La ciencia y la tecnología avanzan que es una barbaridad. El último teléfono supuestamente inteligente (smartphone, en la lengua del Imperio, aunque lo de phone es griego clásico) que acabamos de adquirir ayer mismo no era tan listo como parecía y resulta que ya se ha quedado obsoleto esta misma mañana. ¿Obsolescencia programada o envejecimiento prematuro? Chi lo sà?
Sin embargo, hay un nuevo producto que promete en el mercado fruto de la más novísima tecnología WIFI (o sea, wireless fidelity, lo que en román paladino en el que habla uno con su vecino, es fidelidad inalámbrica, o más claro aún, fidelidad sin cables). Tampoco tiene batería que haya que recargar cada veinticuatro horas, ni conexión a la Red Informática Universal ni tampoco a la corriente eléctrica ni demás complicaciones innecesarias...
Está en el mercado desde hace algún tiempo y se llama BOOK en la lengua del Imperio. Su nombre deriva de una raíz protogermánica *bōks, que pasó al inglés con su moderna ortografía book a partir de 1375. Anteriormente se encontraban las formas boke/bok, derivadas del inglés antiguo bōc ‘tableta para escribir’, ‘documento escrito’, relacionado con Buch alemán moderno. Relacionada también con esta raíz bōk, está bēce ‘haya’, lo que sustenta la hipótesis de que las primeras inscripciones de estos pueblos, las runas, pudieron haber sido hechas en tabletas de madera de haya.
No existe, por lo tanto, una raíz
indoeuropea que denomine a este producto ni nada semejante porque los
pueblos indoeuropeos no dejaron resto escrito de le lengua que
hablaban, dado que no conocieron la escritura.
En griego tenemos la
palabra βίβλος (bíblos), que designaba la corteza, hoja o tira
de papiro, y como esta planta fue un soporte para la escritura denominaron βίβλος (bíblos) o βιβλίον (biblíon)
-palabra de la que derivan nuestras bibliotecas y nuestra
Biblia-. El origen no indoeuropeo de la palabra es muy
discutido. Se acepta por lo general que procede del nombre propio de
la ciudad fenicia de Byblos, hoy ciudad libanesa (en la actualidad en
árabe, جبيل Ŷubayl), de donde los
griegos importaban el papiro.
Imagen de Byblos, en el Líbano.
En latín, por su parte,
se usó la palabra librum, que
era el nombre de la
parte interior de la corteza de las plantas o, de forma más
precisa “la capa fibrosa situada debajo de la corteza de los
árboles”. De ahí deriva nuestro libro que ingresa al
castellano alrededor del año 1140. Del latín pasó al francés:
livre, al portugués livro, al italiano, castellano y
gallego libro, al catalán llibre, al
corso libru. El
rumano, por su parte, prefirió tomar otra palabra latina para lo
mismo: carte, pero conserva
la raíz latina en otros términos derivados como librărie
librería, para el esperanto se optó por la fomra
italiano-castelllana libro).
Imagen tomada del Orbis pictus Latinus, de Hermann Koller
Pero veamos y oigamos ya en qué consiste este nuevo producto que nos venden y qué ventajas y desventajas puede tener.
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