jueves, 30 de noviembre de 2017

De la soberanía popular (I)

La palabra “soberano” es herencia del latín superanus, que a su vez se compone de la partícula super (equivalente de la griega ὑπέρ,  hyper en transcripción), que significa “encima, arriba”, raíz que aparece en varios adjetivos latinos clásicos como superbus, superior, supremus, supernus y superus (superi por omisión de di son los dioses de arriba, del cielo o de lo alto, que se contraponen a los inferi o dioses infernales de abajo).

Sin embargo superanus, que se compone también de la misma raíz super, más el sufijo popular -anus, es un desarrollo del latín tardío y medieval, recogido como está en el Glossarium Mediae et Infimae Latinitatis de Du Cange y W. Meyer (1886) y atestiguado en varios documentos, por lo que no hace falta restituirlo con un asterisco como forma supuesta pero no documentada. Así, por ejemplo, leemos en el Chartularium de la abadía de San Víctor de Marsella de finales del siglo XI: Et dono ibi, in alio loco, juxta via superana, quae vadit ad Artiga, petia de terra. Y te doy allí, en otro lugar, junto al camino de arriba, que va a Artiga, una pieza de terreno.  Donde aparece la expresión via superana como “camino de arriba”, con el significado local, puramente topográfico de “situado en una posición elevada”.

De este adjetivo superanus –a -um deriva la palabra italiana soprano,  aplicada al registro femenino más alto o agudo de la voz humana, y soprana camisa sin mangas de algunos seminaristas que se ponía directamente sobre otra vestidura y no sobre la piel, como la simple camisa.  En italiano se conserva también como adjetivo en desuso en la expresión “porta soprana” de la ciudad de Génova, situada en la cumbre, de ahí lo de “puerta de arriba”, en la cresta del llano de Sant’Andrea, que se contraponía a la Porta Sottana o “de abajo”, más conocida hoy como Porta dei Vaca.

Porta Soprana o de Sant' Andrea en Génova.
 

Y este es el significado moderno de la palabra española “soberano”, que el Diccionario define como “Que ejerce o posee la autoridad suprema e independiente”, y "soberanía", como “Cualidad de soberano” en primer lugar y en segunda instancia como “Poder político supremo que corresponde a un Estado independiente”. Asimismo, se define el soberanismo como el movimiento político que propugna la soberanía de un territorio, es decir, la propiedad de un territorio y el poder político supremo que no depende de ningún otro, ejercido sobre dicho territorio y los que en él habitan.

Soberano, soberanía y soberanismo se han convertido, pues, en palabras cultas propias de la jerigonza del gremio de los demagogos o políticos profesionales que se dedican a engañar al pueblo, al que halagan considerándolo soberano, dándole a entender torticeramente que no hay nada ni nadie por encima de él, como si, imitando el título de Rojas Zorrilla de "Del rey abajo ninguno", dijéramos "Del pueblo abajo ninguno".

Si el pueblo es soberano quiere decir en román paladino, o sea, en el lenguaje claro y llano con el que uno habla con su vecino, que es el rey y monarca que está arriba y no abajo, que por encima de él no hay nada ni nadie porque no hay otro soberano más que él, ni siquiera los presuntos "representantes" de la soberanía popular, porque al pueblo no lo representa ni Dios que lo creó. Y eso, obviamente, es mentira porque si el pueblo está “arriba”, ¿de qué o de quién o qué esté “abajo”? Arriba se define en contraposición a abajo. Si no hay nada ni nadie abajo, tampoco puede haber nadie arriba, ni arriba siquiera propiamente dicho ni soberanía que valga.

"Usted es la mayoría": eslogan electoral francés.

El problema se multiplica cuando en vez de hablar del pueblo en singular, hablamos de pueblos en plural, porque entonces estos entran en competencia entre sí y comienzan a disputarse la soberanía o dominio de sus respectivos territorios. Y cuando hablamos de pueblos en plural cometemos otro lío mayúsculo, ya que o están configurados como Estados o aspiran a estarlo. Últimamente se habla en España de pueblo español y de pueblo catalán, como si este último no estuviera incluido, por definición política, en el primero, como si fueran dos pueblos distintos, lo que se explica por la pretensión soberanista de muchos catalanes de constituirse en Estado independiente. Pero la idea de Estado es la más engañosa de todas porque equipara pueblo y gobierno, y mete en el mismo saco al gobernado, que es el pueblo, y al gobernante emanado de él, que son sus supuestos representantes o comisarios. Y la idea de Estado democrático la más perniciosa  y la que más aumenta la ceremonia de la confusión, porque es la forma de gobierno más evolucionada históricamente y la que nos ha tocado padecer a nosotros, en pleno siglo XXI,  y denunciar, por si sirve de algo.

De alguna forma todos los pueblos existentes se consideran pueblos elegidos (por Dios, como el judío veterotestamentario, o por la Historia, que es la versión laica del dios monoteísta de Israel) y por lo tanto la existencia no de un pueblo, que podría ser el conjunto de la humanidad, sino de diversos pueblos obliga a que todos pretendan ser soberanos no sólo de sí mismos sino también de los demás, y ahí comienzan los problemas entre unos y otros.

 Asamblea ateniense

Si el pueblo es soberano como dicen los demagogos o políticos profesionales,  ¿qué necesidad tiene de delegar su soberanía en uno (monarquía), en unos pocos (oligarquía) o en una mayoría (democracia que en rigor debe llamarse oclocracia, ya que όχλος significa  mayoría pero no totalidad, que acaba desembocando en lo que Platón llamó teatrocracia o gobierno de los representantes)? Si el pueblo es soberano de verdad no hay ni arriba ni abajo, no necesita ningún órgano que lo administre ni gobierne. La soberanía popular es la negación de toda forma de gobierno, es decir, la soberanía popular auténtica, la verdadera democracia,  sería, propiamente hablando, la acracia.

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