sábado, 2 de diciembre de 2017

Oficio vespertino en Silos

A veces conviene hacer una pausa pero no para que nos permita poder seguir adelante después impunemente como si no hubiera pasado nada, una vez recargadas las pilas, como hacen los ejecutivos y funcionarios,  sino para dejar de avanzar por el mismo camino que llevábamos, extenuados como estamos de tantas informaciones cancerígenas de un mundo en el que a fin de cuentas no pasa nada que no sea la repetición de lo mismo de siempre, cuyo objetivo es saturarnos y mantenernos completamente desinformados a fuerza de tantas noticias y opiniones (que son como los culos, ya se sabe, todo el mundo tiene), de tanto ruido y de tanta palabrería que ensordece nuestros oídos y que no nos deja escuchar el sonido de la música verdadera del silencio.

Merece la pena acercarse hasta la abadía benedictina de Silos, en tierras de Burgos, aunque sólo sea para escuchar cantar a los monjes la liturgia monástica de las horas, huyendo del mundanal ruido, como hicimos nosotros el día 2 de noviembre, conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, asistiendo al oficio de Vísperas. No seríamos más de 20 personas, si llegamos a ser tantas, las que escuchamos en absoluto silencio, arrobo y sosiego, el concierto de los monjes que, además de cantar como los ángeles, siguen la regla monástica de su fundador (ora et labora).

 Ciprés de Silos

El oficio comenzó a las siete de aquella fría tarde de otoño. Antes estuvimos visitando el claustro del monasterio, cuyo guía nos explicó detalladamente los capiteles más significativos y los detalles más importantes de la historia de la abadía y de la orden allí establecida. Cuando llegamos al famoso ciprés que cantó Gerardo Diego, el  guía nos regaló con la recitación del soneto “Enhiesto surtidor de sueño y sombra...”, que recordó de memoria y declamó con voz grave y solemne, sin afectación, sólo rota por los trinos de los pájaros, y que arrancó nuestros aplausos espontáneos. Igualmente visitamos la botica donde los frailes elaboraban los fármacos propios con hierbas y productos naturales. 

A las siete en punto de la tarde, ya en la iglesia abierta al pueblo, las voces de los monjes entonaron en vivo y en directo, a capela, gratis et amore, con el fondo del órgano, los salmos gregorianos. En latín, por supuesto, como Dios y la tradición mandan.

Tras la invocación inicial, entonaron un himno: Inmensae rex potentiae, Christe, tu Patris gloriam nostrumque decus moliens, mortis fregisti iacula: Rey de inmenso poder, Cristo, tú, fortaleciendo la gloria del Padre y nuestra dignidad, quebrantaste los dardos de la muerte. A continuación interpretaron la salmodia: tres salmos y un cántico precedidos y seguidos de sus respectivas antífonas. Luego uno de los monjes procedió a la lectura de la Biblia, y tras la breve lectura se entonó el Magníficat, precedido y seguido siempre de su antífona.


Acto seguido, vinieron las preces, a las que siguió el Padre Nuestro (Pater Noster), y por último la oración final. La ceremonia concluyó con la procesión de los monjes cantando hasta la capilla del santo, donde se hallan supuestamente sus reliquias.

La interpetación del Magnificat de los monjes de Silos, me trajo a la memoria esta desenfadada y roquera versión que hicieron las inolvidables Vainica Doble en uno de sus mejores discos: "Contracorriente" (1976). Cuando en España estábamos aburridos ya de tanta canción protesta, aparecieron de pronto ellas, frescas e irreverentes, musicalmente impecables, con sus nada ingenuas letras, cantando por ejemplo aquello de Déjame vivir con alegría... Con un dátil por alimentación, con un dátil inventé la democracia, con un dátil yo te gano el maratón, no me hace ninguna gracia, que me tengas compasión... Y un higo chumbo, y una aceituna, un nuevo mundo yo descubrí con Colón... "

El último tema de aquel álbum era este Magníficat, donde  cantaban que su alma también proclamaba la grandeza del Señor que deposuit potentes de sede et exaltavit humiles; esurientes implevit bonis et divites dimisit inanes: derribó a los poderosos de su trono y enalteció a los humildes; a los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió sin nada.

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