Era
un secreto a voces en toda la isla que el barón alemán que se había instalado
en Taormina era, además de excéntrico, finocchio, lo que en italiano viene a ser sinónimo de "maricón": no parecían interesarle mucho
las mujeres y sí bastante los lugareños, sobre todo los jóvenes, a los
que tomaba como modelos para inmortalizarlos en sus fotografías.
Se
llamaba Wilhelm von Gloeden, y había venido a Sicilia con su hermana Sofía, que
cuidaba de él, buscando un clima soleado y sano para sus pulmones enfermos.
Todo el mundo supo en seguida en Taormina que el aristócrata germano era un
artista que se dedicaba a hacer fotografías atrevidas de muchachos desnudos, y
que pagaba bastante bien. “El barón paga, y paga bien, muy bien”. Se decían
unos a otros aquellos campesinos sicilianos que se veían convertidos, de la
noche a la mañana, en modelos inesperados de fotografías eróticas, artísticas, insistía el barón, sorprendidos
de que se pudiera ganar dinero tan fácilmente por un trabajo tan sencillo como
posar desnudos para el ojo indiscreto de una cámara fotográfica.
Algunos
de estos modelos, como Pancrazio Bucini, alias “el moro”, se comenta, llegaron
a ser incluso sus amantes. Pero eso eran habladurías más o menos infundadas.
Ninguno reconoce lo que hacía con el barón von Gloeden, porque de esas cosas
que se hacen en la intimidad después de las sesiones de fotografía, exclusivas
de cierta camaradería masculina, no se habla, no se debe hablar en público.
Así
pues, el aristócrata germano no sólo se recuperó de su tuberculosis,
beneficiándose del clima soleado de la isla mediterránea, enclave donde se
entrecruzan tantas culturas, sino que además encontró gracias a su afición a la
fotografía la luz, la libertad de sus instintos y el erotismo prohibido de la
pederastia griega (téngase presente que la isla de Sicilia y el sur de Italia,
incluida Nápoles, la Nueva Ciudad o Nea Polis, habían sido colonias griegas en
la antigüedad, y habían formado la comunidad que se llamó la Magna Graecia),
retratando al aire libre muchachos desnudos que evocan muchas veces a los
efebos griegos y que nos transportan como por arte de magia al mundo de
Teócrito de Siracusa.
El
estallido de la I Guerra Mundial y la entrada en guerra de Italia contra
Alemania hacen que el barón von Gloeden abandone Sicilia de repente, y a sus
queridos modelos sicilianos, a muchos de los cuales no volverá a ver nunca más,
arrebatados por la patria y la guerra, como carne de cañón sacrificada en
el altar de las grandes ideas, muriendo en el frente de combate lejos de su ojo
y objetivo.
El
aristócrata alemán volvió a Taormina al concluir la guerra, donde se
reencontró, sin duda, con la Arcadia feliz, paraíso perdido que había dejado
atrás y que ahora recuperaba.
Devoto
admirador de la antigüedad clásica, presentó a menudo sus imágenes como
recreaciones del mundo del divino Homero, justificando así la desnudez de sus
modelos en poses sugestivamente eróticas. Estas gentes sencillas, almas sin
doblez, aceptan de buena gana ser pagados por el rico y excéntrico barón que ha
vuelto aquí a curarse de la tuberculosis, y que recibe tantas visitas de gentes
importantes del extranjero, como un tal Oscar Wilde, y que se ha reencontrado,
otra vez, con la Sicilia de Teócrito, con la Magna Grecia, con el paganismo
homoerótico de la antigüedad clásica, consigo mismo y su propia juventud.
Decíamos
más arriba que muchos modelos del barón murieron en la guerra. Pero tanto el
barón como los que eran demasiado jóvenes para ser llamados a filas han muerto
ya de una u otra forma, han pasado a la historia, son historia: sus imágenes
son fotografías en blanco y negro de muertos que nos están invitando desde el
otro lado del espejo a gozar de la vida, de esta vida nuestra, la única que
hay. Y parece que nos dicen, en esa vieja y entrañable lengua muerta que es el
latín: carpe diem.
Si
no se ha conservado más que una cuarta parte del ingente trabajo fotográfico
del barón von Gloeden, se debe a que con el ascenso del fascismo en Italia, sus
fotografías fueron consideradas pornográficas y confiscadas y destruidas. A los
censores del régimen fascista de Benito Mussolini, asesorados por clérigos
vaticanos, no les pasó desapercibido el carácter "degenerado" de sus
fotografías.
El
16 de febrero de 1931, apenas tres meses después de la muerte de su hermana
Sofía, el barón Wilhelm Von Gloeden moría también en su querida Taormina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario