Vamos a proceder a desmenuzar y despedazar, como Jack el Destripador, por partes un texto breve del comienzo de El Satiricón de Petronio que trata de la función de la escuela en la formación de los estudiantes, un tema de rabiosa y pedagógica actualidad, y a ir viendo cómo podemos leerlo, entenderlo y comentarlo, para lo que vamos a
manejar tres traducciones: (1) la de Manuel C. Díaz y Díaz, (2) la de Lisardo Rubio y (3) la de Francisco de P. Samaranch. Comenzamos leyendo el texto en su versión original latina:
Et ideō ego adulescentulōs existimō in scholīs stultissimōs fierī,
(1): “Y de aquí que piense yo que los jóvenes en nuestras escuelas se vuelven necios del todo”
(2): “Y así, según mi opinión, la juventud, en las escuelas, se vuelve tonta de remate”
(3): “Por eso creo que todos nuestros jóvenes estudiantes se vuelven tontísimos en la escuela”
(2): “Y así, según mi opinión, la juventud, en las escuelas, se vuelve tonta de remate”
(3): “Por eso creo que todos nuestros jóvenes estudiantes se vuelven tontísimos en la escuela”
Las tres traducciones confrontadas coinciden en que los jóvenes
(adulescentulos) se entontecen en las escuelas (in
scholis). Aunque el texto alude a las escuelas de oratoria y
retórica, la afirmación se puede hacer extensible a nuestros
modernos colegios e instituciones académicas, por aquello de que
“hoy es siempre todavía”.
Petronio utiliza un superlativo (stultissimos), que podemos traducir por nuestro superlativo tontísimos o por la forma muy tontos, pero también podemos recurrir a sinónimos como bobalicones, bobos, ceporros, estúpidos, idiotas, ignorantes, imbéciles, incultos, memos, mentecatos, tarugos, zopencos, zoquetes, zotes, o echar mano de expresiones coloquiales que agudicen la tontería como “tontos de capirote”, “bobos de baba” o “necios con ínfulas de sabiondos”, u otras que se nos ocurran para intensificar la idea de que las escuelas consiguen lo contrario de lo que pretenden.
Petronio utiliza un superlativo (stultissimos), que podemos traducir por nuestro superlativo tontísimos o por la forma muy tontos, pero también podemos recurrir a sinónimos como bobalicones, bobos, ceporros, estúpidos, idiotas, ignorantes, imbéciles, incultos, memos, mentecatos, tarugos, zopencos, zoquetes, zotes, o echar mano de expresiones coloquiales que agudicen la tontería como “tontos de capirote”, “bobos de baba” o “necios con ínfulas de sabiondos”, u otras que se nos ocurran para intensificar la idea de que las escuelas consiguen lo contrario de lo que pretenden.
quia nihil ex hīs, quae in ūsū habēmus, aut audiunt aut uīdent,
(1):porque ni ven ni oyen hablar de ninguno de nuestros problemas cotidianos.
(2): por no ver ni oír en las aulas nada de lo que es realmente la vida.
(3): porque de todo lo que ven y oyen en ella nada les ofrece una imagen real de la vida.
(2): por no ver ni oír en las aulas nada de lo que es realmente la vida.
(3): porque de todo lo que ven y oyen en ella nada les ofrece una imagen real de la vida.
Petronio
nos explica la causa del entontecimiento de los estudiantes en
escuelas e institutos (quia nihil aut audiunt aut uident):
porque ni ven ni oyen hablar de… Y aquí, en la segunda parte de la
frase, es donde cada traductor nos da su versión propia: nuestros
problemas cotidianos, lo que es realmente la vida, una imagen real de
la vida. ¿Qué dice exactamente el texto? : ex his, quae in
usu habemus: de lo que tenemos en la realidad. Me permito
traducir “usu”, que es una palabra tan amplia en latín que
significa cosas tan dispares como práctica, experiencia, uso,
costumbre, hábito, utilidad… por “realidad”, aunque sé que es
un anacronismo porque esta palabra no existía todavía en latín cuando Petronio escribió el texto, y por lo
tanto no se había inventado todavía la realidad como tal. El
adjetivo “realis”, en efecto, es una creación del latín tardío
que significa relativo a la “res”, es decir, a la cosa, y de ahí
surgió también en el bajo latín el sustantivo “realitas
realitatis”, nuestra realidad, y, a partir de ahí, nace ya el
realismo, que es la ideología dominante que pretende que hay que atenerse a la
realidad, a que la realidad es todo lo que hay y a que no hay nada
más que la realidad. Pero no hay cosa más absurda que este
adjetivo, sobre todo si se lo aplicamos a una cosa porque es
autoreferente: decimos que una cosa es “real”, es decir que una
cosa es una cosa que se refiere a la cosa que es (referida a sí
misma).
La
crítica que se hace al sistema educativo romano (que es válida para
el nuestro también) es que en lugar de enseñar y despertar la
inteligencia, atonta porque no prepara para la vida, sino que, como decía Séneca, lo hace para la propia escuela (non
uitae sed scholae discimus: no aprendemos para la vida sino
para la escuela). Nada de lo que los estudiantes aprenden en el
colegio tiene que ver con la realidad, con la sociedad, con la vida,
con la práctica, porque lo que se hace allí es meterles ideas en la
cabeza, responder a las preguntas antes de que se
formulen, acabar con su curiosidad y su sentido crítico, procurar
que no se despierte su inteligencia, para lo que se les adormece con
cuentos, como en aquellos inolvidables versos de León Felipe: Yo no sé muchas cosas, es verdad. / Digo tan sólo lo que he visto. / Y he visto: / que la cuna del hombre la mecen con cuentos, / que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, / que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, / que los huesos del hombre los entierran con cuentos, / y que el miedo del hombre... / ha inventado todos los cuentos. / Yo no sé muchas cosas, es verdad, / pero me han dormido con todos los cuentos... / y sé todos los cuentos.
sed pīrātās cum catēnīs in lītore stantēs, sed tyrannōs ēdicta scrībentēs quibus imperent fīliīs ut patrum suōrum capita praecīdant, sed responsa in pestilentiam data, ut uirginēs trēs aut plūrēs immolentur, sed mellitōs uerbōrum globulōs, et omnia dicta factaque quasi papāuere et sēsamō sparsa.
(1):
sino de piratas que acechan en la costa con cadenas, de tiranos que
promulgan edictos por los que ordenan a los hijos decapitar a sus
propios padres, de oráculos que para cortar una epidemia exigen la
inmolación de tres o más doncellas, pompas en fin de dulzona
palabrería, y todo, palabras y hechos, como adobado con adormidera y
ajonjolí.
(2)Tan
sólo se les habla de piratas con cadenas apostados en la costa, de
tiranos redactando edictos con órdenes para que los hijos decapiten
a sus propios padres, de oráculos aconsejando con motivo de una
epidemia que se inmolen tres vírgenes o unas cuantas más; las
palabras y frases se recubren de mieles y todo -dichos o hechos-
queda como bajo un rocío de adormidera y sésamo.
(3) No son más que piratas con cadenas, emboscados en las orillas, tiranos
que preparan edictos que condenan a los hijos a decapitar a sus
propios padres; respuestas de oráculos que, en una epidemia, mandan
inmolar tres vírgenes o aún más; melosas y blandas pompas de
palabras; en fin, los dichos y los hechos están todos como
espolvoreados de adormidera y sésamo.
Los ejemplos que cita Petronio de los temas que se tratan en las escuelas son de lo más variopinto y colorido: piratas, tiranos,
oráculos que exigen sacrificios humanos, todo ello vana palabrería que no tiene nada que ver con la realidad de la vida, sino que más
bien son historias estupefacientes, cuentos cuyo objeto es infundir el miedo.
La crítica que se hace aquí, como señala Lisardo Rubio, es que en el
Imperio “en lugar de debatir los grandes problemas del Estado,
maestros y discípulos trataban en sus ejercicios de declamación
temas imaginarios e insustanciales, en que lo único que importaba
era destacar de algún modo y arrancar aplausos aun a costa del buen
gusto”.
Los niños se vuelven tontísimos en la escuela porque allí no aprenden
nada. Eso sí: se les llena la cabeza con informaciones rocambolescas, sensacionalistas y
disparatadas, a lo que contribuyen los medios de incomunicación con la Red Informática Universal y sus micropantallas a la cabeza de todos ellos, a fin de que cunda el pánico: terroristas, diríamos hoy, que acechan en
la costa a la que han llegado clandestinamente con pateras dispuestos a poner una bomba en cualquier parte en el momento menos pensado encarnando la amenaza del legendario hombre del saco, sacaúntos o sacamantecas que viene a secuestrarnos sin rescate y privarnos de libertad, como si nosotros fuéramos libres; perversos pederastas; traficantes de órganos o
tratantes de blancas sin escrúpulos que van a vendernos y a prostituirnos al mejor postor; dictadores enloquecidos y sanguinarios que promulgan leyes que obligan a cometer crímenes monstruosos de lesa humanidad contra la democracia y holocaustos contra los derechos humanos; oráculos que exigen inmolaciones y que vienen a decirnos que el sacrificio de hoy será la prosperidad de mañana… Nada que tenga que ver, en definitiva, con lo que realmente importa y con lo que pasa en la escuela, donde se les hace creer a los infantes a pies juntillas en los
cuentos y las mentiras –ideas, creencias, credos- que les inculcan y, en la mayor de todas las patrañas, que eso es la Realidad, que la Realidad es verdad y que es todo y lo único que hay.
No hay comentarios:
Publicar un comentario