Si nos planteamos la cuestión de
si los títulos académicos que ofrece el
sistema educativo son un indicio de
inteligencia o, por el contrario, no lo son, podemos resolver, habida cuenta de
que todos conocemos alguna persona inteligente sin ninguna titulación académica,
y algún diplomado, graduado o posgraduado con muy escasa o nula inteligencia,
que no hay una relación directa y lógica entre lo uno y el título acreditativo de lo
otro.
Tomemos, por ejemplo, en
consideración el título de doctor, que
la RAE define como “persona que ha recibido el más alto grado académico
universitario”. Lo mismo que la Santa Madre Iglesia tiene doctores que sabrán
responder, según rezaba el catecismo del padre Astete, la
Universidad también tiene doctores, expertos en sus respectivas tesis doctorales que no sirven para nada más que para
otorgarles el título de doctor a los doctorandos, y, en el mejor de los casos,
otorgárselo “cum laude”, es decir, con elogio.
En el sistema educativo español,
la mención cum laude
es la máxima
puntuación, aplicable solo a los doctorandos que alcanzan la calificación
de sobresaliente y la unanimidad del tribunal evaluador. En caso de que no haya unanimidad, la calificación suele quedar en simple sobresaliente (sine laude), de ahí no suele bajar, pero es raro que no obtgenga el cum laude porque a los miembros del tribunal los escoge el director de la tesis, que se juega su prestigio académico de alguna manera si la tesis no es evaluada muy positivamente con todos los laureles honoríficos. En otros
sistemas
educativos se distinguen varios grados en el elogio: cum laude, con
alabanza; magna cum laude, con gran
alabanza; y summa cum laude o maxima cum
laude, con la mayor alabanza.
¿De dónde viene esa expresión de cum laude? Pues de la lengua de Virgilio y de Cicerón: cum es el origen de nuestra preposición “con” y laude es la forma de ablativo,
que se caracteriza por la desinencia –e, del nominativo laus, que ha perdido la –d final de la raíz laud- al
añadírsele la característica –s, y quiere decir “elogio, loa,
alabanza, halago”.
El verbo latino laudare “alabar” es el origen del
cultismo laudar. De esta raíz latina conservamos en castellano
laudar: fallar o dictar sentencia laudo un árbitro o juez.
laudable: digno de alabanza.
laudatorio: que alaba o contiene alabanza.
laude o lauda: piedra con
inscripción sepulcral por las alabanzas que solía contener del difunto –por el
prejuicio tan presente en nuestra cultura de que “de mortuis nil nisi bene“: de los muertos no hay que decir nada más
que lo que está bien, porque son intocables, no vaya a ser que sus espíritus se enfaden
con nosotros y nos hagan la supervivencia imposible.
En este sentido eran célebres en Roma las funebres laudationes o elogios fúnebres de los muertos, que perviven de alguna manera en las notas necrológicas de nuestros periódicos cuando fallece algún personaje importante del mundo de la cultura o de la política.
laudes: en la liturgia de las horas de la iglesia cátolica, son las oraciones de la segunda hora, que se dicen después de maitines.
En este sentido eran célebres en Roma las funebres laudationes o elogios fúnebres de los muertos, que perviven de alguna manera en las notas necrológicas de nuestros periódicos cuando fallece algún personaje importante del mundo de la cultura o de la política.
laudes: en la liturgia de las horas de la iglesia cátolica, son las oraciones de la segunda hora, que se dicen después de maitines.
laudo: decisión o fallo que dicta el árbitro o juez.
Pero el verbo latino laudare origina también la palabra patrimonial o vulgarismo loar y sus derivados.
loar: elogiar
loa: alabanza, elogio, lisonja.
loable: digno de loa.
loable: digno de loa.
Las loas y los loores, elogios y alabanzas, por lo tanto, de todos los doctores CVM LAVDE que tiene la Santa Madre Iglesia que es la Universidad no sólo son muy sospechosos, sino claros indicios de la poca o nula fiabilidad de la inteligencia de las cosas de quienes los emiten y reciben.
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