martes, 24 de julio de 2018

De imbecillitate regis o De la imbecilidad del rey

Atentos al latinajo imbecillitas regis: pese a su aparente novedad es más viejo que Matusalén: lo ha sacado a relucir recientemente en las redes Hugo Martínez Abarca, diputado de Podemos, en el artículo publicado en Cuarto Poder: Felipe VI y la imbecillitas regis

Aunque se asocia el nombre propio del actual rey de España, Felipe VI con la palabra latina imbecillitas, no se alude a la supuesta imbecilidad o cualidad de imbécil del soberano ni a ningún dicho o hecho propios de un tal, ni siquiera se refiere en la terminología médica a que el monarca sufra un retraso mental moderado, sino al significado etimológico latino, poco corriente ya en castellano, de flaqueza, debilidad, fragilidad.

Corona de la monarquía española


Y para que quede claro, el autor del artículo afirma que la prueba de la debilidad de la monarquía española vigente reside en el empeño que ponen en defenderla a capa y espada las principales fuerzas parlamentarias, que así se retratan como monárquicas a ultranza, (PSOE, PP y Ciudadanos),  así como algunos otros prohombres de la política con una fe fanática a prueba de bombas en la institución, impidiendo cualquier investigación sobre las graves acusaciones de corrupción que pesan sobre el rey jubilado, padre del actual monarca.

La etimología de imbécil es muy discutida. Corominas afirma que el vocablo está documentado en castellano desde 1524, y que hasta el siglo XVIII conservó su acentuación oxítona sobre la última sílaba: imbecíl y su significado latino de “débil en grado sumo”, pero que fue a partir de ese siglo cuando se convirtió en paroxítona (imbécil) y pasó a adquirir el significado actual de lelo, lerdo, tonto, poco inteligente.

 Coronación de Carlomagno, Friedrich Kaulbach (1861)


Generalmente se admiten dos teorías para explicar este significado de “debilidad”. Las dos relacionan la palabra con “baculum”, báculo, bastón. La primera dice que la debilidad se debe a la necesidad de apoyarse en un bastón para caminar, por lo que el prefijo “IN”, escrito con eme ante be, tendría el valor de “en”, es decir, que un im-becillus o im-becillis sería aquel que necesita la ayuda de un bastón para sostenerse en pie o moverse habida cuenta de su avanzada y debilitada edad.

Pero hay quien piensa que, al revés, estamos ante el prefijo negativo “IN” y que por lo tanto el adjetivo significaría que no tiene bastón, con una doble connotación que encarecería ennobleciéndolo el valor simbólico de la palabra: no tiene la experiencia de los ancianos venerables que se apoyan en su bastón, ni tiene tampoco el poder que confiere el regio báculo de mando, el monárquico cetro, lo que explicaría en ambos casos su debilidad. 

 


Sea como fuere, el concepto de imbecilidad regia,  que utilizaron los historiadores para hablar del menoscabo del poder real en la Edad Media, tras el desmembramiento del imperio carolingio sobre todo, en los siglos X y XI, a raíz  del movimiento Pax Dei o Paz de Dios fomentado por la Iglesia, que surgió en Aquitania, en el sur de Francia, y prohibió a los caballeros -bellatores, guerreros- hacer la guerra a la cristiandad, reemplazó a la paz hasta entonces defendida por la autoridad del Rey, Pax Regis, sensiblemente debilitada dicha autoridad, sea como fuere,  decía, el concepto  sigue siendo válido hoy. 

Se estableció entonces la Tregua de Dios, que prohibía guerrear expresamente en algunos días sagrados de la semana -jueves, viernes, sábado y domingo-, y durante las  festividades religiosas importantes, so pena de excomunión, negándoseles a los trasgresores cristiana sepultura y poniéndoseles en entredicho, con lo que la Iglesia dejaba de celebrar sus ritos hasta que la falta se viese reparada. 

La declaración de la paz de Dios entre la cristiandad llevaría, andando el tiempo, no a una paz efectiva, sino a la promoción de guerra al infiel y al establecimiento de las Cruzadas, o guerras santas, y por lo tanto a la santificación de la guerra,  y, corriendo más el tiempo hasta nuestros días, al fomento de la guerra contra el enemigo, que ya ni siquiera se llama guerra ("llaman paz a la guerra y verdad a la mentira", que cantó el poeta),  sino defensa de la democracia, la propia paz (sic) y los derechos humanos así como preventive war y fight against terrorism, en la lengua de Shakespeare que es, ay, la del Imperio, para que no se entienda muy bien lo que quiere decir, pero esa es otra historia que ahora no viene mucho al caso...

 Cristo pantocrátor u omnipotente de San Clemente de Tahull


No obstante, este viejo concepto de la imbecilidad regia o imbecillitas regis puede resultarnos útil todavía para generalizarlo como la impotencia no ya de nuestra monarquía y de nuestro rey en particular, sino de todos los poderes y poderosos de este mundo y del otro, si lo hubiere, porque todos ellos, sean reyes, reinas o jefes de Estado, o presidentes de la República, ministros, ministras o subsecretarios o empresarios o lo que sean, es decir, todos los potentados,  que se creen que mandan y ostentan algún poder en la sociedad, son en realidad los más mandados, los más obedientes y sumisos,  más incluso que nosotros, que somos sus súbditos, los humildes contribuyentes y votantes, por lo que no pueden hacer por lo tanto nada que no esté previsto y de alguna manera mandado hacer o hecho ya de antemano, lo que pone en tela de juicio su poder,  y en el caso de Dios su omnipotencia.


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