Cuando
Heraclés estaba apunto de saltar de la niñez a la juventud, se encontró
como nos encontramos todos alguna vez en la vida ante una encrucijada
de dos caminos, se sentó, dudoso sobre cuál de ellos debería tomar. La anécdota la contaba el sabio Pródico, y nos la ha transmitido Jenofonte
en sus Recuerdos de Sócrates. Se le aparecieron entonces al héroe griego
que todavía no había dado muchas pruebas de su heroísmo dos mujeres muy
distintas la una de la otra tanto en su forma física como en su
atuendo, aspecto y personalidad.
“Veo
que estás, Heraclés, -le dijo la primera- metido en la duda de por qué
camino debes tirar en tu vida; pues mira: si me tomas a mí por amiga, te
guiaré por el camino más placentero y el más fácil, y no te quedarás
sin probar ninguno de los placeres.”
Heraclés
le preguntó a aquella señora, epicúrea avant la lettre, que cuál era su nombre y ella le contestó
que unos, sus amigos, la llamaban Felicidad, pero que sus enemigos le
decían Maldad.
La
otra mujer, estoica por su parte avant la lettre también, se acercó a él también y le dijo: “Si quieres que una tierra
te dé frutos tendrás que trabajarla; si quieres enriquecerte con el
ganado, tendrás que ocuparte del ganado; si quieres ser agasajado por
tus amigos, tendrás que hacerles bien; lo mismo que si quieres tener un
cuerpo robusto, tendrás que ejercitarlo y trabajarlo…”
A
lo cual le replica la primera dama: “¿Te das cuenta, Heraclés, del
camino tan áspero y triste que te propone esta triste? Si te vienes
conmigo, yo te llevaré a la felicidad por el camino más placentero, como
te he prometido.”
Pero,
la otra, por su parte, a la que le llamaban Virtud sus amigos y
Desgracia sus enemigos le decía que no hiciera caso de la primera, que
si quería alcanzar la verdadera felicidad, tendría que ser a través de
su propio esfuerzo y de su trabajo, palabras claves para conseguir ese
objetivo. Y ambas señoras, la epicúrea y hedonista y la estoica y
sufrida, se enzarzaban en una discusión interminable intentando llevarse
conmigo al dubitativo Heraclés, que se hallaba en la coyuntura de esa
encrucijada.
Muchos
pintores se han hecho eco de esta difícil decisión que tuvo que tomar
Heraclés cuando estaba a punto de dejar de ser un niño.
Aquí tenemos el tratamiento moderno que hace el norteamericano David Ligare de Hercules in bivio, que es como se dice en latín Heraclés en la encrucijada, y que en inglés se titula Hercules at the Crossroads (1993).
Casi no se notan las sendas, pero el buen observador comprobará que hay
dos y que una lleva a las ásperas rocas -el pedregoso camino de la
virtud- y la otra conduce a un deleitoso valle que se pierde en el
horizonte como un locus amoenissimus -la placentera senda del
hedonismo. El héroe, caracterizado ya con su célebre maza, es joven aún y
todavía no ha cumplido ninguna de sus doce célebres hazañas, por lo que
aún no viste la piel de su primera víctima, el león de Nemea.
Un
tratamiento más clásico, con las dos mujeres que personifican el vicio y
la virtud, del tema de Heraclés o Hércules en la encrucijada lo
presenta Annibale Carraci (circa 1597) en su "Ercole al bivio": a su
derecha la dama recatadamente vestida le señala el camino difícil y
pedregoso que le exigirá no pocos esfuerzos, y a su izquierda, la señora
más sensual, que enseña el hombro y parte de su blanca espalda, así
como sus piernas y sensuales muslos el camino fácil.
Hércules
(o Heraclés, si queremos llamarlo por su nombre griego) salió de la
duda eligiendo el camino áspero y pedregoso de la virtud. Nosotrros, más
escépticos que él porque damos cabida a la duda -nunca decimos
"no cabe duda"-, lo tenemos un poco más difícil. Hagamos la elección que
hagamos, nunca estaremos del todo seguros de haber acertado, porque no
tenemos nunca la certidumbre absoluta de haber elegido el mejor camino
por aquel socrático saber que no sabemos nada.
Aquí podéis ver los textos originales y su traducción así como más imágenes de pintores que han tratado el mismo tema.
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