en dondequiera que estés.
Mas
viven líricos tus ruiseñores, en que Hades, que todo
borra,
no ha de poner manos encima jamás.
El número
317 está dedicado al célebre misántropo Timón, que aborrecía a la humanidad y la
luz del día. Su tumba estaba situada en una escollera prácticamente
inaccesible, lo que da idea de su carácter arisco y huraño y de lo mucho que
amaba la soledad. El epitafio le pregunta si ahora que está en el reino de los
muertos está más contento que cuando habitaba entre los vivos, pero él reconoce amargamente que ni
siquiera muerto puede estar solo, por lo que su aspiración de soledad absoluta
se ha visto truncada en la muerte. Por eso prefiere la luz del sol, es decir,
la vida que las tinieblas soterrañas, porque en el reino de Hades, superpoblado como está, los muertos
son mayoría absoluta. Usaban, en efecto, los griegos la
expresión “pasar a la mayoría” “eis toùs pléonas eltheîn” como sinónimo de
morir.
Timón de Atenas renunciando a la sociedad.
¿Qué
odias ahora, Timón, que has muerto, la luz o la sombra?
El núm.
451 propone que se utilice el eufemimo “dormir un sueño sagrado” para los
hombres buenos que han muerto y que no se diga nunca precisamente que han
muerto, a fin de no matarlos más, es decir, para que perdure su memoria.
Duerme
Saón el hijo aquí de Dicón su sagrado
sueño.
No hay que decir “muerto” del hombre
de bien.
El
epigrama 471 es uno de los más conocidos. Habla del suicidio de Cleómbroto de
Ambracia, que tras la lectura del Fedón de Platón, se quitó la vida, tratando
de imitar a Sócrates.
“¡Sol,
-despidiéndose-, adiós! Cleómbroto, que era de Ambracia,
desde
lo alto de un muro al Averno saltó,
causa
de muerte sin que haya ninguna, salvo el tratado
sobre
el alma que él tanto gustó de Platón.
El número
524 nos recuerda un poco al epitafio nihilista aquel del cementerio civil de la
Almudena de Madrid: “Nada hay después de la muerte”. En efecto, el lector le
pregunta al sepulcro si allí está enterrado Cáridas, y este le dice que sí.
Acto seguido, le pregunta al propio difunto qué hay allá abajo y este responde
que mucha tiniebla. El poema acaba con un rasgo humorístico: lo que le ha dicho
es la verdad, pero si quiere oír otra cosa más dulce, puede decirle que por
ejemplo,
-¿Cáridas
yace aquí? -Si dices el hijo de Arimas
el
de Cirene, sí yace debajo de mí.
-Cáridas,
¿qué hay abajo? -Tinieblas. -¿Se vuelve a la vida?
-No,
mentira. -Y ¿Plutón? -Cuentos.
-¡Adiós a la fe!.
-Tal
mi respuesta veraz a vosotros, mas si otra que guste
quieres,
a céntimo el buey grande en el Hades está.
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