Entre las muchas anécdotas que se cuentan de Diógenes, alias el Perro, hay una muy significativa sobre la relación que suele mantener la gente con los poderosos, tanto en sentido político como económico, que viene a ser lo mismo. La actitud de Diógenes es la de no someterse al poderoso, aunque eso le lleve a la exclusión social y prácticamente a la mendicidad, lo que, por otra parte, él no ve como una condena, sino como la bendición de una vida sencilla y frugal, esencialmente independiente y libre de ataduras.
Frente a Diógenes, se alza Platón, el filósofo académico, el intelectual conchabado, o sea, etimológicamente conclavado y comprometido con el Poder. Platón fue a la corte de Dionisio, el tirano de Siracusa en Sicilia, en el año 388 a. C para aconsejar al déspota en el gobierno y redactar una constitución para la ciudad, experimento político que fracasará clamorosamente.
La anécdota versa sobre el encuentro entre Platón y Diógenes. Real o no, es lo de menos. Se trata del enfrentamiento entre dos actitudes ante la vida: la sumisión y la insumisión. La transmite Diógenes Laercio en Vidas y opiniones de los filósofos ilustres, II, 68. La traducción que sigo es la de Luis-Andrés Bredlow, publicada en editorial Lucina, Zamora 2010: ...Platón, viéndolo (a Diógenes) lavar verduras, se le acercó y le dijo al oído: "Si sirvieras a Dionisio, no estarías lavando verduras"; y él le respondió, hablándole asimismo al oído: "Y tú, si lavaras verduras, no estarías sirviendo a Dionisio." Una respuesta genial, como no podía ser menos procediendo de Diógenes, el Perro.
Frente a Diógenes, se alza Platón, el filósofo académico, el intelectual conchabado, o sea, etimológicamente conclavado y comprometido con el Poder. Platón fue a la corte de Dionisio, el tirano de Siracusa en Sicilia, en el año 388 a. C para aconsejar al déspota en el gobierno y redactar una constitución para la ciudad, experimento político que fracasará clamorosamente.
La anécdota versa sobre el encuentro entre Platón y Diógenes. Real o no, es lo de menos. Se trata del enfrentamiento entre dos actitudes ante la vida: la sumisión y la insumisión. La transmite Diógenes Laercio en Vidas y opiniones de los filósofos ilustres, II, 68. La traducción que sigo es la de Luis-Andrés Bredlow, publicada en editorial Lucina, Zamora 2010: ...Platón, viéndolo (a Diógenes) lavar verduras, se le acercó y le dijo al oído: "Si sirvieras a Dionisio, no estarías lavando verduras"; y él le respondió, hablándole asimismo al oído: "Y tú, si lavaras verduras, no estarías sirviendo a Dionisio." Una respuesta genial, como no podía ser menos procediendo de Diógenes, el Perro.
Diógenes se jacta con su respuesta de su independencia radical y de no colaborar con los poderosos, aunque eso signifique que no puede asistir a opíparos banquetes como Platón y tenga que prepararse, por lo tanto, sus propias y humildes verduras, y le reprocha así al divino Platón su colaboracionismo con el régimen político del tirano y el sistema de dominio entonces vigente en la colonia griega de Siracusa. Diógenes no necesita buscar alimento
apesebrándose en la corte de ningún monarca. Es su crítica, práctica y teórica, a la integración de la figura del sabio en el aparato del
Estado y del Poder.
Otra anécdota muy similar a esta es el encuentro entre Diógenes, que se encuentra preparando sus humildes verduras, y otro prototipo, menos conocido, del filósofo que colabora con el poder económico y político, Aristipo de Cirene, frecuentando los palacios de los poderosos:
Diógenes, que estaba lavando verduras, se burló de él (de Aristipo de Cirene) una vez que pasaba por delante y le dijo: "Si tú hubieras aprendido a comer esto, no frecuentarías los palacios de los tiranos." Y él (Aristipo) contestó: "Y si tú supieras tratar con la gente, no estarías lavando verduras". (DL II 68, traducción de L-A. Bredlow modificada).
Horacio se hace eco de esta última anécdota en su Epístola I 17, v. 13-35, y resume así la vieja polémica entre el hedonista y cirenaico Aristipo, que no desprecia las riquezas ni el trato con el monarca que las dispensa, y el cínico Diógenes, que se mantiene intransigente tanto frente al dinero como a los poderosos que otorgan a discreción sus prebendas, y que le reprocha a Aristipo: "si pranderet holus patienter, regibus uti / nollet Aristippus." "si sciret regibus uti, / fastidiret holus qui me notat". Lo que viene a decir: "Si resignado comiera hortalizas, tratar con monarcas / no iba Aristipo a querer." "Si supiera tratar con monarcas, / no iba a gustar de hortalizas el que me critica."
Diógenes sentado en su tinaja, Jean-Léon Gérôme 1860
Horacio en esa misma epístola le brinda a un amigo unas "instrucciones para el trato con el poderoso", como dice Moralejo en la introducción a su espléndida traducción en prosa (Biblioteca Clásica Gredos, Madrid 2008). Nada nos impide ser como Diógenes, pero si queremos prosperar económicamente en la vida hemos de contar con los ricos y poderosos. Aristipo no tenía inconveniente en eso, mientras que Diógenes rechazaba ese trato y menospreciaba a quienes lo aceptaban como si se estuvieran prostituyendo. Así prosigue la anécdota en la citada traducción: Se cuenta en efecto que (Aristipo) solía burlar el mordisco del cínico de esta manera: "Yo hago el bufón en mi propio provecho, tú lo haces para la gente. Lo mío es mejor y mucho más digno: para que me lleve el caballo y el rey me alimente hago la parte que me corresponde; tú pides cosas que no valen nada, rebajándote ante el que te da, aunque dices que no necesitas de nadie". A Aristipo cualquier color le iba bien, cualquier estado o fortuna; aspiraba a ir a más, pero en general estaba contento con lo que tenía. En cambio a aquel (a Diógenes) al que su austeridad lo lleva a cubrirse con un paño doblado, me extrañará si le sienta bien un cambio de rumbo en su vida. El uno no esperará por un atuendo de púrpura; vestido con lo que sea, irá por los sitios más concurridos, y sin desentonar hará este o aquel personaje. El otro evitará una capa tejida en Mileto como algo peor que un perro o una culebra; se morirá de frío si no le devuelves sus paños. Pues devuélveselos y deja que viva como un majadero".
No es extraño que Horacio se identifique más con Aristipo que con Diógenes. Al fin y al cabo, él había entrado en el círculo de Mecenas y aceptado la casa que su protector y poderoso amigo le había regalado en las afueras de Roma, en los montes sabinos, para que viviera sin preocupaciones dedicándose a la poesía. No es raro, pues, que comprenda las razones del cirenaico el que se definió a sí mismo como un puerco de la piara de Epicuro (Epicuri de grege porcum).
Daniel Paz, dibujante argentino, presenta así gráficamente esta misma historia: Hay algunos cambios, por ejemplo se hace a Arístipo (sic, en lugar de Aristipo) chupamedias (sic, por tiralevitas, lameculos o adulador) de Alejandro Magno, en lugar de Dionisio de Siracusa, y se han sustituido las verduras y hortalizas por un plato de lentejas, reminiscencia bíblica acaso; pero aunque haya cambiado el nombre del poderoso y el del alimento frugal de Diógenes, legumbres por verduras, la anécdota sigue siendo válida y significativa.
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