Uno de los textos latinos más contundentes que
conozco y que menos indiferente deja a uno cuando lo lee es este de Séneca, nuestro filósofo cordobés, que os propongo y que podríamos titular Via ad libertatem o, tomando el
título del propio texto, Ad libertatem iter, o sea El camino a la libertad. (La referencia es De
ira III, 15, 4). Dice así: Quocumque
respexeris, ibi malorum finis est. A
dondequiera que vuelvas la vista, allí está el fin de tus males. Vides
illum praecipitem locum? ¿Ves aquel despeñadero?
illac ad libertatem descenditur. Por
allí se baja a la libertad. Vides illud mare, illud flumen, illum puteum? ¿Ves aquel mar, aquel río, aquel pozo? libertas
illic in imo sedet. Allí, en su fondo,
reside la libertad. Vides illam arborem breuem retorridam infelicem? ¿Ves aquel árbol no muy alto, reseco, sin fruto?
pendet inde libertas. De él cuelga la libertad. Vides iugulum
tuum, guttur tuum, cor tuum? ¿Ves tu yugular, tu garganta, tu corazón? effugia seruitutis sunt. Son válvulas de escape de la esclavitud. Nimis
tibi operosos exitus monstro et multum animi ac roboris exigentes? ¿Te muestro salidas muy dificultosas y que
exigen mucha voluntad y fuerza? Quaeris quod sit ad libertatem iter? quaelibet in corpore tuo uena. ¿Me preguntas cuál es el camino hacia la libertad?
Cualquier vena de tu cuerpo.
A la pregunta de cuál es la vía más sencilla
hacia la libertad, Séneca responde, después de considerar el lanzamiento al
vacío por un precipicio, el ahogamiento en el agua, la horca o una puñalada en la yugular o el pecho, que cualquier vena que se abra de nuestro
cuerpo. De alguna manera estaba preanunciando su propio suicidio no
voluntario, sino ordenado por el emperador Nerón, que el filósofo cordobés
aceptó, a la fuerza ahorcan, con estoica resignación.
Según parece, el maestro había participado en una conspiración política encabezada por Calpurnio Pisón, la célebre conjura de Pisón, junto con otros intelectuales como Petronio y Lucano, que estaban en contra del tirano, para derrocar a Nerón -del que el propio Séneca había sido preceptor. El castigo imperial no se dejó esperar: el emperador ordenó que los conjurados se suicidaran.
Según parece, el maestro había participado en una conspiración política encabezada por Calpurnio Pisón, la célebre conjura de Pisón, junto con otros intelectuales como Petronio y Lucano, que estaban en contra del tirano, para derrocar a Nerón -del que el propio Séneca había sido preceptor. El castigo imperial no se dejó esperar: el emperador ordenó que los conjurados se suicidaran.
Séneca, después de abrirse las venas de Manuel Domínguez Santos (1840-1906).
Al ver este cuadro y la figura del sabio que yace muerto en la bañera, nos viene enseguida a la memoria el más famoso lienzo de David La muerte de Marat, con el brazo del revolucionario cayendo lánguidamente, en el que parece haberse inspirado nuestro pintor.
La mort de Marat, J.L David (1793)
El historiador Tácito (Anales, libro XV, 62-64) relata, sine ira et studio, es decir, sin encono ni parcialidad, como era costumbre en él, la muerte del cordobés en estos términos: (Un centurión ha venido a anunciarle a Séneca que debe quitarse la
vida por orden del emperador Nerón). Él, sin inmutarse, pide las
tablillas de su testamento; como el centurión se las niega, se vuelve a
sus amigos y les declara que, dado
que se le prohíbe agradecerles su afecto, les lega lo único, pero lo más
hermoso,
que posee: la imagen de su vida; si se acuerdan de ella, tendrán la reputación de hombres virtuosos como premio
por tan constante amistad. Al tiempo procura convertir su llanto en entereza,
ya hablándoles en tono llano, ya con mayor energía y como reprendiéndolos; les
pregunta dónde están los preceptos de la filosofía, dónde los razonamientos por
tantos años meditados frente al destino. ¿A quién había pasado desapercibida la
crueldad de Nerón? Asesinados su madre y su hermano -les decía- ya nada le faltaba
sino añadir a esas muertes la de su educador y maestro.
Grabado de Séneca desangrándose.
Hechas estas y similares
consideraciones como hablando para todos, abraza a su esposa y, un poco conmovido
a pesar de su inquebrantada entereza, le ruega y suplica que modere su dolor y
no lo haga eterno, antes bien, que en la contemplación de una vida transcurrida
en la virtud se acomode a soportar con honorables consuelos la añoranza de su
marido. Pero ella le responde asegurándole que tiene decidido morir también, y
reclama la mano del ejecutor. Entonces Séneca, por no oponerse a su gloria, y
al tiempo por amor a ella, no queriendo
dejar a la que amaba como a nadie expuesta a los agravios, le dice: «Yo te
había mostrado los aspectos gratos de la vida; tú prefieres el honor de la
muerte; no me mostraré envidioso ante un ejemplo así. Sea la fortaleza de esta
muerte tan valerosa igual por parte de ambos, pero tu final merecerá más
gloria.» Tras esto y de un mismo golpe se abren las venas de los brazos con el
hierro. Como a Séneca, debilitado su cuerpo por la vejez y la parquedad en el
alimento, la sangre se le escapaba lentamente, se abrió también las venas de
los muslos y pantorrillas. Extenuado por crueles sufrimientos, a fin de no quebrantar
con su dolor el ánimo de su esposa y no dejarse él llevar a la debilidad al
contemplar los tormentos que ella padecía, la persuade a que se retire a otra
habitación. Todavía en posesión de su elocuencia en su momento supremo, hizo
venir a los secretarios y les dictó abundantes líneas que, dado que han sido ya
divulgadas en sus términos literales, me excuso de glosar aquí.
...Entretanto Séneca, como se alargaba el lento trance de su muerte, pide a Estacio Anneo, en cuya amistad y arte médica confiaba por larga experiencia, que le proporcione un veneno prevenido desde tiempo atrás, el mismo por el que morían los condenados por público juicio en Atenas; se lo llevó y de nada le sirvió tomarlo, porque al estar ya fríos sus miembros se cerraba su cuerpo a la acción del tóxico. Por fin entró en un baño de agua caliente, y salpicando a los esclavos que se encontraban a su lado añadió que hacía libación de aquellas aguas a Júpiter Liberador...
...Entretanto Séneca, como se alargaba el lento trance de su muerte, pide a Estacio Anneo, en cuya amistad y arte médica confiaba por larga experiencia, que le proporcione un veneno prevenido desde tiempo atrás, el mismo por el que morían los condenados por público juicio en Atenas; se lo llevó y de nada le sirvió tomarlo, porque al estar ya fríos sus miembros se cerraba su cuerpo a la acción del tóxico. Por fin entró en un baño de agua caliente, y salpicando a los esclavos que se encontraban a su lado añadió que hacía libación de aquellas aguas a Júpiter Liberador...
El texto de Tácito, como apunta en su espléndida traducción publicada
por la Biblitoteca Clásica Gredos, José Luis Moralejo, galardonado en
2009 con el Premio Nacional de Traducción, alude en el último párfafo
al veneno de la cicuta, estableciendo un paralelismo entre la muerte de
Sócrates y la de Séneca. Por otra parte, el rito de la libación que allí
se menciona consistía en derramar por tierra la bebida que se ofrecía a
los dioses para pedirles o agradecerles algo. Séneca considera su
muerte como una liberación.
La muerte de Séneca de P. P. Rubens (1577-1650).
Este cuadro se
inspira directamente en la narración de Tácito que hemos leído. Muestra
al maestro en el centro de la composición metido en el barreño. Su
musculatura nos recuerda un poco a las esculturas renacentistas de
Miguel Ángel. A la derecha vemos al médico amigo que lo ayuda a
desangrarse, a la izquierda, agachado, un discípulo tomando las notas
que él le dicta en el trance de su muerte, palabras que por cierto no se
han conservado, y detrás de él al centurión y un legionario, admirando
la entereza y la resignación con la que el sabio afronta su destino.
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