Recuerdo
que la primera vez que leí el poema “De rerum natura” de
Lucrecio en la traducción de Valentí Fiol, me llamó la atencion
una frase por su concisión y solemnidad de carácter
lapidario, que subrayé con un lapicero. Son los versos 55-58 a
comienzos del libro III: Por esto, en momentos de crisis y peligro
es cuando hay que juzgar a un hombre, y la adversidad nos da a
conocer su carácter; pues entonces son sinceras las voces que brotan
del fondo de su pecho; se arranca la máscara y queda la
realidad.
Cuando años después volví a releerlo en la más antigua traducción
del abate Marchena en hendecasílabos blancos, volví a encontrarme
con ese fragmento y de nuevo subrayé la frase, que
presentaba una curiosa transformación:
Los peligros descubren a los hombres,
les dan a conocer los infortunios,
pues entonces por fin del hondo pecho
son proferidas voces verdaderas:
la máscara se quita y queda el hombre.
Don Miguel de Unamuno, como no podía ser menos, se hace eco del verso lucreciano en un artículo que publicó en la revista “Nuevo
Mundo” titulado “La res humana”, que él traduce conservando la
palabra “persona” del original como “desaparece la persona,
queda la cosa”, donde hace la siguiente reflexión a
continuación: “No cabe expresión más enérgica, sobre todo si se
tiene en cuenta todo el valor que en latín tiene la voz persona.
La cual, empezando, como es ya tan sabido, por significar la
máscara o careta con que el actor se cubría la cara para
representar el personaje de la comedia o tragedia, pasó a ser
designativa del personaje, y, por último, del papel que uno
representa, aunque sea en el coro o la comparsa, en el teatro del
mundo, es decir, en la Historia”.
Lo que
el abate Marchena había traducido por “el hombre”, Unamuno lo
traducía literalmente como “cosa” y Valentí por “realidad”.
Esta última traducción resulta anacrónica: la palabra “realidad”
no existe en el latín de Lucrecio: es un nombre abstracto formado
sobre el adjetivo “realis”, que tampoco existe todavía en
Lucrecio, basado a su vez en el sustantivo “res rei” que, como se
sabe, significa “cosa”, palabra clave en el título del poema: De
rerum natura: “Sobre la naturaleza de las cosas”.
La
curiosidad e interés por la frase me movió a buscar el texto
original de Lucrecio. La edición oxoniense de Bailey de 1900,
reimpresa múltiples veces, dice lo siguiente.
Quo
magis in dubiis hominem spectare periclis
conuenit
aduersisque in rebus noscere qui sit:
nam
uerae uoces tum demum pectore ab imo
eliciuntur,
<et> eripitur persona, manet res.
Nos
encontramos la expresión “manet res”, que literalmente significa
que una vez arrebatada la máscara “permanece la cosa” que
subyace por debajo. Sin embargo, el final de ese hexámetro
lucreciano, como veo por el aparato crítico, no está nada claro, es
un locus corruptus. Donde Bailey lee “manet res” hay
manuscritos que presentan otras lecturas como “malare” y
“manare”, algo propiamente incomprensible. Se trata de uno de
esos lugares conflictivos para la crítica textual en la edición de
un texto.
Cuando
volví a releer el poema de Lucrecio, esta vez en la soberbia
traducción de Agustín García Calvo publicada en 1997, que está en
verso y reproduce con los acentos de las palabras el ritmo dactílico
del hexámetro y, además, nos regala la rima asonante en el último
pie del verso, que aunque desconocida en la poesía latina,
agradece el oído castellano, me encontré con el mismo fragmento y
la misma frase con otra traducción distinta de las anteriores:
Así
que en inciertos peligros mirar al hombre más vale,
y en
casos adversos mejor quién es él podrá averiguarse:
pues
voces allí del hondo del pecho empiezan veraces
por
fin a salir, y se arranca la máscara del semblante.
Las
cuatro traducciónes del último verso coinciden en su primera parte en la caída de la
máscara, que en latín se dice “persona”, que sólo conserva
Unamuno con su sentido primigenio: eripitur persona: se
arranca o se quita el antifaz pero difieren en su segunda parte:
queda la realidad, queda el hombre, queda la cosa, ...del
semblante.
¿Cuál
es la mejor lectura y consiguientes traducción de Lucrecio? No se trata de decidir cuál es
la que más nos gusta. El problema es que necesitamos fijar el texto
previamente para poder dar una respuesta a esta pregunta. Creo que
la mejor traducción es la de García Calvo, pero no porque me guste
más a mí personalmente, sino porque en su edición,
propone una lectura que resuelve, desde mi punto de vista, el
problema textual. En efecto, García Calvo propone la siguiente
lectura: ...eripitur persona ibi ab ore.
Donde
los manuscritos presentan lecturas como manare, mala re, manet
res, advierte García Calvo en el aparato crítico de su edición
que un códice más antiguo presenta: iuiauore, que él
interpreta ibiabore, lo que separado convenientemente se lee:
ibi ab ore: allí de su rostro.
Veo
dos argumentos a favor de esta propuesta: el primero sería la
reinterpretación del MANARE/MALARE como IVIAVORE. Escrita con
mayúscula la M podría confundirse con IVI, y tratarse del adverbio
IBI escrito con uve por la confusión en latín tardío entre estas
dos letras, originando una falta de ortografía que sigue siendo
frecuente en castellano actual, porque tanto la be como la
uve representan ya el mismo fonema oclusivo labial sonoro;
el segundo argumento es que esta nueva lectura establece un
paralelismo con el final del verso anterior: “pectore ab imo”:
del hondo de su pecho frente a “ibi ab ore”: allí de
su rostro, e incluso una especie de rima interna (pectore/ore), aunque esto es lo menos importante.
A la
vez que salen palabras verdaderas de lo hondo del pecho del hombre en
las situaciones adversas, cae la careta allí de su rostro. No hace
falta suponer que lo que queda debajo de la máscara es la realidad,
ese anacronismo: la realidad es que la máscara también forma parte
de la realidad. Queda mejor como frase lapidaria y redonda, como
máxima, la frase de Marchena, o la versión de Unamuno, o la
lectura de Valentí: cae la máscara, queda la realidad o queda la cosa o queda el hombre como caso supremo de cosa; pero lo que
dicen es algo en cierto modo superfluo, que no hacía falta decirlo.
Es preferible esta otra lectura: cae la máscara allí de su rostro:
lo que queda, detrás de la máscara, es el rostro.
La más
reciente traducción al castellano que he consultado del poema de
Lucrecio es la de Francisco Socas, en prosa, publicada en Biblioteca Gredos
(Madrid 2003), que sigue la conjetura de García Calvo: Por eso
más bien en las pruebas difíciles hay que observar al individuo y
en la contrariedad conocer quién es, pues entonces por fin de lo
hondo de su pecho se sonsaca la voz de la verdad <y> allí se
arranca la máscara de su rostro.
oOo
Encuentro un epigrama de Marcial, III, 43, donde aparece un eco de esta expresión de arrancarse la máscara de la cara. Esta vez es la mismísima Prosérpina, la Perséfone griega, la que va a quitarle la máscara de la cabeza a Letino, que se teñía el pelo para parecer más joven y disimular sus canas:
Mentiris
iuuenem tinctis, Laetine, capillis,
tam subito coruus, qui modo cycnus eras.
Non omnes fallis; scit te Proserpina canum:
personam capiti detrahet illa tuo.
tam subito coruus, qui modo cycnus eras.
Non omnes fallis; scit te Proserpina canum:
personam capiti detrahet illa tuo.
Así traduzco el epigrama:
Pasas por mozo, Letino, tiñéndote los cabellos,
tan cuervo de sopetón, cisne que ayer eras tú.
No nos engañas a todos; te sabe Prosérpina cano:
ella la máscara va pronto a quitarle a tu faz.
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