Gallias Caesar subegit,
Nicomedes Caesarem.
Ecce Caesar nunc
triumphat, qui subegit Gallias:
Nicomedes non triumphat,
qui subegit Caesarem.
Según Suetonio, el historiador y biógrafo de los
doce césares, éstos eran los versos que cantaban los soldados en son de burla
en la ceremonia del triunfo a Julio César en Roma, cuyo nombre propio daría
nombre a julio, el séptimo mes del año (antiguamente llamado Quintil), y cuyo cognombre César llegaría a ser sinónimo de emperador que se adjudicarían todos sus
seguidores, y pasaría como tal a diversas lenguas (Kaiser, césar, zar, e
incluso sha, en el caso de Persia). El atrevimiento que muestra la soldadesca
no estaba mal visto durante dicha ceremonia, muy similar al de nuestras murgas carnavaleras. Durante el desfile del triunfo se le permitía a la
tropa ridiculizar al general victorioso mediante pullas como ésta o similares a
fin de rebajarle, como suele decirse, los humos.
César sometió a las
Galias, Nicomedes a César.
Ved que ahora triunfa
César, que las Galias sometió.
Y no triunfa Nicomedes, que a César se la metió.
Hay un significado erótico indudable en el verbo
“subegit” que propiamente significa “empujar hacia arriba” y “poner debajo
porque uno se pone encima”, por eso creo que no es muy descabellada la
doble traducción que propongo “sometió” / ”se la metió”, ya que admite una doble
lectura. Los versos aluden, pues, a la victoria efectiva que se estaba
celebrando de Julio César sobre las Galias, que pasaban a engrosar el imperio
romano. La ironía de la tropa está en recordarle al divino general que él
también, el invencible, había caído rendido ante el rey de Bitinia Nicomedes.
En efecto, según el biógrafo nos transmite, César habría tenido en su juventud
un íntimo trato con dicho monarca oriental, que habría dañado seriamente su
reputación, dado que César había entrado revestido de púrpura en la cámara real
y se habría acostado desnudo en un lecho de oro a merced del monarca de
Bitinia, que lo habría poseído.
Suetonio dice que pasa por alto las acusaciones
de Dolabela y de Curión, que no deja de mencionar sin embargo: según Dolabela
César fue el “rival de la reina de Bitinia”, es decir, que ocupó el lugar
femenino, y según Curión el “establo de Nicomedes” y la “furcia o putilla de
Bitinia”. Gayo Memio lo acusa incluso, según el citado autor, de haber servido
la mesa de Nicomedes en compañía de los eunucos del rey, y de haberle ofrecido
la copa y el vino para que bebiera, recordando a Ganimedes, el copero celestial
de Júpiter, como si de un catamito se tratara.
Lo que dañó seriamente la reputación de César no
es haber tenido relaciones homosexuales, como diríamos hoy con un lenguaje que
extrañaría al propio César, con el rey de Bitinia, pues eso hubiera sido un
signo de virilidad y no un reproche si hubiera sido César el agente y Nicomedes
el paciente, por así decirlo; lo que le reprochan los soldados es lo contrario:
que César haya sido penetrado por el citado monarca. Las relaciones sexuales se ven, por lo tanto, como relaciones de dominio, en las que el macho dominante penetra a otro para ejercer sobre él su dominio. Lo malo del divino
Julio no es que hubiera sido el marido de todas las mujeres, como también le
decía la soldadesca, sino la mujer de todos los maridos.
El moralizante Salustio, contemporáneo de César
y tan inmoral en su comportamiento como suelen ser por lo general los muy
moralistas, lamenta que la sociedad romana haya incurrido abiertamente en la
inmoralidad: “Los varones se entregaban como mujeres, las mujeres tenían su
pundonor en venta”. Los dos síntomas de indecencia que enumera Salustio son en
cuanto a las féminas la prostitución, y en cuanto a los varones las práctica sexuales
pasivas, lo que él denomina con un eufemismo “muliebria pati”. Lo que está mal
visto en un hombre hecho y derecho es su comportamiento sexual pasivo, porque
eso supone sumisión a otro hombre que adopte un rol activo, y por lo tanto, una
humillación cuando no una vejación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario