(In memoriam Elías García Pérez, profesor de filosofía).
Georges
Dumézil publicó un “divertimento” sobre las últimas palabras
de Sócrates, que son las primeras palabras griegas que, casualmente, aprendí yo cuando empecé a estudiar griego clásico en mi
bachillerato: “Critón, debemos un gallo a Asclepio. Pagad la deuda
y no os olvidéis”. No hay ninguna explicación satisfactoria del significado de
esta frase.
La más habitual, pues se ha escrito mucho, es la de
Lamartine, que la puso en verso como buen poeta que era:
¡A
dioses que liberan, dijo, ofrenda debida!
¡Me
han curado! -¿De qué? Diz Cebes. -¡De la vida!
Sócrates querría sugerir que la muerte es el remedio de
la enfermedad que es la vida misma, cualquier vida humana, y como él
ya está alcanzando ese beneficio pues se está muriendo después de haber tomado la ingesta de cicuta que empieza a hacerle efecto les pide a sus discípulos que se
lo agradezcan a Asclepio consagrándole un gallo.
Dumézil no está de acuerdo con
que la enfermedad de la que el dios de la salud Asclepio -Esculapio
latino- ha curado a Sócrates sea la vida, otorgándole la muerte
como remedio.
Dice
Dumézil: “Asclepio no desempeña, en el mundo de los hombres, más
que un único servicio. Sólo se ocupa de los enfermos; si pasan una
noche acostados en su santuario, reciben allí, a través de un
sueño, la receta que los curará”.
Suele representarse a este dios con el báculo o la vara de Esculapio, un bastón por el que sube enroscada una serpiente, que, a diferencia del caduceo de Hermes, símbolo del comercio, no lleva alas.
Estatua de Asclepio o Esculapio, dios de la medicina.
¿De
qué enfermedad, de qué receta de cura se trata en el caso de
Sócrates? He aquí la verdadera cuestión.
Hay
quienes piensan que esta “ultima sententia” del filósofo no
tiene mucho sentido, porque se trata de la última frase de un hombre
que está moribundo bajo los efectos de un veneno letal como es la
cicuta.
Otros
creen que Sócrates quiere agradecer a Asclepio una especie de
“curación por adelantado” al ahorrarle los achaques propios de
la vejez matándolo cuando contaba setenta años. Pero Asclepio sólo
cura las enfermedades actuales, declaradas, no las presuntamente
futuras y por lo tanto inexistentes: no es un dios profiláctico.
Leo
en Eva Cantarella que la americana Eva C. Keuls en su libro The Reign
of the Phallus, publicado en Nueva York en 1985, y traducido al
italiano como Il regno della Fallocrazia, considera que el gallo era
un regalo típico entre homosexuales y avanza la hipótesis de que Sócrates, sátiro hasta el final, en el momento en que los efectos
de la cicuta alcanzan el bajo vientre, descubre las ingles para
mostrar, una erección provocada por la acción del veneno, con lo
que la frase concordaría bien con la ironía socrática, como si les
dijera a sus discípulos “mirad lo que me pasa en el trance
postrero de mi muerte: una milagrosa erección contra la disfunción eréctil: agradecédselo a
Asclepio”.
Dumézil,
sin embargo, que no conocía la tesis desmitificadora de la
americana, opina que la curación que merece el sacrificio de un
gallo a Asclepio no es la de Sócrates, sino la de Critón. Sócrates,
como si fuera su médico, le ha hecho desembarazarse de una opinión
errada, y éste ha recobrado la salud mental. Y no es que Sócrates
posea la verdad, que no la tiene, pero es consciente al menos de su
ignorancia.
Critón quería que Sócrates escapara de la cárcel. Le
habían él y otros amigos preparado la fuga. Consideraba
Critón que la muerte de Sócrates era un mal. Y para él desde luego
que lo era, porque se vería privado de su maestro. Pero Sócrates le
hace ver lo mismo que a los jueces en su discurso de defensa: que
pensar que la muerte es lo peor que le puede pasar a uno es una idea
equivocada, lo que no quiere decir tampoco lo contrario, que sea lo
mejor. Pero en ese trance él prefiere obedecer a las leyes de la
ciudad y que se cumpla la sentencia de muerte que sobre él ha caído,
consciente de que qué es lo mejor para los hombres “sólo lo sabe
el dios”, o diríamos hoy con flagrante anacronismo “sólo Dios
-con mayúscula como nombre propio que es- lo sabe”, es decir, nadie.
Marsilio
Ficino tradujo las últimas palabras de Sócrates al latín: “O
Crito, Aesculapio gallum debemus, quem reddite neque neglegatis”.
Se
cumplía así el terrible silogismo que nos condena a los seres humanos a muerte: “Todos los hombres son
mortales; Sócrates es un hombre, luego Sócrates es mortal”.
Me ayudaron con mi trabajo practico muchas gracias, en ninguna otra pagina pude conseguir esta infomacion
ResponderEliminarGracias por el comentario, Gabriela.
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