jueves, 3 de mayo de 2018

Trastrocando los nombres de las cosas

El historiador bizantino Procopio de Cesárea -no entiendo muy bien por qué se empeñan en escribir y decir Cesarea,   a la pata la llana-, que vivió en el siglo VI de nuestra era, nos advierte de que hay mucha gente que no llama a las cosas por su nombre, al pan pan y al vino vino, como diríamos a lo castizo, sino que trastrueca el nombre de las cosas, y las denomina no con otra palabra cualquiera al albur sino, precisamente, con la que significa lo contrario. 

Procopio escribió en griego antiguo, y en su Historia de las Guerras de Justiniano, obra magna que se compone de ocho libros, puso la frase en un discurso en boca de uno de sus personajes  (libro VII, capítulo 8, parágrafos 16-17), un hombre indignado cuyo nombre propio poco importa ahora. El motivo de su indignación tampoco viene al caso ni anula la validez de la afirmación fuera de ese contexto, por lo que puede aplicarse de modo general. 

ἐγὼ μὲν οὖν τοῦτο οἶδα, ὡς τῶν ἀνθρώπων ὁ πολὺς ὅμιλος τὰ τῶν πραγμάτων ὀνόματα μεταβάλλουσιν ἐπὶ τοὐναντίον. 



La frase de Procopio la tradujo al latín en el siglo XVII Claude Maltret así: Equidem scio a plerisque inverti rerum nomina, et in contrarium omnino accipi.
Lo que en inglés suena así, tal como lo entendió H. B. Dewing: Now I, for my part, know this, that the great majority of mankind twist and turn the names of things until they reverse their meaning.
En le lengua de Molière puede decirse de este modo, según una traducción francesa cuyo autor desconozco: Je sais bien qu'il y a plusieurs personnes dans le monde qui changent les noms des choses, et qui leur en imposent de tout contraires à leur nature.
En la lengua de Dante, así lo tradujo Domenico Comparetti Ben lo so io che la massa degli uomini suol trarre i nomi delle cose a significato dei tutto opposto.
Y en castellano, entre nosotros, resuena así en la estupenda traducción de Francisco A. García Romero, publicada en la Biblioteca Clásica Gredos:  Lo cierto es que yo sé que los seres humanos en su mayoría cambian el nombre de las cosas para que signifiquen lo contrario.



Si buscamos algún antecedente lejano de esta idea, podemos encontrar uno en Tucídides,  Guerra del Pelopoenso, III, 82, 4, donde el historiador reflexiona sobre las consecuencias funestas de la guerra civil y dice: καὶ τὴν εἰωθυῖαν ἀξίωσιν τῶν ὀνομάντων ἐς τὰ ἔργα ἀντήλλαξαν τῇ δικαιώσει, que Adrados tradujo: Cambiaron incluso, para justificarse, el ordinario valor de las palabras.


Encontramos otro antecedente, esta vez latino, en las palabras que Tito Livio en el  libro VIII de Ab urbe condita, capítulo 4, pone en boca del pretor Anio, que dice:  facile erit explicatis consiliis accommodare rebus uerba. Será cosa fácil, una vez desarrollados nuestros planes,  adaptar las palabras a los hechos.

El maquiavélico Maquiavelo, como no podía ser menos, recoge estas palabras en sus comentarios a Tito Livio y comenta que son sin duda muy certeras y que deberían hacerles las delicias a todos los príncipes y repúblicas de este mundo.  ¿Qué quiere decir esto? Que hay que actuar, que el fin justifica los medios según el príncipe del maquiavelismo, y que ya se preocupará uno luego de  encajar las palabras  que justifiquen la actuación con los hechos. 

La idea ha resonado y sigue resonando en varias lenguas modernas, y la recogerá George Orwell con su neolengua en el siglo XX, formulando sus célebres “la guerra es paz”, “la libertad esclavitud”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario